En Her no tenemos nada como una tragedia, digamos que de modo afortunado, tampoco se decanta como comedia. Pero no por eso vamos decir que con su amor Theodore y Samantha no dicen nada. Mientras la veía por primera vez, una palabra golpeaba con su pico de cuervo y repetía un estribillo: Ackwardness. La película está todo el tiempo poniéndolo a uno al borde de lo que llamamos la pena ajena. Un raro afecto, que se manifiesta cuando estorba el cuerpo, cuando uno no sabe qué hacer con el cuerpo que tiene, que puede llegar a la expresión “trágame tierra”.
Es una película sobre lo ridículo del amor, sobre lo ínfimo del amor. Sobre lo real donde el amor se sostiene. Es un esquema, donde la diferencia sexual se expone de una manera brutal, sin contemplaciones, entre una “entidad intuitiva” indeterminada y en expansión continua, a la que no alcanza nada para hacerse representar, y un ser acotado, organizado, estabilizado por su modo de hacer pareja. La película es una cuenta regresiva antes de un cabúm, una sátira, cualquier cosa menos una denuncia sobre los vínculos actuales cada vez más-mediados por lo virtual.
Pues el sistema operativo se nomina a sí misma como Samantha por que le gusta cómo suena ese nombre, se singulariza, se enamora y tiene orgasmos. Y se inventa una suplencias para su “falta de cuerpo”, que se convierte entonces en una eventualidad más como ser fea o bonita, alta o bajita. La suplencia que se inventa es tenerlo a él, pues al él tocarla ella siente su piel. Lo que hace de estabilización para él es el inicio para ella de un recorrido que la hará irse como Remedios la Bella en un éxtasis, en un arrebato cibernético a habitar el espacio sin fin entre las palabras.
Aunque el de él parece un amor muy evolucionado, como su amigo fetichista de pies, tambien se circunscribe a un objeto. ¿No asistimos a esta escena de sexo virtual fallido, ackward, donde una mujer le pide que la ahorque con un gato muerto, donde para él solo hay falla erótica al descubrir del otro lado a un hombre, es decir, alguien que asiste a un encuentro sexual, busca su asunto y sale lo más rápidamente posible?
Con esto el autor nos prepara para entender por qué el problema de no tener cuerpo sólo lo es para ella, pues de cuerpo ella tiene para él lo que necesita, es decir, el objeto voz que ha sido diseccionado en el sexo telefónico. Fetiche de pies, objeto voz, nos muestran cómo los hombres aman a las mujeres, tomándolas por un objeto. Pero qué digo, todavía no decimos cómo las aman, sino cómo pueden gozar de ellas, cómo pueden desearlas sexualmente.
Pues él no la ama cuando goza de ella la primera vez que tienen relaciones sexuales. A la mañana siguiente, ackward, él le tiene que dar su discurso de que no está listo para un compromiso. El amor para él va apareciendo de modo que la señal nos la da el amigo cuando, luego de escucharlo escribir una de las cartas de amor que constituyen su trabajo, le dice que es parte hombre y parte mujer. Para amar no basta tener acceso a lo que llamamos el objeto a. Tiene que suceder el milagro de que ese objeto se convierta en un significante de la falta en el Otro, es decir, los hombres aman a las mujeres en la medida en que su objeto de goce se convierte en un síntoma para él, algo que dice Otra cosa, y que prefigura Otra satisfacción.
Por ello el ultimatum lastimero “eres mía o no” en la escena de las escaleras. Es porque por ese milagro el hombre llega al límite de la feminidad, al límite donde quiere ser amado por único, justamente como una mujer. Pero en ese límite donde se pone en cuestión su hombría, donde ha renunciado a su especie organizada por jerarquías, donde solo quedan su síntoma y él, donde él puede vislumbrar lo solas que están las mujeres, lo a merced del amor en que se encuentran, es insoportable que algo se mueva de su sitio, pues si aun es un hombrecito, es porque lo es para ella. Y si algo se mueve, él cae como el objeto recortado del cuerpo, inservible, desechable. El amor entre Theodore y Samantha es pues un amor imposible.