Jeudi 3 juillet 2008 – SOCIÉTÉ – Publié le 03/07/2008 N°1868 – Le Point
Polémique : mort aux psys ?
C’est une bombe à retardement que les psychanalystes pensaient avoir désamorcée. Il y a cinq ans, la profession s’était élevée contre l’amendement, déposé par le député UMP Bernard Accoyer, qui voulait réglementer la psychothérapie. La loi sur le titre de psychothérapeute ne fut jamais appliquée, faute d’un décret. Mais le Conseil d’Etat devrait remettre en selle ce décret. L’arrêté qui doit suivre provoque la colère des psychanalystes. L’un des plus éminents prend la plume dans les colonnes du Point.
Jacques-Alain Miller
Le « psy » est devenu pour les Français un personnage familier. Non pas que l’on sache toujours précisément ce qui distingue le psychanalyste et le psychothérapeute, le psychiatre qui donne des médicaments et le psychologue qui n’en donne pas. Dans l’opinion publique, le psy, c’est d’abord quelqu’un qui vous écoute.
C’est quelqu’un à qui se confier, à qui se fier, devant qui on peut se livrer en toute liberté. Quelqu’un qui aide la souffrance (ou l’énigme) qui vous habite à s’exprimer et à se mettre en mots. Quelqu’un qui vous reçoit en tant que vous êtes un être à part, une exception, valant par elle-même, pas n’importe qui, pas un numéro, pas un exemplaire de votre classe d’âge ou de votre classe sociale. Dans un monde où chacun sent bien qu’il est désormais jetable, la rencontre avec le psy reste une clairière, une enclave intime, on peut même dire une oasis spirituelle.
Devant l’ampleur de ce phénomène de société, les grandes institutions et les grandes entreprises ont voulu avoir leurs psys. Mais le public ne s’y trompe pas ; il sait bien quand le psy sert d’abord les intérêts d’un maître et quand il est d’abord au service de celui qui lui parle.
Eh bien, ce monde est menacé de finir. Sachez que, dans les profondeurs de l’Etat, des officines obscures travaillent d’arrache-pied à la mise au point d’un prototype encore secret, destiné à mettre progressivement au rancart les psys d’antan : et le psy qui, au nom de son autonomie professionnelle, résiste à sa hiérarchie ; et le psy génial, ne devant sa clientèle qu’au bouche-à-oreille ; et le psy libéral, qui ne doit de comptes qu’à son analysant. Les psys à la poubelle ! Place au techno-psy !
Le techno-psy n’aura pas pour fonction d’accueillir chacun dans la singularité de son désir : quelle perte de temps ! quel mauvais ratio coût-profit ! et puis, guérir avec des mots, c’est de la sorcellerie ! Non, le techno-psy n’écoute pas, il compte, il étalonne, il compare. Il observe des comportements, il évalue des troubles, il repère des déficits. Autonomie zéro : il obéit à des protocoles, fait ce qu’on lui dit, recueille des données, les livre à des équipes de recherche. Les appareils de l’Etat sont là dès les premiers pas de sa formation, et il leur restera soumis au fil du temps par des évaluations périodiques. La vérité est que le techno-psy n’est pas un psy : c’est un agent de contrôle social total, lui-même sous surveillance constante. Je sais : on croirait de la science-fiction. Même Staline n’a pas osé ça. Encore plus fort que la Stasi : elle posait des micros, là on vous branche directement un technicien sur le cerveau. C’est pourtant ce à quoi tend très précisément le texte de l’arrêté qu’un conclave de fonctionnaires de la Santé et de l’Enseignement supérieur se vante dans Paris de faire signer par leurs ministres, dans la moiteur du mois d’août.
Ce beau projet repose sur un tour de passe-passe. Il ne suffit pas de programmer la mort du peuple psy : pour que rien n’en subsiste, il faut encore le dépouiller de son nom. Techno-psy, je te baptise… psychothérapeute ! Dès que le Conseil d’Etat aura adopté le décret d’application de la loi sur le titre de psychothérapeute, les masques tomberont : par simple arrêté ministériel, ce sera l’an I de l’ère du techno-psy.
