LA ESCUCHA NECESARIA
por Eugenio Trías
Hace ahora ocho años Jorge Alemán, psicoanalista argentino afincado en España, en Madrid, confesaba: «Llevo 24 años viviendo en un país donde la presencia del psicoanálisis no estuvo nunca asegurada, donde no era en absoluto evidente que una audiencia aceptara los postulados psicoanalíticos». Precisamente por eso «encontré […] un modo de dialogar, de entrar en conversación con otros contextos que podrían ser afines al psicoanálisis, particularmente ciertos segmentos de la filosofía».
Fruto de esta preocupación había surgido ya en 1998 un texto extraordinario, el más interesante que conozco escrito aquí en España en la línea de esa conversación con la filosofía. El texto se llamó Lacan: Hei-degger (Ediciones del Cifrado), escrito por Jorge Alemán y Sergio Larriera, con quien suele colaborar, también psicoanalista. El texto es un cotejo magnífico de las concepciones freudianas y lacanianas y la crítica a la metafísica de Martin Heidegger.
Complejo de Edipo. El psicoanalista está, ante todo, a la escucha. Esa escucha se concreta y singulariza en el pasaje que tiene lugar de la gran labor precursora de Freud a las importantes aportaciones de Jacques Lacan. Se trata de rebasar la problemática todavía insuficiente del complejo de Edipo y castración a través de una importante reflexión sobre la lengua y la escritura, en la intersección que mantienen con el deseo y con el goce (un goce «más allá del principio de placer»).
Allí se articulan los célebres mathemas lacanianos, y concretamente el que destaca tres albergues (dit-mansions): el nudo entre el círculo simbólico, imaginario y real. La escucha conduce a asumir la herida en la cual esa fisura -y posible sutura- puede tener lugar: herida que deja, ciertamente, una cicatriz en el sujeto.
La grandeza del psicoanálisis, rubricada en este caso por la enseñanza lacaniana, consiste en poseer, a diferencia de otras propuestas filosóficas de la postmodernidad, una ética incondicional, innegociable: la ética del deseo.
El sujeto está, en la práctica psicoanalítica, implicado en su deseo. Por lo mismo puede tener acceso a un goce que le permita singularizarse frente a las pretensiones del Gran Otro (pivote de la concepción lacaniana de la figura paterna). Se trata, pues, de una ímproba lucha contra la enajenación. Ese es el lado liberador de la teoría y de la práctica freudiano-lacaniana.
Pero vuelvo al comienzo, a la confesión de Jorge Alemán, de que está viviendo ya desde hace más de veinte años «en un país en el que la presencia del psicoanálisis no estuvo nunca asegurada».
Terribles amputaciones. ¿Por qué? ¿A qué se debe esta peculiaridad hispana, o esta singularidad que diferencia nuestra sociedad de todas las europeas que nos circundan, y por supuesto también de las sociedades americanas, especialmente Estados Unidos, pero también Argentina, México o Brasil?
Al pronunciarse la palabra España es inevitable siempre reencontrarse con Américo Castro. Se trata, a pesar de las apariencias variopintas de regiones y nacionalidades, de una sociedad tremendamente homogénea, que adquirió este carácter a partir de dos terribles amputaciones: la doble expulsión, con los Reyes Católicos, de la gran minoría judía, y la de los moriscos ya en el siglo XVII.
Desde entonces en España apenas ha habido minorías relevantes, especialmente minorías con poder adquisitivo y con vigor cultural, que pudiesen compensar esa homogeneidad resultante.
A diferencia de lo que sucede en la Europa colindante y en la América del Norte y Sur, no se dan esas minorías en España, de clase media, capaces de sustentar precisamente ese discurso nuevo, inédito, instalado fuera del recinto universitario, y que ha sido para muchas sociedades un gran motor y acicate de esa conversación tan necesaria con la filosofía.
España ha vivido siempre al margen. Padeció el infortunio de una proclamación republicana en el peor momento de la Historia de Occidente, en las vísperas mismas de una Guerra Mundial con caracteres apocalípticos. Pero se anticipó a ello mediante la más cruel de las guerras civiles, prolongada por una dictadura de cuarenta años.
No se vivió en España el desembarco de Normandía, la épica de la resistencia; no se vivió tampoco de forma implicada y comprometida el terrible final de esa guerra total, con el proceso de Nuremberg y demás efectos de la desnazificación. Y esto ha redundado, de indirecto modo, pero de forma muy efectiva, en una merma para esa práctica de la escucha necesaria en la que se sustenta el discurso analítico, o psicoanalítico.
La ausencia de minorías cultas, especialmente de origen judío, es quizás una importante clave para entender el desinterés y la falta de motivación que en España ha tenido en ocasiones esa encrucijada entre psicoanálisis y filosofía, tan necesaria para entender la vida intelectual occidental en estos pasajes de modernidad y postmodernidad. En estos ocho años, desde el gran texto Lacan: Heidegger, hasta el pequeño libro de poesía de Jorge Alemán titulado No saber, que es casi la rúbrica resultante de esa escucha necesaria, que lejos de abrochar saber y verdad, al modo hegeliano, muestra justamente en el no saber la condición de esa ética del deseo, y de la parte de goce, que puede corresponder al sujeto.
