Ascension (2013)
Mitch Griffiths
BORDES
No. 13
31 de Julio de 2013
Boletín de la NEL hacia el VI Encuentro Americano de Psicoanálisis de la Orientación Lacaniana
XVIII Encuentro Internacional del Campo Freudiano
HABLAR CON EL CUERPO
LAS CRISIS DE LAS NORMAS Y LA AGITACIÓN DE LO REAL
Buenos Aires, 22 y 23 de noviembre de 2013
En este boletín:
- Las Chicas De Alambre, Una Lectura Psicoanalítica.- Mario Elkin Ramírez
Las vergüenzas
el sudor sus injerencias los talones crines
moldes para hacer y deshacer genuflexiones flancos entrepiernas
brotes chifladuras y pelajes lunarejos importunos
grietas y candores
leche de astrolabios articulaciones babas
estertores agrio olor de manos
surco anquilosado don de esponja
Todos adefesios de este cuerpo
impune atribulado
Eleonora Requena
EDITORIAL
Mario Elkin habla de Jordi Sierra. Digo de Jordi Sierra porque cuando un escritor escribe, se escribe. Mario Elkin habla de Jordi Sierra y habla de si. Habla de sí en tanto su posición como analista, desde su enfoque. El examina, desarrolla, piensa, analiza, organiza, profundiza, muestra los espacios en blanco del texto de Sierra. Espacios en blanco sobre cuerpos semblantizados o ataviados de agujeros. Sobre cuerpos ubicados en el lugar de desechos: reciclados, transformados, modelados, ofrecidos, expuestos, vendidos… SOLD OUT!!! El próximo.
Estética. Mercado. Goce pulsional. Tanathos. Anudamientos de alambre para chicas de alambre. Las que colman pasarelas, en los grandes ateliers, en sus sueños, en el pasillo del liceo, en la calle, en los metonímicos espacios que otrora llamáramos burdel.
Disfruten de esta buena lectura!!!
J Gavlovski
LAS CHICAS DE ALAMBRE, UNA LECTURA PSICOANALÍTICA
Mario Elkin Ramírez
NEL-Medellín
El escritor catalán Jordi Sierra i Fabra, hizo una reedición en el 2001 de su novela corta Las chicas de alambre[1]. En él recrea el mundo de las top models, que realizan el sueño de miles de adolescentes contemporáneas, pero muestra su reverso de pesadilla, el costo de ese breve sueño, pagado con frecuencia por ellas con el cuerpo, objeto de la anorexia, de la bulimia, de las drogas y de la muerte.
Su lectura permite una reflexión psicoanalítica de cómo en la contemporaneidad, caracterizada por una alianza perversa entre el discurso de la ciencia y el discurso del capitalismo, el mercado ha tomado el cuerpo de miles de adolescentes como una mercancía, con valor de cambio y un valor de uso breve, con una obsolescencia programada de máximo diez años; de tal modo que si no mueren en el intento, o caen en la prostitución, la pornografía, la toxicomanía u otros destinos sociales (pulsionales), a los veinticinco años ya estarán fuera del mismo, y solo algunas, realmente escasas, con un éxito social y una relativa firme posición subjetiva que lo soporte.
A las chicas de alambre fue « la delgadez que las llevó primero al éxito, que incluso les dio el nombre, y que, finalmente, las acabó matando »[2].
Belleza y estrago
Una de ellas, proveniente de una familia de clase media americana, respetable y fanática religiosa, su madre la trató desde su infancia como una reina de belleza y alguna vez le dijo: « Dios te ha hecho hermosa para algo; de lo contrario te habría hecho como a cualquiera otra mujer. Haz, pues, que el Señor se sienta orgulloso de ti »[3]. En ese significante, del que ella hace letra, está la marca de un Nombre-del-Padre, pero bajo la forma de un imperativo superyoico, que le marca un destino, una misión, la hace un instrumento en el que la belleza cumple una función. Ella fue, en consecuencia, la « imagen perfecta de la América sana y maravillosa que preconizaban los propios estadunidenses »[4]. Pero ese mandato materno « había sido el detonante »[5] que provocó su efímera gloria y también su estrago.
Una aspirante a chica alambre dirá después que en esa elección también cuentan los sueños « de sus madres, que están gordas como focas, y buscan el éxito de sus nenas para paliar sus propios fracasos »[6].
Se recuerda a la primera top model, Evelyn Nesbit, quien « en 1901 llegó a New York, a los quince años, acompañada de su inevitable madre –todas tienen una madre celosa y protectora, hasta que ellas mismas se independizan, cansadas de su celo »[7].