On songe à Brecht : le gouvernement, mécontent du peuple, décide de le dissoudre et d’en élire un autre. Ou encore à Lewis Carroll : « La question, dit Alice, est de savoir si vous avez le pouvoir de faire que les mots signifient autre chose que ce qu’ils veulent dire. – La question, riposta Humpty Dumpty, est de savoir qui sera le maître… Un point, c’est tout. »
Le pire, pourtant, n’est pas sûr. Il m’étonnerait que Roselyne Bachelot, que Valérie Pécresse veuillent attacher leurs noms à cette infamie. Et puis, il y a aussi cette jeune femme qui a témoigné publiquement de ce qu’elle devait à la psychanalyse. Devenue la « reine de coeur » de ce pays, elle ne dira pas : « La psychanalyse ? Qu’on lui coupe la tête ! »Le Point N°1868
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Jueves 3 de julio 2008
SOCIEDAD
Polémica : ¿muerte a los psi ?
Es una bomba con efecto retardado que los psicoanalistas creían haber desactivado. Hace cinco años, la profesión se levantó contra la enmienda, propuesta por el diputado UMP Bernard Accoyer, que quería reglamentar la psicoterapia. La ley sobre el título de psicoterapeuta nunca fue aplicada, por falta de un decreto. Pero el Consejo de Estado debería restablecer este decreto. El reglamento definitivo provoca la cólera de los psicoanalistas. Uno de los más eminentes toma la pluma en las columnas de Le Point.
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Jacques-Alain Miller
El « psi » se ha vuelto para los franceses un personaje familiar. No porque siempre se sepa precisamente lo que distingue al psicoanalista y al psicoterapeuta, el psiquiatra que da medicamentos y el psicólogo que no da. Para la opinión pública, el psi, es primeramente alguien que los escucha.
Es alguien a quien confiarse, en quién fiarse, ante quién uno puede entregarse con toda libertad. Alguien que ayuda al sufrimiento (o el enigma) que los habita a expresarse y a ponerlo en palabras. Alguien que los recibe en tanto que usted es un ser aparte, una excepción que vale por sí misma, no cualquiera, no un número, no un ejemplar de su clase etaria o de su clase social. En un mundo donde cada uno puede sentir que es de aquí en más desechable, el encuentro con el psi sigue siendo un claro en el bosque, un enclave íntimo, podemos incluso decir un oasis espiritual.
Frente a la amplitud de este fenómeno de sociedad, las grandes instituciones y las grandes empresas han querido tener sus psi. Pero el público no se engaña; sabe muy bien cuando el psi sirve ante todo a los intereses de un amo y cuando está al servicio primeramente de aquel que habla.
Y bien, este mundo está amenazado con terminar. Sepan que, en las profundidades del Estado, de las oficinas oscuras trabajan denodadamente en la puesta a punto de un prototipo por ahora secreto, destinado a desembarazarse progresivamente de los psi de antaño: y el psi que, en el nombre de su autonomía profesional, resiste a su jerarquía; y el psi genial, que no debe su clientela a ninguna publicidad, y el psi liberal, que no le debe a nadie más que a su analizante. ¡Los psi al tacho de basura! ¡Dar lugar a los techno psi!
