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De máscaras, postizos y semblantes Lucia D’Angelo Es un hecho que toda investigación retroactiva en la enseñanza de Lacan sobre el término de semblante remite a la definición del falo que lo hace el semblante por excelencia en la comedia entre los sexos. Veamos los antecedentes de esta formulación. Según Lacan, en La significación del falo, el falo como significante da la razón al deseo y ateniéndose a la función señala las estructuras a las que están sometidas las relaciones entre los sexos: « esas relaciones girarán alrededor de un ser y de un tener que, por referirse a un significante, el falo, tienen el efecto contrariado de dar por una parte realidad al sujeto por ese significante y por otra parte irrealizar las relaciones que han de significarse ». Por el interés de nuestra reflexión, retenemos nuestra atención sobre el hecho de que el término semblante en castellano, entre sus múltiples declinaciones, define la apariencia, el parecer o el aspecto de las cosas sobre el cual nos formamos el concepto de ellas. En su curso De la naturaleza de los semblantes, J.-A. Miller subraya la presencia de este término, parecer, en los Escritos de Lacan: « es por la intervención de un parecer que se sustituye al tener, para protegerlo por un lado, para enmascarar la falta en el otro, que tiene el efecto de proyectar enteramente en la comedia las manifestaciones ideales o típicas del comportamiento de cada uno de los sexos. » Para Lacan, aunque la relación del sujeto con el falo se establece más allá de la diferencia anatómica de los sexos, pone en una situación especialmente espinosa a la mujer. Para ser el falo, es decir el significante del deseo del Otro, la mujer debe rechazar una parte esencial de la femineidad, todos sus atributos, en la mascarada. La femineidad encuentra su refugio en esa máscara por el hecho de la Verdrängung inherente de la marca fálica del deseo y que acarrea la curiosa consecuencia de hacer que la ostentación viril parezca femenina. A partir de estas referencias de los Escritos de Lacan, J.A. Miller interpreta que la intervención de un parecer que sustituye al tener, supone ya introducir el semblante en la relación entre los sexos. Y propone que la distinción entre el amor y el deseo, con la que prosigue la reflexión de Lacan, supone que el parecer puede escribirse como el ser. Dicha distinción se funda en el hecho de que el amor no pone en tela de juicio el ser sino el tener. Y pone de relieve el amor como el don de lo que no se tiene. En ese sentido, el amar pertenece a la posición femenina. Desde esta perspectiva de la significación del falo sobre el parecer que sustituye al tener se reparten las posiciones del sujeto sobre la sexualidad en una bipartición: en proteger el tener (hombres), o en enmascarar la falta del tener (mujeres). En el horizonte de esta partición, el significante del falo, se erige como único en la distribución entre los sexos en posteriores elaboraciones lacanianas. Pero en el interés de nuestra reflexión permite argumentar con J.-A. Miller, que el parecer, que sustituye al tener, supone un antecedente del falo como semblante. Tomemos, por ejemplo, referencias en el Seminario XI, donde Lacan se confronta con toda la perspectiva de la Fenomenología de la percepción, entre otras cuestiones. Lacan toma como referencia el mimetismo y menciona el término de semblante, para subrayar que este fenómeno interviene tanto en la unión sexual como en la lucha a muerte: « Allí el ser se descompone, de manera sensacional, entre su ser y su semblante, entre él mismo y ese tigre de papel que da a ver ». Sin embargo, el sujeto humano, el sujeto del deseo que es la esencia del hombre, a diferencia del animal, no queda enteramente atrapado en esa captura imaginaria. Sabe orientarse en ella. En la medida en que aísla la función de la pantalla y juega con ella. Según Lacan, el hombre sabe jugar con la máscara, con el disfraz, con la impostura, con el señuelo, y puede hacer la mediación del velo, de la pantalla, agregamos – del semblante – para incluirse en el cuadro de la relación entre los sexos. En Los cuatro conceptos fundamentales… retenemos también otra referencia, respecto del sujeto de la