ELP DEBATES
[ APRÈS-COUP ]
Reseña sobre la presentación de CPA-M en Madrid, sábado 10 de mayo de 2014
Un móvil, un lápiz, un cuaderno
Enric Berenguer
Sí, como lo leen, eso es el Centro de Psicoanálisis Aplicado de Madrid: un móvil, un lápiz, un cuaderno. Así lo definió nuestro colega Andrés Borderías, inventor, impulsor y actualmente director de este dispositivo que ahora, ocho meses después de entrar en funcionamiento, expone a la Comunidad de Madrid de la ELP y a toda la Escuela unos primeros resultados de su experiencia.
Como a mí me parecen muy pocos, a estos ingredientes mínimos me permito añadir otros, que pude comprobar en la apasionante presentación que tuvo lugar ayer, sábado 10 de mayo, en la Gran Vía madrileña, en el número 60, donde la Comunidad de Madrid tiene su bella sede. ¿Qué ingredientes añado? Un uso inteligente de lo aprendido de otras experiencias anteriores, como el CPCT de Madrid y la Red Asistencial del 11-M. Un uso también de las transferencias generadas entonces y en otros encuentros, en las que el significante del psicoanálisis lacaniano siempre se encarnó, y lo hizo, como es lógico, en presencias concretas, en personas dispuestas a ser su soporte. A esto le sumo el gran margen dado a la invención, pero una invención informada, que sabe conjugar la audacia con la prudencia. Y, last but not least, mucha alegría. Alegría de la que testimonió Gabriela Medín, cuando nos contaba cómo se sentía ella siempre que acudía al CPA, ubicado en los despachos libres que, a ciertas horas, cede un Centro de Servicios Sociales del Ayuntamiento de Madrid, concretamente – porque todo es siempre concreto, local, no existen sitios genéricos ni universales – en el Distrito Centro. La misma alegría que, dijo también, presidía los encuentros de trabajo con sus compañeros, en sábados y domingos por la mañana, destinados a comentar la experiencia y extraer sus enseñanzas.
Es cierto que la alegría es un afecto a menudo presente cuando la transferencia de trabajo nos visita. Lo que ocurre cuando ha sido adecuadamente convocada. Y recordando la mañana de ayer, diría que sí, que fue un encuentro muy alegre. Tratándose de la transferencia, no hay alegría sino cuando uno de verdad aprende algo. Ayer todos los presentes aprendimos, estoy seguro. Escuchamos una presentación detallada, con una variedad de viñetas clínicas, con reflexiones precisas y muy pertinentes, tuvimos la oportunidad de debatir, preguntar… o sea, de participar juntos de una elaboración.
Porque, ¿acaso se aprende algo si no se participa de una elaboración, en la que el no-saber es admitido y bien tratado, tanto como el saber del psicoanálisis? Compartir una elaboración. Ése es precisamente uno de los principios del cartel. Me gusta pensar lo ocurrido ayer así, como un cartel presentando sus resultados a la Escuela: Araceli Fuentes, Susana Genta, Ivana Maffrand, Gabriela Medin, con Andrés Borderías como más-uno. Quizás ellos no lo han pensado así, a lo mejor no lo han inscrito así. Pero sabemos que pensarlo e inscribirlo no implica que ocurra, y ayer sí ocurrió. De hecho, también se inscribió en la Escuela, no sólo porque la Comunidad de Madrid la encarna, sino porque allí estaba el Presidente de la ELP para recoger ese testimonio y ofrecerle – ya que ahora hablamos de escabeles – el escabel de la Escuela.
Hablando de cartel, es cierto que cada uno aportó, como es debido, algo propio en su exposición. Se podía palpar cómo cada uno hablaba de una experiencia compartida, pero con una voz propia, sin perder el apoyo en la propia experiencia del inconsciente. Todos tenían mucho que decir y se veía que, a pesar de ser primeras elaboraciones, presentadas como provisionales, contenían en germen muchas más enseñanzas.
Empezó la presentación Andrés Borderías, quien contó brevemente que su empeño – alguien musitó: ¡tozudez! – en no dejar que se perdieran los efectos de transferencias anteriormente suscitadas era inseparable de una trayectoria larga, que le había llevado a enfrentarse, en el contexto de la sanidad pública, concretamente en el campo de las adicciones, a lo que llamó « modos del malestar contemporáneo ». Malestares frente a los cuales, añadió: « no habíamos encontrado la forma de situarnos ».