Necesidad de revisión. En estos años han cambiado muchas cosas. Aspectos que emparientan al psicoanálisis freudiano-lacaniano con la crítica a la metafísica de Martin Heidegger, y sobre todo en relación a los postulados filosóficos de Ser y Tiempo, deben ser revisados y planteados de nuevo.
Posiblemente es la concepción del Sein zum Tode, ser relativo a la muerte, de Ser y Tiempo, lo que requiere una revisión a fondo. En un libro mío antiguo, Filosofía del futuro, avancé que debía modificarse la idea heideggeriana del ser en el mundo como Sein zum Tode, ser relativo a la muerte, por la idea de ser para la recreación.
Eso significa desplazar el énfasis mortuorio que atraviesa Ser y Tiempo por una idea bien distinta: atender, más que a la angustia de la nada ubicada en el Sein zum Tode, a aquélla, pensada por Freud en Inhibición, síntoma y angustia, en donde es, más bien, la disposición mediante la cual tiene lugar el acto mismo del nacimiento. Allí Freud se da cita con Otto Rank (El trauma del nacimiento).
Esta importante inflexión me guía para acercarme a un excelente libro de Fernando Ojea, en el que justamente se plantea la cuestión del nacimiento.
No se trata, quizás, de aprender a morir, al modo del Fedón platónico, ni de asumir la muerte como fuente angustiada de posibilidad de la elección auténtica: la instancia que discrimina la decisión. En una importante inflexión debe invertirse el planteamiento.
Límite no es sólo terminus: fin de un proceso (terminable/interminable, como el análisis freudiano). Límite es también limen, umbral: lo pre-liminar. Y en este sentido el limen interviene como bisagra entre un pasado radical (memoria de lo inmemorial) al que suelo llamar lo matricial. Lo matricial que se adelanta y anticipa, como esencia pasada, al factum del ser en el mundo -y del acceso al lenguaje (unido todo ello a la necesidad de la escucha).
Se abre entonces un nuevo campo de reflexión, donde pasa a primer plano el nacimiento. Nacer y re-nacer en una suerte de principio de variación y metamorfosis que es peculiar del ser humano. Quizás existir signifique, más que aprender a morir, saber nacer y renacer.
Debe plantearse si la condición necesaria de la escucha analítica es suficiente. Este requerimiento del nacer y del renacer requiere una reflexión muy ajustada.
Puntos de debate. Fernando Ojea la emprende de manera notable. Creo de todos modos que subsisten puntos de debate necesarios. No puedo suscribir una demasiado tajante divisoria entre lo biológico y lo psíquico que apunta a situar el acta de nacimiento como novum radical. Y a sancionar por tanto el ser en el mundo y el advenimiento lingüístico como un dato primordial.
Dice algo muy profundo Ojea, que quizás el carácter prematuro e inmaduro del embrión-feto al surgir al mundo enmascara una madurez ontológica propia de quien terminará siendo sujeto de deseo y de goce.
Creo que en este sentido cabría incluso ir más lejos, y pensar que sería importante concebir en unidad todo este grandísimo proceso metamórfico, que incluye también el embrión-feto.
Se tiene a veces la sensación de que no se ha asistido de forma suficiente a esa escucha que requiere atender a lo matricial.
El oído -interno y externo- es quizás el órgano perceptivo que primero se constituye en el embrión-feto, y que es clave para comprender, desde esas profundidades matriciales, el mundo del sonido, de la phoné (del sustento material y matricial de la música). Allí tiene el psicoanálisis una tarea pendiente, descuidada por Freud y por Lacan.
Quizás sea verdad que la fuente de lo que Heidegger denomina en Ser y Tiempo Mitsein (el ser-con en el que se hallaría la raíz de la unión amorosa y de toda forma de comunidad y comunicación) nos conduce, inevitablemente, a atender a esa unio mystica extraordinaria que sobreviene en la conjunción del embrión-feto y la madre: la protoesfera en donde se halla anegado el embrión-feto, en agua salina, alimentado por el cordón umbilical y la placenta.
Giro sonoro. En ese contexto es donde se va formando, junto al embrión-feto que va gestándose, también la escucha posible -esta vez suficiente- a través de la cual algo previo al sentido se produce, el sonido, la phoné. Y que exige una ampliación del planteamiento lingüístico, antecedido por un giro sonoro previo a la posibilidad de la escucha propiamente musical.
En la gestación prematura, o en la madurez ontológica que le corresponde, importa también, junto al advenimiento del lenguaje, esa anticipación de la voz materna en la phoné, lo cual requiere una escucha que sea a la vez necesaria y suficiente.
La voz de la madre tiene quizás mucho que decir respecto a ese sonido que se adelanta siempre al sentido musical; y que sitúa éste también en las redes de confluencia hacia la lengua.
Publicado en el ABC, el 7 de febrero de 2009