« LA OTRA SATISFACCION » Y LAS COMUNIDADES DE GOCE, por Susana Dicker
La última enseñanza de Lacan nos orienta en una lectura de lo contemporáneo que no vela el desplazamiento que se fue produciendo desde una creencia en el Padre, en los ideales de una cultura universalizante, a la admisión de que -por estructura- no hay relación entre los sexos e, incluso, entre aquellos de un mismo sexo. Al reconocimiento de que si no es posible alcanzar ese goce adecuado, el que tendría que ser, lo que queda es procurar siempre un poco más de goce, uno más, un poco más, tal vez con la ilusión de encontrar el que sería el bueno. Es decir, un empuje a gozar que Lacan identifica en sus desarrollos sobre el goce femenino, como un goce más allá de lo fálico y, como tal, paradigma del goce.
Esto lleva a un hedonismo contemporáneo, allí donde el parlêtre se cree liberado de las ataduras y los prejuicios sociales, y que deja en el camino a muchos sujetos « desbrujulados » pero, además, enfrentados a lo que Eric Laurent (Laurent,1999) rescata del descubrimiento freudiano: « No es que la sociedad impida gozar; es que cualquiera fuera el orden del mundo, hay en el goce, hay en el placer, una parte más allá del principio del placer que hace que esto tome inmediatamente otro cariz: quien quiera adentrarse en el gozar sin trabas se encuentra rápidamente en el horror ».
Quizás sea esto mismo, esto « desbrujulado » en el parlêtre de la actualidad, lo que empuja a buscar ese ordenamiento que falta en las llamadas « comunidades de goce ». Un ordenamiento supuesto a distribuir los goces, los modos singulares de gozar pero, también, supuesto a proporcionar una salida alternativa al aislamiento. Por ello es que podemos pensar estas comunidades como una respuesta a la fisura de los lazos sociales tradicionales en nuestra época. Se trata de inventar un lazo que alcance a negar la heterogeneidad de los goces haciendo del colectivo el lugar de la identificación horizontal: adictos, neuróticos, feministas, emos, tatuados, etc.
El mismo Laurent, en su texto « Un nuevo amor por el padre » (La lettre en ligne, 31) dice que: « Ninguna norma llega a estabilizar el empuje-a-gozar. La justicia distributiva puede sostener el sueño de fundar la garantía de una distribución igualitaria del goce (…) El ideal de justicia distributiva universal se confronta con las comunidades de goce que de ningún modo quieren asimilarse al bien común. Anhelan simplemente una comunidad de derechos afirmando la diferencia. Cada una quiere definirse a partir de un goce propio y protegerlo como tal ». Pero « la comunidad identificatoria en la que prosigue la búsqueda del goce puede funcionar como fundamento imaginario de una neo garantía simbólica. Sin embargo deja intacto ese punto de real. El sujeto está sometido a ese agujero en el universo del sentido sexual en el que quiere vivir ».
Esto que señala Laurent podría ser el fundamento del hecho de que dichas comunidades, como soluciones identificatorias, agrupadas a través de semblantes, sean precarias ante la solidez de la concentración de los goces, de lo que no deja de ser el empuje del plus de gozar, del imposible encuentro con la satisfacción que sea la adecuada. Punto que nos acerca a pensar en los conceptos de feminización del mundo y del goce femenino como paradigma del goce. Pero también nos habilita la vía para entender cómo lo que estaría en este orden, en ese un poco más que implica el goce femenino, termine desplazado hacia el imperativo superyoico, ese imperativo que Lacan aísla tan bien en « Kant con Sade » como « empuje al crimen » y que, de alguna manera, se hace evidente en nuestra sociedades latinoamericanas a través de las « maras » centroamericanas, de los grupos armados por el narcotráfico, de los colectivos armados, de los que pretenden instalar un « orden alterno ». Pero están también los grupos de niños, de adolescentes o de jóvenes que se unen en el desafío del placer y la transgresión y se internan en ese « un poco más » acerca del cual « La naranja mecánica » de Stanley Kubrick nos da un excelente testimonio.
Estos desarrollos nos permitirían ubicar una paradoja en estos colectivos que nombramos « comunidades de goce ». Si ponemos el acento en la búsqueda de una legitimidad, de una comunidad de derechos afirmando la diferencia, lo paradojal estaría en que en esta misma época de declive de las normas y la autoridad, de la extrañeza por los universales, allí donde se busca afirmar el derecho a la singularidad de los goces y al siempre un poco más que lo emparenta con el goce femenino, encontramos un retorno a esos mismos universales. En la medida en que falta el goce de la relación sexual, « tenemos el goce de los universales, el goce de la comunicación, el goce comunitario, el goce grupal, todo lo que nos ocupa para saber cómo nos vamos a situar o no al lado del otro, según qué reglas vamos a obedecer, a dar órdenes, a actuar, etc. » (Miller, 2008).
Allí donde se produce la rebeldía hacia el Otro en tanto lo instituido, razón supuesta de esos agrupamientos, retorna en ese « goce sublimatorio » y que, como tal, reenvía a buscar normas que no dejan de ser herencia de lo que ese Otro inscribió en el parlêtre. Paradojas que envuelven una « otra satisfacción » en tanto la relación con el Otro está afectada por el goce.
Notas:
[1] Laurent, E (1999): Posiciones femeninas del ser, p 113, Editorial Tres Haches, Argentina
[2] Miller, J A (2008): El partenaire-síntoma, p 168. Paidós, Buenos Aires
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