Se cumplen cuarenta años de la celebración
en Barcelona del II Congreso Mundial de Psiquiatría Biológica, donde su
presidente, el Dr. Obiols, marcó la política a seguir: «La Psiquiatría
Biológica no aspira a ser una parte de la Psiquiatría, sino toda la
Psiquiatría». No es poco lo que ha conseguido durante todos estos años: copar
la Academia y Clínica oficiales; sin embargo, sus méritos no son otros que
haberlo conseguido por devenir en una disciplina de poder. En paralelo, son
muchas más las psiquiatrías y psicologías que se están desmarcando del
reduccionismo biológico como pensamiento único.
en Barcelona del II Congreso Mundial de Psiquiatría Biológica, donde su
presidente, el Dr. Obiols, marcó la política a seguir: «La Psiquiatría
Biológica no aspira a ser una parte de la Psiquiatría, sino toda la
Psiquiatría». No es poco lo que ha conseguido durante todos estos años: copar
la Academia y Clínica oficiales; sin embargo, sus méritos no son otros que
haberlo conseguido por devenir en una disciplina de poder. En paralelo, son
muchas más las psiquiatrías y psicologías que se están desmarcando del
reduccionismo biológico como pensamiento único.
Como prueba de que hay conocimiento más allá
de los discursos oficiales, se presenta la publicación por Xoroi Edicions
de un nuevo libro de su colección La Otra psiquiatría –dirigida por J.Mª
Álvarez y F.Colina– y que lleva por título Cosas que tu psiquiatra nunca te
dijo. En este trabajo, escrito al alimón por Javier Carreño y Kepa Matilla,
no hay puntada sin hilo en beneficio del rigor de las ideas a las que van
llegado, tras el estudio de la historia y clínica de las sintomatologías
psíquicas. Son ideas li(e)bres). Ideas libres que corren como liebres. Ideas
liebres porque corren libres de grasa ideológica y conflictos de intereses extra
clínicos. Ideas libres porque son como liebres: pura fibra para huir veloces de
las servidumbres del cientificismo, pues son ideas que van más allá de las
guías clínicas oficiales y protocolos de obligado cumplimiento que amordazan el
criterio propio de la experiencia clínica. Los autores quieren «mostrar lo que tu psiquiatra no te dice, pero sí publica
en las revistas científicas más prestigiosas. Por tanto, solo intentamos
acercar a un público más general las conclusiones de dichos trabajos que, precisamente,
ponen en cuestión las supuestas certezas y evidencias del campo de la
psicopatología».
de los discursos oficiales, se presenta la publicación por Xoroi Edicions
de un nuevo libro de su colección La Otra psiquiatría –dirigida por J.Mª
Álvarez y F.Colina– y que lleva por título Cosas que tu psiquiatra nunca te
dijo. En este trabajo, escrito al alimón por Javier Carreño y Kepa Matilla,
no hay puntada sin hilo en beneficio del rigor de las ideas a las que van
llegado, tras el estudio de la historia y clínica de las sintomatologías
psíquicas. Son ideas li(e)bres). Ideas libres que corren como liebres. Ideas
liebres porque corren libres de grasa ideológica y conflictos de intereses extra
clínicos. Ideas libres porque son como liebres: pura fibra para huir veloces de
las servidumbres del cientificismo, pues son ideas que van más allá de las
guías clínicas oficiales y protocolos de obligado cumplimiento que amordazan el
criterio propio de la experiencia clínica. Los autores quieren «mostrar lo que tu psiquiatra no te dice, pero sí publica
en las revistas científicas más prestigiosas. Por tanto, solo intentamos
acercar a un público más general las conclusiones de dichos trabajos que, precisamente,
ponen en cuestión las supuestas certezas y evidencias del campo de la
psicopatología».