El techno psi no tendrá como función recibir a cada uno en la singularidad de su deseo: ¡qué pérdida de tiempo! ¡Que mala proporción costo beneficio! Y además, curar con palabras, ¡es brujería! No, el techno psi no escucha, cuenta y clasifica, compara. Observa comportamientos, evalúa trastornos, anota los déficits. Autonomía cero: obedece los protocolos, hace lo que se le dice, recoge datos, los entrega a equipos de investigación. Los aparatos del Estado están allí desde los primeros pasos de su formación, y él permanecerá sumiso a ellos a lo largo del tiempo por evaluaciones periódicas. La verdad es que el techo psi no es un psi: es un agente de control social total, él mismo bajo vigilancia constante. Lo sé: creerán que es ciencia ficción. Ni siquiera Stalin se atrevió a eso. Aun más fuerte que la Stasi: ella ponía micrófonos, aquí les adosan directamente un técnico en el cerebro. Sin embargo es a lo que tiende muy precisamente el texto de la decisión que un cónclave de funcionarios de la salud y de la Enseñanza superior se vanagloria en hacer firmar por sus ministros en París, en la humedad del mes de agosto.
Este bonito proyecto descansa en un escamoteo. No basta con programar la muerte del pueblo psi: para que nada de él subsista. Es necesario aún despojarlo de su nombre. Techno-psi, te bautizo…!psicoterapeuta! A partir del momento en que el Consejo de estado haya adoptado el decreto de aplicación de la ley sobre el título de psicoterapeuta, caerán las máscaras: no una simple decisión ministerial, será el año I de la era del techno psi.
Pensamos en Brecht: el gobierno, descontento del pueblo, decide disolverlo y elegir otro. O aun en Lewis Caroll: “La cuestión, dice Alicia, es saber si usted tiene el poder de hacer que las palabras signifiquen otra cosa que lo que ellas quieren decir. –La cuestión, respondió Humpty Dumpty es saber quién será el amo…Un punto, es todo.”
Es alguien a quien confiarse, en quién fiarse, ante quién uno puede entregarse con toda libertad. Alguien que ayuda al sufrimiento (o el enigma) que los habita a expresarse y a ponerlo en palabras. Alguien que los recibe en tanto que usted es un ser aparte, una excepción que vale por sí misma, no cualquiera, no un número, no un ejemplar de su clase etaria o de su clase social. En un mundo donde cada uno puede sentir que es de aquí en más desechable, el encuentro con el psi sigue siendo un claro en el bosque, un enclave íntimo, podemos incluso decir un oasis espiritual.
Frente a la amplitud de este fenómeno de sociedad, las grandes instituciones y las grandes empresas han querido tener sus psi. Pero el público no se engaña; sabe muy bien cuando el psi sirve ante todo a los intereses de un amo y cuando está al servicio primeramente de aquel que habla.
Y bien, este mundo está amenazado con terminar. Sepan que, en las profundidades del Estado, de las oficinas oscuras trabajan denodadamente en la puesta a punto de un prototipo por ahora secreto, destinado a desembarazarse progresivamente de los psi de antaño: y el psi que, en el nombre de su autonomía profesional, resiste a su jerarquía; y el psi genial, que no debe su clientela a ninguna publicidad, y el psi liberal, que no le debe a nadie más que a su analizante. ¡Los psi al tacho de basura! ¡Dar lugar a los techno psi!
El techno psi no tendrá como función recibir a cada uno en la singularidad de su deseo: ¡qué pérdida de tiempo! ¡Que mala proporción costo beneficio! Y además, curar con palabras, ¡es brujería! No, el techno psi no escucha, cuenta y clasifica, compara. Observa comportamientos, evalúa trastornos, anota los déficits. Autonomía cero: obedece los protocolos, hace lo que se le dice, recoge datos, los entrega a equipos de investigación. Los aparatos del Estado están allí desde los primeros pasos de su formación, y él permanecerá sumiso a ellos a lo largo del tiempo por evaluaciones periódicas. La verdad es que el techo psi no es un psi: es un agente de control social total, él mismo bajo vigilancia constante. Lo sé: creerán que es ciencia ficción. Ni siquiera Stalin se atrevió a eso. Aun más fuerte que la Stasi: ella ponía micrófonos, aquí les adosan directamente un técnico en el cerebro. Sin embargo es a lo que tiende muy precisamente el texto de la decisión que un cónclave de funcionarios de la salud y de la Enseñanza superior se vanagloria en hacer firmar por sus ministros en París, en la humedad del mes de agosto.
