Sabíamos desde hace un tiempo que Pedro se moría. Pero por más que la muerte se anuncié nunca deja de sorprendernos con su presencia, siempre amarga y siempre triste cuando se trata, como en esta ocasión, de un compañero de ruta. La noticia ha vuelto un poco más fría y más desolada esta mañana de Domingo.
Conocí a Pedro a principios de la década de los 90. Fue el Psicoanálisis lo que hizo que nos encontráramos. En el transcurso de aquellos años tuvimos la oportunidad de trabajar juntos en una multitud de proyectos. Y de compartir junto a muchos colegas las vicisitudes de la consolidación del Psicoanálisis en nuestras ciudades, muy cercanas por cierto y enlazadas también por los múltiples trabajos en común que llevamos adelante durante tantos años. Con Pedro compartimos una parte de la historia del Psicoanálisis en Murcia y en Alicante. A él se debe sin duda que en la sólida y amable Murcia el Campo Freudiano tenga una presencia ya consolidada desde hace años.
Pero fundamentalmente con Pedro aprendí a entender con más amplitud lo indestructible del deseo. Su coraje, su resolución y esa especie de juventud perenne que lo habitaba merecían sin duda la admiración y el reconocimiento de todos los que lo frecuentaron. He tenido en el transcurso de más de 20 años la oportunidad en muchas ocasiones de conversar con él, unas caminando por las calles de Murcia, (siempre rápido, Pedro era veloz, no era sencillo seguirlo) otras en la salida de una reunión, en el intersticio de una comida, en un paseo por alguna ciudad. La última en un lugar que Pedro adoraba, su huerta en las afueras de Murcia. Estaba feliz aquel día por haber logrado inocular la peste en el discurso universitario. Hace ya unos años. Muchos jóvenes acompañaron aquel movimiento que aún continua con toda intensidad. Es el último recuerdo íntimo que guardo, el de su alegría por hacer existir el Psicoanálisis. Lo acompaña el delicioso sabor de las naranjas que cultivaba y que ofrecía con esa autenticidad que hacía de él un tipo austero y generoso.
Pedro era, literalmente infatigable. Detrás de un proyecto venía otro, cada final tenía siempre la urgencia de un principio. Y así, bajo ese torbellino que era su compañía uno podía constatar como la franqueza hablaba en él.
Casi hasta ayer, Pedro siguió trabajando. Le respondía a la muerte con el deseo, fue su arma privilegiada. Y aunque no era ingenuo respecto al resultado de la contienda, tuvo la sabiduría de saber despedirse de la mejor manera. Se tomó su tiempo, nos aviso con calma. Y sin duda se lo agradecemos. Nos será extraño no cruzarnos a Pedro en unas Jornadas, en una conversación. En una pequeña caminata… Nos será extraño sin duda.
Esta madrugada del 12 de enero de 2013, ha fallecido en Murcia nuestro colega y amigo Pedro Sánchez.
Es común que tras la muerte de alguien a quien queremos, tendamos a exaltar sus virtudes. Pero en este caso, no fue necesario que llegase este momento para que en toda la comunidad analítica existiese el consenso de que Pedro ha sido una persona de valores que, desgraciadamente, tienden a extinguirse en el mundo contemporáneo.
Fue su vida una sucesión continua de batallas incansables y decididas por causas que el cinismo actual considera fuera de moda. Su coraje, su pasión por lo verdadero y lo justo, lo convirtió en un luchador desde los tiempos del franquismo. Sus convicciones religiosas, su fe en el verdadero mensaje del humanismo cristiano, lo enfrentaron a la institución de la Iglesia, hasta romper definitivamente con ella, en una época en la que una decisión semejante suponía el riesgo del ostracismo social. Nada de ello acobardó a Pedro, quien no dudó en sumarse a los movimientos que entonces contribuyeron a promover el despertar de una sociedad sumergida en la ignorancia y el oscurantismo. Su encuentro con el psicoanálisis fue la revelación de que existía un discurso capaz de expresar aquello que constituía para él el fundamento y el sentido de la existencia: su amor a la verdad. A partir de ese momento, se convirtió en el alma del movimiento psicoanalítico de Murcia. Generaciones de analistas se formaron con él, y durante décadas dedicó su infatigable energía a sostener y promover el discurso analítico. Su nombre, su prestigio, su ética indeclinable, hicieron de él un referente incuestionable en la ciudad, donde el número de personas que hoy se duelen por su pérdida se cuentan por centenares. Pedro no conoció jamás el sentimiento de la derrota, y se enfrentó a las dificultades y los obstáculos que surgieron a su paso, tanto por sus convicciones políticas, su posición frente a la institución religiosa, y por su indeclinable lucha por el psicoanálisis, asumiendo con valentía las consecuencias de defender todas aquellas causas a la que se hallaba entregado.
Tuve la fortuna de conocerlo muy íntimamente, de ser honrado con su amistad y su respeto, de apreciar la integridad moral de alguien que hasta el último aliento siguió dedicando sus menguadas fuerzas a mantener vivo aquello en lo que creía fervorosamente: el psicoanálisis.
No solo la ciudad de Murcia, y la comunidad analítica de España, le deben mucho a este hombre singular. Hoy lloramos la pérdida de un ciudadano que, en el fondo de la decadencia moral que atravesamos, seguirá vivo en nuestro recuerdo como alguien que supo hacer de su deseo la orientación recta de toda su trayectoria.