Los niños: ¡qué horror! (espagnol)
Les enfants : quelle horreur ! (français)
Por AnaëlleLebovitz-Quenehen (bilingue)
Blog AMP noviembre 2018
Niños violentos, es bajo este título que tendrá lugar, en Francia, la próxima jornada del Instituto del Niño. En relación con este tema, ¿cómo no pensar en la presencia de los niños en las películas de horror, esos niños angustiantes y terroríficos que dan una asombrosa idea de la representación que los adultos (que imaginan y miran esas películas) se hacen de los niños? Aún cuando no seamos amateurs de las películas de horror, recordamos las inquietantes gemelas de The Shining, pioneras del género. ¿Qué predisposiciones particulares tendrían los niños entonces para suscitar el terror, en tanto se los representa más que todo de manera espontánea como adorables criaturas? Plantearse esta pregunta consiste en focalizar más sobre la mirada que los adultos ponen sobre los niños y su supuesta violencia potencial por sobre su violencia objetiva. No obstante, avancemos en esa vía ya que esa pregunta nos da la oportunidad de algunas consideraciones sobre el tema que nos ocupa.
En efecto, una pista parece dibujarse cuando se piensa en lo que Jacques-Alain Miller anota en su presentación del tema de la próxima jornada del Instituto del niño, “Niños violentos”. Elabora que la violencia, cuando no es sintomática, hace signo de un goce sobre el cual la ley del deseo no ha operado, dejando a ese goce expresarse bajo el modo de la violencia, ahí donde otra modalidad de expresión, más civilizada, más elaborada, no ha podido ser encontrada.
Además, la etimología del término “violencia” parece establecer una correlación intrínseca entre el niño y la violencia. Viniendo del latín violencia, es tomado del verbo vis (querer), ese término traduce, a partir de Cicerón, una parte del sentido que el vocablo dunamis acarrea. Dunamis significa entonces fuerza y poder, pero en Aristóteles -por ende mucho antes que Cicerón- dunamis tiene el sentido de lo que está en potencia, de lo que está porvenir. Así, se dirá del niño que es “un animal pensante” en potencia, de la semilla que es un fruto en potencia, o también del hormigón que es un inmueble en potencia. Siguiendo con la etimología del término de violencia y uno de los sentidos que posee en griego, hay una correlación que hacer entre la potencia en el sentido de el ser por convertirse y la violencia. Es mucho más obvio si se entiende por violencia la expresión de una fuerza fuera de la ley, fuera de esa ley que permite justamente al goce que se expresa violentamente ser orientado hacia otros fines, lo que una educación lograda precisamente, de manera sensata permitiría.
Entonces, si el niño está por venir, en el sentido en el que no es todavía adulto, sigamos igualmente a Lacan en su definición negativa del niño (1), aquella por la cual afirma que “el niño no es una forma laxa del adulto” (2). Esto es verdadero sea cual fuere la estructura del niño a la cual nos afrontemos. Ya siendo capaz de un uso formidable de los semblantes, mientras más jóvenes son, mucho más extrañas les son las normas. De esta manera, a menudo dicen lo que piensan como lo piensan, aun cuando su palabra está cifrada, pasa por el juego, la metáfora o la metonimia estando a su disposición.
Si el otro no juega el juego, un niño lo percibe mejor que un adulto que dispone de los códigos sociales y se doblega allí, y aquello, justamente porque esos códigos nublan la inteligencia de la mayoría de los adultos. En relación con esto, una simple razón que Lacan expone en 1936 al elaborar que los adultos que han integrado las categorías convencionales que les permiten entonces vivir en sociedad, ven su perspicacia perjudicada a pesar de su “mayor diferenciación psíquica” (3). La ausencia de esas categorías sirve incontestablemente a la facultad del niño para percibir los signos que refuerzan su perspicacia. Pero aún más, “la estructura primaria de su psiquismo” le permite ser introducido de entrada “en el sentido esencial de la situación y de la interacción social que en ella se expresa.”(4)
Ahí donde el niño de buena gana tiene confianza en lo que experimenta, en la manera en la cual percibe las situaciones a las cuales está confrontado, la buena educación de los adultos los empuja muy a menudo a reprimir sus primeras impresiones. Así, los adultos tienen tendencia a atenuarlas con el fin de disminuir el tener que responder a ellas de una manera inventiva o inconveniente. Exoneran igualmente de buena gana al otro de su descortesía o de su agresividad para librarse en el mismo movimiento de su propia incapacidad para encontrar una manera de responderle sin cobardía ni falta de consideración. Ya que en realidad para eso no hay más que la vía del ingenio en el sentido en el que Freud lo entiende en El chiste y su relación con el inconsciente. Pero es necesario disponer de bastante ingenio para hacer uso de él, y el ingenio a la mayoría de los adultos les falta. Le falta por definición a los niños pues, en el sentido que Freud lo entiende, el ingenio extrae su poder de las referencias implícitas a la sexualidad sobre la cual el niño no tiene más que teorías tan aproximativas como privadas.