J. Carreño y K. Matilla sostienen que «la
locura y la neurosis son defensas ante la angustia, formas de estar en el
mundo, en el lenguaje y la cultura». Posiciones subjetivas, más o menos
estables a lo largo de la historia, que manifiestan el malestar inherente a la
condición humana. Malestar que ha sido relatado, estudiado e interpretado por
tirios y troyanos. Montaigne, por ejemplo: «Entre otras pruebas de nuestra flaqueza, no
olvidemos ésta: el ser humano no es capaz, ni siquiera con el deseo, de
encontrar lo que necesita; no ya con la posesión sino ni siquiera con la
imaginación, podemos ponernos de acuerdo en qué precisamos para darnos por
satisfechos». En el capítulo II nos refieren la inconsistencia de los
diagnósticos de nuevo cuño –«etiquetas top», escriben los
autores– en los que han sido agrupados –con más ideología que teoría– las
manifestaciones sintomáticas del malestar. En los capítulos III y IV se cuestiona
la aplicación de la medicina basada en la evidencia al estudio y tratamiento
del padecer subjetivo, cuyo resultado es la ciencia ficción que pretende dar
carta de naturaleza a las 500 enfermedades mentales que figuran en el nuevo
DSM. En el capítulo V, los autores nos refieren otros posibles diagnósticos más
acordes con la fragilidad del ser humano. Y en el capítulo VI se dedican a la
elucidación de los tratamientos: los ansiolíticos, los neurolépticos, los
antidepresivos, la Terapia Electrocompulsiva y, finalmente, nos hablan sobre la
eficacia de las psicoterapias, centrándose en el psicoanálisis por ser la
referencia teórica y clínica de los autores.
locura y la neurosis son defensas ante la angustia, formas de estar en el
mundo, en el lenguaje y la cultura». Posiciones subjetivas, más o menos
estables a lo largo de la historia, que manifiestan el malestar inherente a la
condición humana. Malestar que ha sido relatado, estudiado e interpretado por
tirios y troyanos. Montaigne, por ejemplo: «Entre otras pruebas de nuestra flaqueza, no
olvidemos ésta: el ser humano no es capaz, ni siquiera con el deseo, de
encontrar lo que necesita; no ya con la posesión sino ni siquiera con la
imaginación, podemos ponernos de acuerdo en qué precisamos para darnos por
satisfechos». En el capítulo II nos refieren la inconsistencia de los
diagnósticos de nuevo cuño –«etiquetas top», escriben los
autores– en los que han sido agrupados –con más ideología que teoría– las
manifestaciones sintomáticas del malestar. En los capítulos III y IV se cuestiona
la aplicación de la medicina basada en la evidencia al estudio y tratamiento
del padecer subjetivo, cuyo resultado es la ciencia ficción que pretende dar
carta de naturaleza a las 500 enfermedades mentales que figuran en el nuevo
DSM. En el capítulo V, los autores nos refieren otros posibles diagnósticos más
acordes con la fragilidad del ser humano. Y en el capítulo VI se dedican a la
elucidación de los tratamientos: los ansiolíticos, los neurolépticos, los
antidepresivos, la Terapia Electrocompulsiva y, finalmente, nos hablan sobre la
eficacia de las psicoterapias, centrándose en el psicoanálisis por ser la
referencia teórica y clínica de los autores.
Rebobinando.
De los síntomas históricos que expresan la aflicción consustancial de la vida,
nuestros autores destacan la locura, la tristeza y la angustia, y nos refieren
cómo su psiquiatrización los ha elevado a la categoría de enfermedades mentales
que requieren ser medicalizadas. Dicho y hecho. El remedio, los antidepresivos,
por ejemplo, han conseguido llamar depresión a la tristeza, incluso cuando no
se supera y ya es melancolía. Otro tanto ha pasado con la angustia que se ha
diluido en la ansiedad porque el remedio se llama ansiolítico. Sin embargo,
como señalan los autores, la angustia ha sido siempre la protagonista de toda
la psicopatología. Se expresa en el cuerpo, en la obsesión, en las fobias, en
la anorexia, la bulimia y los suicidios. Cito a los autores: «Es frecuente y
conocido desde la antigüedad que enfermedades de la piel como la psoriasis, los
eccemas, las dermatitis suelen estar desencadenas y mantenidas por la angustia.
(…) También la piel de dentro, el ectodermo de las mucosas del aparato
digestivo o incluso el epitelio de las vías espiratorias son nichos para la
angustia. Famosas son las gastritis, las colitis, el asma o el reciente
síndrome de colon irritable que florecen con la angustia. Lista a la que
podemos añadir las cefaleas, los dolores genitales, los dolores generalizados y
las contracturas musculares e incluso la fibromialgia, un dolor absoluto,
errante, fluctuante, irregular… ».