Este bonito proyecto descansa en un escamoteo. No basta con programar la muerte del pueblo psi: para que nada de él subsista. Es necesario aún despojarlo de su nombre. Techno-psi, te bautizo…!psicoterapeuta! A partir del momento en que el Consejo de estado haya adoptado el decreto de aplicación de la ley sobre el título de psicoterapeuta, caerán las máscaras: no una simple decisión ministerial, será el año I de la era del techno psi.
Pensamos en Brecht: el gobierno, descontento del pueblo, decide disolverlo y elegir otro. O aun en Lewis Caroll: “La cuestión, dice Alicia, es saber si usted tiene el poder de hacer que las palabras signifiquen otra cosa que lo que ellas quieren decir. –La cuestión, respondió Humpty Dumpty es saber quién será el amo…Un punto, es todo.”
Lo peor, sin embargo, no es seguro. Me extrañaría que Roselyne Bachelot, que Valérie Pécresse quieran unir sus nombres a esta infamia. Y además, está también la joven que testimonió públicamente lo que ella le debía al psicoanálisis. Habiéndose convertido en la “reina de corazónes” de este país, ella no dirá: “¿El psicoanálisis? ¡Que le corten la cabeza!”
Le Point N°1868
Traducción : Silvia Baudini
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Published on Thursday 3 July, 2008, in Le Point Issue 1868.
Debate: Death to the Shrinks?
It’s a time bomb the psychoanalysts thought they had defused. Five years ago, the profession had taken a stand against the parliamentary bill submitted by the UMP Deputy, Bernard Accoyer, who wanted to regulate psychotherapy. The law on the title of psychotherapist was never administered, for want of an implementing decree. But the Council of State looks set to establish this decree. The order that will follow is provoking the anger of the psychoanalysts. One of the most eminent has put pen to paper for this week’s column in Le Point.
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Jacques-Alain Miller
The ‘shrink’ has become a familiar figure for the French people. Not that they’re any clearer about precisely what distinguishes the psychoanalyst from the psychotherapist, the psychiatrist who gives medication from the psychologist who doesn’t. In the public eye, the shrink is first and foremost someone who listens to you.
It’s someone you can confide in, trust in, who you can talk to freely. Someone who helps the suffering (or the enigma) that dwells within you to be expressed and put into words. Someone who welcomes you as a unique being, an exception, worthy as such, not as just anyone, not as a number, not as an example of your age bracket or social class. In a world where everyone can now feel just how disposable they are, the encounter with a shrink is still a clearing, an intimate enclave. One might even say a spiritual oasis.
Faced with the magnitude of this social phenomenon, the big institutions and corporations wanted their own shrinks. But the public make no mistake about it; they know full well when the shrink is serving primarily the interests of a master and when he is primarily at the service of the one who is speaking.
Well, this world is being threatened with its end. Let me tell you that in the depths of the State, obscure organisations have been working flat out putting the final touches to an as yet undisclosed prototype designed to progressively scrap the shrinks of old: both the shrink who, in the name of his professional autonomy, resists hierarchy, and the wonderful shrink, owing his clientele to word of mouth alone; along with the liberal shrink, who’s accountable to no one but his analysands. Ditch the shrinks! Make way for the techno-shrink!
The techno-shrink won’t have the function of accommodating each person in accordance with THIS the singularity of his or her desire: what a waste of time! What a bad cost/profit ratio! And then, curing with words, that’s witchcraft! No, the techno-shrink doesn’t listen. He counts, he calibrates, he compares. He observes types of behaviour. He evaluates disorders. He pinpoints deficits. Zero autonomy: he obeys protocols, does what he’s told, gathers data and passes it on to research teams. The State apparatuses are present right from the first steps of his training, and he will remain subordinate to them throughout by way of periodic evaluation. The truth is, the techno-shrink isn’t a shrink: he’s an agent of total social control, himself under constant surveillance. I know, it sounds like science fiction. Even Stalin didn’t dare that. It’s even stronger than the Stasi: they used to plant microphones, now you’re going to have a technician wired up directly to your brain. This is nevertheless the main thrust of the text of the decree that a conclave of civil servants from the Health and Higher Education Ministry are boasting they’ll be making their ministers sign in muggy August.