certeza entre Freud y Descartes, del que extraemos otra fórmula lacaniana sobre el tema que nos interesa: « El algo que ha de preservarse puede ser también el algo que ha de mostrarse porque, de todas maneras, lo que se muestra lo hace sólo tras una Verkleidung, un disfraz y además postizo, que está mal puesto ». El falo sirve de velo a lo que se esconde detrás, la castración. La máscara, también es un semblante, porque esconde la nada. Según Miller, conviene seguir esta argumentación porque la función de la máscara en la mujer es una interpretación más auténtica de la posición femenina que la mujer con postizo. El término postizo, es definido en castellano, como un añadido, una falsificación, que remplaza artificialmente una cosa natural. Fingido o sobrepuesto. Lo interesante de este término es que para J.A. Miller, justifica una teoría de los postizos en la enseñanza de Lacan y su relación con los semblantes. En la medida en que el postizo como añadido de una parte del cuerpo, ocupa el lugar de algo que no está, el postizo responde a la falta en tener. Para argumentar la teoría de los postizos, Miller parte de una referencia de Lacan de los Escritos: « Tal es la mujer detrás de su velo: es la ausencia de pene la que la hace falo, objeto del deseo. Evocad esa ausencia haciéndole llevar un lindo postizo bajo un disfraz de baile y me diréis que tal, o más bien me lo dirá ella: el efecto está garantizado el cien por ciento, queremos decir ante hombres sin embagues ». Para justificar la teoría del postizo, es preciso aclarar que es una categoría ligada a la existencia del lugar. El objeto postizo reemplaza lo que falta allí donde falta. Sin embargo, su importancia, a diferencia del objeto prótesis es que asegura la imagen, cuya función es la de semblante. En la medida que el postizo designa un emblema más allá de la imagen. Mientras la máscara hace creer que esconde la nada, el postizo no está hecho para hacer creer que se tiene. Por tanto, Lacan indica en los Escritos que el deseo sexual se conjuga de manera esencial con el tener, la amenaza o nostalgia de la falta en tener; la amenaza del tener concierne fundamentalmente al hombre. El hombre así, debe proteger su tener. Para la mujer sólo hay dos soluciones para el no tener: o bien adquirirlo o hacerse ser. Ser el falo, hacerse deseable por su mascarada o tenerlo por la vía del hombre. La solución de la mujer con postizo, que se agrega lo que le falta, aunque secretamente provenga del hombre desmiente la posición de ser la que no tiene para hacer creer que el postizo es auténtico. El postizo que no se declara máscara de la nada. Máscara y postizo no son las dos caras de una misma moneda para la solución de la femineidad. La mujer lacaniana, es la que prestigia el uso de los semblantes para encontrar la solución de la femineidad del lado de la castración. No es la mujer con postizo que busca la solución por el lado del tener, y que teme la castración, sobre todo la suya. De máscaras, postizos y semblantes los hombres no están excluidos en la comedia de los sexos. Pero esa es otra historia… que continuará. | ||||||
Masques du semblant Bernard Lecoeur Cherchant à préciser ce qu’il en est de la dimension de l’imaginaire, Lacan se réfère souvent au semblant, pour ne pas les confondre. Du second il a donné plusieurs exemples dont un lié au phénomène de perception. A la fin de son Séminaire Les psychoses, il interroge la place à donner à l’illusion que produit l’apparition d’un arc-en-ciel. Ce dernier, précise-t-il, comme tel n’est pas imaginaire. C’est quelque chose issu du réel et qui n’advient au statut de semblant que par la vertu du signifiant. Dans une période ultérieure de son enseignement il avancera une formulation plus générale selon laquelle le discours scientifique ne trouve le réel qu’à ce qu’il dépende de la fonction du semblant (1). Cette présentation de l’incidence du semblant pour la science n’est pas à restreindre à une question de méthode. Un autre aspect l’accompagne, tout aussi important, et qui touche aux rapports que le discours de la science instaure entre le sujet et le semblant. C’est cet abord qui est ici examiné. Fabriquer un sujet La science fait porter le semblant sur le sujet, c’est là une condition de