El jueves 10 de marzo tuvo lugar la presentación del
libro Bullying: una falsa salida para los adolescentes (NED Ediciones),
coordinado por José Ramón Ubieto. Fue un acto organizado por la
Biblioteca del Campo Freudiano de Barcelona al que asistieron 160
personas, máximo de aforo permitido por el local.
libro Bullying: una falsa salida para los adolescentes (NED Ediciones),
coordinado por José Ramón Ubieto. Fue un acto organizado por la
Biblioteca del Campo Freudiano de Barcelona al que asistieron 160
personas, máximo de aforo permitido por el local.
Presentados
por la directora de la Biblioteca, Lidia Ramírez, se encontraban en la mesa,
además de José Ramón Ubieto (psicoanalista miembro de la ELP), Laura Fernández
(periodista y novelista), Sergio Vila-San Juan (director de la sección de
cultura de La Vanguardia y escritor), Ramón Almirall (psicólogo y coordinador
del programa Interxarxes del Ayuntamiento de Barcelona) y Joan Subirats
(catedrático de Ciencias Políticas y autor del prólogo).
Lidia
Ramírez inició la rueda de intervenciones recordando el interés de Sigmund
Freud y Jacques Lacan por la problemática de la pubertad y de la adolescencia.
De hecho ambos se refirieron con interés a la obra de Franz Wedekind, El
despertar de la primavera. En el caso de Freud, en el mismo año de la
publicación de la obra, 1907. El texto de Wedekind se pone de relieve la profunda
extrañeza de los jóvenes en el momento en que las transformaciones de su cuerpo
y la irrupción de una nueva forma de sexualidad rompen sus certezas anteriores
arrojándolos a un abismo de incertidumbre. Y cómo buena parte de esos
interrogantes son redirigidos a quienes les rodean, a veces de una forma
violenta, con forzamientos y abusos de todo tipo –y otras veces con una
violencia contra sí mismos que puede conducir al suicidio.
Joan
Subirats planteó que la cuestión del bullying constituye una emergencia
en el momento actual, en los dos sentidos del término: como una llamada a
respuestas urgentes y como manifestación de algo, una forma de revelación. El
carácter coral del libro, según él, es consistente con lo que llamó
“intercomplejidad” del fenómeno en cuestión. Elogió el modo en que ese trabajo
entre varios pone de relieve la imposibilidad, incluso la inconveniencia, de
buscarle soluciones simples, que son las que siempre tienden a imponerse ante
la urgencia. Se trata, por el contrario, de asumir la complejidad y tener en
cuenta los vínculos profundos que tienen este tipo de manifestaciones con lo
que constituye, más que una crisis, un cambio de época. Las transformaciones de
la familia y los trayectos vitales más fragmentados aumentan la incertidumbre y
la vulnerabilidad. Por otra parte, la transformación digital de la sociedad
rompe la lógica que hasta hace poco oponía fuertemente lo privado y lo público.
En cualquier caso, simplificar el problema como exclusivamente educativo o
judicial, buscarle soluciones por la vía del securitarismo y/o la
medicalización, todo ello son simplificaciones nocivas.
Laura
Fernández habló a partir de su propio testimonio vital, reflejado en la novela La
chica zombie (Seix Barral, 2013), que recoge su experiencia de haber
sufrido bullying en el instituto. Considera que de lo que se trata en
tales situaciones, que calificó de “casi inevitables”, es de una brutal
exploración de los límites, dentro de una verdadera selva en cuyo interior se
libra una pequeña guerra, una lucha de poderes que reproduce algo del
funcionamiento de la sociedad de los adultos, sus desigualdades y sus abusos
estructurales. Así, las relaciones abusivas que se establecen entre los jóvenes
constituyen una prefiguración de la sociedad del futuro en la que ellos mismos
vivirán a partir del momento en que se conviertan en adultos. Mientras algunos
de ellos ejercen o padecen estos ensayos de relaciones de poder, otros miran
para otro lado, en una dinámica que sin duda ha existido, en diferentes contextos,
desde que el ser humano existe. Para el joven que atraviesa una situación así,
lo que se pone en juego tiene también la dimensión de un rito en el que está en
juego la posibilidad de encontrar (o no) su verdadero lugar en el mundo. Sin
dejar de lado el padecimiento que está en juego, es importante situar también
la oportunidad que constituye: “si no te liberas entonces, no lo haces nunca”.