De los síntomas históricos que expresan la aflicción consustancial de la vida,
nuestros autores destacan la locura, la tristeza y la angustia, y nos refieren
cómo su psiquiatrización los ha elevado a la categoría de enfermedades mentales
que requieren ser medicalizadas. Dicho y hecho. El remedio, los antidepresivos,
por ejemplo, han conseguido llamar depresión a la tristeza, incluso cuando no
se supera y ya es melancolía. Otro tanto ha pasado con la angustia que se ha
diluido en la ansiedad porque el remedio se llama ansiolítico. Sin embargo,
como señalan los autores, la angustia ha sido siempre la protagonista de toda
la psicopatología. Se expresa en el cuerpo, en la obsesión, en las fobias, en
la anorexia, la bulimia y los suicidios. Cito a los autores: «Es frecuente y
conocido desde la antigüedad que enfermedades de la piel como la psoriasis, los
eccemas, las dermatitis suelen estar desencadenas y mantenidas por la angustia.
(…) También la piel de dentro, el ectodermo de las mucosas del aparato
digestivo o incluso el epitelio de las vías espiratorias son nichos para la
angustia. Famosas son las gastritis, las colitis, el asma o el reciente
síndrome de colon irritable que florecen con la angustia. Lista a la que
podemos añadir las cefaleas, los dolores genitales, los dolores generalizados y
las contracturas musculares e incluso la fibromialgia, un dolor absoluto,
errante, fluctuante, irregular… ».
Las
«etiquetas top», a las que se refieren nuestros autores, son los nuevos
nombres de enfermedades mentales o sambenitos que, lejos de estar en la
naturaleza del ser humano han salido de la chistera de la ideología biomédica:
esquizofrenia, trastorno bipolar, TDAH y la patología dual. Dicen nuestros
autores: «La llamada esquizofrenia con la que nos formamos, la de los pacientes
crónicos que atendemos desde el principio de nuestra práctica, no es en
realidad el verdadero rostro de la locura, sino el rostro de una locura
maquillada de neurolepsis. Una locura barnizada con el colorete de lo
colinérgico, los labios de la acatasia y el rímel del aturdimiento. Una locura
de un déficit provocado por los cosméticos. Una enfermedad no hereditaria sino
adquirida… ».
«etiquetas top», a las que se refieren nuestros autores, son los nuevos
nombres de enfermedades mentales o sambenitos que, lejos de estar en la
naturaleza del ser humano han salido de la chistera de la ideología biomédica:
esquizofrenia, trastorno bipolar, TDAH y la patología dual. Dicen nuestros
autores: «La llamada esquizofrenia con la que nos formamos, la de los pacientes
crónicos que atendemos desde el principio de nuestra práctica, no es en
realidad el verdadero rostro de la locura, sino el rostro de una locura
maquillada de neurolepsis. Una locura barnizada con el colorete de lo
colinérgico, los labios de la acatasia y el rímel del aturdimiento. Una locura
de un déficit provocado por los cosméticos. Una enfermedad no hereditaria sino
adquirida… ».
¿Dónde
está la evidencia científica en hacer de cada síntoma o síndrome una enfermedad
mental con marcadores biológicos no demostrados? Para argumentar las posibles
respuestas, Carreño y Matilla nos dicen que han recurrido a los estudios
publicados en las revistas más prestigiosas de las psiquiatrías. «Nuestra
sorpresa ha sido mayúscula cuando hemos comprobado que gran parte de las
opiniones imperantes en las psiquiatrías, que tanta evidencia habrían
encontrado, también atesoran otros tantos estudios que demuestran que dichas
opiniones no son más que falacias. Estas son las cosas que tu psiquiatra
nunca te dijo, aquellos estudios que ponen en cuestión la ideología
vigente». Analizando las escalas, los ensayos clínicos, la supuesta fiabilidad
de los diferentes DSM, así como la trastienda de los consensos entre sus
redactores, nuestros autores llegan a la conclusión de que «no podemos decir
que los DSM estén sustentados en la evidencia científica (…) En psiquiatría no
hay pruebas de laboratorio mediante las que decidir si alguien padece o no un
trastorno. Todos los estudios sobre marcadores biológicos han resultado ser una
pérdida de recursos y de tiempo.(…) Esto hace que los diagnósticos dependan
de juicios subjetivos fácilmente influenciables por diversos grupos de
presión».
