El trauma Django: un latigazo
Sobre Django Desencadenado, de Quentin Tarantino.
Tarantino nos acostumbró a la cosa: en la mayor parte de sus películas, cuya obra maestra es Bastardos sin gloria, estamos confrontados a una escena traumática, una escena que sobrepasa todos los límites: los del sadismo, de la violencia, de la barbarie. Pero, ¿qué hay de nuevo en su última película, en la que trata en un tono paródico, pero no menos profundo, la esclavitud de los negros en los Estados Unidos del siglo XIX? Entrelazando un tema a propósito del cine y de la historia de América, Tarantino nos revela el reverso del panorama de Lo que el viento se llevó, los bastidores de las grandes plantaciones del Sur dónde las caprichosas Scarlets reinaban y en la cual una cierta América era consideraba como la verdadera humanidad frente a los hombres de color, tratados como ganado.
El emblema de la esclavitud es el látigo. Ese látigo que deja huellas en el cuerpo de los esclavos hasta el punto de transformar “sus espaldas en una obra de arte”, como lo dice con crueldad el temible Candie (Leonardo Di Caprio), quien es el propietario de la plantación Candy Land, donde se come pastel de merengue (white cake) luego de haber amenazado a los invitados de la cena con explotarles el cráneo durante el transcurso de la misma. Entonces es el látigo, un inmenso y largo látigo, el que Tarantino ha escogido para evocar el dolor prolongado que cada azote provocará sobre la carne humana.
El trauma de Django resurge en las tierras de Big Daddy, tras los recuerdos atizados por el reencuentro con los culpables que azotaron a su mujer. Así, por primera vez en la filmografía de Tarantino, vemos a una mujer torturada: la admirable Broomhildacastigada por dos esclavistas desenfrenados, frente a los ojos del hombre que la ama. Cada latigazo parece desgarrar la espalda de la joven esclava aniquilada. Cada latigazo vuelve a la memoria de Django en presencia de los dos verdugos. Por tal razón Django se apodera del mismo látigo, inmenso látigo que serpentea en el suelo a la espera de la mano que sabrá erigirlo, para fustigarlos hasta la muerte.
Pero el trauma, no es solamente el golpe fatal del instrumento que permite domesticar al ser humano rebelde a cualquier sumisión. El verdadero trauma, es que el latigazo se otorga de manera perfectamente legal. De una parte y de otra. Del lado de los esclavistas, hay una cierta legalidad, pero es una legalidad truncada ya que reposa sobre la negación de la humanidad de los negros. En cambio, del lado de la improbable pareja que constituyen Django (Jamie Foxx), el esclavo liberado de sus cadenas, y el Dr Schultz (Christopher Waltz), un caza recompensas disfrazado de dentista, el latigazo es administrado en nombre de la ley. Pero en nombre de otra ley.
Schultz, dotado con un papel oficial emitido por las autoridades, tranquiliza a los espectadores asustados: “wait, wait, wait, may I?”, pregunta, deslizando su mano en el bolsillo, con el propósito de poder desplegar el pedazo de papel que le otorga la autorización para perseguir y matar a los que vienen de ser asesinados con el látigo, de un modo un poco improvisado por Django. Todo es legal. El trauma, es que el latigazo no es la tortura, la barbarie, la transgresión de todos los límites, sino que el latigazo es la ley, es lo que quiere la ley. Después de Lacan, Tarantino ejemplifica el matrimonio cruel de la ley moral y del goce sádico. Su película tiene entonces un efecto de latigazo: él revela la dimensión lacerante del significante mismo, que deja sobre el cuerpo de los seres hablantes, huellas que no se borrarán jamás. Huellas que Tarantino da a ver y a experimentar a través de su obra artística.
Clotilde Leguil
Traducción: Luís Iriarte.
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