A la otra chica de alambre, hija de somalíes y nacida en el Cairo, su padre, luego de hacerle la ablación del clítoris a los nueve años, la había vendido a un traficante de camellos, al cual ella se le escapó a sus trece años. Pasó la frontera de Etiopía y encontró un empleo en una casa, donde un amigo francés de su empleador, vino a descubrirla y llevarla a París.
La marca de esta chica era distinta, su belleza física contrasta con su frialdad sentimental, « muerta en vida, no podía amar a nadie »[8], por su trágico origen; desecho familiar y « rescatada » por un capitalista, que luego la explotará en el negocio de las top models y la inducirá a las drogas para que se mantuviera delgada. Su madre no aparece en el relato, pero el gesto del padre se constituye como una devastación para su hija.
La madre de la tercera chica de alambre muere pronto. Fue una hija ilegítima por lo que apenas fue reconocida por un padre, quien no se ocupará de ella ni quería saber nada de su suerte, ella queda al lado de una tía soltera, quien después se muestra indiferente por su venturas o desventuras.
E Nesbitt (1885 – 1967)
Es alguien « sin ninguna raíz »[9] que luego fue descubierta en España, a los trece años, por un fotógrafo que le hizo « su primera sesión como mujer y vaticinó su futuro »[10].
La narración atrapa al lector que quiere saber el destino de ésta última chica, desaparecida desde hace diez años, luego del suicidio de las otras dos; la una por sobredosis de morfina, la otra por una ingesta de anfetaminas, luego de saberse infectada por el sida, pues, habiendo sido una de las mujeres más bellas del mundo no soportaba la idea de la decrepitud física que le impondría la enfermedad.
El interés de la novela es que el autor investigó durante diez años, los entresijos del mundo de estas chicas, que son elevadas a la dignidad de modelos de miles de adolescentes, tan anoréxicas como ellas « por degeneración »[11], y que hacen de la delgadez un icono de una belleza que coquetea muy de cerca con la muerte.
La anorexia, en la mayoría es llevada casi al límite, las hace frágiles muñecas a punto de romperse, pero extrañamente, en ello reside su belleza. Esto, en el contexto del discurso capitalista, cuyo imperativo « consume », impone significantes como: « nuevo », « joven », « brillante », « veloz ». Por lo que cada año emergen nuevos rostros, se tejen nuevas historias y las pasarelas encumbran « a media docena de diosas de la imagen »[12].
Fue a partir de los quince o dieciséis años que una de las chicas de alambre se pasó a la anorexia. « En aquellos días el culto al esqueleto más que a la forma femenina se hizo religión oficial. Los modistos las querían sin nada, sin pecho, sin caderas, casi sin rostro, aunque parezca un contrasentido, andróginas, para poder moldearlas a su antojo con cada colección »[13].
Si se prescinde de la forma dada por el músculo, (la carne), solo queda el esqueleto, y éste es andrógino a primera vista.
Es decir, que a la forclusión del sujeto por parte de la ciencia se suma la forclusión de la castración, ejercida por el capitalismo y esto se expresa en esta tendencia a borrar, incluso en la anatomía, las formas diferenciadoras del sexo.
A la declinación de los semblantes paternos, en la contemporaneidad, le es correlativa una inclinación, primero al unisex de la moda, que hace desaparecer la diferencia sexual, pero esta vez, se trata de buscar la igualdad más allá de la ropa, en el esqueleto, en los huesos de las modelos y sus seguidoras.
Es algo más agresivo, donde se reduce el cuerpo a un organismo maleable. Que ellas sean casi sin rostro, sin formas, sin senos, sin cadera, « sin nada », es la tentativa extrema de borramiento subjetivo. Es la aspiración a una instrumentalización reforzada, es el sueño de que el cuerpo sea una materia informe en el límite de la vida, para ser moldeada de acuerdo al capricho de su manipulador, a saber, la industria de la moda y el mercado capitalista.
Que sean « sin nada », tiene un impacto subjetivo en ellas, quienes para conseguirlo se matan de hambre, se conectan también con una « nada » en la anorexia: « comen nada ».
Este borramiento tiene sus antecedentes históricos. Relata el autor que en los años veinte del siglo pasado: « el diseñador francés Paul Poiret llegó a prohibirle en cierta ocasión a una periodista inglesa que hablara con una modelo. Le dijo « No hable con las chicas. ¡Ellas no existen! »[14].
Sin embargo, el consumo de masas las hizo existir. Ahora quieren ser imitadas por las mujeres y poseídas por los hombres. Es el valor de imagen fálico o ideal que recubre, no obstante, la dimensión de objeto de goce, porque hay una cosificación radical como precio a pagar.
« Son productos acabados al milímetro [dice un especialista]. Pero incluso la perfección puede mejorarse. Por eso ellas hoy se operan la nariz, los pómulos, los labios, se hacen ampliar la frente, se quitan los dientes del juicio o los molares inmediatos a ellos para que sus rostros sean más chupados »[15].
