Parto del concepto de disciplinamiento introducido por Pablo Ospina para caracterizar la política del régimen.
Amplío eso con otro concepto, el de control. Ambos fueron instrumentos de la larga elaboración de Michel Foucault sobre los dispositivos de lo que él llamó el biopoder.
Es convocando específicamente a la teoría de los discursos de Jacques Lacan que voy a tratar de deconstruir el problema que abordamos.
La estructura que se quiere imponer es aquella llamada por Lacan Discurso Universitario. El semblante o agente es el saber experto, el de la academia y la burocracia, es la ley y sus reglamentos; su verdad latente es el significante amo: la orden, el imperativo, la verdad única, la voluntad del gobernante: disciplinar, controlar, imperar.
Si el discurso del poder quiere disciplinar y controlar, es porque del otro lado estamos los indisciplinados, los no controlados; o, en otros ámbitos, los maleducados, los insanos, los corruptos.
Nosotros, en tanto objetos del Discurso Universitario, alojamos una anomalía sospechosa. Llevamos un objeto heterogéneo, que no se acomoda al paradigma de la bondad, el conocimiento y la corrección: mancha epistémica, mancha moral, incluso mancha propiamente estética. En tanto que es un trozo de real, irreductible, la labor del saber disciplinador y controlador es ilimitada, y los agentes y dispositivos de la burocracia se reproducen.
Lo que queda desplazado, reprimido, postergado sin fecha, es el sujeto de la palabra, el que habla con voz propia y dice su malestar, su queja. El discurso biocontrolador y disciplinario no reconoce ni acepta al sujeto concreto, singular, que tiene su estilo, que critica, que no está de acuerdo.
El saber biocontrolador repele el conflicto, y al conflictivo. Impone un lenguaje que no deja hablar: formularios, listas de chequeos, protocolos de observación, cuestionarios con respuestas encajonadas. Una parafernalia de falsa ciencia, con el que se alcanzará el mundo feliz del buen vivir, cuando todos seamos excelentes, 99,9 %. El fin de todo poder es el bien, por eso el poder no tiene fin, le gustaba decir a Lacan.
El proyecto de evaluación está aplastando al sujeto vivo y presente de la enunciación, dejando sólo al sujeto del enunciado: mudo, representado por las marcas dejadas en las matrices de la evaluación.
Anticipamos el efecto general de la política de la evaluación. Repetida una y otra vez, periódicamente o en momentos convenientes, desvalorizará el trabajo y alentará la vocación del examinador. La ciencia no nacerá con esta mecánica de rutinas cuantificadoras. Creer que la « excelencia » en ciencia, tecnología, arte y cultura, es aquello que « miden » las evaluaciones es caer en el impase ridículo que conocemos en las universidades por décadas: las notas no son la última palabra para juzgar el talento y la habilidad del futuro profesional. Para no hablar de su ética.
¿Qué podemos hacer? Simple y llanamente: restituir al sujeto de la enunciación, el que llevamos todos, el de cada uno, diferente, singular, que tiene algo que decir y escribir, sin atraparse en la cajonera de los formularios, encuestas, exámenes, evaluaciones, listas de chequeos. Hay que desbordar los casilleros con nuestras palabras, con enunciados sostenidos por la voz y el estilo propios.
Esto es la política, según el modo como lo entiende Jacques Ranciere: el desacuerdo, el descontento, el acto de singularidad por el cual objetamos y cuestionamos el orden, que siempre equivale a la policía.
Si acordamos con la teoría de Ranciere los evaluadores son políticos devenidos policías.
Hay que recuperar los « espacios » de palabra. ¡Cómo gustaba a los izquierdistas esa palabra! « Espacio »: es lo que tenemos que abrir, ahora que lo vemos estrecharse día a día, rellenado asfixiantemente en evaluaciones y reglamentos insufribles.
Propongamos juntas y asambleas en las universidades para, primero, oponernos de viva voz al proyecto irracional del poder. Segundo, para ir sacando una alternativa. Y que el gobierno tenga allí su aporte, pero no con el monopolio del poder y la amenaza.