production de son savoir (2), nous dit Lacan. Aussi paradoxal que cela puisse paraître, le discours de la science doit lier ses avancées au sort d’un sujet. Pourquoi s’embarrasser d’un tel fardeau si ce n’est pour se prémunir contre le retour d’une présence divine, trop encombrante dans le champ de la cause ? L’apparition de pareil fantôme amoindrirait tout effort de formalisation. Par cette simple remarque une opposition se dégage, selon laquelle l’enjeu de la science est de construire un semblant de sujet, en tant qu’opérateur de la recherche, alors que la psychanalyse, elle, fonde son action sur un agent qui vise à se faire semblant d’objet. Dans Radiophonie Lacan reprend cette question du statut du sujet considéré à partir du discours de la science. A quoi peut bien s’apparenter un tel discours ? Il prend » ses élans du discours de l’hystérique « , nous dit-il, ce qui implique de n’être pas complètement étranger à une certaine division, où confinent ses origines. Comment qualifier un tel sujet ? Contrairement aux idées reçues, son habit n’est en rien celui de la certitude. Loin d’être ce monolithe maçonné dans le savoir, il se rapproche plutôt de celui du doute, d’un sujet réduit à la pensée de son doute. C’est par cette voie méthodique du semblant appliqué à la pensée, que s’obtient le cogito adopté par la science. Le discours de la science trouve à s’écrire d’une manière identique à celui de l’hystérique. A un détail près, qui change tout. Si tous les termes du discours peuvent être reportés à la même place, un sort particulier doit être réservé à l’élément désigné comme plus-de-jouir. Dans la science, le plus-de-jouir (a) se voit recouvert d’un masque très particulier, un masque de fer. (3) Une compagnie lacanienne des masques A de nombreuses reprises Lacan a eu recours au masque dont l’étymologie, rappelons-le, renvoie à la sorcière voire au démon.(4) Le masque est ce dont le partenaire de la mante religieuse est paré, dans un apologue où le désir, en tant que question, fait du suspens la temporalité de l’angoisse. Dans une dimension non moins tragique, le masque est aussi ce devant quoi le jeune enfant reste interdit à l’instant où il découvre qu’un masque peut en cacher un autre. A moins qu’il ne s’agisse de celui des amants de l’Opéra, la déception est d’autant plus vive que l’agalma côtoie le déchet. Ne pas oublier dans cette galerie le masque à volets, mis en avant par Lévi-Strauss, et que Lacan dépliera comme un espace propre au moi et aux idéaux de la personne. À cette collection il faut donc en ajouter un, le masque de fer. L’une de ses fonctions essentielles pourrait être ainsi résumée : à l’inverse des précédents, il ne peut donner lieu à aucun démasquage. Le masque de fer n’est susceptible de ne rien livrer d’autre que ce qu’il donne à voir, laissant une béance là où l’on attendait une vérité de la représentation. Ce qui, bien entendu, n’a pas, pour autant, découragé certains de donner à la vérité un visage. Combien d’hypothèses, des plus farfelues, n’ont-elles pas été émises pour proclamer l’identité de celui dont le nom propre fut réduit au masque qu’il portait ? D’un frère jumeau de Louis XIV au surintendant Fouquet, en passant par d’Artagnan, ou encore un amant de la reine…, les divagations historiques les plus extravagantes sont allées bon train. Sans doute parce que le masque de fer n’est pas l’écran d’une vérité mais le carcan d’un vide. Rendre présent tout en dissimulant est un franchissement qui lui reste étranger. A la différence du discours de l’hystérique qui use de la jouissance du corps comme matière à faire du vrai, le masque de fer, déposé par la science, empêche le sujet de traiter le plus de jouir comme une vérité dont on peut soutirer une satisfaction. Larvatus prodeo La référence au masque s’enrichit d’une recommandation que Descartes formule devant l’émergence du cogito : » Les comédiens, appelés sur la scène, pour ne pas laisser voir la rougeur sur leur front, mettent un masque. Comme eux, au moment de monter sur ce théâtre du monde où, jusqu’ici je n’ai été que spectateur, je m’avance masqué. » (5) Le Larvatus prodeo a rencontré d’incontestables succès auprès de commentateurs nombreux, donnant lieu à de multiples interprétations, parmi