está la evidencia científica en hacer de cada síntoma o síndrome una enfermedad
mental con marcadores biológicos no demostrados? Para argumentar las posibles
respuestas, Carreño y Matilla nos dicen que han recurrido a los estudios
publicados en las revistas más prestigiosas de las psiquiatrías. «Nuestra
sorpresa ha sido mayúscula cuando hemos comprobado que gran parte de las
opiniones imperantes en las psiquiatrías, que tanta evidencia habrían
encontrado, también atesoran otros tantos estudios que demuestran que dichas
opiniones no son más que falacias. Estas son las cosas que tu psiquiatra
nunca te dijo, aquellos estudios que ponen en cuestión la ideología
vigente». Analizando las escalas, los ensayos clínicos, la supuesta fiabilidad
de los diferentes DSM, así como la trastienda de los consensos entre sus
redactores, nuestros autores llegan a la conclusión de que «no podemos decir
que los DSM estén sustentados en la evidencia científica (…) En psiquiatría no
hay pruebas de laboratorio mediante las que decidir si alguien padece o no un
trastorno. Todos los estudios sobre marcadores biológicos han resultado ser una
pérdida de recursos y de tiempo.(…) Esto hace que los diagnósticos dependan
de juicios subjetivos fácilmente influenciables por diversos grupos de
presión».
Respecto
de la elucidación de los tratamientos, los autores nos recuerdan que no curan
porque no restablecen equilibrio químico alguno, ya que no existen
desequilibrios en las causas sino en las consecuencias de paliar los síntomas
con dosis de phármakon que no tienen en cuenta la lábil frontera entre
remedio y venero. A esta iatrogenia inicial hay que sumarle la que se deriva de
los tratamientos de por vida. Tratamientos que, no simplemente
cronifican el malestar sino que ignoran el abc de toda droga: su
principio psicoactivo es puntual y a partir de allí cada vez hay que tomar más
para sentir cada vez menos. En el decir de los autores: «Los antipsicóticos,
incluso los modernos, provocan la misma anormalidad en el cerebro que la droga
conocida como polvo de ángel».
de la elucidación de los tratamientos, los autores nos recuerdan que no curan
porque no restablecen equilibrio químico alguno, ya que no existen
desequilibrios en las causas sino en las consecuencias de paliar los síntomas
con dosis de phármakon que no tienen en cuenta la lábil frontera entre
remedio y venero. A esta iatrogenia inicial hay que sumarle la que se deriva de
los tratamientos de por vida. Tratamientos que, no simplemente
cronifican el malestar sino que ignoran el abc de toda droga: su
principio psicoactivo es puntual y a partir de allí cada vez hay que tomar más
para sentir cada vez menos. En el decir de los autores: «Los antipsicóticos,
incluso los modernos, provocan la misma anormalidad en el cerebro que la droga
conocida como polvo de ángel».
Del estudio de los trabajos publicados sobre los neurolépticos, Carreño y
Matilla nos refieren que existen muchos mitos en el tratamiento de la
locura: el mito de la base biológica de la locura, el mito del
desequilibrio químico, el mito de la evolución deficitaria, el mito de
que los antipsicóticos facilitaron el vaciado de los manicomios cuando
es a la inversa, el mito de la eficacia de los antipsicóticos, el mito
de la medicación a largo plazo. Después de la lectura de lo que sus
autores llaman «la verdad de los efectos secundarios», se evidencia que
hay un mayor conocimiento de las nefastas consecuencias de los remedios
que de sus causas, pues los efectos biológicos negativos de los
psicofármacos son un hecho comprobado y comprobable, es decir, un hecho
científico; mientras que la causalidad biológica de la psicopatología
sigue sin serlo. A lo sumo es una expectativa de la medicina basada en
mitos con la que se pretende vender la piel del oso antes de cazarlo.