Amigos, la evaluación-acreditación no es el medio para realizar un mensaje pastoral. La evaluación, como diría Mcluhan, es el mensaje. Mediante ella sufriremos una metamorfosis kafkiana, una que nos hará recordarla teoría del maestro de los revolucionarios de ayer y policías del alma de hoy, el filósofo marxista Althusser: los evaluados mutarán en evaluadores, los disciplinados en disciplinadores, los controlados en controladores.
¿Quién quedará para hacer el trabajo de profesor, a secas, o de médico, o de cualquier tipo de profesional, cuando todos se hayan mudado a su nueva envoltura, monstruosa, de evaluador-controlador?
Seminario de la Escuela
Sábado, 29 de septiembre de 2012
Conversación on-line sobre política y acción lacaniana
Continuamos con las aportaciones de los colegas para preparar nuestro primer encuentro del curso en el Seminario de la Escuela. Esta vez, Paloma Blanco, desde Málaga, nos invita a reflexionar sobre el tema, dándonos algunas indicaciones sobre la conjunción en el discurso político actual entre dos rechazos: la imposibilidad y el amor .
Antonio Aguirre, colega de la NEL ( AMP), nos escribe desde Guayaquil (Ecuador), para señalarnos que sigue con mucho interés nuestro debate en el cual quiere contribuir. Publicamos uno de los tres textos que amablemente nos ha enviado.
En archivo encontrareis la Bibliografía que ha elaborado Juan Carlos Tazejdíán , enviada anteriormente, pero que ha sido completada, sin pretender en ningún caso ser exhaustiva.
Saludos cordiales, Carmen Cuñat
El porvenir de una ilusión
Paloma Blanco Díaz
En el texto de Freud que parafraseo en mi título, el uso del término « ilusión » alude a una creencia vinculada a la satisfacción ilusoria del deseo y que la vuelve análoga, no a la neurosis, sino a la satisfacción alucinatoria del sueño. La ilusión es de cada uno, pero es también de la civilización misma. Freud ofrece a la civilización el propio psicoanálisis como la posibilidad de un porvenir…un porvenir distinto del superyó y la religión como manifestación de éste, para el tratamiento de la pulsión. El porvenir de una ilusión apunta a la posibilidad de un discurso que fuera más allá de sí mismo, mas allá del padre que lo hace posible. Un discurso que no fuera del semblante, como propuso Lacan.
Freud plantea de modo irónico el progreso de la civilización. Gracias al superyó, el sujeto no necesita al tirano que le impide satisfacer la pulsión porque éste ya está en él, ordenándole gozar…aunque sea a través de la renuncia o el exceso. Conocemos la vuelta de tuerca que introduce Lacan; donde hay una interdicción y una renuncia, hay un plus de goce que la interdicción no logra jamás integrar, metabolizar.
El capitalismo contemporáneo se ha apropiado de esto y usa a su favor el tratamiento del goce a través del superyó, como la posibilidad de usufructuar una nueva plusvalía. Freud inventa el psicoanálisis para dirigirse a ese elemento que la interdicción no logra resolver. Para él, el psicoanálisis es el lugar distinto que puede ofrecérsele a la civilización frente a la alianza superyó-pulsión. Consideramos que éste es un aspecto crucial, tanto en la política del psicoanálisis, como en el psicoanálisis como factor de la política.
Para Freud, la experiencia del análisis tiene que dar de si un tipo de renuncia que no sea la que ejerce el superyó, debe permitir pasar del sentimiento de culpa a la responsabilidad de ese otro tipo de deber al que llamó deseo. No se trata de una renuncia como merma, sino de una apertura, un acceso a la infinita diferencia. Esta experiencia daría cuenta de una auténtica salida del Edipo, de haber alcanzado la mayoría de edad. Con ello, el lugar del padre simbólico, el padre de la ley y Dios padre, quedan irremediablemente tocados. Efectivamente, a partir de Freud, se inscriben las coordenadas para que lo simbólico no vuelva a ser lo que fue. Con Freud, comienza el trabajo arqueológico que dejará como saldo la tumba vacía del padre. Los usos que de ello haga el discurso capitalista no son ajenos para nosotros a la responsabilidad de sostener el acto oportuno al discurso del analista.