Sergio
Vila-San Juan, autor de una obra de teatro sobre el tema del bullying (El
club de la escalera, Editorial Plataforma) empezó recordando la
significativa participación de la Biblioteca Freudiana de Barcelona en la que
fue una época de gran intensidad intelectual en nuestra ciudad, capítulo de
nuestra historia cultural que merece la pena recordar y revivir. A continuación
abordó la presencia en la literatura universal de la temática de la violencia
escolar, inscrita en una temática amplia, como son las novelas de aprendizaje,
entre las cuales destacó la de Robert Musil, Las tribulaciones del
estudiante Törless. Evocando sus propios recuerdos, que proporcionaron el
material de partida para su obra teatral, planteó que si el tema del bullying
ha adquirido hoy una notoriedad ello se debe en buena medida a un cambio de
sensibilidad, ya que las prácticas que caben bajo este nombre eran antes,
simplemente, “lo que tocaba”. Se refirió igualmente a la amargura y al fracaso
en la vida posterior de algunos que en su día habían adoptado el papel de
agresores, perseguidos para siempre por la sombra de un pasado que, como dijo Faulkner,
“no está muerto, ni siquiera es pasado”.
Ramón
Almirall inició su intervención advirtiendo que lo que hoy se llama bullying
en las escuelas e institutos es en realidad una actividad compleja en la que
participan muchos agentes. Por otra parte, señaló, aunque es algo de lo que se
habla mucho, en realidad siempre transcurre en la más completa soledad,
constituye un drama oculto que, sintomáticamente, los profesores son siempre
los últimos en advertir, cuando ya puede ser demasiado tarde. A pesar de que
siempre hay alguien que ve lo que está ocurriendo, los testigos suelen
silenciarlo por el miedo de quedar ellos mismos entrampados. Planteó Almirall
la necesidad de diferenciar ésta de otras formas de violencia, porque tiene una
especificidad que es preciso tener en cuenta para poder tratarla. En ella se da
un elemento de crueldad, de continuidad, un conocimiento del punto débil de la
víctima por parte del agresor y una respuesta de la víctima que tiene su lado
sintomático, como a menudo indica la vergüenza que hace tan difícil la denuncia
de los hechos. Advirtió igualmente que, a pesar de tratarse de un tipo de
violencia específico, hay que renunciar a la idea simplista de que existen
tipos predeterminados de agresores y de víctimas. Ello no impide que se puedan
desarrollar prácticas preventivas, pero hay que tener presente que no todo pasa
por el protocolo, ya que existen siempre elementos singulares que son los más
determinantes en cada caso. Las respuestas deben ser, por lo tanto, altamente
personalizadas, no ser únicamente de carácter disciplinario y dirigirse no sólo
a agresor y víctima, sino también al colectivo que constituyen los testigos
mudos. La solución al tema pasa en buena medida por una respuesta de la escuela
en su conjunto, para transmitir de forma efectiva que está alerta como
colectivo y que no permitirá ni el abuso ni la indiferencia.
José
Ramón Ubieto intervino para plantear lo que el psicoanálisis puede aportar a la
conversación entre las disciplinas que se enfrentan hoy día a esta problemática.
