Crisis de la educación
Es verano, mientras muchos educadores inician sus vacaciones merecidas, otros muchos, cientos quizás asisten a escuelas de verano para seguir formándose. Tiene mucho valor. Formarse cuando uno lo elige supone reconocer que hay camino por mejorar, por aprender y saber que nos harán mejores. Acabamos el curso en una facultad de nuestro país y me quedo con la misma sensación de otros años. Hay gente en este país que se dedica a la educación y que es muy valiosa. Gente que busca mejorar día a día, que se hace preguntas y que busca respuestas. Sin embargo, hay otra sensación que se repite. Más que sensación es una constatación. Son muchos los maestros que en su tarea sufren. La pasan mal, tienen dificultades, y prácticamente en general y salvo honrosas excepciones, muchos de estos educadores no tienen con quien hablar. No tienen con quien tratar el sufrimiento. La burocracia, y el mal uso del tiempo en los centros lo ocupa todo.
Una maestra de primaria que no puede dormir de noche pensando en algo que le paso ese día con un niño. Una profesora de instituto que ya desde el domingo tiene dolores en el estomago pensando en una clase que tiene el jueves por la tarde. Los ejemplos son inacabables.
Los educadores reciben demandas múltiples, de las administraciones, del centro, de los padres, de los alumnos, de sus familias y han de responder a ellas. Cada uno lo hace de la mejor forma que puede. Son en cierta forma el brazo ejecutor del sistema. Son un instrumento del discurso educativo que debe responder de acuerdo a cada época. Ya sabemos cada época tiene sus ideales, y estos son imposibles de cumplir.
En los tiempos que corren de la declive de la autoridad, los valores que comandan el discurso educativo son los de la diversidad y la inclusividad. Los educadores deben lidiar con ello. Sin embargo ¿Están preparados para ello?
Vivimos en la era de la información, no obstante no se trata de eso cuando hablamos de formación. Se trata de otra cosa que la escuela como sistema rechaza (lo hizo en el pasado y lo hace ahora), nos referimos a la subjetividad. A la subjetividad de los niños y de los educadores. El saber no es solo instrumental. No se trata de saber nuevas técnicas pedagógicas, ni de tecnologizar la educación con ordenadores para todos. En todo caso no es solo eso.
La crisis de la educación pone en evidencia lo que queda en el medio. Los intentos de reformas bordean lo que no se habla, lo que sufre. En la escuela no hay espacio para hablar, para pensar juntos. No se trata de une espacio para la queja, ni para la catarsis, sino ir mas allá de eso. Se trata de reflexionar juntos, de reconocer las propias dificultades. Es el mejor antídoto para no quemarse y para poner en juego el deseo de cada uno.