Bibliografía razonada (XIII)
En Babelia (El País.12 Nov) de este pasado sábado se presenta un texto de la filósofa Adela Cortina que versa alrededor de la neuroética y la neuropolítica. Sin entrar en profundidades epistémicas, no nos deja de llamar la atención el acento puesto en lo -neuro como omnímodo prefijo que -sumándose a lo Bio, Eco y Psico- viene a tratar de colmar la voracidad de un paradigma que reclama, bajo su presunta cientificidad, un paratodeo utilitarista al encuentro de una explicación de toda esfera subjetiva. Y donde progresivamente lo Psi queda relegado como meras especulaciones ontológicas: no en vano asistimos al declive de la propia psico-patología. Cierto es: neuro-cuerpos, neuro-aprendizajes; pero pronto neuro-estética, neuro-psicoanálisis (véase la fascinación por Damasio de ciertos colegas) y ya puestos neuro-transferencia, neuro-sexuación o neuropulsiones…
Está claro que el futuro del psicoanálisis no solo no está garantizado, sino que dependerá de aquellos concernidos por los poderes de la palabra y de su transmisión, bajo presencia.
Nuestro colega Adolfo Santamaría desde Valencia, nos entrega un texto que versa sobre como todo cuerpo, justo por su condición sintomática, resulta extraño, máxime en las psicosis. Y Paloma Blanco, desde Málaga, con su buen gusto cinematográfico, trae a colación un Hitchcock como testimonio subjetivo.
LA COMISIÓN BIBLIOGRÁFICA.
El propósito de esta nota es dar cuenta de un pequeño recorrido bibliográfico del que nos servimos para la presentación en el espacio “X Jornadas ELP” en la sede de Valencia en el mes de octubre, que titulamos “¿Automatismo Carnal?”: El cuerpo extraño. De entrada un texto periférico, si se me permite nombrarlo de este modo, fue nuestro punto de partida: El saber delirante de Colina, F. en sus capítulos ¿A qué llamamos automatismo mental? y, el que le sigue, ¿Hay automatismo carnal? El autor enfatiza que no debemos olvidar que el escenario principal de la psicosis es el cuerpo. La apariencia verbal del delirio, prosigue nuestro autor, no puede ocultarnos que el delirio está encarnado y que en su desdichada aventura el psicótico se ha jugado hasta la piel o. mejor dicho, es la piel, su envoltura corporal, lo primero que ha expuesto o arriesgado. Sin enmendar el plano a los fenómenos del automatismo mental – anidéicos, sutiles y atemáticos – hace hincapié en el lugar que ocupan esos fenómenos del cuerpo. Se produce, dice Colina F., una sublevación del cuerpo contra el pensamiento. Existe, al parecer, cierta ingobernabilidad del cuerpo por parte del “pensamiento”: el cuerpo comienza a hablar su propio lenguaje. Este deja de dar un lugar al cuerpo, comienza a ser hablado, habla su propio lenguaje, se convierte en emisor de su propio lenguaje; es en este sentido que entendemos la presencia del automatismo carnal. Sin embargo, nada nos asegura que el cuerpo sea conducido “rectamente” por el “pensamiento”. Solo en el hipotético caso de la realización del principio del placer cuerpo y mente, significante y significado, placer y goce tendría una relación unívoca. Entonces se abre, pues, la certeza de la desproporción entre los términos, el automatismo carnal, quizás, cabría pensarlo como la expresión máxima del desencuentro, de división, que el neurótico envuelve con el fantasma y el psicótico expone a cielo abierto. El texto de Colina F. actualizaba en nosotros elementos de la clínica de la psicosis del lado de los fenómenos del cuerpo. Tomamos en este sentido el trabajo de Freud de 1915 Lo inconsciente con el objeto de proseguir nuestra interrogación, nos interesaba el aspecto que acabamos de señalar cuando el cuerpo escindido habla su propio lenguaje. En este trabajo Freud nos presenta el concepto lenguaje de órgano como expresión de la no dehiscencia entre lenguaje y cuerpo. El lenguaje captura el cuerpo, produciendo una significación donde la palabra toma el cuerpo en un esfuerzo de condensación en la que representación verbal y representación de la cosa quedan integradas. Si el automatismo carnal nos sitúa ante fenómenos del tipo de distorsiones, deformaciones, negaciones corporales, fenómenos cenestésicos, hipocondría… El lenguaje de órgano es una