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Psicoanalistas replican notas del Grupo Clarín
Bajo el genérico El malestar del psicoanálisis, se esconde Con y sin Freud: el mapa de las “otras” psicoterapias y un reportaje al médico psiquiatra Luis Hornstein, donde se siguen las directrices de El libro negro del psicoanálisis, se acusa a los analistas de vivir encerrados en sus gabinetes y se promueve un libro del ensayista francés Michel Onfray, quien construye la figura de un Freud falsario, estragado por la envidia y la ambición.
En diálogo con Télam desde Madrid, el psicoanalista argentino Gustavo Dessal fue taxativo: “No añadiré ni una palabra a las tonterías de Michel Onfray. Siempre han existido canallas que se hacen un nombre y se embolsan un buen dinero dedicándose a la denigración de un intelectual, un artista o un científico”.
“Me interesa más la cuestión de que el psicoanálisis se desentiende de la realidad social o se aísla en su consultorio, afirmaciones tan estúpidas como acusar a un cirujano de operar en un quirófano en lugar de hacerlo en las pizzerías, que son más populares. Respeto otras modalidades terapéuticas, en la medida en que sean ejercidas de manera honesta, aunque su supuesta velocidad en la resolución de los problemas es más que discutible, no tanto por los propios psicoanalistas como por los mismos pacientes”.
Y agrega: “todavía existen muchas personas que sostienen la ilusión religiosa de que el psicoanálisis debería resolver los problemas de la humanidad, y que si no lo hace, es debido a que da la espalda a la realidad, concepto no sólo absolutamente abstracto, sino impracticable. Atender a alguien afectado por la caída de las Torres Gemelas no es prestar atención a la realidad, puesto que el psicoanálisis no se ocupa de los motivos por los cuales Al Qaeda cometió el atentando, o la relación entre la caída del Muro de Berlín y el nuevo terrorismo internacional. (El psicoanálisis) se dedica a investigar cómo alguien puede ser afectado por un hecho que, con independencia de su realidad fáctica, produce un determinado efecto en un sujeto debido al modo en que ha sido procesado en su inconsciente, dando lugar a distintos síntomas”.
En Madrid, “cuando hace diez años tuvo lugar el atentado de Atocha, los psicoanalistas nos organizamos para brindar ayuda gratuita a los afectados, y esa experiencia nos permitió aprender muchas cosas sobre cómo intervenir en situaciones de máxima urgencia. En su texto El porvenir de la terapia analítica, pronunciado hace más de 100 años, Freud apostó por la necesidad de que el psicoanálisis pudiera acceder a las clases sociales no acomodadas, y que su acción se extendiese a diversos ámbitos sociales. Desde entonces, el psicoanálisis no ha dejado de hacerse oír en todos los espacios donde el sufrimiento psíquico está en juego: las instituciones de salud mental, educativas, culturales. Tal vez la mejor prueba de la proximidad que el psicoanálisis ha tenido con el mundo, es el hecho indiscutible de que su discurso cambió la historia de Occidente, tal vez mucho más y de forma más duradera que el marxismo.
“Actualmente, España está sumida en una grave catástrofe económica y un serio retroceso político, debido a la dictadura encubierta que padece. Eso, como es lógico, se traduce en el malestar que padece una gran parte de la población. Los críticos contra el psicoanálisis creen que se trata de una terapia milagrosa, y se molestan cuando descubren que lamentablemente no resuelve el problema de la desocupación ni evita la corrupción política. A esas voces críticas hay que agradecerles la inmensa idealización que han hecho de nosotros pero aclararles que no somos los dioses que esperaban, ni lo seremos nunca. Nuestro compromiso está con las personas que tienen síntomas, es decir, padecen de algo que les afecta su vida. Eso puede haber sido desencadenado por una ruptura sentimental, la muerte de un ser querido, la pérdida de empleo, el accidente de tren en la estación de Once, el atentado de la AMIA o la enfermedad de mi perro”.
Claro que “tirar piedras al psicoanálisis es un entretenimiento al que se suman muchos medios de comunicación, los lobbies farmacéuticos, algunos intelectuales lo suficientemente mediocres como para no saber inventarse algo mejor a fin de que su nombre figure en alguna parte, y también -por qué no- pacientes a los que no le hemos podido resolver sus esperanzas. Prefiero no evocar la época de mi formación universitaria en la Facultad de Psicología, cuando tras el retorno de Perón, algunas cátedras consideraron que devolver el psicoanálisis al pueblo consistía en llevarnos a los alumnos al Parque Chababuco o Lezama para que la gente de las villas miseria dibujara a sus familias. Por supuesto, jamás volvíamos a ver a ninguna de esas personas, pero los profesores se sentían muy orgullosos de su labor social »
En la misma dirección apuntó la joven analista Luján Iuale: “La crítica al psicoanálisis surgió con el psicoanálisis mismo. La padeció Freud en su momento, teniendo que enfrentar los dogmatismos de la época victoriana, y también Lacan cuando decidió correrse del statuo quo de la IPA. Es cierto que siempre podrán surgir teorías que intenten explicar y abordar los problemas del hombre, pero hoy más que nunca un psicoanalista puede estar a la altura de la época, si hace lo que sabe hacer: escuchar el dolor del otro. En un mundo donde todo parece reducirse a conexiones neuronales, el psicoanálisis sigue apostando a alojar los modos particulares en que los cuerpos son afectados. Un psicoanalista, hoy, no es sinónimo de silencio ni de diván. Para saber de qué estamos hablando, basta con enterarse del trabajo que muchos sostienen en centros de atención de niños maltratados, dispositivos de atención primaria, urgencias, etcétera ».
