– Subversión, por Ana Lía Gana
que en un mundo de deseo estamos en un mundo de goce. Y
el goce se ha vuelto un factor de la política
su horizonte la subjetividad de su época acogiendo la pluma con la que cada quién
escribe sobre la misma.
Antes
que en un mundo de deseo estamos en un mundo de goce. Desde que lo íntimo se ha
vuelto público, el goce se ha vuelto un factor de la política. Este es el
destino de la modernidad, como nos dice J.-A. Miller y, el psicoanálisis ya no
mantiene una distancia sarcástica, está ahí como nos lo muestran esos libros de
los colegas que aparecen en nuestra Agenda, para incidir en lo Común, en la
Modernidad líquida, en el Derecho.
Y
nos adentramos en la subversión: una autora como Judith Butler presenta el
género, en su teoría, como un acto preformativo, es decir una serie de gestos,
actitudes, posturas y normas, una suerte de parodias repetidas para adquirir
legitimidad que son capaces también de ser subvertidas. Su teoría ha incidido
en la sociedad actual, en contra del machismo y el planteamiento de la
igualdad, lo vimos en los slogan que
se propagaban en una ciudad como Madrid.
Esta
subversión de los semblantes, cuyo planteamiento encontramos en Butles
desconoce un dato que nos proporciona la experiencia psicoanalítica: hay goces
en plural.
La
subversión lacaniana se enuncia de otra forma. Siendo el revés del discurso
capitalista en alianza con la ciencia que parte de una apertura de un campo de
derecho a un goce. Y esto es lo que se reclama hoy en día a la ciencia, tras el
pedido de cirugías y trans-formaciones. La subversión Lacaniana toma su punto
de partida de que el goce se experimenta y eso se exige. Y este goce no tiene
una relación directa con los signos de género sino con un imperativo.
Al
decir de Eric Laurent, ya no hay límites, lo que hay es simplemente un sujeto
que experimenta, pero calculado por el cálculo del mejor, un cálculo de
maximización que permite a ese sujeto no identificado reconectarse con el
superyó: Tú puedes gozar como puedas, puedes tener todas esas experiencias,
pero como estás en la civilización de la ciencia es necesario que goces más.
Una especie de utilitarismo de la civilización de la ciencia.
El
límite que nosotros podemos interrogar de un modo diferente se refiere a que
este goce que se presenta deslocalizado necesita un espacio para inscribirse,
que es el cuerpo, y este cuerpo tiene una consistencia, que no puede ser
captada a partir de una inconsistencia originaria. Frente al discurso universal
común lo que da consistencia al individuo es la consistencia del cuerpo, pero
no el cuerpo hedonista ligado al principio del placer sino el cuerpo articulado
a un goce.
Lacan
subvierte la guerra entre los sexos, cuando afirma que una mujer tiene acceso a
otro goce, diferente del fálico, un goce suplementario. Aunque este goce no
sirve para identificarla como mujer, la diferencia entre los goces viene a
desbaratar la pelea en los términos en que la propone el discurso del amo. Se
trata de otra cosa con la sexualidad.
La
radicalidad que nos propone Lacan a partir de la formulación de la existencia
de un goce y una voluptuosidad que escapa al discurso, de la que nada se puede
saber a no ser que se experimenta, consiste en hacer de la heterosexualidad una
apertura al Otro, a lo innombrable del goce en tanto que real. Este pasaje nos
lo muestran los A.E. de nuestra Escuela.