El cuerpo cosmético está muy presente en esta industria, interviniendo en lo real. En ello la ciencia aporta el quirófano al servicio del ideal de la belleza a consumir. Ya no es un delirio, esa transformación corporal está materializada como una oferta quirúrgica.
La singularidad del objeto mirada
Lo que « salva » a algunas de volverse un desecho inutilizable demasiado pronto, es su singularidad: « no todas servían, no bastaba con estar delgadas. La magia de esas chicas reside en lo que desprenden, lo que emanan. Es como un aroma visual que las distingue »[16].
Ese « algo » especial que seduce a quien las descubre y piensa puede transmitirse a los demás concierne al objeto mirada.
« se puede estudiar para ser modelo, sí, pero nadie puede enseñarte a mirar a una cámara. Esa mirada lo es todo. Y en su caso toda ella se salía, atravesaba el espacio, se te metía dentro. ¡La misma cámara la quería, que es algo esencial! No sólo eran aquellos ojos siempre tristes, su aspecto lánguido, su inocencia plagada de ternuras, también era el morbo que eso producía »[17].
En otro pasaje se intenta objetivar mejor ese objeto: « ese algo indefinible que tiene una entre un millón, casi mágico, que te atrapa y te enamora, seas de donde seas, tengas la edad que tengas y hagas lo que hagas, mientras seas un humano con emociones »[18]. Pero solo una de tanto en tanto lograba « meterse en la mente de alguien con solo mirarle, era un don »[19].
La tentativa de materializar esa singularidad no desfallece en el libro, en otro pasaje habla de que lo que diferencia una top model de una modelo vulgar es « un halo invisible que la hace distinta, que enamora al espectador, a la cámara, y que transmite la sutil droga del deseo »[20].
En el imperio en que la imagen reina, el objeto mirada es que dirige esa elección, es el que se pone en el cénit de esta subcultura, no para vigilar sino para explotar la contemplación. Hacer de las chicas del instrumento al servicio del goce voyerista mercantilizado. Es el objeto escópico que prevalece en esta industria, y en el que la caducidad se acelera.
Lo que se vende es la imagen al lado de la mercancía que promociona, vestido u objeto. Y para ello se le exige a la top model « ser camaleónica, parecer siempre distinta aún siendo ella misma, mostrarse vulnerable pero también altiva, y mezclar sentimientos como la tristeza con la desvergüenza, el carácter de una diosa con la ternura de una novia. Venden imagen, pero además, se venden a sí mismas »[21].
Se pide entonces un máximo de fragmentación subjetiva, casi esquizofrénico, y una combinación de pasiones que la cámara debe capturar.
La no-relación sexual adolescente
Si bien, lo que se pone de presente en el ideal de estas chicas es « lucir hermosos vestidos en las pasarelas, viajar, ser famosas, ir a fiestas, ganar cinco millones de pesetas por día, y enamorar cantantes de rock »[22], muchas aspiran a encontrar el amor y una situación estable antes de ellas mismas pasar de moda como los objetos que ofertan.
Pero lo que usualmente acontece, por tener un trabajo nómada, que las pone a vivir en un « no-lugar », como aeropuertos, hoteles y pasarelas, es que no hay tiempo del romance y las distancias se alargan. Esas circunstancias modifican los encuentros amorosos y sus códigos. Así se ilustra el encuentro en una noche entre una modelo con un cantante de rock:
« a lo peor ya no se vuelven a cruzar sus destinos. Lo normal era eso: conocerse, mirarse, saber lo que iba a pasar, y ya no hacerse ascos […] fue electrizante [Pero] Yo estaba en plena gira por España, y ella en pleno trabajo por todo el mundo.
Teníamos que vernos en París, en Milán o en New York tanto como en Oviedo, Vigo o Zaragoza. Una locura. No habría resultado […] éramos nómadas del mundo del espectáculo »[23].
Son las formas de expresar el desencuentro fundamental de los sexos, la ausencia de una fórmula para la relación entre los sexos inscrita en lo real aplicada a estas personas, esas son sus razones, lo efímero, que hace que toda relación sea tan pasajera como la anterior. Pues ninguno quiere renunciar a su carrera individual.
Lo que una de las chicas de alambre inspiraba en uno de sus amantes, en su « melancólica delgadez » era « unos enormes deseos de protegerla, de darle amparo, quererla, acariciarla »[24]. Es una mezcla entre un sentimiento paternal incestuosamente mezclado con lo erótico. Son chicas menores de edad y ahí yace el morbo, que también satisface una cierta pedofilia social, son las lolitas dadas a ver en el espectáculo de las pasarelas, aunque sea un goce envuelto en una estética particular.
