Numerosos adolescentes hacen uso de un modo de hablar que corre el riesgo de convertirse en el hablar común de una comunidad aislándola del lazo social: sus miembros hacen inconscientemente la elección en impasse de no articularse más a la lengua del Otro.
El manejo de la lengua no les sirve ya para poner en juego los semblantes, sino para conectarse a lo real del cuerpo y del goce. Esta lengua, cargada de palabras muy crudas, implica que todo lo experimentado debe ser inmediatamente enunciado en nombre de la autenticidad, lo que en otro lugar he propuesto nombrar como la lengua de la autenti-ciudad ( authenti-cité )(1).
Manejando la provocación, insultándose, estos adolescentes hacen un uso sexuado del insulto para velar el agujero en la lengua y defenderse del enigma de la sexualidad. La gran tensión verbal que les anima proviene de su dificultad para captar la palabra del Otro, para ellos teñida de amenaza: se les quiere “liar”. De la lengua del Otro devenida “confusa”, indescifrable, les es preciso defenderse con la de su ciudad. Sus invenciones lenguajeras, profundamente ancladas en el lugar donde viven, les sirven entonces de refugio.
Atacando la raíz misma de la lengua, el insulto necesita invenciones en razón del peligro que genera al diálogo, pretendiendo reducir al otro a la nada o a un tú eres eso. Si Lacan dice del insulto que resulta ser del diálogo “tanto la primera como la última palabra”(2), invita sin embargo a introducir el diálogo ahí donde el caos corre el riesgo de seguir a la violencia que el insulto mismo ha producido. Y esto, en tanto que “el inicio no es la gran poesía, (…) esa relación fundamental que se establece por el lenguaje y que, sin embargo, es preciso no desconocer, es el insulto”(3).
Cuando el verbo se petrifica en el insulto, es necesario restablecer el malentendido como salida posible por la vía de la poesía, lo que algunos jóvenes eligen mediante el sesgo de canciones o de escritos, o si no, el diálogo.
Muchos adolescentes, en una situación de urgencia subjetiva debida a una precariedad simbólica ligada a la forclusión del Nombre-del-Padre, se viven a menudo como seres humillados, especialmente porque no disponen del “auxilio de un discurso establecido” desde donde sostener el sentimiento de existir para el Otro. El enunciado venido del Otro puede convertirse en degradante y precipitarles hacia la salida en impasse del insulto.
Así la crisis de cólera de Lucie, desencadenada por el “¡Sal!” enunciado por su profesora: “Me ha tratado como un perro”(4). Es el tono de la voz lo que hace que Lucie se escuche pensar tú eres un perro. Lucie entiende ser reducida al Tú eres eso: un perro. Precisemos que no es una alucinación auditiva. La manera de decir “¡Sal!” contiene una predicación posible sobre el ser del alumno que, en lugar de escucharlo en lo simbólico, lo vive en lo real como un insulto que apunta a su ser indecible. A menudo, “en el lugar donde el objeto indecible es rechazado en lo real, se deja oír una palabra”(5). Surge en la urgencia, en el lugar de lo que no tiene nombre y, no siguiendo la intención del sujeto, se desprende de él por medio de la réplica.
Algunos adolescentes buscan hacer surgir del Otro su nombre de insultado para poder, de manera invertida, gozar en ello. Aquellos que yo he llamado adolescentes de lo real(6), en razón de una precariedad simbólica, no están al abrigo de su nombre de insulto por su nombre propio o por su Nombre-del-Padre.
El insulto se escucha entonces como viniendo de lo real, en el lugar del significante del Nombre-del-Padre. Para ellos “es un agujero que habla y que, entonces, tiene efectos sobre el todo del significante” (7). Como dice Lacan, “un agujero (…) no necesita ser inefable para ser pánico”(8). Pánico a tratar sobre un fondo de urgencia, pues es engendrado por el desencadenamiento del significante que todo solo se pone a injuriar.
El lingüista Emile Benveniste(9) tiene su modo de decir sobre el insulto y la injuria. En su texto “La blasfemia y la eufemia”, precisa que en el fundamento de la palabra(10) yace esta dimensión del insulto y de su sinónimo el reniego. Propone asociar esos dos términos que no se acostumbra a estudiar juntos.