lesquelles figurent les arguments d’une philosophie du double jeu, voire d’un Descartes libertin, amateur du jeu des masques. Évitant ce piège, Lacan souligne combien la fonction du masque cartésien est déterminante dans l’avènement d’un sujet par le discours de la science. La pose d’un masque de fer sur le plus-de-jouir porte atteinte, de manière rédhibitoire, à la mise en jeu de toute satisfaction. Ainsi, les signes qui témoignent, ou trahissent, l’avènement d’une jouissance humaine, comme cette rougeur qui gagne le front de l’acteur sitôt que l’intime entre en scène, se trouvent-ils scellés. C’est à ce prix que la vérité peut être renvoyée au signifiant, c’est-à-dire à un chiffrage excluant toute jouissance. L’efficacité du masque de fer ne tient pas à ce qu’il cache mais au signe qu’il donne à lire, Larvatus pro deo. L’homologie entre le discours de l’hystérique et celui de la science étant acquise, reste l’essentielle différence. Si le premier fait de l’objet a l’enjeu d’une quête portant sur la vérité du désir, le second opère par une contention de l’objet, un « cadenassage », qui confine à assigner le plus-de-jouir à résidence. La satisfaction qui s’attache ordinairement à la question de la vérité se trouve, dans le cas présent, mise hors circuit par la voie du semblant. Ce procédé est remarquable, il distingue la suppression du sujet par la science d’un processus plus général de forclusion d’un signifiant. Congé de jouissance Afin d’apprécier de manière plus précise l’opération de mise à l’écart du plus de jouir par le discours de la science aidons-nous d’un terme rencontré sous la plume de Lacan, dans Lituraterre. Ce texte, essentiellement consacré à la production et à la fonction de la lettre, fait de celle-ci une rupture. De quoi ? Du signifiant, ou mieux une rupture du signifiant en tant que semblant. Cela trouve à s’illustrer par l’effet qu’engendre la lettre sur tout ce qui, dans notre monde, appartient au domaine de la forme (morphe) ou à celui des phénomènes chers à Descartes, tels les météores. A cet égard il existe une grande proximité de la science et de la lettre, Lacan reprenant là une idée pour lui déjà ancienne. Toutes deux « opèrent » – voilà leur faire commun – dans le sens d’une dissolution des formes perceptibles. Cependant persiste une différence, non négligeable, à l’endroit de la jouissance. Dans la science, nous dit Lacan, elle est « congédiée ». » La lettre qui fait rature s’y distingue [de la dimension du signifiant] d’être rupture, donc, du semblant, qui dissout ce qui faisait forme, phénomène, météore. C’est ça, je vous l’ai déjà dit, que la science opère au départ, de la façon la plus sensible, sur des formes perceptibles. Mais, du même coup, ça doit être aussi d’en congédier ce qui, de cette rupture, ferait jouissance… » (6) Congédier. Ce verbe est l’occasion de rappeler combien l’étymologie est une source de richesses, d’avantage par les opacités de sens qu’elle fait naître que par l’exhumation d’hypothétiques significations oubliées. Si ‘donner son congé à quelqu’un’ est bien en effet lui rendre sa disponibilité, ça n’en est pas moins l’action par laquelle on dispose ce quelqu’un à un certain endroit en lui assignant une place. Aussi le congé est-il l’action de se rendre à un endroit et de s’y tenir. Poser un masque de fer sur le plus-de-jouir, ainsi que procède le discours de la science, contribue à lui donner congé, ou encore à l’aliéner en un lieu indexé par une signification univoque. Par exemple, la dimension de perte pure qui s’attache à la notion freudienne de pulsion peut être convertie, par une économie savante de plus et de moins, en une figure de la vie où le hors-sens de la jouissance est reconduit au baquet des conceptions du monde, marqué de l’estampille du sens commun. L’homme masqué Située sur le parcours qui, partant du symbolique s’oriente vers le réel, la lettre tient une place un peu paradoxale par rapport au mur du semblant. Elle s’en trouve si proche qu’elle en arrive à le rompre. Le domaine de la lettre est une limite, un point de bascule, qui nous incite à ne pas céder à la tentation d’un « tout est semblant ». Un tel énoncé, en effet, par la généralisation abusive qu’il induit, dévalue la portée du