El modo en que Freud piensa el hecho cultural, es el germen de lo que en Lacan será la teoría del discurso. Desde su perspectiva, el discurso es, fundamentalmente, una defensa contra el goce, defensa que actúa velando lo real como imposible. Todo discurso está constituido sobre un fondo de imposibilidad y es el artificio que nos permite hacer lazo con los otros. Así pues, todo discurso no puede ser mas que del semblante; únicamente aquel que produce, que tiene como efecto lo real, no sería del semblante.
Lacan, aspiraba para el psicoanálisis a un discurso sin palabras. Con esta enigmática propuesta, tal vez quería evocar lo que comparece en cada testimonio de pase, donde tiene lugar la transmisión de un acontecimiento harto extraño: cómo lo simbólico logró incidir sobre un real de goce, transformándolo. Decimos testimonio porque se trata de una transmisión de lo que es imposible de decir, nombrar y representar; es la transmisión de lo que ha sido la experiencia de lo imposible, de lo real para un sujeto y el tratamiento que ha podido darle a esta experiencia. Este acontecimiento singular en cada sujeto, e irrepetible bajo la misma fórmula, demostrará una transmisión lograda si produce efectos y consecuencias en la Escuela misma y la causa que la habita; efectos y consecuencias en cuanto a saber cernir un poco más ese real plural que nos orienta. Hay transmisión cuando ese saber producido provoca y relanza la propia producción de cada uno.
Lacan concibió su Escuela como refugio y base de operaciones frente al malestar en la cultura.. Los semblantes que sostenían, ordenaban y daban sentido al mundo han iniciado una carrera hacia lo obsoleto que es imparable y no merecen ningún ejercicio de nostalgia; la crisis económica de los mercados financieros no es más que una expresión de este movimiento y un ejercicio del miedo como arma de poder y control de las subjetividades.
El discurso capitalista se caracteriza por el rechazo de la imposibilidad y el rechazo del amor, porque el amor digno de este nombre hunde sus raíces en ésta. El discurso del psicoanalista es el único discurso que hace de la imposibilidad el motor de su acción, gracias al amor que no retrocede frente a la castración incurable. Esto permite desenmascarar la negación de la imposibilidad como el secreto de todo ideal y todo vigor de cualquier imperativo de goce; abre una dimensión del fracaso que lo hace logro, cuando se convierte en un compromiso con la singularidad del sujeto que es también su soledad incurable. El psicoanálisis no retrocede frente a la imposibilidad; de ella hace causa, y tomar partido por la división del sujeto forma parte de la ética que orienta nuestra política y nuestra clínica.
El psicoanálisis, desde su invención, propone una nueva lógica del vínculo con los otros. Hace de la solitaria e irreductible soledad de cada uno, eso que tenemos en común con los otros. En la posibilidad de operar con la imposibilidad, con la singularidad que tenemos en común, captamos una lógica amorosa que es un nuevo amor, un vínculo inédito. En la época del rechazo de la imposibilidad y del amor, el psicoanálisis toma su mayor vigencia, se hace incluso una herramienta imprescindible por su eficiencia para tratar la angustia y el dolor de la contemporaneidad.
Las evaluaciones: represión del sujeto de la enunciación
Antonio Aguirre
Las contribuciones publicadas bajo la rúbrica « Conversación sobre política y acción lacaniana » se encuentran en ELP-debates: http://www.elp-debates.com/seminario_escuela.html
También se pueden consultar sobre el mismo tema: Los Debates de la Escuela nº 11, 12 13 y 14, en http://www.elp-debates.com/publi-online.html#LOS DEBATES DE LA ESCUELA
Las contribuciones pueden ser enviadas a Carmen Cuñat [email protected] y a Antoni Vicens [email protected]