This fine project is based on a slight of hand. It’s not enough to plan the death of the shrink people: to be sure that nothing of them survives, they have to be stripped of their name. Techno-shrink, I name you… psychotherapist! Once the Council of State has adopted the implementing decree for the law on the title of psychotherapist, there won’t be any more pretending: with a simple Ministerial Order we will be in Year One of the Techno-Shrink Era.
It makes you think of Brecht: unhappy with the people, the government decides to dissolve them and elect another. Or even Lewis Carroll: ‘The question is’, said Alice, ‘whether you can make words mean so many different things.’ ‘The question is’, said Humpty Dumpty, ‘which is to be master – that’s all.’
However, it’s not so sure that the worst will come to pass. It would astonish me were Roselyne Bachelot, were Valérie Pécresse, to associate their names with this act of infamy. And then there is that young woman who has publicly testified to what she owes to psychoanalysis. Now that she’s become this country’s ‘Queen of Hearts’, she won’t be saying: ‘Psychoanalysis? Off with its head!’
Translated from the French by Adrian Price
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Re-published in Ten Line News, New Series, Issue 404, 03.VII.08(Paris Calling No 8)
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Giovedì 3 luglio 2008
SOCIETÀ
Pubblicato il 3/07/2008 N. 1868 Le Point
Polemica: morte agli psi?
È una bomba a scoppio ritardato, che gli psicoanalisti pensavano di avere disinnescato. Cinque anni fa, la professione si era levata contro l’emendamento, depositato dal deputato UMP Bernard Accoyer, che voleva regolamentare la psicoterapia. La legge sul titolo di psicoterapeuta non fu mai applicata, in mancanza di un decreto. Ma il Consiglio di Stato dovrebbe riprendere tale decreto. L’ordinanza che ne seguirà provoca la collera degli psicoanalisti. Uno dei più eminenti scrive nelle colonne di Le Point.
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Jacques-Alain Miller
Lo “psi” è diventato, per i francesi, un personaggio familiare. Non che si sappia sempre con precisione ciò che distingue lo psicoanalista dallo psicoterapeuta, lo psichiatra che dà i farmaci e lo psicologo che non ne dà. Nell’opinione pubblica, lo psi è anzitutto qualcuno che vi ascolta.
È qualcuno a cui confidarsi, di cui fidarsi, di fronte al quale ci si può abbandonare in tutta libertà. Qualcuno che aiuta la sofferenza (o l’enigma) che vi abita ad esprimersi e a tradursi in parole. Qualcuno che vi riceve in quanto siete un essere a parte, un’eccezione, che vale di per sé, non uno qualsiasi, non un numero, non un esemplare della vostra classe di età e o della vostra classe sociale. In un mondo in cui ognuno sente bene di essere ormai “usa e getta”, l’incontro con lo psi resta una radura, un’enclave intima, potremmo persino dire un’oasi spirituale.
Di fronte alla vastità di questo fenomeno di società, le grandi istituzioni e le grandi aziende hanno voluto avere i loro psi. Ma il pubblico non s’inganna; sa bene quando lo psi serve anzitutto gli interessi di un padrone e quando è anzitutto al servizio di colui che gli parla.
Ebbene, questo mondo minaccia di finire. Sappiate che, nelle profondità dello Stato, delle fucine oscure lavorano con accanimento alla messa a punto di un prototipo ancora segreto, destinato alla dissoluzione progressiva degli psi di una volta: sia lo psi che, in nome della sua autonomia professionale, resiste alla sua gerarchia; sia lo psi geniale, che deve la sua clientela solo al passaparola; sia lo psi liberale, che deve render conto solo al suo analizzante. Buttiamo gli psi nel cassonetto! Largo ai tecno-psi!