Pero esa atracción quiere también explotarse frente a la cámara, está calculada para vender el producto, por lo que se sabe que « esa delgadez extrema despierta compasión, ternura, cariño, vulnerabilidad »[25] y eso, piensa el capitalista conmueve y empuja a comprar.
No obstante, hay una paradoja en las chicas de alambre, y es un carácter altamente narcisista, rinden culto a su cuerpo. Un tonto, amante casual de una de ellas, se quejaba de que ella le decía: « no me aprietes los brazos que me dejas marcas, cuidado con el cuello que se queda rojo y después se nota »[26]. Pero ese culto al cuerpo no les impide destruirlo al ponerlo al límite con la anorexia, la bulimia y la heroína que vienen en muchas a constituirse en partenaire-sinthoma.
La fábrica de modelos para el consumo de masas
La fama como otro de los soportes sociales que apoyan esa aspiración a ser una chica de alambre, parecería que les diera un valor fálico, no sólo a la mirada de los hombres para quienes son posibles, sino para la gente en general. Sus fans.
« Era una diosa, y las diosas necesitan devoción »[27], dice uno de los personajes describiendo a una de ellas. Pero es una industria en la que únicamente algunas logran triunfar. En cambio, miles y miles solo pasan por algunos catálogos baratos, o terminan « de azafatas o bustos en programas de televisión. Nada más, incluido algún que otro cuarentón con pasta al llegar a los veinticinco y comprender que a esa edad ya se es vieja en este mundillo »[28].
Y sin embargo, hay millones de chicas en el mundo que darían la vida por ser una de las que triunfan y una industria dispuesta a jugar « con los sueños de esas protagonistas y con los de las millones de adolescentes que las imitan »[29].
Son niñas que se inician a los doce o trece años, sin asistencia psicológica, sin otra escolaridad que el modelaje, trabajan quince horas diarias, tienen una descompensación horaria con el cambio de ciudades y países, viven sobre una presión que no cesa. Lo que les hace acudir a una vida medicada con tranquilizantes, estupefacientes, además de cocaína o heroína para mantenerse famélicas.
Una instructora que defiende la industria de las modelos expresa:
« Es tan duro que en el fondo todo está en su contra. Si te enamoras estás perdida. Si estás sola, estás perdida. Aviones, aeropuertos, ni soñar con tener un hijo, hombres que van a por ti pensando que pueden comprarte porque debajo de cada modelo hay una puta […] pero basta con el placer que se siente por dentro para superarlo […] Una modelo de pasarela vive en esos minutos que está encima de ella casi toda una vida. Y otra que preste su rostro a una marca de perfumes sabe que su imagen será vista y admirada en todo el mundo. Eso […] es poder y poder es placer »[30].
Y al ser interrogada por « ¿Qué es lo peor para una modela joven? » respondió: « La familia y los novios […] Ser modelo exige una disciplina total, entrega total, vida total…y sentirse modelo las 24 horas del día, por dentro y por fuera »[31].
Detrás de una fotografía de un bello rostro anunciando cualquier mercancía, detrás de un desfile de modas, encontramos entonces una férrea industria de cuerpos disciplinados, que desaloja el sujeto de sí mismo y se enriquece a costa de las chicas de alambre y del consumo de masas de sus imágenes.
Comité organizador BORDES:
Piedad Ortega de Spurrier, Marcela Almanza, Elida Ganoza, Johnny Gavlovski E., Ruth Hernández
[1] Jordi Sierra i Fabra, Las chicas de alambre, Bogotá, Alfaguara, 2001.
[2] Ibíd, p. 16.
[3] Ibíd., p. 17.
[4] Ibíd., p. 19
[5] Ibíd., 17.
[6] Ibíd., p. 74.
[7] Ibíd., p. 81.
[8] Ibíd., p. 90.
[9] Ibíd., p. 69.
[10] Ibíd., p. 18.
[11] Ibíd.
[12] Ibíd., p. 19.
[13] Ibíd., p. 32. Las itálicas son mías.
[14] Ibíd., p. 82. Imagen (Scarlett tomada de loslibrosdekayla.blogspot.com)
[15] Ibíd., p. 83.
[16] Ibíd., p. 32. Las itálicas son mías.
[17] Ibíd., p. 33.
[18] Ibíd.., p. 38.
[19] Ibíd., p. 73.
[20] Ibíd., p. 82.
[21] Ibíd., p. 83.
[22] Ibíd., p. 40.
[23] Ibíd., págs. 66-67.
[24] Ibíd.., p. 68.
[25] Ibíd., p. 83.
[26] Ibíd., p. 62.
[27] Ibíd., p. 69.
[28] Ibíd., p. 72.
[29] Ibíd., p. 74.
[30] Ibíd., p. 102.
[31] Ibíd., p. 103. Foto www.metroecuador.com.ec