PRENSA flash REVISTA NOTICIAS Nº 1691 • 23 DE MAYO DE 2009 •
Ética y poderPor Silvia Ons* La desvinculación de la ética con el poder parece ser el signo de nuestro tiempo. Ambos circulan por caminos separados e independientes como si cada uno de ellos no tuviese ninguna relación con el otro. La desconfianza en el poder se asienta en este divorcio y la ética parece vacía e impotente cuando intenta regularlo. Es que el poder ha perdido legitimidad y la ética se limita a pregonar valores inmutables, como una suerte de tribunal de la razón atemporal e independiente de la experiencia: un anacronismo. Hoy se invoca a la ética apelando a una función reguladora de las fuerzas científicas, mediáticas, políticas. Esto refiere a la separación radical entre la ética y los dominios mencionados. Si el poder debe ser sopesado, ello se debe a su desarraigo de la ética. En efecto: la ética ya no está en su ejercicio. Ahí el signo de su ocaso.La ética se extingue cuando lejos de ser la práctica de un poder se circunscribe a limitar su ejercicio, delatándolo. Cuando se denuncia un discurso, sostiene Lacan, muchas veces no se hace más que perfeccionar su existencia. La ética no es discurso aleccionador, antes es por excelencia praxis y ello remite a la raíz del vocablo, ya que ethos es costumbre depauperizada por la moral de los « valores ». La ética es fundamentalmente práctica, se ancla en la vida, cuando tanto se la evoca es cuando ha perdido ese, su lugar vital.Hegel afirma que en las comunidades originarias existía identidad entre el poder y la ética.1 Con la desaparición de la polis comienza a quebrarse la juntura entre política y ética, ruptura que se consumará con el cristianismo. Lacan llama « ética del psicoanálisis » a la praxis de su teoría devolviéndole al término su sentido más originario.2 En griego, praxis es ética y política.Considero que la separación entre ética y poder hace a la ineficacia de la ética y a la deslegitimación creciente del poder. Es decir, una ética pura que no consienta en mezclarse con la conducción, perece inevitablemente en la medida en la que se divorcia del acto y, un poder sin ética es un poder sin autoridad. Para Hannah Arendt, la herencia grecoromana, prolongada y reelaborada por el cristianismo, trasmitió un concepto tranquilizador dado por la tríada de la tradición, la religión y la autoridad pero su historia fue marcada durante los últimos años por la desaparición de la tradición y la pérdida de la religión. Considero que la amalgama entre el poder y la ética como praxis es la que legitima el principio de autoridad, de lo contrario, resta un poder sin autoridad. No hay que olvidar que el vocablo autoridad- autoritas– proviene del verbo augure que significa aumentar En este primer significado, se considera que los que tienen autoridad hacen cumplir, confirman o sancionan una línea de acción o de pensamiento que engrandeceEn La noción de autoridad3dice Alexandre Kojève que « la autoridad es la posibilidad que tiene un agente de actuar sobre los demás (o sobre otro), sin que esos otros reaccionen contra él pese a ser capaces de hacerlo ». Y explicita: « Si para hacer salir a alguien de mi habitación, debo emplear la fuerza, debo cambiar mi propio comportamiento para realizar el acto en cuestión y de esa manera demuestro que no tengo autoridad ». Se trata de un fenómeno donde encontramos un agente que ejerce la autoridad, asumiendo un riesgo y aquel que, reconociendo la autoridad, renuncia conciente y voluntariamente a una oposición a la misma. La autoridad entonces, excluye la fuerza y exceptúa la violencia pero para operar debe ser reconocida, debe tener una causa, una justificación, una razón de ser. Y ella no está engendrada por el ser que la posee sino por sus actos. El argumento esgrimido por este filósofo nos lleva a concluir que, el aumento de violencia en la época actual es coetáneo con la declinación de la autoridad. La primera se acrecienta a medida en que la segunda se debilita. A diferencia de la fuerza y de la manipulación, la autoridad se vincula a la existencia de cierta legitimidad y de una estructura jerárquica, que conlleva a ordenamientos institucionalizados. Lo anterior no implica que la autoridad renuncie siempre al ejercicio de la fuerza y la violencia sino que, como Weber ha señalado, ésta se ejerce con un sustento legítimo, y en esta medida se minimiza la