vuelta a una mónada donde se condensan dos términos heterogéneos en su significación, que a diferencia del automatismo carnal apuntan a la cosa misma. Es un intento delirante de proporción entre los términos, que también podría pensarse como una servidumbre del cuerpo al significante enajenado. ¿De qué da idea tanto el automatismo carnal como el lenguaje de órgano? No solo de la fragmentación del cuerpo, sino también del dualismo irremediable entre las dos sustancias cartesianas por excelencia: mente y cuerpo. En este punto nuestro recorrido siguió las indicaciones de J.A. Miller en La experiencia de lo real en la cura psicoanalítica (2003, Paídos) cap. XVII Biología lacaniana en su apartado Hábeas Corpus. El empuje a la identidad entre ser y cuerpo, de raigambre aristotélica subrayada por Lacan (S XX, p. 134) – el alma es lo que se piensa a propósito del cuerpo – es criticado desde el dualismo cartesiano. El hombre tiene un cuerpo es la afirmación de Lacan en la que queda subraya la dehiscencia cartesiana atribuyendo el cuerpo al registro del tener; el ser quedara, entonces, del lado del saber. Es absolutamente extraño estar localizado en un cuerpo, y esa extrañeza no sería posible minimizarla, a pesar de que no lo pasamos jactándonos de haber reinventado la unidad humana. (Lacan S.II, p.146) La división está hecha sin remedio. La consecuencia de esta división se constituye en un principio rector (Miller p. 311). Nos reencontramos, en este caso, con la heterogeneidad de los términos: A partir del momento en que el sujeto es sujeto del significante, no puede identificarse con su cuerpo, y de allí procede su afección por la imagen de este (cuerpo). Es esta disparidad la se hace imposible a cualquier pensamiento, sin embargo es por la vía imaginaria que el narcisismo proporciona el modo en como el hombre responde a la identificación fallida. Iniciábamos la presentación de nuestro texto en la Sede de Valencia con un breve párrafo que plantea algunas cuestiones sobre el destino del cuerpo en la psicosis esquizofrénica, que ahora transcribo: El cuerpo es siempre fiel a la cita del desencadenamiento psicótico, prioritariamente en la esquizofrenia; cuerpo re-fragmentado que se restituye, aunque no siempre, en la envoltura delirante. Si el neurótico es capaz de olvidar el cuerpo, en el psicótico se presenta como real, de carne y hueso, inolvidable, sin embargo pobre y silencioso. El recorrido realizado nos ha alumbrado en la posición del cuerpo en la neurosis: cuerpo olvidado bajo el velo de lo imaginario, adornado de colores, telas y abalorios. Sin embargo, prosiguiendo en la dirección que apunta J.A. Miller en su seminario y adentrándonos, si quiera levemente, en el S. XXIII El sinthome llama la atención el tratamiento que Lacan da al cuerpo, más allá del registro imaginario; o mejor, vemos como el tratamiento dado al cuerpo en el registro imaginario se transforma y cae cuando toma la “aventura de Joyce” (p. 146) y nos traslada el desapego imaginario del cuerpo en ese abandonar, dejar caer (el cuerpo)… como una cáscara. Subraya pues la operación de este desentenderse de lo que tiene y le es ajeno. Creo que Joyce puede aventurarse a dejar caer el cuerpo como una cáscara en tanto la escritura, el oficio de escritor, le permite anudarse en otro registro que el imaginario: ahí tiene la letra. De este modo le es posible olvidar, también, el cuerpo. Nos preguntamos si es posible el olvido del cuerpo en un sujeto esquizofrénico. Creemos que la operación del olvido es compleja, pues este se hace presente en su retorno de lo real. En realidad, no lo tiene, pero su cuerpo es su única consistencia – consistencia mental, por supuesto, porque su cuerpo a cada rato levanta su campamento. (S. XXIII, p. 64). Esa consistencia es la que proponemos, a la luz de la clínica, que sea tomada como cuerpo extraño, y por ello, inolvidable. Adolfo J. Santamaría