Matilla nos refieren que existen muchos mitos en el tratamiento de la
locura: el mito de la base biológica de la locura, el mito del
desequilibrio químico, el mito de la evolución deficitaria, el mito de
que los antipsicóticos facilitaron el vaciado de los manicomios cuando
es a la inversa, el mito de la eficacia de los antipsicóticos, el mito
de la medicación a largo plazo. Después de la lectura de lo que sus
autores llaman «la verdad de los efectos secundarios», se evidencia que
hay un mayor conocimiento de las nefastas consecuencias de los remedios
que de sus causas, pues los efectos biológicos negativos de los
psicofármacos son un hecho comprobado y comprobable, es decir, un hecho
científico; mientras que la causalidad biológica de la psicopatología
sigue sin serlo. A lo sumo es una expectativa de la medicina basada en
mitos con la que se pretende vender la piel del oso antes de cazarlo.
«Como
resume Bentall, –escriben los autores– si los antipsicóticos producen
gravísimos efectos secundarios, si a muchos pacientes con un primer episodio
les va bien sin medicación, si otros tantos no responden a ella a pesar de que
se aumente y si los pacientes que la toman durante años se han vuelto mas
sensibles al estrés, ¿por qué los servicios psiquiátricos modernos siguen
teniendo tanta fe en los antipsicóticos? (…) Los clínicos deberían valorar la utilidad
del efecto sedativo de los neurolépticos en determinadas circunstancias,
limitar su uso en el tiempo y, sin duda, explorar el camino de la psicoterapia
y la cura por la palabra».
resume Bentall, –escriben los autores– si los antipsicóticos producen
gravísimos efectos secundarios, si a muchos pacientes con un primer episodio
les va bien sin medicación, si otros tantos no responden a ella a pesar de que
se aumente y si los pacientes que la toman durante años se han vuelto mas
sensibles al estrés, ¿por qué los servicios psiquiátricos modernos siguen
teniendo tanta fe en los antipsicóticos? (…) Los clínicos deberían valorar la utilidad
del efecto sedativo de los neurolépticos en determinadas circunstancias,
limitar su uso en el tiempo y, sin duda, explorar el camino de la psicoterapia
y la cura por la palabra».
Sobre
los antidepresivos, y al hilo de las investigaciones analizadas, nuestros
autores llegan a la evidencia de que hay dos hechos incontestables: no hay
pruebas científicas de que el síndrome depresivo se deba a ningún estado
deficitario y, por lo tanto su medicalización no restablece el equilibrio
químico sino que lo altera, «abriendo la posibilidad de un enorme efecto rebote
tras la retirada del fármaco», y no como recaída del paciente por desadherirse
del remedio que no es tal, pues su efectividad es equivalente al placebo e
inferior a la psicoterapia. «Pero además, –cito a los autores– al ser drogas
activas, tienen una serie de efectos secundarios un tanto desagradables como la
tensión, la extrañeza, la agitación y la inquietud que pueden llevar a un
sujeto a cometer actos violentos como el suicidio o el homicidio». En paralelo,
la medicalización sine die del síndrome depresivo, está generando un
nuevo problema de salud pública al hacerse refractario al tratamiento, más
cíclico y, por lo tanto, crónico.
los antidepresivos, y al hilo de las investigaciones analizadas, nuestros
autores llegan a la evidencia de que hay dos hechos incontestables: no hay
pruebas científicas de que el síndrome depresivo se deba a ningún estado
deficitario y, por lo tanto su medicalización no restablece el equilibrio
químico sino que lo altera, «abriendo la posibilidad de un enorme efecto rebote
tras la retirada del fármaco», y no como recaída del paciente por desadherirse
del remedio que no es tal, pues su efectividad es equivalente al placebo e
inferior a la psicoterapia. «Pero además, –cito a los autores– al ser drogas
activas, tienen una serie de efectos secundarios un tanto desagradables como la
tensión, la extrañeza, la agitación y la inquietud que pueden llevar a un
sujeto a cometer actos violentos como el suicidio o el homicidio». En paralelo,
la medicalización sine die del síndrome depresivo, está generando un
nuevo problema de salud pública al hacerse refractario al tratamiento, más
cíclico y, por lo tanto, crónico.