necesidad de mantener los medios de coerción en alerta constante: « Sólo cuando un sistema de autoridad se desmorona, o un individuo dado pierde su autoridad, debe recurrirse al poder para asegurar su conformidad… ».4 A veces se establece una oposición entre libertad y acatamiento a una autoridad. No nos plegamos necesariamente en esta dirección. Recuerdo una apreciación de Winch cuando afirma que el que se somete a la autoridad -a diferencia del que se somete al mero poder coactivo- no está sujeto a una voluntad ajena. La aceptación de la autoridad, es conceptualmente inseparable de la participación en las actividades gobernadas por reglas, en función de las cuales la libertad adquiere sentido: … sólo en el contexto de las actividades gobernadas por reglas es donde tiene sentido hablar de la libertad de elección; librarse de todas la reglas no sería obtener la libertad, sino crear una situación donde la noción de la libertad ya no podría encontrar asidero… » Por lo tanto resulta contradictoria la afirmación de que para asegurarse la libertad de elección, es necesario renunciar a la autoridad. Como también lo afirma Herbert Marcuse basándose en los planteamientos de los clásicos de la filosofía política, las nociones de autoridad y de libertad están unidas en la misma concepción y en la persona del sujeto. Al respecto, preocupado por la vinculación entre libertad, autoridad y democracia, Giovanni Sartori afirma que: « … la libertad verdadera acepta la autoridad de la misma forma que la autoridad verdadera reconoce la libertad » Pero acercándonos más a la constitución de la subjetividad y apartándonos un poco del campo sociológico, la función principal de la autoridad consiste en fijar una orientación al querer del sujeto. Dice Lacan « Lo dicho primero decreta, legisla, aforiza, es oráculo, confiere al otro real su oscura autoridad »,5 claro que Lacan habla de « dicho primero » -en el que el sujeto no sabe lo que quiere-. Cuando las figuras que encarnan la autoridad entran en crisis, el sujeto se ve bombardeado en todo momento por ofertas continuas para que se pronuncie sobre lo que quiere, no hay autoridad que oriente, el peso de la elección está en nosotros, todo parece ser posible, pero si no hay elección forzada que limite el campo de la libre elección, desaparece la propia libertad de elección. Dice Slavoy Zizek que paradójicamente, cuando ya no hay nadie que marque lo que queremos, ocurre exactamente lo contrario de lo que cabría esperar, cuando toda la carga de la elección reposa sobre nosotros, es cuando la dominación del Otro es más completa y la capacidad de elección se convierte en un puro simulacro. Hace ya más de diez años, Jaques Alain Miller y Eric Laurent6 caracterizaron esta época como la del momento del « Otro que no existe », época signada por la crisis de lo real. En una primera formulación definieron a esa inexistencia como la de una sociedad marcada por la irrealidad de ser sólo un semblante. Asistimos a un proceso de desmaterialización creciente de lo real, en la que los discursos lejos de estar articulados con el mismo, se separan de su cuerpo para proliferar deshabitados. Cuando advertimos que las palabras no tienen contenido, nos estamos refiriendo a este proceso.La sospecha de que existe un abismo infranqueable entre lo que se dice y lo que se hace, gobierna nuestra mirada frente a los otros. ¿A quién creerle si la impostura es la que rige el mundo? Lo real de la cosa se escabulle de tal manera, que las palabras van por otro carril, pierden su estatuto de valor, para devenir meras apariencias. Tal desvinculación parece ser el signo de nuestro tiempo. Y la autoridad necesita de una creencia.Podemos recordar aquí la observación de Lacan cuando dice que « la impotencia para sostener una praxis, se reduce, como es corriente en la historia de los hombres, al ejercicio de un poder.7 Esta referencia pertenece a un Escrito llamado « La dirección de la cura y los principios de su poder » y es pertinente evocarlo para recordar que el psicoanálisis es un discurso cuya ética no rechaza el poder pero que elucida sus principios y que antepone la praxis al poder ya que éste-el poder- se sustenta en ella.Analicemos otras afirmaciones que aparecen en este texto concernientes al tema que nos ocupa: « el psicoanalista dirige la cura pero no debe dirigir al paciente »8 o, refiriéndose a la transferencia: « porque él Freud reconoció enseguida que ese era el principio de su poder, en lo cual no se distinguía de la sugestión pero también que ese poder no le daba la salida del problema sino a condición de no utilizarlo pues era entonces cuando tomaba todo su desarrollo de transferencia.9 Estas citas ponen en juego que se trata de un poder que rehúsa la pendiente natural hacia el dominio, nótese que la afirmación en los dos casos es seguida de una negación, poder acompañado de una sustracción que muestra que es de la ética donde él abreva , adquiriendo así autoridad. Según vimos antes, En el ensayo « Entre el pasado y el presente »10 Hanna Arendt señala que la autoridad, un concepto clave para la política, se desdibuja en el mundo moderno. El principio de autoridad político que se nutrió durante siglos de los actos fundacionales, de la tradición y de la religión pierde su suelo al secularizarse la política. Se puede hablar de modernidad como un proceso de secularización consistente en la desacralización de lo sagrado como violento, autoritario y absoluto. La consumación de la metafísica barre con un principio de autoridad fundado en la ultimidad de una verdad objetiva del ser que, una vez conocida, se convierte en la base de un dogma. Más no se trata de añorar el pasado sino de pensar qué significa en nuestros tiempos una autoridad no metafísica, es decir, no fundamentalista. Y creo que el psicoanálisis puede aquí aportar su grano de arena.El concepto de autoridad en su perspectiva histórica es de origen romano (auctóritas) más su fundamento filosófico es griego. Tanto Platón como Aristóteles pensaron un principio de autoridad que no destruyese la autonomía de la polis. Lo notable es que para responder a las cuestiones concernientes al ejercicio del gobierno ambos apelaron a ejemplos fuera del campo de la política. Para ilustrar de qué modo el amo inspira respeto y confianza por su saber hacer se recurre a la figura del padre, a la del pastor, a la del médico o a la del timonel. Esta apelación no tendría vigencia en la actualidad caracterizada por Lacan con el sesgo de la declinación del nombre del padre .La sustitución del discurso del amo por el discurso capitalista signa nuestros tiempos, el poder preformativo de la palabra encarnada en el significante amo es relevada por la tecnocracia como nueva fuente de poder. El neoliberalismo capitalista ya no es aquel del que hablara Weber articulándolo con la ética protestante en la medida en que no se sustenta en la renuncia.El parlamentarismo moderno nace en aras de suprimir las dimensiones irracionales del poder, la política deviene racional y anclada en los grandes relatos. Empero con la globalización y la revolución tecnológica desatada con el fin de la guerra fría el Estado de Bienestar se eclipsa y, a medida que decrece la « utopía política », crece en igual medida la utopía del « mercado libre » planetariamente abarcante. La política sufre así una mutación en la medida en que ya no es el discurso de los grandes relatos de la modernidad sino que deviene tecnología de gestión como adaptación al discurso economicista. Los comportamientos de los Estados son juzgados por los mercados financieros. Joseph Stiglitz11 en su libro « El malestar en la globalización » demuestra de qué manera las políticas del FMI, basadas en el supuesto de que los mercados generaban por sí mismos resultados eficientes, bloqueaban las intervenciones deseables de los gobiernos en los mercados. Con este bloqueo queda abolido el acto político y su poder pierde así autoridad.Freud establece una relación entre el psicoanálisis y la política al proponer ubicarlas como tareas imposibles.12 Gobernar, educar y psicoanalizar son labores que no se pueden subsumir integralmente a las normas y las leyes establecidas y que comparten el hilo que bordea esa imposibilidad estructural en mundo de las ideas. Al afirmar tal comunidad, Freud se refiere a la política aristotélica y no a la moderna ya que la moderna – por imperio del racionalismo – sostiene que pueden preverse de antemano los resultados de una acción y los medios se dirigen al cumplimiento de los fines previstos. Aristóteles afirma en cambio, que los asuntos de los que trata la política y la ética son aquellos, que no tienen garantizado de antemano resultado alguno. El efecto político, como la interpretación, se mide por las consecuencias. Cuando