El film Spellbound, de Alfred Hitchcock, traducida en España como Recuerda, figura entre los antecedentes que me impulsaron a iniciar mi análisis cuando tenía 19 años. Sin embargo, y hasta no hace mucho, el asunto me producía cierta incomodidad y malestar, guardándome de dejar saber a otros este dato que yo misma prefería olvidar. Y es que me resultaba, banal, frívolo, errado incluso, el peso que tenía en mi decisión y compromiso con la experiencia del inconsciente desde hace casi treinta años, una simple película que, por lo demás, sobradamente sabía plagada de inexactitudes y errores conceptuales. El primer encuentro con este relato cinematográfico fue cuando yo contaba unos 12 años; a lo largo del tiempo la he visto algunas veces más, experimentando siempre la misma sensación ambivalente; por un lado, reconocía su valor crucial para mí y por otro, me resultaba profundamente enojoso que algo que juzgaba tan pueril, tuviera ese peso. Mi gusto por el cine y los relatos en general es algo, por otra parte, que nunca precisé disimular y fue la escena de un paisaje nevado, vista recientemente en otra película, la que puso en juego lo que no es del orden del recuerdo, sino de la reminiscencia. Realmente, la incidencia de Spellbound en mi propia historia, no tenía que ver con el argumento de la película en si; se trataba más bien de las trazas de una escritura que comparecían en el film y que tenían resonancias con algo propio. Lo que me tocaba de la película, era la puesta en escena de mi propio irrepresentable, lo que escapa a lo que puede ser nombrado, lo que, sin embargo, no cesa de no escribirse. La marca que dibujan los dientes del tenedor en el mantel blanco, las rayas negras que recorren la bata blanca de la Dra. Peterson, los surcos que trazan los esquíes en la nieve, cifraban en aquella vieja película su valor, lo que ahora podía leer como letra, antes marca, trazo, cifra de una ausencia irrecuperable, que hace también a mi nombre, propio. Mi gusto por la nieve y las páginas en blanco, arranca desde la infancia; por deslizar por ellas un trazo, que ha podido hacerse letra, legible para mí y sin más sentido que una lectura propia. De mi encuentro con lalangue, quedó la contingencia afortunada de que algo pudiera cesar de no escribirse en la página en blanco infinita. La lengua inglesa fue mi particular lalangue, y pronuncié mis primeras palabras indistintamente en este idioma y en el que ahora estoy escribiendo; pero este lenguaje, de procedencia materna, fue cayendo en el desuso cotidiano y la transformación de lalangue en lenguaje implicó el abandono de un idioma por otro; también, la constatación de que toda palabra es un ejercicio de nostalgia y cualquier escritura, la conmemoración de una ausencia y un inicio. Spellbound se traduce como hechizado, alguien bajo el efecto de un conjuro o un encantamiento y es, a su vez, una palabra compuesta por otras dos. Spell significa deletrear y escribir con corrección ortográfica, y bound, tiene un amplio campo semántico, tanto como adjetivo, verbo o sustantivo: encuadernado, atar, ligar, anudar, obligar, detener, saltar, límite. El encuentro no fue con Recuerda, de hecho, desde muy pronto tuve claro que dejarse atravesar por la experiencia del inconsciente no era cuestión de un ejercicio de rememoración; mis recuerdos infantiles arrancaban desde una infancia muy temprana y lo enigmático no residía para mí en el olvido. Mi encuentro, lo he sabido mucho después, fue con Spellbound y la ausencia que marca y enmarca, con el sueño de un cortinaje rasgado y una mirada que se recorta, ese objeto perdido, pero esa es otra historia que será contada en otra ocasión. En el ejercicio de la rememoración a la reminiscencia, que ha sido mi consentimiento a dejarme atravesar por el inconsciente en la experiencia analítica, hallé un uso nuevo de la palabra y el cuerpo, porque localicé en algunas de ellas el borde cortante y propicio de ciertas letras, e hice del indecible la decisión de abrir con su filo, localizando vacíos en la membrana porosa del lenguaje, el ojo de una cerradura, después el dintel de una puerta a otras maneras posibles de habitar la existencia de un cuerpo parlante, sexuado y mortal. Paloma Blanco Díaz
Web de la ELP: http: www.elp-debates.comPueden dirigirse a:Ricardo Acevedo, [email protected]Luz Fernández, [email protected]Julio González, [email protected]Rosa Mª López, [email protected]José Ángel Rodríguez Ribas (responsable) [email protected]Adolfo Santamaría, [email protected]