Desde esta óptica, adultos y niños son efectivamente de dos razas muy distintas y los segundos aterrorizan a los primeros únicamente por este hecho. Es sin duda lo que hace que, entre los adultos, algunos perciban a los niños en el registro del horror, lo que se expresa sin lugar a duda en ciertas películas de horror. Estos adultos están, por decirlo así, aterrados por la inteligencia juvenil y son de buen grado lapidarios de esos jóvenes. Es por la misma razón que otros los perciben en el registro de la dicha y acogen con gusto la perspicacia incivil que los caracteriza del solo hecho de su juventud y del poder que los habita hasta la edad de ser hombres o mujeres, pero a menudo desde mucho antes.
Un cierto número de adultos temen así las reacciones de los niños que los sancionaron espontáneamente sin tratarlos con guantes de seda, aun si el objeto de su sanción a veces es un objeto de desplazamiento. Esos adultos temen lo que un cineasta pudo llamar en un thriller su “sexto sentido”. Del lado del analista, el menor lapsus de ese acto es sancionado por los jóvenes sujetos que recibe, y a menudo al instante. Una frase es suficiente, o una actitud, que lo pondrá en ese camino si acepta tomar en serio al niño que se dirige a él. Es bajo esta condición que, dándole la oportunidad de referir su eventual violencia al punto de real que trata, el analista acompañará una reorientación del goce del niño en otra vía, menos violenta si ella lo es, pero igualmente apasionada, o digamos decidida. Pero esto será bajo la única condición de que, si la perdió madurando, el analista haya, por su propio análisis, encontrado un poco de esta perspicacia que habitaba en él también otrora.
1 – Empleamos aquí el término “negativo”
en el sentido en el que se habla de teología negativa.
en el sentido en el que se habla de teología negativa.
2 – Lacan,
Jacques. Discurso de clausura en el
Congreso de Strasbourg. Texto extraído de: https://psicoanalisislacaniano.com/discurso-de-clausura-en-strasbourg/
Jacques. Discurso de clausura en el
Congreso de Strasbourg. Texto extraído de: https://psicoanalisislacaniano.com/discurso-de-clausura-en-strasbourg/
3 – Lacan, Jacques. “Más allá del
principio de realidad” (1936), in Escritos,
tomo I. México: Siglo XXI, 2003 p. 82.
principio de realidad” (1936), in Escritos,
tomo I. México: Siglo XXI, 2003 p. 82.
4 – Ídem
Les enfants : quelle horreur ! (français)
Enfant violent, c’est sous ce titre qu’aura lieu, en France, la prochaine journée de l’Institut de l’enfant. À ce sujet, comment ne pas penser à la présence des enfants dans les films d’horreur, ces enfants angoissants et terrifiants qui donnent une étonnante idée de la représentation que les adultes (qui imaginent et regardent ces films) se font des enfants ? Même quand on n’est pas amateur de films d’horreur, on se souvient des inquiétantes jumelles de Shining, pionnières du genre. Quelles prédispositions particulières les enfants auraient-ils donc à susciter la terreur, eux que l’on se représente surtout très spontanément, comme d’adorables créatures ? Se poser cette question consiste à mettre la focale davantage sur le regard que les adultes posent sur les enfants et leur supposée violence potentielle que sur leur violence objective. N’empêche, avançons dans cette voie car cette question nous donne l’occasion de quelques considérations sur le thème qui nous occupe.
Une piste semble en effet se dessiner quand on songe à ce que Jacques-Alain Miller note dans sa présentation du thème de la prochaine journée de l’institut de l’enfant, « Enfant violent ». Il avance en effet que la violence, quand elle n’est pas symptomatique, fait signe d’une jouissance sur laquelle la loi du désir n’a pas opéré, laissant cette jouissance s’exprimer sur le mode de la violence, là où une autre modalité d’expression, plus civilisée, plus élaborée, n’a pu être trouvée.
Or, l’étymologie du terme « violence » semble établir une corrélation intrinsèque entre l’enfant et la violence. Venant du latin violencia, lui-même issu du verbe vis (vouloir), ce terme traduit, à partir de Cicéron, une part du sens que le mot grec dunamis charrie. Dunamis signifie alors force et pouvoir, mais chez Aristote – bien avant Cicéron donc – dunamis a le sens de ce qui est en puissance, de ce qui est en devenir. Ainsi dira-t-on de l’enfant qu’il est « un animal pensant » en puissance, ou de la graine qu’elle est un fruit en puissance, ou encore du béton qu’il est un immeuble en puissance. À suivre l’étymologie du terme de violence et l’un des sens qu’il revêt en grec, il y a une corrélation à faire entre la puissance au sens de l’être en devenir et la violence. C’est d’autant plus net si l’on entend par violence, l’expression d’une force hors la loi, hors de cette loi qui permet justement à la jouissance qui s’exprime violement d’être orientée vers d’autres buts, ce qu’une éducation achevée est précisément sensée permettre.