Dijo haberse inspirado, para llevar a cabo esta experiencia, en el lema de la Acción lacaniana promovida por Jacques-Alain Miller, cuyos importantes resultados empiezan a constituir ya un legado en el que podemos basarnos y que debemos cuidar. Según Andrés, nos encontramos hoy frente a formas particularmente autoritarias de la forclusión del sujeto, que configuran el campo de batalla al que el psicoanalista es convocado. En esta batalla, añadió, no podemos avanzar sin espacios de investigación y transmisión, a los que el CPA se suma desde ahora en esta primera exposición a la Escuela. Dichos espacios deben ser concebidos como inventos, incluso pequeños inventos, cuya finalidad es ir al encuentro de las formas concretas del malestar y posibilitar experiencias de elucidación, demostrando así lo que Miller llamó, nos recordó Borderías, la « utilidad pública del psicoanálisis ».
Se refirió también a lo aprendido en anteriores experiencias y a cómo el CPA es impensable sin ellas. Experiencias como las de los CPCT, de las que el CPA ha extraído indicaciones útiles, que contribuyen a un proceso de elaboración que todavía sigue abierto para todos los que en su día participamos y para la Escuela en su conjunto.
Como saldo de la experiencia de los CPCTs, destacó una verificación: en un dispositivo orientado por el psicoanálisis lacaniano, un sujeto puede encontrar algo tan valioso como cierta localización subjetiva, una subjetivación de su malestar en forma de síntoma, mediante, al menos, una emergencia de un saber. Término éste, el de emergencia, que me pareció muy adecuado para situar en términos mínimos algo de lo que se puede producir.
Andrés Borderías fue muy concreto al exponer de qué modo estas enseñanzas se habían podido tener en cuenta en la concepción del CPA. Para empezar, ligereza. El equipaje mínimo, el rechazo de compromisos que puedan volverse problemáticos por muy prometedores que parezcan. La capacidad para levantar el campo inmediatamente a la mínima señal de alarma. Por eso el CPA no tiene ni teléfono fijo, sólo un móvil, cuya factura asciende a unos 15 euros mensuales.
Pero hay más: para eludir todo tipo de contaminaciones discursivas, el CPA no participa de ningún programa, ni lo ofrece. Tampoco se compromete a curar a nadie, solo a escuchar y, si se dan las condiciones, a aportar una interpretación, de cuyo uso se deberá hacer cargo, en todo caso, su receptor. Atiende a personas una por una, sin clasificación, sin admitir ningún compromiso de diagnósticos, ni de llevar a cabo informes de ninguna clase. Tanto es así, que a pesar de estar en despachos de un Centro de Servicios Sociales, el personal de dicho centro no tiene ningún registro de los apellidos de las personas atendidas. Se evita así entrar en la rueda paradójica de la famosa « protección de datos », que en realidad es un eslabón más de una maquinaria de control social cada vez más poderosa.
De este modo, el CPA, un poco como por milagro – por el milagro de algunas transferencias y con el apoyo de nuestra colega Esperanza Molleda en ciertas relaciones institucionales decisivas, por lo que Andrés Borderías le expresó su agradecimiento – constituye una vacuola éxtima, protegida de presiones ante las cuales podríamos, como antes nos ha sucedido, sucumbir. Oyendo ayer a Andrés Borderías, no nos quedaba ninguna duda de que si ciertos nubarrones llegaran a formarse en el horizonte, él y su equipo se llevarían el móvil a otra parte, sin olvidar el lápiz y el cuaderno, cuyo coste no se nos especificó pero que suponemos de pocos euros. No les faltaría a dónde ir, porque el CPA-M ha recibido invitaciones para multiplicarse, a las que, sabiamente, no ha cedido. Se me ocurre decir, usando un término que resume ciertos usos posmodernos de lo universal, que el CPA-M no es una franquicia.
Yendo luego al meollo de la cuestión, o sea, la clínica que se produce en este dispositivo, Andrés Borderías empezó por algo esencial. No hablando de los pacientes atendidos, sino de la posición del psicoanalista advertido por la experiencia de los CPCTs. Por su parte, el saldo de aquella experiencia incluía lo que llamó una posición más incisiva, que le permitía tratar el punto candente de la gratuidad orientándose con la idea de que, de un modo u otro, se trata de obtener cierta cesión de goce, que no tiene por qué pasar necesariamente por el dinero. Y, a decir verdad, la cesión de dinero tampoco garantiza de por sí que se produzca. Esa cesión mínima de goce, que luego fue objeto de una amplia discusión durante el coloquio, puede adoptar la forma de un compromiso con el propio síntoma y, en todo caso, una clara renuncia a usar el dispositivo como un lugar de queja y reclamación.