En primer lugar, una lectura distinta, que pone de relieve que el problema del bullying
no es de dos, sino que transcurre en el marco de una verdadera escena. Escena
en la que tienen una participación esencial los testigos mudos, pero también aquellos
que ni siquiera están presentes. Ese tipo de violencia es una respuesta
compleja a la emergencia del misterio del cuerpo hablante, a la extranjeridad
que afecta a cada uno y ante la cual el adolescente trata de buscar alguna
salida. De entre las salidas que se buscan por la vía del acto, se encuentra
este género de violencia, que el psicoanálisis nos permite calificar de “falsa
salida”. Así, en última instancia, la manipulación cruel del cuerpo del otro es
un modo de poner a resguardo el cuerpo propio. En ello intervienen relaciones
de poder que operan en esa forma de sociedad que es la escuela, pero más allá
de eso, es algo que responde a la necesidad de domesticar el sadismo de la
pulsión y sus imperativos. Leyendo el bullying en su dimensión sintomática,
el psicoanálisis no justifica esa forma de violencia, pero sí aporta
indicaciones sobre lo que se le puede llegar a decir a un agresor que tenga,
para él, un valor de interpretación, o sea, que no se limite a la condena o a
la medida disciplinaria –algo que pueda permitirle buscar una salida menos
falsa. En cuanto a la víctima, se plantea la problemática de su implicación en
la escena. Es indudable que algún rasgo de la escena toca su fantasma
particular, de ahí la eficacia de las agresiones, entre la cuales las que pasan
por la vía de la palabra son más esenciales que la violencia física en sí
misma. Eso que es tocado de su propio fantasma es lo que hace que la víctima
sea incapaz de responder y permanezca muda. Y también lo que explica el silencio
de quienes se sitúan en la escena como espectadores, cuyo papel es esencial
para que la escena pueda funcionar como tal. En todo caso, lo esencial es
combatir todas las formas de silencio implicadas en esa puesta en acto, ya que
por lo que sabemos el silencio, de perpetuarse, puede conducir incluso al
suicidio. Hay que aprovechar la atención que hoy día despierta el fenómeno como
una oportunidad para salir del silencio. Ahora bien, el riesgo de esta atención
es que se acabe haciendo, de algo de por sí dramático, un drama aún mayor.
Nuestra opción es tratarlo con seriedad pero sin dramatismo. Transmitir a los
adolescentes que se toma en serio lo que está en juego en sus comportamientos
es esencial para que sientan que se les toma en serio a ellos mismos.
Durante
el coloquio, Joan Subirats se refirió a experiencias que se han llevado a cabo
en escuelas y que indican los beneficios de no tomar los incidentes de bullying
como privados, sino como un tema central que afecta a la comunidad educativa en
su conjunto, cuyo abordaje debe caracterizarse por cierto activismo, destinado
entre otras cosas a evitar que sea la escuela la última en enterarse de lo que
ocurre.
Otras
intervenciones insistieron en el papel crucial de los observadores o testigos
de los actos de violencia, recordando que se trata de algo planteado en
trabajos importantes sobre las grandes explosiones de crueldad en la historia
(como Raul Hilberg, Perpetrators Victims Bystanders: The Jewish Catastrophe,
1933-1945, Harper Perennial). Tales estudios han comprobado que la actitud
de los espectadores pasivos es siempre mucho más decisiva de lo que se suele
creer, hecho que plantea una cuestión ética de primer orden. Este aspecto adquiere,
además, una importancia añadida debido al papel que tiene hoy día la difusión
de imágenes por los medios sociales, cuyo efecto es la presencia de una mirada
omnipresente que convierte el mundo en una gran escena. Escena que, como
destacó Subirats, se convierte en global a través de los medios digitales, que
convierten a cada uno en productor y difusor de imágenes. En efecto, la
frecuente difusión de escenas de acoso a través de los smartphones de
los adolescentes no es un elemento accesorio del fenómeno, sino que cumple un
papel significativo en su universalización.
El
interés de las diversas intervenciones y el coloquio posterior pusieron de
manifiesto lo acertado de esta modalidad de investigación interdisciplinar,
en el marco de la cual la voz del psicoanálisis de orientación lacaniana se
hace oír y es escuchada con mucha atención y respeto. Es una vía a seguir
explorando, teniendo en cuenta la importancia creciente de ciertas modalidades
sintomáticas que tienen a difundirse, formas en las que se refleja el poder del
discurso corriente en el formateo del malestar en la cultura. Es teniendo en
cuenta estos formatos preestablecidos del síntoma, e interviniendo en el mismo
medio en el que estos se imponen, como el psicoanálisis puede extraer la
singularidad del sujeto, las formas siempre inauditas en las que el goce del parlêtre
hace de todo aparato social su propio aparejo.