Si donc l’enfant est en devenir, au sens où il n’est pas encore adulte, suivons également Lacan en sa définition négative de l’enfant (5), celle par laquelle il affirme que « l’enfant n’est pas une forme molle de l’adulte (6) ». Ceci est vrai quelle que soit la structure de l’enfant auquel on a affaire. Quoi que déjà capable d’un formidable usage des semblants, plus ils sont jeunes, plus les normes sociales leur sont étrangères. À ce titre, ils disent souvent ce qu’ils pensent comme ils le pensent, même quand leur propos est chiffré, passe par le jeu, la métaphore ou la métonymie à leur disposition.
Si l’autre ne joue pas le jeu, un enfant le perçoit mieux qu’un adulte disposant des codes sociaux et s’y pliant, et ce, justement parce que ces codes brouillent l’intelligence de la plupart des adultes. À ceci, une raison simple que Lacan expose en 1936 en avançant que les adultes ayant intégré les catégories conventionnelles qui leur permettent par ailleurs de vivre en société, voient leur perspicacité entamée malgré leur « plus grande différenciation psychique » (7). L’absence de ces catégories sert incontestablement la faculté de l’enfant à percevoir les signes qui renforcent sa perspicacité. Mais plus encore, « la structure primaire de son psychisme »(8) lui permet d’être d’emblée pénétré « du sens essentiel de la situation et de l’interaction sociale qui s’y est exprimée ».(9)
Là où un enfant fait volontiers confiance à ce qu’il éprouve, à la façon dont il perçoit les situations auxquelles il est confronté, la bonne éducation des adultes les pousse bien souvent à refouler leurs impressions premières. Ils ont ainsi tendance à les faire s’atténuer afin de s’épargner d’avoir à y répondre d’une façon inventive ou inconvenante. Ils dédouanent également volontiers l’autre de sa grossièreté ou de son agressivité pour se dédouaner du même mouvement de leur propre incapacité à trouver une manière de lui répondre sans lâcheté ni manque d’égard. Car il n’y a en réalité pour cela que la voie de l’esprit au sens où Freud l’entend dans Le mot d’esprit dans ses rapports avec l’inconscient. Encore faut-il disposer d’assez d’esprit pour en faire usage, et l’esprit manque à la plupart des adultes. Il manque par définition aux enfants puisque, au sens où Freud l’entend, l’esprit tire sa puissance de références implicites à la sexualité sur laquelle l’enfant n’a quant à lui que des théories aussi approximatives que privées.
À cet égard, adultes et enfants sont effectivement de deux races bien distinctes et les seconds terrifient parfois les premiers de ce seul fait. C’est d’ailleurs sans doute ce qui fait que, parmi les adultes, certains perçoivent les enfants dans le registre de l’horreur, ce qui s’exprime bel et bien dans certains films d’épouvante. Ces adultes sont pour ainsi dire terrifiés par l’intelligence juvénile et volontiers lapidaire de ces jeunes personnes. C’est pour la même raison que d’autres les perçoivent dans le registre de la joie et accueille volontiers la perspicacité incivile qui les caractérise du seul fait de leur jeunesse et de la puissance qui les habite jusqu’à l’âge d’homme ou de femme, mais bien souvent dès avant déjà.
Un certain nombre d’adultes craignent ainsi les réactions des enfants qui les sanctionneront spontanément sans prendre de gants, même si l’objet de leur sanction fait parfois l’objet d’un déplacement. Ces adultes craignent ce qu’un cinéaste a trouvé à nommer dans un thriller leur « sixième sens ». Du côté de l’analyste, le moindre lapsus de l’acte est sanctionné par les jeunes sujets qu’il reçoit, et dans l’instant le plus souvent. Une phrase suffit, ou une attitude, qui remettra le clinicien sur le chemin s’il accepte de prendre au sérieux l’enfant qui s’adresse à lui. C’est à cette condition que, lui donnant chance de référer son éventuelle violence au point de réel qu’elle traite, l’analyste accompagnera une réorientation de la jouissance de l’enfant sur une autre voie, moins violente si elle l’est, mais toute aussi passionnée, ou disons décidée. Mais ce sera à la seule condition que, s’il l’avait perdu en murissant, l’analyste ait, par sa propre analyse, retrouvé un peu de cette perspicacité qui l’habitait lui aussi jadis.
5 – Lacan, Jacques. “Más allá del
principio de realidad” (1936), in Escritos,
tomo I. México: Siglo XXI, 2003 p. 82.
6 – Lacan J.,Discours de clôture au Congrès de Strasbourg, Lettres de l’EFP, n° 7, 1970, p.157-166.
7 – Lacan
J., « Au-delà du principe de réalité », (1936), Écrits, Paris, Le Seuil, 1966, p.89.
8 – Id. Ibid
9 – Id. Ibid
Tradução Patrício Moreno Parra
Revisão Ruth Gorenberg