Terminó Borderías su presentación evocando la reciente intervención de Eric Laurent en Bilbao – ¡a la que algunos lamentamos no haber podido asistir! – en la que indicó la conveniencia, en nuestras intervenciones en lo social, de considerar la necesidad de dar un espacio a los jóvenes. Hay que tener en cuenta el modo especialmente agudo en que ellos reciben el impacto de la disgregación del vínculo social. Se trata de no renunciar a algo tan simple como orientar, en momentos precisos, a los jóvenes, y de acompañar sus tentativas de reubicación en el no man’s land contemporáneo. No mediante programas específicos, algo que no tiene cabida en el CPA, pero sí de mantener esa brújula en los encuentros con el psicoanálisis de algunos jóvenes que acuden.
Los relatos de casos no podía faltar a la cita. Por eso tuvieron un papel preponderante en las intervenciones que a continuación pudimos seguir con interés, por este orden: Susana Genta, Gabriela Medin, Ivana Maffrand y Araceli Fuentes. Es de destacar que las exposiciones fueron variadas y no rehuyeron exponer lo que de acuerdo con ciertos parámetros se podría llamar algún fracaso. Pero en la perspectiva que se nos proponía se trataba de otra cosa: la verificación de una elección del sujeto, tan respetable para nosotros como la de aprovechar la oportunidad que se le brinda. Elección que, por supuesto, es inseparable del encuentro contingente con un psicoanalista y los efectos incalculables de su acción.
Empezó Susana Genta, subrayando el trabajo que en las reuniones del equipo se llevaba a cabo en torno a los interrogantes suscitados por el dispositivo y la clínica concreta que en él se genera, que más allá de sus limitaciones no impide, como ella dijo, « mantenernos en nuestra ética ». Nos habló a continuación de un caso en el que una intervención inicial de la analista funciona como un límite a un goce que haría imposible el tratamiento. Esta firmeza de entrada podría parecer del orden de un rechazo. Pero no es un rechazo al sujeto, sino de un goce destructivo al que éste cede sin saberlo. Se ve entonces que una mínima rectificación en el umbral del dispositivo permite cambios en la posición del paciente frente a la vida y, más allá de esto, situar un S1 decisivo frente al cual se podrá inventar otra respuesta.
Gabriela Medín, aparte de contagiarnos su alegría con su testimonio ya antes mencionado, habló de la relación entre su propio recorrido vital, su propio análisis y su reciente aceptación de la oferta de trabajar en el marco del CPA. Dijo que como alguien que, proveniente de otro país, había tenido que hacerse en su día un lugar en Madrid, había sido particularmente sensible a la cuestión de cómo el CPA puede contribuir a la tarea, siempre renovada, de hacer un lugar al psicoanálisis en la ciudad. Algo que se plantea igualmente para cada una de las personas que acuden al dispositivo, para quienes la cuestión de su lugar en el Otro se revela como particularmente problemática. Dijo también que, après-coup, se había sentido particularmente inspirada por algunos pasajes de la intervención ante la Asamblea de la AMP de su recién nombrado Presidente, Miquel Bassols, que citó extensamente:
« Se trata de saber hacer coexistir la mayor flexibilidad de las tácticas y de las estrategias siguiendo una misma política, la política del síntoma, en la que somos siempre menos libres cuanto más responsables del sujeto que se hace escuchar en ese síntoma.
El principio político debe estar sin embargo siempre claro: se trata de preservar la especificidad de la experiencia analítica, sin confundirla con los diversos medios de los que debemos servirnos para defenderla de un medio ambiente que es distinto en cada lugar, y no siempre receptivo. En realidad, sabemos precisamente que el analista, como un universal, no existe, que la Escuela es el lugar de elaboración de la pregunta por su existencia y que el pase es el dispositivo por excelencia para tratarla. Y se trata por otra parte, y de manera correlativa, de procurar los medios en cada Escuela para estudiar y elaborar las nuevas variables de la clínica actual, cada vez de nuevo, como si no existiera la experiencia acumulada.
La vivacidad y la profusión de iniciativas en la invención de nuevos dispositivos, asistenciales y clínicos, por los miembros de la AMP me parece más que bienvenida. Son invenciones necesarias para la experiencia de la Escuela. Pero siempre como una suerte de laboratorio ».
