Aún es un significante lacaniano que aprendimos a usar con la precaución necesaria, por fina que sea su materialidad, como en el caso del seminario XX, el cual lleva este título. Phillipe Sollers acaba de cometer dos libros. Sí, él aún escribe, asumiendo el riesgo de repetirse incansablemente -ignorando por principio la suerte reservada a su nuevo libro, el cual ya no es su próximo sino que ha devenido el nuestro.
Tal como Sollers lo dice de pasada, de vez en cuando: se ha dicho de todo sobre él. Pero de ello lo que importa discernir, para los que no se contentan con « ruidos » y con sus furores, es lo que Roland Barthes escribía sobre algunos de sus libros y sobre él, en tanto escritor, sobre el escritor Sollers, referido a la manera en que él habita y forja el género desde hace varias décadas, en compañía de R. Barthes especialmente, quien tuvo también, en su tiempo, que vérselas con la venganza, pero que después de su muerte es objeto de un reconocimiento unánime. Uno de estos libros, La Amistad de Roland Barthes(1) testimonia lo que Barthes es para él, y el otro libro Sollers escritor(2), lo que él es para Barthes. Este pas de deux denota el esfuerzo por continuar esa amistad en el presente y por hacer lisible, tanto como se pueda, el intercambio de esos dos, que hablaron, se leyeron, se escribieron, y viajaron, especialmente a China, luego de ese famoso viaje del cual Lacan se salva en el último momento, y donde Barthes según Sollers parecía aburrirse copiosamente.
« Gran droga facilitante », es el tótem que Barthes otorga a Sollers, para expresar la ayuda que el amigo le aporta, la confianza y el consuelo que le inspira(3). Y Sollers: « él me perdonaba todo, eso es la amistad »(4). Ellos se leen, se visitan, comen juntos, se comentan, atrapados en la trama del texto que contribuyen a densificar y extender, relanzando la promesa de un aún, por venir.
El uso sorprendente que se ha hecho aquí o allá de la palabra « psicoanálisis », nos recuerda la responsabilidad que Lacan exige asumir a los psicoanalistas en « La dirección de la cura… » (5), contra los prejuicios que su disciplina suscita, y meditando sobre estos prejuicios, de los cuales supongo que esos seres excepcionales no pueden estar del todo exentos, me digo que una conclusión se impone: el psicoanálisis es similar al margen, porque es un absoluto y ¡que dios me perdone! las relaciones absolutas no existen.
De hecho, tenemos la dicha de husmear en uno y otro de estos amigos, los cuales prolongaron la pareja celebre de Montaigne y de La Boétie, de la que se sabe reposa sobre un acto fallido que produjo, más que un malentendido una laguna. Y uno se siente colmado de que tanto uno como el otro, que frecuentaban y amaban a Lacan, pongan al psicoanálisis, cada uno a su manera, en su lugar, más allá de un sería bello poder defender « el instinto, la subversión lacaniana contra las antigüedades neo-kantianas del formalismo de papá »(6). Y es que si hay algo que ninguno de los dos ignora es que no se habla, que no se escribe « instinto », y que para bien decir, tal como Lacan lo demostró hay que « acelerar con todo » [1] Ellos saben que, puesta en serie como una « disciplina » entre otras, el psicoanálisis al igual que la literatura, pronto no será más que (7) una cáscara vacía.
Lo esencial es entonces el saber leer, al cual Sollers no cesa de apostar, su saber leer y escribir que provoca nuestra dicha « siempre, dondequiera, escribir, leer – especialmente, cada día, por la mañana, para la higiene del espíritu, como lavarse los dientes »(8). Sollers no cesa de mostrar que leer(9), para que vivan los escritores muertos, más vivos que los vivos, es íntimamente solidario de escribir.
Pero entonces ¿cuál es esta escritura? Para hacerlo entender, Barthes, en la entusiasta acogida que hace a H (especialmente) de Sollers, inventa una separación entre los escritores y los « escribidores »(10), los primeros produciendo textos tan reales que no se les puede resumir, los segundos perteneciendo a la mescolanza residual, constituida por literatos, polígrafos, escritorzuelos, periodistas, etc. ¿Se trata aquí de la promesa de una futura aristocracia? De todas formas ella no liberaría a nadie del peso que toma en el diván – en primer lugar, pero quizás también fuera de él –, la pertenencia a cualquier clase, y la nobleza que comporta el deseo. Esta partición, en todo caso, sitúa a Lacan – en el margen de los márgenes: rechazado como escritor, por los que serían sus pares a pesar de ellos (y a pesar de él), resulta que ¡no ha nacido aquella o aquel que resuma « Lituratierra »(11)!
Barthes consagra y refrenda Sollers escritor, y Sollers en el momento de esta nueva edición, vuelve sobre sus propios libros para prolongar ahí, en notas, su conversación con el amigo, y con sus lectores. Dar a leer es su constancia, y el límite que él encuentra, por la alphabêtisation [2] de la cual este escritor hijo de la excepción ignora todo, para su desgracia y su felicidad al mismo tiempo, porque lo de « él del arco y yo de la flecha » –la fórmula está en Drama y Barthes no deja de resaltarla, no lo dividen en nada, y más bien lo representan para la eternidad que no lo cambia y que él asume valientemente.
Si uno no ha leído a Sollers, porque leerlo todo es imposible, ¿acaso se lo lee lo suficiente, a este escritor que no cesa de mudarse, de transformarse, de encarnar cada vez más, en potencia y en acto, la literatura universal? ¿Quién confesará que practica, haciendo de necesidad virtud, una lectura oportunista de él, como una enfermedad que vos impone una neo-identidad, al abrigo de la cual desarrollar una incógnita suplementaria? No obstante, leer a Sollers como entrenamiento, comenzando por cualquiera de sus libros y por qué no H, que ya rueda aleatoriamente de frase en frase en la antesala de los Paraísos por venir, dejando a su cargo cesuras y puntuación, se revela un excelente ejercicio de higiene privada. En el fondo ¿no es el logro de Sollers, o indiferentemente su fracaso, lo que lo hace ser nuestro compañero de armas?
Sollers es gulliveriano, fuera de normas, y si La Pléiade lo esquiva, es sin duda porque él se desplaza a la velocidad que lo mueve y que no se parece a ninguna otra, de libro en libro, erigiéndolos uno por uno en tantas de esas « soledades » a las cuales Góngora ataba sus versos y su nombre. ¿Estas lo mantienen alejado de la mutación última, de la cual Tiresias es el nombre, protegiendo de las miradas indiscretas la carta robada que él sabe encarnar? Confío que otras páginas vengan incesantemente a precisar este misterio, y a preservarlo.
Traducción de Alba Alfaro
Notas del traductor:
[1] « y mettre toute la gomme ». Lacan juega aquí con dos sentidos: – « mettre la gomme »: acelerar a fondo o « picar cauchos » (la goma de los cauchos es arrancada por el asfalto) – utilizar toda la goma: (de borrar) corregirse, borrarse. NDT
[2]Alphabêtisation: la ortografía de la palabra original en francés es « alfabétisatión » con acento agudo. En este caso se trata de una modificación donde la autora cambia el acento, quizás haciendo referencia a Bêtise (título de un ensayo publicado por Barthes) aproximando el sentido a tontería, o también a bestialidad o barrabasada. Pudiera leerse como alfabetizar la tontería o la idiotez, por ejemplo. NDT