Puestos
a ficcionar un manual que refleje la realidad de los nuevos problemas
psiquiátricos, los autores consideran que bien podría escribirse un «Manual
xenodiagnóstico de trastornos en homo sapiens», con un importante subgrupo:
«Trastornos debidos al consumo de psicofármacos en humanos». Un trastorno grave
seria «la neuroleptofrenia. Es decir, un cuadro abigarrado de psicosis crónica,
distonías, discinesias, aumento de peso, bradipsiquia y apatía fruto del
mantenimiento sine die de tratamientos neurolépticos y el trato
institucionalizado». En segundo lugar figuraría el «trastorno mundo benzo»,
basado en «problemas de memoria, abulia, torpeza y sedación…». Además de las
benzodiacepinas también entrarían en este trastorno «los antidepresivos más
sedantes participando en el cortejo sintomático con una suerte de anorgasmia,
disfunción de la libido y anestesia afectiva». Un subgrupo podría denominarse
«benzo en abuelas. Una pléyade de caídas, deterioro cognitivo, torpezas,
fracturas de cadena, agitaciones y alucinaciones se han cebado con los mayores
siendo en ocasiones peor el remedio que la enfermedad. (…) En tercer lugar, la
extraña proliferación de desórdenes afectivos unidos a tratamientos. Se podría
llamar el trastorno tripolar, ya que por encima de la clásica división
manía-depresión ha sobrevenido sobre la especie humana cuadros de cicladores
rápidos, reacciones maníacas, cuadros mixtos e intentos de suicidio extempóreos
quizás cebados por antidepresivos, litio y sus combinaciones a veces
enloquecidas». Como dijo Abel Novoa desde la plataforma NoGracias: «La
biomedicina se ha convertido en un enorme fracaso social y en un problema de
salud pública».
a ficcionar un manual que refleje la realidad de los nuevos problemas
psiquiátricos, los autores consideran que bien podría escribirse un «Manual
xenodiagnóstico de trastornos en homo sapiens», con un importante subgrupo:
«Trastornos debidos al consumo de psicofármacos en humanos». Un trastorno grave
seria «la neuroleptofrenia. Es decir, un cuadro abigarrado de psicosis crónica,
distonías, discinesias, aumento de peso, bradipsiquia y apatía fruto del
mantenimiento sine die de tratamientos neurolépticos y el trato
institucionalizado». En segundo lugar figuraría el «trastorno mundo benzo»,
basado en «problemas de memoria, abulia, torpeza y sedación…». Además de las
benzodiacepinas también entrarían en este trastorno «los antidepresivos más
sedantes participando en el cortejo sintomático con una suerte de anorgasmia,
disfunción de la libido y anestesia afectiva». Un subgrupo podría denominarse
«benzo en abuelas. Una pléyade de caídas, deterioro cognitivo, torpezas,
fracturas de cadena, agitaciones y alucinaciones se han cebado con los mayores
siendo en ocasiones peor el remedio que la enfermedad. (…) En tercer lugar, la
extraña proliferación de desórdenes afectivos unidos a tratamientos. Se podría
llamar el trastorno tripolar, ya que por encima de la clásica división
manía-depresión ha sobrevenido sobre la especie humana cuadros de cicladores
rápidos, reacciones maníacas, cuadros mixtos e intentos de suicidio extempóreos
quizás cebados por antidepresivos, litio y sus combinaciones a veces
enloquecidas». Como dijo Abel Novoa desde la plataforma NoGracias: «La
biomedicina se ha convertido en un enorme fracaso social y en un problema de
salud pública».
De
perdidos al río podría ser el subtítulo del capítulo que los autores dedican a estudiar
las posiciones a favor y en contra de la Terapia Electroconvulsiva. Resulta
paradigmático que oficialmente se diga que la química es efectiva pero que si
no lo es se pruebe con la seguridad y efectividad de la física. Máxime cuando
«muchos de los promotores de la TEC tienen vínculos económicos con empresas que
fabrican estas máquinas». Después de la investigación realizada, nuestros
autores concluyen diciendo: «Nos cuesta trabajo comprender cómo en la
actualidad, en la mayoría de los hospitales, al menos en nuestro país, se sigue
aplicando con gran entusiasmo. Está claro que siempre se aduce un criterio
pragmático basado en la experiencia práctica de quienes la utilizan: “cuando
nada funciona con determinadas personas, la TEC produce efectos
extraordinarios”. Sin duda, hemos mostrado cómo la pérdida de memoria y la
deshumanización gracias al daño cerebral que provoca, parece ser la responsable
de que uno se olvide incluso hasta del dolor que le produce la existencia. Por
eso, resulta sorprendente que con estos datos encima de la mesa se siga
pensando que puede ser mínimamente beneficiosa».
