Las tribulaciones del Profesor Martin Seligman
Marco Mauas
“…denn das Leiden, menschlich gefaßt, ist ein Selbstgenuß des Menschen. »
« pues el sufrimiento, humanamente entendido, es un goce propio del hombre.”
Carlos Marx,” Manuscritos Filosóficos”, 1844.
No sabemos en realidad si el Prof Seligman está tan preocupado como sus dos lectores—diremos discípulos?– atentos, los psicólogos Jim Mitchell y Bruce Jessen1. Para ellos las cosas han cambiado: en las oficinas que en otra época trabajaban bajo las órdenes de ambos tanto como 60 empleados, ya no suena el teléfono como solía. La Administración Obama ordenó el cese de los contratos privados con la CIA, y estos hábiles profesionales se han quedado sin trabajo. La caja registradora hacía tanto como U$ 1000-2000 por día para cada uno de ellos, por aconsejar y dirigir las tácticas de interrogatorio de la CIA con sus prisioneros. Eran buenas esas épocas. Ahora, aparentemente se han terminado. Hemos llegado a una mejor. Or else? El Prof Martin Seligman, por otra parte—quien quizás no conocía hasta hace poco la amplitud de las aplicaciones de sus descubrimientos– es considerado una eminencia en psicología, y quizás no sin razón2. Se le atribuye el descubrimiento de lo que se denomina “learned helplesness” (“desamparo aprendido”). Si tuviéramos que traducirlo a la lengua de Freud, diríamos quizás “Gelernt Hilflosigkeit”? Extraño. Veamos cuál es la índole de este adelanto en psicología. Seligman descubrió, allá por el 1967, que, contrariamente a lo que Skinner había predicho, es posible enseñar a animales de laboratorio—de la noble raza canina en este caso—amigo del hombre!—es posible enseñarles a sumergirse en lo peor de lo peor, a no escapar de ello, a preferirlo inclusive. No se trata ya de las ratas que presionaban una palanquita para alimentar una descarga a su sistema nervioso hasta preferirlo a la vida misma. No. Esto es un avance. Se trata de que los perros, siendo las descargas eléctricas administradas en determinadas circunstancias, aprenden que ya no tienen alternativa, y aunque sea perfectamente claro—pues se les dejan puertas abiertas– que pueden elegir escapar de ellas, se entregan. Fin de la resistencia.
“Pensar positivamente”
En efecto, el Prof Seligman es considerado el padre de la psicología del “think positive”. Su descubrimiento lo llevó a creer que podía aplicarlo a pacientes afectados con depresión severa, pues, según sus consideraciones, la situación depende de que la víctima ha comprendido que la cosa est’a ya fuera de todo control. Se trataría entonces de revertir la situación, de enseñar al sujeto a “pensar positivamente’, aún en las peores circunstancias, como por ejemplo cuando ud es tomado prisionero y es sometido a torturas. En 1991, dos décadas y media después de su “learned helplesness”, publicaba el Profesor Seligman su célebre “Learned optimism”. Nueve años más tarde declaraba que su misión era transformar nuestro planeta en un lugar más feliz.
Paradojas del SERE (Survival, Evasion, Resistance and Escape)
Es posible que Borges, con su incurable ironía, hubiera considerado incluír al Prof Seligman en su lista de “Historia Universal de la Infamia”3. Las cosas son profundamente paradójicas a veces. En efecto, los dos amigos—o futuros socios—Mitchell y Jessen—trabaron conocimiento por casualidad, en ocasión de su participación en el programa SERE: “Supervivencia, Evasión, Resistencia y Escape”. Jessen, en esos momentos, entrenaba a los soldados de modo sumamente práctico, mostrándoles in praesentia a qué clase de métodos de interrogatorio podían ser llevados en caso de ser tomados prisioneros. Las instrucciones estrictas que le habían dado eran por supuesto no llevar las mostraciones excesivamente lejos, no tomarse en serio la tarea de interrogador, cosa de evitar el sadismo. Para trazar el límite, el concepto de “learned helplesness” de Seligman era de inestimable ayuda: era una señal de “detenerse antes de llegar a ese estado”. Pero Jessen les dio una sorpresa que sus amigos recuerdan hasta hoy, a pesar de que ya notaban en él una tendencia a llegar muy cerca del límite en sus sesiones de entrenamiento con soldados.
La industria de producción de felicidad es también la industria del sufrimiento
Impredecible naturaleza humana. Todos se sorprendieron cuando Jessen decidió cambiar de tarea, o mejor dicho de papel, y hops!, hizo un switch , de acompañante y protector de los prisioneros interrogados, a interrogador de los prisioneros enemigos. De pasivo a activo. Gramática de la pulsión? Así como Bill Harrigan –cuenta Borges– se transformó por la gracia de un solo pistoletazo en el cruel e indiscriminado y famoso Billy the Kid, Bruce Jessen el oscuro psicólogo se transformó en un interrogador cuyos métodos causaron horror, según dicen, al inocente Profesor Seligman, tanto más cuanto sus métodos eran utilizados, pero dados vuelta, como un guante. El “desamparo aprendido” se había transformado en el aim, la causa final. La teoría de Mitchell y Jessen ya asociados decía que una vez que se lleva a un prisionero a ese estado, ya no negará nada de lo que supuestamente sabe. Confesará todo. Un paréntesis triste de la historia periodística informa que aquellos prisioneros considerados los más temibles, en quienes se utilizó, una vez autorizada por la presidencia, esta nueva técnica de la crueldad, no dijeron nada que no hubieran dicho ya por el simple diálogo. Nosotros no inscribiremos los hallazgos del Profesor Seligman entre las mercancías del capitalismo global—armas usadas para el bien y para el mal, fármacos transformados en drogas mortales y adictivas–. Nos gustaría más bien destacar que este episodio de la historia de los métodos de la CIA parece poder ilustrar que la felicidad aprendida es también el desamparo aprendido, la “Gelernt Hilflosigkeit”. Uno es el reverso significante del otro. Veámoslo una vez más, ilustrado por esa historia de Borges (“El atroz redentor Lazarus Morell”): Los daguerrotipos de Morell que suelen publicar las revistas americanas no son auténticos. Esa carencia de genuinas efigies de hombre tan memorable y famoso, no debe ser casual. Es verosímil suponer que Morell se negó a la placa bruñida; esencialmente para no dejar inútiles rastros, de paso para alimentar su misterio… Sabemos, sin embargo, que no fue agraciado de joven y que los ojos demasiado cercanos y los labios lineales no predisponían en su favor. Los años, luego, le confirieron esa peculiar majestad que tienen los canallas encanecidos, los criminales venturosos e impunes. Era un caballero antiguo del Sur, pese a la niñez miserable y a la vida afrentosa. No desconocía las Escrituras y predicaba con singular convicción. « Yo lo vi a Lazarus Morell en el púlpito –anota el dueño de una casa de juego en Baton Rouge, Luisiana–, y escuché sus palabras edificantes y vi las lágrimas acudir a sus ojos. Yo sabía que era un adúltero, un ladrón de negros y un asesino en la faz del Señor, pero también mis ojos lloraron. »