María Eugenia parte de la articulación entre el superyó y goce femenino, no es una articulación de equivalencia sino de proximidad, donde el superyó es un nombre de un goce que excede a la norma fálica, es sin ley y sin límite.
Tomo como punto de partida la afinidad entre el superyó y goce femenino (no- todo). Donde la articulación entre superyó y goce femenino es el sin- límite. Lógica del No-todo que nos enfrenta a lo real en juego en la estructura. Real –Imposible del que Lacan precisa: “No hay verdad sobre lo real ya que lo real se dibuja como excluyendo el sentido. Incluso sería demasiado decir que hay real porque decirlo es suponer un sentido (…)”[1] J.-A. Miller dirá en “El Ser y el Uno” que Lacan para responder a lo real dio una vuelta más a través del goce femenino.[2]
Afinidad entre el superyó y goce femenino que no significa equivalencia sino proximidad, vinculo, simpatía.[3]. El superyó es un nombre de goce, pero no de cualquier goce, no del goce limitado por el falo sino del goce no-todo. Lo particular del goce no-todo, es no tener localización. El goce que excede a la norma fálica ese goce es el trauma del parlêtre. Es traumatismo porque introduce un exceso que hace agujero en lo real del cuerpo.
El superyó es enclave de la pulsión de muerte en el territorio libidinal dice Miller y Freud precisa: “lo que gobierna al superyó es un cultivo puro de la pulsión de muerte.” Miller respondiendo a Freud dice: “Freud se preguntaba si las mujeres tenían superyó y sostenía que en el caso de que lo tuvieran, este superyó era menos severo que el de los hombres. Este se volvió un tema clásico en los debates psicoanalíticos. Sin embargo, este problema del superyó femenino no es más que una máscara del problema esencial del goce femenino[4]. Freud ha precisado que cada renuncia a la satisfacción pulsional refuerza la severidad del superyó. J.A. Miller en su conferencia “Clínica del Superyó” muestra que a esta severidad siempre en aumento del superyó, Lacan la llamó: “gula del superyó”, eliminando así la paradoja Freudiana al nombrar en su Seminario XX el superyó como imperativo de goce. Lacan dirá que el ¡no goza ¡y el ¡goza! No son imperativos opuestos puesto que en el ¡no goza! se goza de no gozar y, además, el ¡goza! es equivalente a una interdicción, puesto que gozar es imposible.
Leda Guimarães en su texto “Goces de Mujer” [5] Toma el concepto de goce en el psicoanálisis para hablar de ese real en el cuerpo, real sin ley, sin límite y sin inscripción simbólica ni imaginaria. Goce del cuerpo que sale de todo parámetro y medida y que no es posible controlar. Goce no- todo que no cesa de no escribirse y está excluido del inconsciente y del que podríamos decir que tiene una vecindad topológica con aquello que de lo inconsciente es el agujero de lo sexual. Goce del cuerpo que como Leda precisa queda en la dimensión del silencio. Goce que no pasa ni por la prohibición ni por la ley del deseo y que finalmente es el que va a establecer un acontecimiento de cuerpo. Goce que viene del traumatismo de la contingencia.
Misterio del cuerpo hablante, desde la perspectiva del goce que nada sabe ella misma, a no ser que lo experimente, ahí si lo sabe. Lacan se pregunta ¿Dónde está la mujer? “la mujer está entre, el centro de la función fálica de la cual participa en el amor y.… la ausencia”.[6]
Lo femenino es un lugar nombrado desde el vacío, lo ilimitado y la ausencia de un referente que podría acotar aquello ilimitado. “La feminidad viene así a representar lo que está fuera de lo simbólico, el afuera que este instituye por su existencia misma, y tiende a identificarse con el goce del Padre, un goce que esta fuera de la ley”. C. Millot[7]
Ante este goce sin nombre, silencioso y sin posibilidad de control, quedan 2 caminos para el parlêtre nos precisa Leda en su texto[8]:
1- Defenderse; Lacan formuló diferentes modos de defensa ante ese goce del cuerpo, acorde con las estructuras: neurótica, psicótica o perversa.
2-Consentir a experimentarlo: Tarea nada fácil pues consiste en sumergirse en una zona donde las referencias simbólicas e imaginarias se pierden y lo que se surge es una angustia de muerte intensa y el sujeto interpreta su posición frente a ese goce como una sujeción imperativa.
El goce suplementario hace que una mujer no esté toda en la función fálica, pero eso no quiere decir que no lo esté del todo. No es verdad que no este del todo. Esta de lleno allí. Pero hay algo más como lo dice Lacan: “Hay un goce de ella, de esa ella que no existe y nada significa. Hay un goce suyo del cual quizá nada sabe ella misma, a no ser que lo siente: eso si lo sabe, desde luego cuando ocurre. No les ocurre a todas.”[9]
L. Guimarães[10] retomando las formulaciones Freudianas sobre las pulsiones de vida y de muerte, precisa la diferencia radical entre goce femenino y goce superyoico, en el que el goce femenino es solidario de la vivificación del cuerpo y el goce superyoico conduce a la mortificación y el sufrimiento. La mayoría de las mujeres se defienden del goce femenino porque la mortificación del goce superyoico se filtra en la vivencia, nombrándola, di-famando desde el silencio íntimo de la excepción, como “puta”. En el que la culpabilidad superyoica hace su mejor trabajo.
Consentir ser Otra para sí misma, es entrar en el goce del traumatismo, de la contingencia. Consentir al síntoma implicaría saber hacer con el otro goce, ir más allá del falo.
Referencias
[1] J. Lacan. Hacia un significante nuevo. Ornicar? Nº 17/18, 1979, pág. 9.
[2] J-A. Miller, Curso de la Orientación Lacaniana (2011-2012) “El Ser y el Uno” Revista Freudiana Nº 61, clase 2 de marzo 2011.
[3] Duran Isabella. “El superyó, femenino”.
[4] Miller J.- A., « Clínica del superyó », Recorrido de Lacan, Ed. Manantial, Buenos Aires, p. 146.
[5] Guimarães Leda “Goces de Mujer” KBR, Editora Digital Ltda. pag.124
[6] Jacques Lacan, “Seminario XIX, Où pire”, lección del 8 de marzo de 1972.
[7] Millot, Catherine (1988). “Nobodady. La histeria en el siglo”. Bs. As.: Nueva Visión. Pág. 58
[8] Guimarães Leda. op. cit., pág.124
[9] Jacques Lacan, Seminario XX, “Encore”. Pág. 90
[10] Guimarães Leda. op. cit., pág.127