perdidos al río podría ser el subtítulo del capítulo que los autores dedican a estudiar
las posiciones a favor y en contra de la Terapia Electroconvulsiva. Resulta
paradigmático que oficialmente se diga que la química es efectiva pero que si
no lo es se pruebe con la seguridad y efectividad de la física. Máxime cuando
«muchos de los promotores de la TEC tienen vínculos económicos con empresas que
fabrican estas máquinas». Después de la investigación realizada, nuestros
autores concluyen diciendo: «Nos cuesta trabajo comprender cómo en la
actualidad, en la mayoría de los hospitales, al menos en nuestro país, se sigue
aplicando con gran entusiasmo. Está claro que siempre se aduce un criterio
pragmático basado en la experiencia práctica de quienes la utilizan: “cuando
nada funciona con determinadas personas, la TEC produce efectos
extraordinarios”. Sin duda, hemos mostrado cómo la pérdida de memoria y la
deshumanización gracias al daño cerebral que provoca, parece ser la responsable
de que uno se olvide incluso hasta del dolor que le produce la existencia. Por
eso, resulta sorprendente que con estos datos encima de la mesa se siga
pensando que puede ser mínimamente beneficiosa».
A
la hora de medir la eficacia de las psicoterapias, y en especial la del
psicoanálisis, hay que tener en cuenta dos preliminares. Uno: la metodología
científica aplicable a un fármaco no tiene tan fácil traslación a las terapias
de la palabra. La subjetividad es de cada cual y no tiene cabida en las
escalas, los ensayos y las mediciones. Dos, y en el caso concreto del
psicoanálisis, ¿cómo compararlo con los tratamientos
biomédico-congnitivos-conductuales, si no parte ni comparte con ellos que la
eficacia clínica se acote a la eliminación sistemática de los síntomas? Sin
embargo, nuestros autores aportan los estudios que demuestran la eficacia del
psicoanálisis en el tratamiento de todo tipo de síntomas psíquicos, incluida la
psicosis. Al tiempo que desmontan las críticas de que es un tratamiento caro y
largo: «El NIMH, por ejemplo, comprobó que si bien la medicación y dos tipos de
terapia breve resultaban beneficiosos, con el paso del tiempo ese beneficio iba
decreciendo», mientras que el psicoanálisis es eficaz a largo plazo. «Cuando se
ha comparado la psicoterapia psicoanalítica a largo plazo con el psicoanálisis,
se ha descubierto que la primera producía mejores resultados tras tres años
mientras que el segundo mostraba ser superior después de cinco años de
seguimiento. (…) El trabajo que se realiza sesión tras sesión suma para que en
un futuro las cosas que le puedan ocurrir al sujeto las viva de otra manera».
El trabajo requiere tiempo, pero no porque el tiempo lo cure todo,
sino porque toda cura necesita tiempo. Y en nuestro quehacer psi ese
tiempo, por excelencia, es el tiempo de elaboración.
la hora de medir la eficacia de las psicoterapias, y en especial la del
psicoanálisis, hay que tener en cuenta dos preliminares. Uno: la metodología
científica aplicable a un fármaco no tiene tan fácil traslación a las terapias
de la palabra. La subjetividad es de cada cual y no tiene cabida en las
escalas, los ensayos y las mediciones. Dos, y en el caso concreto del
psicoanálisis, ¿cómo compararlo con los tratamientos
biomédico-congnitivos-conductuales, si no parte ni comparte con ellos que la
eficacia clínica se acote a la eliminación sistemática de los síntomas? Sin
embargo, nuestros autores aportan los estudios que demuestran la eficacia del
psicoanálisis en el tratamiento de todo tipo de síntomas psíquicos, incluida la
psicosis. Al tiempo que desmontan las críticas de que es un tratamiento caro y
largo: «El NIMH, por ejemplo, comprobó que si bien la medicación y dos tipos de
terapia breve resultaban beneficiosos, con el paso del tiempo ese beneficio iba
decreciendo», mientras que el psicoanálisis es eficaz a largo plazo. «Cuando se
ha comparado la psicoterapia psicoanalítica a largo plazo con el psicoanálisis,
se ha descubierto que la primera producía mejores resultados tras tres años
mientras que el segundo mostraba ser superior después de cinco años de
seguimiento. (…) El trabajo que se realiza sesión tras sesión suma para que en
un futuro las cosas que le puedan ocurrir al sujeto las viva de otra manera».