La blasfemia es un proceso de palabra que consiste en reemplazar el nombre de Dios por su ultraje. Es una exclamación que no utiliza sino formas significantes para profanar el nombre mismo de Dios, pues todo lo que se posee de Dios es su nombre. Pronunciando su nombre, se le puede conmover u ofender, incluso de manera paradójica, hacerlo existir. La forma básica es la exclamación “¡nombre de Dios!”, es decir, la expresión misma de la interdicción(11). Declaración desplazada y ultrajante para una persona o una cosa considerada como sagrada, la blasfemia es pues una palabra que ultraja propiamente el tabú lingüístico: una cierta palabra o nombre no debe pasar por la boca, por la pura articulación vocal que violenta al verbo. Es suprimida del registro de la lengua, borrada de su uso.
Pero Benveniste indica que la blasfemia o el reniego no son ajenos a una dimensión del sujeto. Podemos retomar aquí los puntos que él despeja (12): el reniego es una palabra que se deja escapar bajo la presión de un sentimiento brusco o violento; contrariamente, la fórmula pronunciada como blasfemia no se refiere a ninguna situación objetiva en particular; el reniego no expresa más que la intensidad de una reacción a esas circunstancias; no se refiere a aquel con quien se habla ni a una tercera persona; no transmite ningún mensaje; no describe a aquel que lo emite; escapa a aquel que lo profiere. Según Benveniste, la blasfemia suscita la eufemia.
Podemos señalar la creación de formas de no-sentido en el lugar de expresiones blasfémicas como “ nom d’une pipe!” (reemplazar el nombre de “Dios” por cualquier término inocente), “ parbleu! ” (sustituir el vocablo “Dios” por una misma asonancia: par Dieu!-parbleu! ), “ jarnibleu! ” ( je renie Dieu! – jarnibleu! ). Es ese principio el que nosotros hemos introducido en las conversaciones llevadas a cabo con los adolescentes en los colegios de los suburbios, para abrir una salida posible hacia un dialogo.
La blasfemia subsiste bien, pero enmascarada, velada por la eufemia que, en el manejo del semblante que ofrece, la desnuda literalmente de sentido. La eufemia permite por alusión evocar la profanación lenguajera, si bien las consecuencias difieren mucho, pues la función psíquica se satisface ya que ha habido una descarga, un apaciguamiento.
El insulto no se sitúa en la dimensión del Otro, sino en el hecho de que un significante surge en lo real fuera de la cadena simbólica, como si algo se desencadenase para el sujeto mismo. Aquellos a los que he llamado adolescentes de lo real son acaso aquellos que encarnan este objeto indecible como rechazado al margen del Otro. Son rápidamente perseguidos por las palabras del otro, basta dirigirse a ellos para desencadenar su sensibilidad de ser despellejados vivos. Muchos de ellos presentan psicosis ordinarias y se encuentran en dificultades escolares y sociales.
Como seres humillados, pueden dejarse tomar por un tipo de discurso que establece un nuevo ser, y partiendo de esta nueva conjunción, tener el sentimiento de ser por fin respetados y acogidos por un Dios oscuro que les enceguece hasta el punto de sacrificar su vida o la de aquellos otros que ya no existen más como semejantes.
Notas:
1.- Lacadée Ph., “El despertar y el exilio” , Editorial Gredos, Madrid, 2010.
2.- Lacan, J., “El atolondradicho”, en Otros Escritos , Paidós, Buenos Aires, 2012, p. 512.
3.- Lacan J., intervención en una reunión organizada por la Scuola freudiana en Milán, el 4 de febrero de 1973, publicada en la obra bilingüe Lacan in Italia 1953-1978/En Italie Lacan, Milan, La Salamandra, 1978, p. 78-97.
4.- Película Quelle classe, ma classe , libro-DVD de Joseph Rossetto y Philippe Lacadée, Jusqu’aux rives du monde: une école de l’expérience , Striana Ed., 2007.
5.- Lacan, J., “De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis”, en Escritos 2 , Siglo XXI editores, Buenos Aires, 2010, p. 513.
6.- Lacadée Ph., video-entrevista sobre los adolescentes por Joseph Rosseto, filmada por Philippe Troyon, accesible en el site de la ECF o el site Une Ecole de l’expérience .
7.- Miller J.-A., El banquete de los analistas , Paidós, Buenos Aires, 2000, clase del 13 de diciembre de 1989, p. 110.
8.- Ibid., p. 109-110.
9.- Estas apelaciones están extraídas del artículo de Emile Benveniste, “La blasfemia y la eufemia”, en Problemas de lingüística general , Siglo XXI editores, México, 1999, pp. 256-59.
10.- Lacadée Ph., Vie éprise de parole , capítulo 13, Ed. Michèle, 20º3.
11.- Benveniste E., “La blasfemia y la eufemia”, op. cit., p. 258.
12.- Ibid ., p. 259.
Traducción de: Gracia Viscasillas