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Este modelo de abordaje global del malestar de la infancia y la adolescencia (desde problemas escolares, violencia, dificultad de aprendizaje, transtornos de la salud mental, hasta precariedad social o exclusión) toma fuerza cuando está en desuso el tratamiento del sufrimiento de manera compartimentada. Es decir, cuando el problema lo aborda por su cuenta y riesgo un único profesional, ya sea de la medicina, la enseñanza o el trabajo social. Ahora vivimos en una era de redes, ya no existe el saber absoluto.
« Ese tiempo de la modernidad que ha ido minándose: ha caído el tiempo de la autoridad absoluta en la que el psiquiatra sabía lo que te sucedía y te daba la solución. Las redes proveen de una respuesta actual y plural, a veces paradójica, ante la inconsistencia de esa versión única y absoluta, de tipo patriarcal ».
Así lo asevera el psicólogo y psicoanalista José Ramón Ubieto (Sabiñánigo, Huesca), profesor de la Universitat Oberta de Catalunya y colaborador de La Vanguardia.En su último libro, El trabajo en red. Usos posibles en Educación, Salud Mental y Servicios Sociales,analiza cómo abordar problemas concretos de la adolescencia implicando a la familia y a varios departamentos de la administración, algo que, por razonable que parezca, no es la norma.
Y lo hace a partir de la experiencia del proyecto Interxarxes de infancia y familia, en el distrito de Horta-Guinardó de Barcelona, que lleva diez años en marcha e implica tanto a ayuntamientos, como a la Diputación, así como al Govern. De hecho, goza ya de un reconocimiento entre la comunidad científica y profesional.
« Ahora, el saber está fragmentado y el malestar no acude a un profesional en concreto – puntualiza Ubieto-;la demanda es difusa, ante lo cual el profesional tiene dos opciones: o seguir manteniendo esa idea de que su saber provee de recursos a esa persona que acude a él, o creer que él en realidad forma parte de un tratamiento que hoy en día es la red de profesionales. »
La cuestión ahí es cómo se lleva a la práctica esa transversalidad. Porque la red puede ser tanto un apoyo como una trampa que atrapa al sujeto y le encasilla en una etiqueta diagnóstica y un protocolo asistencial rígido. Ubieto reconoce que sólo con una red orientada conjuntamente se pueden abordar esos problemas y que la interdependencia debe tomarse no como una debilidad, sino como una riqueza. « Que el médico no pueda tratar él solo a partir de ahora una enfermedad y tenga que depender del trabajador social o del educador no debe observarse en términos de impotencia, sino de oportunidad. No es que seamos impotentes, sino que hay cosas que no son educables y eso hay que admitirlo, cosas que no pasan por la educación, sino por la ética. La conclusión es que hay que trabajar en red bajo una orientación que parta de los interrogantes, en lo que no sabemos, en la búsqueda del porqué ese chaval se autolesiona, por ejemplo ».
Porque ese tipo de comportamiento genera alarma entre la familia y los profesionales, pues les confronta con su impotencia para reconducir la situación. La solución fácil, advierte Ubieto, es sacarse el problema de encima y segregar a esa persona, ya sea en un psiquiátrico – si es que hay suficientes signos de trastorno mental-o bien en un centro residencial de acción educativa, si la familia tiene dificultades para atenderle. Se le interna y punto.
« La otra fórmula que proponemos, que privilegia otro tipo de vínculos entre los profesionales, es iniciar una conversación sobre el caso, que debe ser permanente, para captar la complejidad de esa conducta – concluye Ubieto-y darse cuenta de que es el resultado de muchos factores ».