El texto de
presentación de la reciente versión de Hamlet, dirigida por Pau
Carrió en el Teatre Lliure, se pregunta por la cobardía contemporánea ante los
abusos, la violencia o la corrupción. Nos sitúa a todos como potenciales
Hamlets. Y no le falta razón porque nosotros como él, y a diferencia de Edipo
que actúa como héroe precisamente por su no saber, sabemos demasiado.
presentación de la reciente versión de Hamlet, dirigida por Pau
Carrió en el Teatre Lliure, se pregunta por la cobardía contemporánea ante los
abusos, la violencia o la corrupción. Nos sitúa a todos como potenciales
Hamlets. Y no le falta razón porque nosotros como él, y a diferencia de Edipo
que actúa como héroe precisamente por su no saber, sabemos demasiado.
O mejor dicho, no queremos saber que todos esos
abusos no hacen sino velar que no hay padre ni ninguna otra figura protectora
que nos ahorre el encuentro con nuestra propia falta, nuestras limitaciones y
nuestros fantasmas. La materia de la que estamos hechos los humanos es frágil y
el sueño de evitar ese vacío nos conduce a la servidumbre voluntaria y a
sostener a figuras que, como el Claudio de la tragedia, encarnan el abuso de
poder.
Hamlet se detiene ante su acto no por
miedo, sino porque sabe que a quien tiene que castigar no es al ser despreciable
de su tío usurpador, si no a Claudio en tanto hombre que encarna mejor que nadie
la potencia fálica. Alguien que no se siente sometido a ninguna regla y se burla
de los límites, tan propios de la condición humana.
Hoy los objetos de consumo nos proporcionan la coartada de la
potencia, son ellos que nos hacen ilusoriamente poderosos. Y nos llevan a
idolatrar a los personajes de la corrupción, que mejor que nadie gozan con ellos
y los exhiben sin pudor. Nos escandalizamos de su voracidad y amoralidad, nos
lamentamos de que algo huele mal en nuestra sociedad. Pero al tiempo, como le
sucede a Hamlet, nos resistimos a asestarles el golpe mortal porque en el fondo
nos asusta derrocar a ese ídolo que parece asegurarnos la potencia. En su goce
presente creemos ver el porvenir del nuestro.
Para
salir de ese atolladero y recuperar nuestro deseo ….
abusos no hacen sino velar que no hay padre ni ninguna otra figura protectora
que nos ahorre el encuentro con nuestra propia falta, nuestras limitaciones y
nuestros fantasmas. La materia de la que estamos hechos los humanos es frágil y
el sueño de evitar ese vacío nos conduce a la servidumbre voluntaria y a
sostener a figuras que, como el Claudio de la tragedia, encarnan el abuso de
poder.
Hamlet se detiene ante su acto no por
miedo, sino porque sabe que a quien tiene que castigar no es al ser despreciable
de su tío usurpador, si no a Claudio en tanto hombre que encarna mejor que nadie
la potencia fálica. Alguien que no se siente sometido a ninguna regla y se burla
de los límites, tan propios de la condición humana.
Hoy los objetos de consumo nos proporcionan la coartada de la
potencia, son ellos que nos hacen ilusoriamente poderosos. Y nos llevan a
idolatrar a los personajes de la corrupción, que mejor que nadie gozan con ellos
y los exhiben sin pudor. Nos escandalizamos de su voracidad y amoralidad, nos
lamentamos de que algo huele mal en nuestra sociedad. Pero al tiempo, como le
sucede a Hamlet, nos resistimos a asestarles el golpe mortal porque en el fondo
nos asusta derrocar a ese ídolo que parece asegurarnos la potencia. En su goce
presente creemos ver el porvenir del nuestro.
Para
salir de ese atolladero y recuperar nuestro deseo ….