Gabriela Medín destacó que el CPA-M es precisamente un laboratorio de esta clase, en el que todos sus componentes sienten día a día que participan, de forma concreta, de la elaboración de la pregunta por las condiciones en las que el psicoanálisis puede existir y hacer frente a la clínica contemporánea en una ciudad, en este caso Madrid. Y ahora yo la citaré a ella textualmente, en lo que fue la conclusión de su presentación: « Esto nos compromete a una lectura cuidadosa y rigurosa de cada demanda, de las intervenciones, de los modos de intervención, de las condiciones que impone el dispositivo a cada sujeto y a la vez es una ocasión para continuar trabajando el deseo del analista ». Sí, en efecto, no lo olvidemos: no se trata sólo de los sujetos a los que atendemos, sino siempre, también, de la cuestión del analista.
Ivana Maffrand empezó hablando de sus antecedentes en el trabajo institucional, concretamente en una institución educativa en la que, como ella dijo, « algo se había podido inventar » respecto de un lugar posible para el psicoanálisis. De esta experiencia había extraído ella la enseñanza de que es necesaria una posición decidida para que, en el marco que sea, resulte posible un verdadero encuentro con un analista.
El caso que nos expuso a continuación testimoniaba de las vías peculiares por las que un tal encuentro es factible, incluso en un sujeto que parece completamente fuera de discurso y con muy pocos recursos para sostenerse en el mundo, ya que se encuentra inmerso en la vociferación universal del lenguaje. Sin embargo, la analista capta un rasgo que ordena ese barullo y a partir de él, se puede instituir cierta identificación que permite un nuevo recorrido, incluso abre una posibilidad de reenganche en un vínculo social mínimo. En otro momento, la analista deberá acompañar ese tramo con alguna orientación suplementaria, para que el sujeto pueda llegar a buen puerto. Ivana Maffrand plantea esta viñeta como ejemplo de que el CPA puede ponerse a disposición de algunas personas como dispositivo de reenganche, en momentos en que toda referencia al discurso parece estar a punto de perderse, con consecuencias posiblemente catastróficas.
Por último, intervino Araceli Fuentes, planteando tres viñetas muy diversas respecto a la cuestión antes introducida por Andrés Borderías: hasta qué punto, más allá de la gratuidad, se puede medir la disposición del sujeto a una cesión de goce que instituya el espacio de un trabajo como posible.
En la primera se trata de alguien para quien la gratuidad resulta problemática, por las resonancias fantasmáticas que tiene y por estar de algún modo incluida en el síntoma. A pesar de los intentos de tratar este punto, se acaba revelando como un obstáculo insuperable, vinculado a un goce al que el sujeto no está dispuesto a renunciar. La analista toma nota y da por terminado el tratamiento.
Por el contrario, en el segundo caso, ninguna de las supuestas limitaciones del dispositivo impide un verdadero trabajo por parte del sujeto, trabajo que abre la posibilidad de una cura analítica ya fuera del CPA. La interpretación inicial de la analista había sido acogida, desencadenándose entonces una genuina elaboración y un cambio de posición decidido.
La tercera viñeta presentada demuestra que hay una clínica de la responsabilidad, en los fenómenos depresivos, que permite rectificaciones significativas, en un tiempo breve y sin que la gratuidad lo imposibilite. Cuando el sujeto puede reconocer su implicación, eso le da la posibilidad, atravesando el sentimiento de culpa, de tomar la palabra de un modo más verdadero. Podrá entonces poner límite a un Otro al que hasta entonces no encontraba la forma de responder.
El coloquio posterior fue muy animado y extenso. En él se sucedieron las preguntas sobre toda una serie de detalles del dispositivo. Entre otras cosas, se aclaró que el CPA-M funciona en virtud de un acuerdo con el regidor del distrito municipal por el que se cede el uso de los despachos en unos horarios determinados. Andrés Borderías y otros colegas mencionan que este tipo de acuerdos no son insólitos en el contexto de crisis actual, en el que diferentes asociaciones, ONGs o grupos profesionales ofrecen sus servicios gratuitamente. El acuerdo con el distrito no incluye ninguna otra cláusula ni compromiso, de modo que el CPA actúa con total libertad para llevar a cabo sus fines. Esto lo sitúa respecto de los servicios sociales en una posición éxtima.
Hubo también debate en torno a cómo se podía pensar concretamente la exigencia de una cesión de goce como condición para el tratamiento. No hay una fórmula única para pensarlo. A veces se puede situar en cosas tan simples como la renuncia a usar el dispositivo para quejarse, en otros casos toma la forma de una localización del goce propio del sujeto en el síntoma. Se trata quizás tan sólo, a veces, de una nueva mirada sobre el goce en juego en el síntoma, y en algunos casos límite, la construcción de una metonimia se puede considerar ya un modo de implicación del sujeto, una nueva forma de situarse frente a un goce que lo invade.
