Su no reconocimiento es de pesadas consecuencias en la psiquiatría contemporánea. No reconocer al psicótico dirigiéndose a él como si no lo estuviera, puede empujarlo hacia el extremo de un impasse, conducirlo a la agitación, al pasaje al acto, lo más frecuente hoy del lado de la violencia que viene desde la institución psiquiátrica, conduciéndola a desplazarse dentro del mundo carcelario -que está en camino de convertirse en el lugar contemporáneo de la locura.
Así que detenerse en los signos discretos de la psicosis ordinaria deviene no solamente un elemento clínico mayor, sino también un asunto social.
Lo que tiene de extraordinario la psicosis ordinaria, aquello que la caracteriza, es aquello en lo cual no pensamos con fuerza. Esto se presenta bajo la forma de pequeños indicadores, que se sitúan “del lado más íntimo del sentimiento de la vida en el sujeto”(2). Estos pueden pasar desapercibidos. Por lo tanto, es a partir de ellos que debemos intentar orientarnos. Puede tratarse de bizarrearías, de un manejo particular del lenguaje, de problemas en el pensamiento, de empujes de angustia no reconocidos como tales, que surgen como eventos del cuerpo. El sujeto puede también encontrarse des-insertado, con dificultades en las relaciones, un rechazo brusco del otro, sin premisas, sin historia, desconectado del tiempo de los otros -toda suerte de desregulaciones que surgen sin que se las vea venir, sin que se pueda llegar a considerarlas en su conjunto.
Pero la psicosis ordinaria puede también ser discreta por las soluciones puestas en juego que pueden declinarse de múltiples maneras, tal y como las enumera Jacques-Alain Miller: “la psicosis compensada, la psicosis suplementaria, la psicosis no-desencadenada, la psicosis medicada, la psicosis en terapia, la psicosis en análisis, la psicosis que evoluciona, la psicosis sintomatizada”(3)
La pregunta puede entonces plantearse de esta manera: distinguir el signo discreto de y en la solución que ella engendra, la cual puede al mismo tiempo devenir una solución discreta. El signo puede devenir discreto por el hecho de la solución puesta en juego. De igual forma que podemos decir que hay signos discretos que no notamos, hay soluciones discretas en las que no reparamos. Hay soluciones que tienen y otras que no.
Como los signos, las soluciones, una vez que reparamos en ellas, no son ya más discretas. Es la paradoja que podemos encontrar en “La Carta Robada”(4) aplicada a los signos discretos y a sus soluciones: a saber, no vemos lo que es más evidente.
Estas soluciones se pueden situar en el mundo contemporáneo, a través de identidades “listas-para-su-uso”, que vienen a tratar la angustia del sujeto, su locura. Las soluciones todas hechas, pueden devenir destructoras. Se puede pasar de un impasse privado a una enfermedad colectiva. Como ya lo ha enunciado Freud, toda psicología individual es ya inmediatamente social.
El dispositivo identificatorio puede virar a la radicalización: una radicalización que lleva bien su nombre, puesto que se trata de darle raíces a aquello que no las tiene. Se puede pasar directamente de raíces individuales, artificialmente reconstituidas, a raíces de un mal colectivo. Es así que los pequeños males pueden ir hacia el mal absoluto, como lo dijo Hanna Arendt(5).
Hay soluciones tomadas de las trampas de las identidades. Pero también aquellas puestas a la disposición por los desarrollos contemporáneos de la biotecnología.
Como lo ha enunciado Jacques-Alain Miller, la ciencia permite hoy tocar lo real actuando sobre la naturaleza, haciéndola obedecer, movilizándola, y usando su poder(6). Del mismo golpe, ciertos sujetos disfrutan en prestar su cuerpo a la medicina y a sus nuevas tecnologías. Procreaciones médicamente asistidas, conservaciones ovocitarias para uso ulterior, predicciones hechas posibles por la secuencia del genoma, cambios de sexo, cirugía estética convertida hoy en preventiva, neuro-prostéticas, estrategias de aumento injertándose en máquinas para devenir un cyborg, expectativas de prolongar indefinidamente la vida, de hacer morir a la muerte…, las biotecnologías desembocan en un mundo inventado, inédito, donde no sabemos lo que él es -aun si las temáticas en juego reúnen toda suerte de escenarios imaginarios clásicos propios a las construcciones delirantes de la psicosis.
Los humanos más excesivos ponen sus esperanzas en las biotecnologías. Encuentran a veces soluciones desestabilizantes, hasta la perspectiva, ofrecida recientemente por la puesta a punto de los organoides generados de cepas celulares, de crear desde piezas separadas del cuerpo, fragmentos de cerebro, de testículo, de riñón, de hígado, de pulmón…, por no seguir con la creación de humanoides capaces de escapar al impacto del tiempo(7). Doscientos años después de que la imaginación de Mary Shelley ha hecho surgir, en 1816 en Ginebra, a ese Prometeo moderno que es Víctor Frankenstein, capaz de crear la vida a partir de la muerte -« Yo alcancé a encontrar la causa de la generación de la vida. Yo también fui capaz de animar la materia inerte… »-, al parecer estamos en la vía de realizar el mismo proyecto a través de una síntesis de lo viviente, realizada in vitro.
Resumiendo, nos encontramos entonces, frente a un reconocimiento de la psicosis y, por otro lado, frente a un uso que pudiésemos decir “psicótico” tanto de las identidades como de las biotecnologías. Se trata de dos vacíos que se proyectan: es esta intersección la que debería ser interrogada hoy de una nueva manera a partir de la psicosis ordinaria y de sus signos discretos.
Traducción de Amilcar Gómez
NLS, “Signos discretos en las psicosis ordinarias. Clínica y tratamiento”,
Dublín, 2-3 de julio 2016.
la psicosis ordinaria » Quarto, No. 94-95, 2009, p. 45.
psicosis ordinaria, Paris, Agalla, 1999, p. 230.
filosofía de la existencia y otros ensayos, Pequeña Biblioteca Payot, Paris,
2015.
XX », La Causa del deseo, No. 82, 2012, p. 90-91.
7: Las
preguntas elevadas por los organoides están más precisamente desarrolladas en
un artículo redactado por Ariane Giacobino: “Pánicos biotecnológicos”, la causa
del deseo, No. 93, por aparecer, 2016.