semblant. Cette bascule est à situer en un point où, passant d’une référence qui implique l’autre signifiant (S1 / S2), le semblant pivote vers une auto-référence. Là encore la compagnie des masques peut nous procurer une aide précieuse pour saisir ce passage, en ayant toutefois, au préalable, ajouté un exemplaire nouveau à notre collection. C’est dans la pièce de Wedekind, L’Eveil du printemps, qu’il se rencontre. Celui que revêt un personnage, précisément appelé ‘L’homme masqué’, auquel Lacan accorde une fonction éminente, d’être celle du semblant par excellence. Le projet de la pièce vise d’abord à montrer en quoi consiste l’affaire, pour les garçons, de faire l’amour avec les filles. Le point de vue ainsi adopté ne cherche pas à établir une symétrie sexuelle. Dans une telle affaire la tâche du garçon est de rejoindre « son type ». Loin de chercher à faire l’un, ou pire l’unique, sa position est celle de l’un entre autres. Pour faire l’homme il doit « s’entrer entre les semblables », ce qui peut entraîner quelques difficultés, comme c’est le cas pour un certain Moritz de la pièce. S’exceptant et ne voulant rien entendre de cette position il fait la fille, selon l’expression dont le gratifie son ami Melchior. Pourquoi pareil destin ? Comment Moritz en vient-il à s’expatrier dans un au-delà du réel du sexe qui le conduit droit au royaume des morts ? La réponse que propose Lacan tient en peu de mots. L’errance du garçon résulte de son refus de se faire la dupe d’un nom, d’un nom dont le modèle passe pour être celui du père. C’est cette fonction que dit très bien ‘L’homme masqué’. L’intérêt de ce personnage – ou plutôt celui même du masque qu’il porte – n’est pas de ramener le père aux avant-postes mais plutôt de réfléchir au nom, à sa valeur de nom propre comme excellence du semblant (7). La préface à la pièce de Wedekind est d’ailleurs l’occasion, pour Lacan, de reconsidérer son abord de la question du nom. Il ne cherche plus, comme par le passé, à lui donner un statut à partir de la logique mais se tourne vers la théorie des nombres. Le nom propre est un nom de nom de nom, l’introduction d’un triple dans la nomination fondant ainsi une version nouvelle du masque. Ca n’est donc plus à partir d’un emboîtement de signifiants que s’apprécie le statut du nom mais à partir d’un lien avec l’impossible : celui qu’il y a à rejoindre le deux (8). Le deux, pris tout seul, conduit à une impasse de caractère logique. Le nom propre, nom de nom de nom, serait le semblant offrant, si ce n’est une issue, du moins une voie de dégagement face à l’inaccessibilité dont se soutient l’impossible rapport entre les sexes. Considéré de la sorte, le nom propre comme masque du semblant n’engendre pas de représentations et ne produit aucun effet de signifié. Encore moins incarne-t-il une unité d’où se déduirait de l’être mais renvoie plutôt à une existence, prise au sens fort. Le fait de se tenir à côté. « Le masque seul existerait à la place vide où je mets la femme » (9), confie Lacan. C’est une confidence, en effet, que celle de désigner le lieu où, pour un quelqu’un, fût-il Lacan en personne, s’engendre le semblant. Ici, un vide où la femme repose. Loin d’être oratoire, cette précision ne met en valeur nul trait particulier propre à un sujet mais fait entendre l’accent d’une singularité qui est celle d’un parlêtre. Cet accent a d’ailleurs déjà résonné par le passé, lors d’une séance du séminaire portant sur le lien du nom propre avec cette catégorie, si problématique pour la logique aristotélicienne qui est celle du singulier (10).
(1) Lacan J., Séminaire 18. Seuil. Leçon du 20 janvier 1971
(2) Lacan J., Note italienne. Autres Ecrits. Seuil. p. 308
(3) Lacan J., Radiophonie. Scilicet 2/3. p. 89
(4) Dictionnaire étymologique de la langue française. O. Bloch et W. Von Wartburg. PUF.
(5) Descartes R., Lettre à Beeckman. Cogitationes privatae (1619-1621)
(6) Lacan J., Séminaire XVIII. Seuil. p. 122
(7) Lacan J., Préface à L’Eveil du printemps. Autres Ecrits. Seuil. p. 563
(8) Lacan J., L’étourdit. Scilicet 4. Seuil. pp. 24,34,50.
(9) Lacan J., Préface à L’Eveil du printemps, op. cit., p. 563
(10) Lacan J., Séminaire XII. Inédit. Leçon du 5 mai 1965
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