El trabajo requiere tiempo, pero no porque el tiempo lo cure todo,
sino porque toda cura necesita tiempo. Y en nuestro quehacer psi ese
tiempo, por excelencia, es el tiempo de elaboración.
En
sus palabras finales, Carreño y Matilla nos dicen que esperan que su libro
quede «como un informe en minoría que junto a otros trabajos pueda ir
configurando una opinión mayoritaria para la construcción de una disciplina más
humana y sensata». Teniendo en cuenta la muy extensa bibliografía de la que han
tomado los hilos argumentales para construir, puntada a puntada, un discurso
propio, bien puede decirse que ni están solos ni en minoría, ya que, por
nombrar a los más críticos con lo que los focos no iluminan, les acompañan D. Healy, J. Read, L.R. Mosher, R.P. Bentall, J. Moncrieff, S.
Timimi, G. Berrios, R. Whitaker, P.C. Gotzshe, J. Friedberg, P.R. Breggin, H.
Sackeim, R. Warner, I. Kirdch, etc., así como a los que reconocen como sus
maestros: Chus Gómez, J.M. Álvarez y F. Colina. Y como dicen éstos dos últimos
en el prólogo de este libro, «son cada vez más los estudios que denuncian la falacia del
discurso cientificista en el terreno psi. Todos sus principales apoyos son
cuestionados y se cimbrean más de lo previsto: unos denuncian el artificio de
las clasificaciones internacionales, otros la turbiedad de las investigaciones
neurobiológicas y la mayoría ponen en entredicho la prometida eficacia de los
tratamientos psicofarmacológicos y cognitivos».
sus palabras finales, Carreño y Matilla nos dicen que esperan que su libro
quede «como un informe en minoría que junto a otros trabajos pueda ir
configurando una opinión mayoritaria para la construcción de una disciplina más
humana y sensata». Teniendo en cuenta la muy extensa bibliografía de la que han
tomado los hilos argumentales para construir, puntada a puntada, un discurso
propio, bien puede decirse que ni están solos ni en minoría, ya que, por
nombrar a los más críticos con lo que los focos no iluminan, les acompañan D. Healy, J. Read, L.R. Mosher, R.P. Bentall, J. Moncrieff, S.
Timimi, G. Berrios, R. Whitaker, P.C. Gotzshe, J. Friedberg, P.R. Breggin, H.
Sackeim, R. Warner, I. Kirdch, etc., así como a los que reconocen como sus
maestros: Chus Gómez, J.M. Álvarez y F. Colina. Y como dicen éstos dos últimos
en el prólogo de este libro, «son cada vez más los estudios que denuncian la falacia del
discurso cientificista en el terreno psi. Todos sus principales apoyos son
cuestionados y se cimbrean más de lo previsto: unos denuncian el artificio de
las clasificaciones internacionales, otros la turbiedad de las investigaciones
neurobiológicas y la mayoría ponen en entredicho la prometida eficacia de los
tratamientos psicofarmacológicos y cognitivos».
Alberto Manguel, en su
ensayo La ciudad de las palabras. Mentiras políticas, verdades literarias,
nos anima «a seguir el consejo de Kafka de aspirar sin poseer, de construir sin
trepar a la cima: es decir, de saber sin exigir la posesión exclusiva del
conocimiento. Quizá seamos todavía capaces de tales cosas».
ensayo La ciudad de las palabras. Mentiras políticas, verdades literarias,
nos anima «a seguir el consejo de Kafka de aspirar sin poseer, de construir sin
trepar a la cima: es decir, de saber sin exigir la posesión exclusiva del
conocimiento. Quizá seamos todavía capaces de tales cosas».