Primero, una carta de Freud a Einstein del 26 de febrero de 1930 relativa a las reservas que le inspira el sionismo(1).
Hay después una correspondencia de 1932 entre Einstein y Freud, dos cartas, una de cada uno(2), promovidas por el Instituto de Cooperación Intelectual (IICI) emanado de la Sociedad de Naciones (SDN) cuya misión era consolidar la acción de ésta a favor de la paz: un diálogo entre intelectuales, con la palabra y con el escrito, que tenía por función defender “un nuevo humanismo” y el mantenimiento de la paz.
La incomprensión científica entre Einstein y Freud parece marcada y recíproca. En una carta de diciembre de 1930 Freud confiesa a Max Eitingon que la teoría de la relatividad le resulta incomprensible. Einstein por su parte siempre ha desconfiado del psicoanálisis: “prefiero con mucho vivir en la oscuridad de aquél que no ha hecho un análisis”. Se reencuentran en 1926 en Berlín durante las fiestas navideñas: un intercambio de dos horas que les deja a los dos un recuerdo bastante crítico. Después, una pequeña serie de cartas al cabo de los años, con motivo de los cumpleaños de Freud en particular. Sus relaciones son en conjunto bastante reservadas, respetuosamente críticas, teniendo Einstein muchas dificultades para creer en la doctrina freudiana.
Finalmente, sabemos de una tercera carta de Einstein de 1939 después de haber leído Moisés y el monoteísmo: “su hipótesis según la cual Moisés era un egipcio distinguido y pertenecia a la casta de los sacerdotes es notable así como lo que lo que vd. escribe sobre el ritual de la circuncisión (…) no conozco a ningún contemporáneo de lengua alemana que haya expuesto sus ideas con una maestría tan brillante”. ¡Einstein ha esperado verdaderamente hasta el último minuto!
El compromiso de Einstein con el sionismo no ofrece dudas, en 1930 pide a Freud que se comprometa a tomar partido a favor de este movimiento. Freud, en esa carta, rehúsa: “Cualquiera que quiera dominar a la masa debe tener algo rotundo, entusiastamente que decir, y mi juicio ponderado y matizado sobre el sionismo no va en esa dirección”. Él da cuenta en esta carta de la simpatía que le inspira este movimiento, se declara “orgulloso” de “nuestra” Universidad de Jerusalén y se dice feliz de ver cómo prosperan “nuestros” kibutz . Pero no cree en la creación de un Estado judío porque los mundos cristiano o musulmán nunca aceptarán abandonar sus santuarios en manos de los judíos. “Habría comprendido mejor que se hubiera fundado una patria judía sobre un suelo virgen no gravado históricamente”. Termina su carta lamentando que el “fanatismo idealista” de sus hermanos judíos despierte la desconfianza de los árabes. “No puedo encontrar asomo de simpatía por esta piedad extraviada que fabrica una religión nacional a partir del muro de Herodes, y que por el amor a esas piedras no tema herir los sentimientos de las poblaciones indígenas”. Esta carta es sobrecogedora respecto a nuestra actualidad.
En 1932 es Einstein quien le pide a Freud que participe en el intercambio de correo iniciado por la ICII; eso dará lugar a la publicación de sus dos cartas de las que Freud elegirá el título: ¿Por qué la guerra? Einstein será miembro de ICII desde 1922 a 1931, por temporadas, porque dimitirá varias veces en el Instituto: no cree en la capacidad de la SDN en su acción para el mantenimiento de la paz. Cuando él reclama a Freud, ha dimitido por última vez desde hace más de un año de esa comisión: “es justamente porque deseo con todas mis fuerzas contribuir a la creación de una instancia internacional de arbitraje (…) situada por encima de los Estados, y que este objetivo me interesa mucho es por lo que creo que debo abandonar la comisión”.