la política deviene pura adaptación al discurso economicista deja de bordear lo imposible pierde su especificidad, se corrompe. Y el poder deja de ser acto hiante.El poder manipulativo, distinto del legítimo no está basada en la mística de la Institución, es decir en el poder preformativo del ritual simbólico sino en la manipulación de los sujetos.13 El poder manipulativo no es un poder autorizado, el sujeto posmoderno utiliza máscaras como imposturas en las que no cree y habla así de la separación de lo simbólico con lo real. Lo simbólico queda reducido a ser un simulacro vacío en el que su uso estará regulado por el mercado: « El poder del capital -dice Silvio Maresca- es de naturaleza nihilista, es la pura repetición potenciada negativamente de un signo que en su creciente vacuidad remite a la totalidad de los signos sólo para expropiar exponencialmente su sentido ».14 La expropiación de lo real me parece fundamental para entender el poder sin legitimidad de nuestros tiempos ya que tal expropiación barre el suelo que le daría autoridad genuina. Mundo en el que los semblantes proliferan careciendo de consistencia ya que han perdido la vida en la que se anclaban. El cinismo posmoderno se vincula con la idea de que el semblante no apunta ya a ningún real y lo que vale es su lugar como valor de cambio. Como si el valor de uso hubiese sido desterrado por completo. La expropiación de lo real del semblante trae consigo la disolución de la diferencia, la extinción de la alteridad, la abolición de la no identidad. Este fenómeno ha sido magníficamente expresado en el tango « Cambalache »: « Hoy resulta que es lo mismo / ignorante, sabio o chorro, /generoso o estafador… /¡Todo es igual! /¡Nada es mejor! /Lo mismo un burro /que un gran profesor. /No hay aplazaos ni escalafón, /los ignorantes nos han igualao. /Si uno vive en la impostura /y otro roba en su ambición, /da lo mismo que sea cura, /colchonero, Rey de Bastos, /caradura o polizón. » Maravillosamente Discepolín ha preanunciado la posmodernidad como lugar donde desaparecen las fronteras. Lacan expresaba un voto para el psicoanálisis: quería que este discurso no fuese sólo un semblante vacío. Su ética no es la que vocifera donde está el bien general ya que ella está encaminada hacia lo real de cada uno. Esta orientación se funda en el deseo del analista como deseo de que el sujeto pueda identificarse con aquello que es tan propio y que rechaza y que su semblante, en todo caso, pueda ponerse en consonancia con ese real. La ética del bien decir es el poder del psicoanálisis como matriz de su política. Notas* Miembro de la Escuela de la Orientación Lacaniana.1 Hyppolite, J., Introducción a la filosofía de Hegel, trad. Alberto Drazul, Buenos Aires, Caldén,1979.2 Lacan, J., « Acta de fundación », 1964. La Escuela. Textos Institucionales de Jacques Lacan. Fundación del Campo Freudiano en la Argentina. Manantial, Buenos Aires.3 Kojève, A., La noción de autoridad, trad. Heber Cardoso, Buenos Aires, Nueva visión, 2004.4 Weber, M., Historia Económica General, México, Fondo de Cultura Económica, 1978.5 Lacan, J., « Subversión del sujeto y dialéctica del deseo« , en: Escritos 2, trad. Tomás Segovia, Buenos Aires, Siglo veintiuno editores, 1985, p.787.6 Miller, J.-A. y Laurent, E., El Otro que no existe y sus comités de ética, trad. Nora González, Buenos Aires, Paidós, 2005, pp.9-29. 7 Lacan, J., « La dirección de la cura y los principios de su poder », en: Escritos 2, trad. Tomás Segovia, Buenos Aires, Siglo veintiuno editores, 1985, p.566.8 Ibídem.9 Ibidem.10 Arendt. H., Entre el pasado y el presente, Barcelona, Península.11 Stigliz, J., El malestar en la globalización, Buenos Aires, Taurus, 2002.12 Freud, S., « Análisis terminable e interminable », en: Obras completas, trad.Etcheverry, tomo XXIII, Buenos Aires, Amorrortu editores, p.249.13 Zizek, S, Porque no saben lo que hacen, trad Jorge Piatigorsky, Buenos Aires, Paidós 1988, p.324.14 Zizek, S, Porque no saben lo que hacen, trad Jorge Piatigorsky, Buenos Aires, Paidós, 1988, p.324.15 Maresca, S., « El poder político en la sociedad posmoderna », en: El poder en la sociedad posmoderna Buenos Aires, Prometeo, 2001, p.257. FINSTAFF PRENSA: WEB. GACETILLAResponsable Clarisa KicillofColaboradores Viviana Mozzi, Guillermo López, Edit Tendlarz, Silvia Bermúdez. |
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