ANUDAMIENTOS 29
En este interesante texto, Heidi Gehler nos confronta con la posición en que se (des)ubica el adolescente moderno. Exigencias familiares, fantasma personal vs. desenfreno bajo semblante de retos que el amo moderno propone. Gehler señala que la « juventud evaluada y criticada no encuentra los recursos para responsabilizarse por su propia existencia ». El debate se podría abrir en este punto, a partir de elementos como la rectificación subjetiva y el « saber-hacer » con el goce. Queda ahora abierto el debate con el deseo de escuchar a nuestros lectores, a partir de sus experiencias clínicas sobre el tema Johnny, Gavlovski « Egoístas, perezosos e intolerantes » Juventud evaluada criticada y desorientada La « opinión pública » de hoy, con todas las facilidades que los medios de comunicación le ofrece, se manifiesta continuamente con relación a la adolescencia y juventud de esta nueva era y parece reclamar soluciones. Como un ejemplo, se daba cuenta de una encuesta realizada en Francia sobre las nuevas generaciones, revelando que « Francia no ama a sus jóvenes, a quienes considera egoístas, perezosos, intolerantes, diferentes, indisciplinados y sin ideales… » La opinión pública francesa tiene sobre los jóvenes una mirada al mismo tiempo de compasión y severa crítica: siendo consciente de las dificultades de ser joven en la actualidad, condena su comportamiento. Peor aún, son los propios muchachos menores de 30 años quienes se describen así: « egoístas, perezosos e intolerantes ».[1] Otros dictan conferencias en escuelas secundarias, apuntando que « la política de la vida fácil para los niños origina una generación sin concepto de realidad, que lleva a fracasar en la vida después de la escuela ».[2] Todos los días podemos leer, escuchar, o enterarnos de algún tipo de sanciones como estas, que quedan como evidencia de un malestar que afecta a quienes no saben qué hacer con estos acontecimientos que la cultura posmoderna ha originado y, por supuesto, a quienes son efecto de esta transformación del lazo social. De un lado está el mundo adulto, para el que esta adolescencia se convierte en lo molesto y hasta insoportable y que, sin embargo, también se encuentra inmerso en las consecuencias de este cambio. Ellos también, bajo el imperativo que impone el discurso, perdieron la brújula, la orientación y el norte en su hacer en el mundo como padres, como pareja, como sujetos. Frente a esto, lo único que queda es sumergirse en el desenfreno que el amo moderno exige: trabajar, producir, consumir. Del otro, la adolescencia, la juventud evaluada y criticada no encuentra los recursos para responsabilizarse por su propia existencia. Jóvenes que aplastados en su subjetividad por un acceso infinito a todo tipo de información, no pueden elucubrar un saber. Empujados por un goce mortífero enganchado a la multiplicidad de objetos que la tecnología oferta hoy en día, no encuentran una orientación que les permita insertarse en una estructura simbólica, encarnando incluso en su propio cuerpo el vacío absoluto que implica esta ausencia de referentes, resultado del nuevo orden que impera. Desde esta perspectiva, también para el psicoanálisis existe una modificación en la forma de incidencia del acto analítico. Es así como, con sus reflexiones y nuevas conceptualizaciones para poder responder al malestar de esta época, se trata de ofertar « un psicoanálisis para el hombre que no sabe qué hacer, ni elegir entre los varios futuros que le son posibles hoy: sin padre, sin norte, sin brújula ».[3] Por lo tanto el analista, a partir de su acto, propone hacer de la mejor manera posible frente a estos discursos que existen, en tanto no se trata de prescindir de ellos o hacerlos desaparecer. Hacer de la mejor manera con lo que hay. Cada analista se ve convocado a inventar una práctica clínica que ofrezca un espacio de escucha y acompañamiento,[4] que posibilite a un sujeto hacer una invención, crearse un modo singular de arreglárselas con su propio dolor de existir y construir la vida de la mejor manera que le sea posible. Dar lugar a la condición singular del sujeto para que sea él quien trace su propio camino, sin pretender dictaminar o prescribir desde un mundo adulto, lo que debe hacer y qué ruta debe seguir; ya que es el sujeto en última instancia, quien puede ser el único creador y protagonista de su historia, a partir de sus recursos y posibilidades. El analista propone con su práctica, una alternativa frente a lo que acontece en la época con la singularidad de cada sujeto y con el mundo. Heidi Gehler