Se encuentra en primer lugar en ese fascículo la carta de Einstein escrita en Postdam y fechada el 30 de julio de 1932 cuyo objetivo se anuncia desde el principio: “¿Existe un medio de librar a los hombres de la amenaza de la guerra?”. Einstein sostiene la fundación de una organización supraestatal capaz de garantizar la “sumisión absoluta a la ejecución de sus sentencias”. Esta seguridad internacional impondría a los Estados el abandono de una parte de su soberanía. Y él enumera entonces a continuación todas las razones por las cuales los Estados no pueden aceptar la limitación de sus derechos de soberanía.
Deja a Freud el cuidado de desarrollar el hecho de que lo que empuja a las masas hacia el gusto por la guerra, es la necesidad de odio y de destrucción del hombre. Y plantea a Freud la cuestión de saber cómo educar el psiquismo humano contra su sed de odio y destrucción. La carta es corta, no muy interesante, si no es esta llamada a Freud para una educación de las masas en la paz.
Freud le responde con la cortesía que le conocemos pero anunciando después de las fórmulas habituales: “me contentaría con confirmar lo que vd. avanza, aunque aportando a ello mis digresiones, lo más cerca posible de mis conocimientos, o de mis conjeturas”. Él parte de la violencia de las hordas primitivas listas para matar a cualquier adversario para afirmar su potencia. Después, desarrolla el camino de la historia que ha llevado de la violencia pura al derecho, con la idea de que “la unión hace la fuerza” (citado en francés por Freud en este texto). Es la unión de los más débiles, su agrupación, la que acaba con la violencia. “El derecho es la fuerza de una comunidad” nos dice Freud. Para esto es necesario que la fuerza del número sea estable y duradera. La comunidad debe estar organizada y regulada.
Pero la tranquilidad no puede durar porque la comunidad contiene elementos de potencia desigual (hombres, mujeres, padres, hijos) en consecuencia, la violencia supera de nuevo al derecho en el interior mismo de esta comunidad, hasta la insurrección y la guerra civil, el combate no tiene fin. Un nuevo estado de derecho apacigua los conflictos y los conflictos internos acaban con el derecho.
¿Cómo impedir la disgregación en el seno de las comunidades? Creando una instancia central y suprema y dotándola “de la fuerza apropiada”. Es justamente lo que no ha conseguido la SDN, ni ninguna sociedad desde entonces, puesto que haría falta que los Estados que componen esta instancia aceptan concederle esta superioridad, hasta el punto de atenerse a ella, y eso no por la fuerza ¡sino por el ideal!
Freud cita algunos intentos de la Historia… fallidos: la idea panhelénica respecto a los bárbaros, las conquistas romanas, las ambiciones territoriales de los reyes de Francia, la potencia de la comunidad cristiana y, en el siglo XX, la ideología bolchevique,… si todo eso ha podido aportar sosiego y una fuerza momentánea del derecho, la división y la violencia han terminado por superarla y poner fin a la cohesión.
Freud responde enseguida a Einstein respecto a la necesidad de destrucción en los humanos. Se refiere a su teoría sobre la pulsión de muerte y sobre la dualidad Eros/Tánatos. “Si la propensión a la guerra es un producto de la pulsión destructiva, hay motivos para solicitar en el adversario esta inclinación al Eros”: son el amor y la identificación los que pueden luchar contra los instintos guerreros.
Freud propone entonces sin creer en un Estado ideal, “comunidad de hombres que han sometido su vida instintiva a la dictadura de la razón”. ¡Utopía, utopía! Entonces le queda a Freud una última carta: ¿Por qué educarse contra la guerra? ¿Por qué no aceptarla como algo ineluctable? Imposible. Y la razón principal es la evolución de la cultura. La guerra se ha convertido una “intolerancia constitucional” en los pueblos de cultura avanzada. ¡El problema es que no estamos todos en el mismo nivel de cultural! “Todo lo que trabaja para el desarrollo de la cultura trabaja también contra la guerra”.
Notas:
1-. En el prólogo de Albert Einstein&Sigmund Freud, Pourquoi la guerre? Paillot&Rivages, París 2.005
2-. Einstein A.&Freud S., Pourquoi la guerre? Op. Cit.
Traducción: Fe La Cruz