Psicoanálisis, educación y Salud Mental: La experiencia de trabajo entre varios
Tarragona, 13 DE ENERO DE 2014
Eugenio Díaz. Miembro de la ELP y la AMP, Psicoanalista. Fundación Cassià Just. Red de infancia y adolescentes de Cornellà.
¿Adolescentes intratables? De la segregación diagnóstica al síntoma susceptible de ser tratado.
Programa CAPTUA—programa TMG experimental para adolescentes en riesgo de exclusión
Manoli Soriano. Psicóloga clínica. IPM
Trabajo de coordinación con el SESM-DI
Presentación del Servicio especializado en salud mental para personas con discapacidad intelectual y del porqué de la especificidad.
La Doctora Soriano inició su exposición con una exhaustiva y detallada descripción, tanto de les características de la población a la que se dirige el Servicio, como de porcentajes y datos.
Durante la presentación se pusieron de relieve las dificultades de los profesionales para establecer « un buen diagnostico ». Dificultades de distinto orden cuyo paradigma concluye en la dificultad técnica para discernir entre discapacidad intelectual y enfermedad mental.
En cualquier caso el equipo multidisciplinario del SESM-DI dispensa atención, tanto a los discapacitados como a los que padecen trastornos psiquiátricos o retraso mental, abarcando una franja de edad que incluye niños y ancianos.
A los peligros de estigmatización, derivados de <la etiqueta>, hay que añadir la dificultad para determinar qué servicio debe hacerse cargo de la atención una vez establecida el diagnóstico correspondiente.
Su intervención concluyó constatando un preocupante incremento de demandas « graves » en la franja de edad correspondiente a niños y adolescentes. Inquietud que luego fue debatida.
Por su parte, Eugenio Díaz, psicoanalista de l’ELP, centró su intervención en la experiencia de trabajo en red, vinculada al programa CAPTUA, que se dirige a adolescentes de Cornellà en riesgo de exclusión.
A través de una simpática viñeta de Burt Simpson ilustró magistralmente la intratabilidad de algunos adolescentes a los que, lo más recomendable es facilitar un recorrido propio, más o menos alejado de la pulsión.
Eugenio puso el acento en la pérdida de satisfacción derivada del paso de niño a adolescente. Pérdida que lo hace aparecer ante sus propios ojos, como un ser extraño e intratable.
La pregunta: ¿Qué orienta el psicoanálisis? Le permitió situar el foco en el tratamiento del síntoma enmascarado tras las actuaciones disruptivas.
Síntoma que es preciso escuchar para ser capaz de leer la conducta, no tanto como un trastorno, sino como una forma de decir su propia extrañeza.
Una serie de recortes de casos extraídos de su dilatada práctica clínica sirvió para captar la particularidad del enfoque psicoanalítico cuando, de abordar la construcción de un caso se trata.
De su exposición extensa, amena y rica en detalles, me gustaría destacar tres puntos particularmente útiles para maestros y educadores:
1. El deseo de ir un poco más allá de lo que se ve, procurando orientar el deseo de saber hacia eso que se esconde detrás de la conducta perturbadora. 2. La necesidad de entender que, detrás de aquello que un adolescente hace, existe un sujeto que sufre y lo pasa mal. 3. La orientación precisa para el trabajo conjunto de un caso: contemplar la dimensión del acto, es decir, que de la conversación se desprenda alguna actuación.
En el mismo sentido me pareció oportuno recoger una serie de observaciones enmarcadas en el campo del psicoanálisis aplicado a la educación: « huir de las soluciones simples e inmediatas », « encontrar la manera de hablar con las familias sin culpabilizarlas », « tratar de aislar lo más singular del sujeto » y « poner límite a la espiral de derivaciones sin fin »; entre otras muchas.
Cómo punto final de la presentación de Eugenio Díaz, reservé la frase de marras del niño de nueve años que, tras la muerte de su padre, presenta serios retrasos en sus aprendizajes escolares. Ese muchacho, en el curso de una sesión dice al analista: « pasé el fin de semana en casa, con mi madre y un amigo ».
El equívoco generado por el significante amigo, que el analista señala, provoca la respuesta esquiva del niño: « No sé. Y que conste que cuando digo no sé, es que sé lo que no sé ».
El analista capta la vacilación del sujeto y, lejos de rellenarla de sentido, o de forzar una explicación inmediata del chaval, abre un tiempo de espera.
Una excelente manera de ilustrar la necesidad de respetar el tiempo del sujeto, sin, a su vez, dejarnos arrastrar por la prisa.
Joan Gibert