Otro punto del debate fue el de la gratuidad y las distintas formas de pensarlo. Las viñetas presentadas habían mostrado que lo esencial es poder situar y trabajar en cada caso las consecuencias concretas que tiene y sus resonancias fantasmáticas para un sujeto particular. Pero también se planteó la cuestión por el otro lado, o sea, las consecuencias de la gratuidad para el analista, como obstáculo para el tratamiento. En este sentido, me permití citar el excelente trabajo de Laura Sokolowsky, Freud et les berlinois. Du congrès de Budapest à l’Institut de Berlin, PUF, donde se recogen algunas importantes intervenciones de Freud en el debate con sus alumnos, respecto de las condiciones de un tratamiento en un contexto diferente de la consulta del analista y, en particular, de la gratuidad. En cierta ocasión, por ejemplo, Freud planteó que un psicoanalista puede trabajar sin cobrar en algunos casos, pero que hacerlo en demasiados lo conduce a una posición masoquista que le impide desempeñar su función. Los componentes del CPA corroboraron que habían tenido la oportunidad de comprobar que la relación del psicoanalista con la gratuidad es un factor decisivo y que cada cual debe precisarlo.
Pido disculpas por no poder reseñar todas las intervenciones, porque ya eran demasiado rápidas para tomar notas. Sí quisiera destacar que intervinieron en él Mercedes de Francisco, Joaquin Caretti y Marta Davidovich, entre otros.
Sí conseguí tomar algunas notas, me temo que algo desordenadas, de la intervención final de Antoni Vicens, Presidente de la ELP. Me arriesgo a reconstruir su discurso por el interés para todos de lo que planteó. Comentó que había acompañado con interés desde un principio la propuesta de creación de este dispositivo, que se había producido fuera del ámbito de la Escuela. Una vez puesto en marcha y tras esta primera valoración, se comprueba que se abre un horizonte nuevo para la concepción de una diversidad de propuestas institucionales. Para pensarlas es preciso tener en cuenta que la transferencia con el psicoanálisis es diferente de la transferencia con la Escuela, y en esta diferencia se abre un espacio de posibilidades a desarrollar. En la intervención del psicoanálisis en ámbitos que de entrada no le son propios, es imprescindible renunciar a la lengua de trapo que impediría un verdadero diálogo con nuestros interlocutores, lo cual no impide que se produzcan los correspondientes malentendidos. En todo caso, el malentendido nos sitúa en una dimensión que no le es ajena al psicoanálisis. Antoni Vicens dio la bienvenida al CPA como un lugar de producción de transferencia y señaló el interés de aprovechar las transferencias que vamos generando en distintos ámbitos. Sería incomprensible, dijo, no aprovecharse de ellas. En este sentido, la iniciativa del CPA-M es ejemplar y constituye para la Escuela un tesoro a explotar, una verdadera veta, por usar un término de Lacan. Finalmente, en relación a la situación actual, en la que inevitablemente se inscriben nuestras tentativas, hay que considerar lo que hoy día se llama una situación de crisis como una mutación más profunda. Mutación que no sólo afecta a las formas actuales de pobreza, sino que también se observan en el significado de lo que hoy día es un rico. Término éste cada vez más indisociable de las formas de goce más obscenas, incluso mafiosas, más allá de toda regulación por la ley. En este sentido, señaló que la tendencia contemporánea en las mafias es también sintomática: la clásica Mafia siciliana parece haber cedido su lugar a fórmulas diferentes, como en la N’dranghetta, organización en red que ya no tiene ninguna figura paterna en su cúspide y que, en consecuencia, responde a otro tipo de funcionamiento. Además de la cuestión de la gratuidad está pues en juego una nueva definición del dinero, que ya no es la misma, por ejemplo, que en tiempos de Lacan.
Para finalizar, Andrés Borderías señaló que está previsto que otros colegas participen de la experiencia del CPA-M, incluyendo la posibilidad de que lo hagan socios de la Sede de Madrid y alumnos del NUCEP (ICF).
Tras el debate, seguimos la animada charla con los colegas y tuvimos la ocasión de compartir una excelente comida. Por supuesto, no faltaron las preguntas sobre Cataluña y España. En torno a la mesa, una multitud de orígenes (Cataluña, Aragón, Andalucía, Argentina) eran el testimonio, encarnado en la misma ELP, de que el psicoanálisis es por sí mismo un extraño país, que a ratos hacemos existir.
Y todo con un móvil, un lápiz y un cuaderno.
Con esto está todo dicho.