La analista francesa Agnés Aflalo, autora de El intento de asesinato del psicoanálisis, dijo a esta agencia desde París que “la cultura de la evaluación (la llamada ciencia estadística) retorna con fuerza cada vez que existen conflictos políticos. Con el imperativo de atender a imperativos presupuestarios, sólo concibe gobernar a los humanos como productos industriales. Es imposible evitar pensar que el triunfo de la evaluación aseguraría el control de la formación psi. Y después, liquidar al lacanismo, que es lo que está verdaderamente en juego”.
Enrique Acuña, psicoanalista porteño que trabaja en La Plata, historiza: “Después de diciembre de 2001, aparecieron las interpretaciones desde el campo psi a los estallidos sociales. Hay cierto lenguaje psicologista que nombra el acontecimiento dando una explicación que conduce a disculpar a los agentes sociales. Las crisis causan un llamado a los significantes amos que organizan lo social. Se opera con una domesticación de la angustia creando la figura de la víctima, el perjudicado, que haría sus bodas con el buen prestador que ofrece el mercado”, asegura. Y suma: “Es el auge de una metáfora jurídica -nuevas leyes- sobre lo que antes era el campo de la salud mental. Se sueña que con los nombres de un diagnóstico se podría encontrar una vía de reconocimiento del que sufre, de modo que las terapias rápidas neutralizan lo inconsciente como una política del deseo (de cada uno) de nominar su síntoma. La solución pragmática en las que caen los mismos analistas huyendo del psicoanálisis para estar a la altura de las evaluaciones, es un retorno a lo anterior, a rasgos de la cultura de lo trágico. El psicoanálisis es otra cosa, si entendemos que cuando alguien se responsabiliza de lo que dice puede inventar nuevas identificaciones, un detalle del Otro que la masa velaba”.
Argentina y psicoanalista también, Gabriela Grinbaum aseguró que “el psicoanálisis cura la fatalidad de un destino y esa es la marca que lo vuelve absolutamente ético. No se trata, lo dijo Freud en Análisis terminable interminable, de la cura según el campo de la medicina, que implica volver al estado previo al de enfermar. Para los psicoanalistas, la cura es volver a un estado que nunca preexistió. Y dado que el goce no es negativizable, se trata finalmente de andar bastante mejor, haciendo uso de la contingencia del trauma”.
Finalmente, José Ioskyn precisó que las notas en cuestión no eran “ataques frontales” sino que estaban “disfrazadas de una supuesta neutralidad. En rigor, están apoyadas en bibliografía y datos para extraer conclusiones falsas. Por ejemplo, la asociación entre patología mental y pobreza no es un dato certificado, es un supuesto ideológico. El psicoanálisis es la única terapéutica que se ha preocupado por lo social y lo político; sus teóricos siempre se han dedicado a ese aspecto. Freud y su explicación de la neurosis por la represión social, su preocupación por extender el psicoanálisis a las masas, la interdependencia entre malestar en la cultura y neurosis. (Wilfred) Bion y otros ingleses, constituyendo un campo grupal para tratar las neurosis provocadas por la segunda guerra mundial. Lacan mismo, su idea de que la neurosis es lo social, que el analista debe estar a la altura de la subjetividad de su época, y la teorización, a fines de los 70, de la teoría de los discursos y del lazo social, en la cual quedan anudadas la subjetividad y los discursos sociales. Es decir, no hay manera de entrarle al psicoanálisis por el hecho de ser básicamente una práctica de consultorio.
En los 70, en la Argentina, algunos psicoanalistas crearon dispositivos grupales para paliar la demanda desbordante en los hospitales públicos. Anudaron el psicodrama de Moreno y las técnicas grupales para generar psicoterapia de grupo. Y en la actualidad, está casi todo el mundo cubierto de sistemas de atención gratuitos o muy económicos, de iniciativa privada, como Pausa, la Red de la EOL, los CPCT en Europa. En La Plata, a raíz de la inundación, por ejemplo, hubo múltiples ofertas de atención gratuita para damnificados y a los diez días de la tragedia, salió un número especial de la revista Cita en las diagonales, donde psicoanalistas escribieron sobre el hecho. Que yo sepa, ninguna otra psicoterapia se ha ocupado de nada”, concluyó.
La evaluación y el cientificismo cognitivo-conductual no sólo infiltran y destruyen los saberes sino que son ductos privilegiados de los laboratorios farmacéuticos y de ciertas políticas de disciplinamiento y control social que -se sepa o no se sepa- se montan a los discursos dominantes, la biopolítica y la psiquiatría epidemiológica, vectores de una mercantilización que nada tiene de ecuménica sino de objeto teórico que por su eficacia inmediatista es susceptible de arrogarse una acción que nunca deja de retornar, y que se nombra como lo que es: mala fe.