Es a causa de “Él” que vive con su sentimiento de inferioridad. No pudiendo estar seguro de “Él” en todas las circunstancias donde lo necesitaría, está rezagado, no avanza como debería. Excedido, lo apostrofa: “¡sin ti, haría tantas cosas!” Pero sabe también que, sin “Él”, no podría ni desear, ni proyectarse en la vida.
A lo largo de su libro escrito en 1974, ” Yo y él”[1], Alberto Moravia intenta un diálogo incierto entre el narrador y su pene; no es una falta de cortesía nombrarse en primer lugar, es una manera de decir sus prioridades: querría dominarlo a “Él”, tenerlo a distancia cuando necesita trabajar pero, sin él: ningún deseo en el horizonte.
¡Por otro lado, piensa que debe cuidarlo para que no sea desfalleciente cuando lo necesite! El narrador le reprocha su tendencia a manifestar intempestivamente su presencia, por fin, cuando no debería. A lo cual, “Él” contesta que el responsable es el propio narrador, y lo que ocupa sus pensamientos: “Eres de aquéllos que están siempre listos para intentar una aventura con cualquiera, en tanto que sea una mujer.”
He aquí un hombre del siglo veinte orientado por su deseo y tomado en las inquietudes de sus tropiezos. Un hombre cuya sexualidad pasa por “los desfiladeros del significante”[2].
“El sujeto moderno intenta poner el inconsciente entre paréntesis, intenta escabullirse en los laberintos de la modernidad que le ofrecería, en el lugar de la virtualidad del deseo, lo concreto de un goce. Quiere pertenecer a este universal del goce programado y desanudado de lo que podría hacerlo prohibido. El hiato entre lo esperado y aquello que puede disfuncionar, no es vivido tanto bajo el modo de la culpabilidad sino bajo el de una molestia que no divide.
Este sujeto no hace síntoma del Edipo sino de su alienación a lo que comporta la ideología capitalista dominante, y a la vez, al aplastamiento de la técnica bajo la cual se hunde el deseo. La sexualidad ya no es tomada en los desfiladeros del significante sino en los del marketing. Éste promete una sexualidad normativizada con un goce garantizado, arrancada del cuerpo por un aparato tecnológico, que se transforma en el soporte del erotismo desplazado del fantasma.
No hay relación sexual no es ya una fórmula que perturba por lo que interpreta de lo imposible de la relación entre los sexos. En su lugar, existe la creencia en la posibilidad de una relación con los objetos ofrecidos como prótesis de los cuerpos para el goce, una suplencia tecnológica a la no relación. Esta mistificación necesita ser interpretada por el psicoanálisis.”[3]
Notas:
[1] Moravia A., Yo y él, Barcelona, Seix Barral, Biblioteca Breve, 1988, 316 pgs.
[2] Lacan, J., El Seminario, Libro 11, Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, Paidós, Bs. As., 1997, p. 155 y sig.
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