« Sin un tema que nos consuma se entra automáticamente en la decoración ».
Esas palabras de Francis Bacon (1909-1992) referidas a la pintura sirven para otras muchas áreas de nuestra vida.
El pintor vivió consumido por su pregunta acerca del cuerpo, su fragmentación, su falsa unidad, por la dislocación de la imagen del cuerpo. Su experimentación acerca de su propio cuerpo, ese episodio de su vida en que se vestía con las ropas de su madre, obteniendo la expulsión del hogar por parte de su padre, ese asunto que le consumió es el paradigma de un creador, de un artista que busca. Desde luego si observamos su pintura colegimos que su fuerza erótica no se coloca del lado del deseo sino claramente del lado del goce, dimensión que consume, claro. Frenar el goce, mortífero, detenerse es posible para el artista cuando finaliza su obra. Ocurre que ninguna obra plasma del todo lo que buscaba el artista. Y si hay un fuego interior que consume, se vuelve a intentar, para volver a fallar a la buena manera.
Pero entrar automáticamente en la decoración es la buena metáfora para explicar cómo un discurso puede entrar y quedar reducido a un conjunto de obviedades, a un recetario de simplezas como a lo largo de los años hemos visto reducirse, v. gr., el discurso de la psicología.
Y así pudiera decirse de la vida cultural de las ciudades, reducida a las programaciones y a las burocracias culturales, y a los edificios que las albergan, confundiendo así la cultura con los despachos, el arte con los museos, la chispa creadora con el desorden, y al artista con un chiflado. Y así los estudiantes, que ya no leen, están convencidos de que estudiar es superar exámenes, tanto como un universitario renuncia a seguir estudiando desde el momento en que obtiene un título en la fábrica de expedir títulos en que fue convirtiéndose la Universidad.
Cuando Bacon habla del cuadro de Velázquez, « Retrato del Papa Inocencio X », (1650), dice que lo hace «antes de que el hombre se dé cuenta de que es un accidente sin sentido». Un tema nos consume cuando no se agota en el sentido, y mucho menos en el common sense, sino precisamente cuando su sin-sentido nos empuja a fallar mejor, a fracasar a la buena manera.
Publicado en DIARIO PALENTINO