Il tecno-psi non avrà la funzione di accogliere ognuno nella singolarità del suo desiderio: che perdita di tempo! Che cattivo rapporto costo-profitto! E, inoltre, guarire con delle parole è solo una stregoneria! No, il tecno-psi non ascolta, lui conta, tara, raffronta. Osserva dei comportamenti, valuta dei disturbi, individua dei deficit. Autonomia zero: obbedisce a dei protocolli, fa quello che gli viene detto, raccoglie dati, li consegna a delle equipe di ricerca. Gli apparati dello Stato sono presenti sin dall’inizio della sua formazione ed egli resterà sottomesso a loro nel corso del tempo tramite delle valutazioni periodiche. La verità è che il tecno-psi non è uno psi: è un agente di controllo sociale totale, anche lui sotto sorveglianza costante. Lo so, si direbbe che questa è fantascienza. Anche Stalin non ha osato tanto. È anche più forte della Stasi: essa metteva dei microfoni, lì vi collegano direttamente un tecnico sul cervello. Eppure è quello a cui tende molto precisamente il testo dell’ordinanza che un conclave di funzionari dei Ministeri della Sanità e dell’Insegnamento superiore si vanta, a Parigi, di far firmare dai loro ministri, nella calura umida del mese d’agosto.
Questo bel progetto poggia su un abile raggiro. Non basta programmare la morte del popolo psi: affinché non ne rimanga nulla, lo si deve anche privare del suo nome. Tecno-psi, io ti battezzo…. psicoterapeuta! Non appena il Consiglio di Stato avrà adottato il decreto applicativo della legge sul titolo di psicoterapeuta, le maschere cadranno: con una semplice ordinanza ministeriale, sarà l’anno I dell’era del tecno-psi.
Questo ci fa pensare a Brecht: il governo, scontento del popolo, decide di dissolverlo e di eleggerne un altro. O anche a Lewis Carroll: “Si tratta di sapere” – disse Alice – “se voi potete dare alle parole tanti diversi significati.” “Si tratta di sapere” – disse Unto Dunto – “chi ha da essere il padrone… Questo è tutto”.
Il peggio, tuttavia, non è certo. Mi stupirebbe che Roselyne Bachelot e Valérie Pécresse vogliano legare i loro nomi a tale infamia. E, inoltre, c’è anche quella giovane donna che ha testimoniato pubblicamente di quanto ella doveva alla psicoanalisi. Divenuta la “regina di cuori” di questo paese, non dirà: “La psicoanalisi? Le si tagli la testa!”
È qualcuno a cui confidarsi, di cui fidarsi, di fronte al quale ci si può abbandonare in tutta libertà. Qualcuno che aiuta la sofferenza (o l’enigma) che vi abita ad esprimersi e a tradursi in parole. Qualcuno che vi riceve in quanto siete un essere a parte, un’eccezione, che vale di per sé, non uno qualsiasi, non un numero, non un esemplare della vostra classe di età e o della vostra classe sociale. In un mondo in cui ognuno sente bene di essere ormai “usa e getta”, l’incontro con lo psi resta una radura, un’enclave intima, potremmo persino dire un’oasi spirituale.
Di fronte alla vastità di questo fenomeno di società, le grandi istituzioni e le grandi aziende hanno voluto avere i loro psi. Ma il pubblico non s’inganna; sa bene quando lo psi serve anzitutto gli interessi di un padrone e quando è anzitutto al servizio di colui che gli parla.
Ebbene, questo mondo minaccia di finire. Sappiate che, nelle profondità dello Stato, delle fucine oscure lavorano con accanimento alla messa a punto di un prototipo ancora segreto, destinato alla dissoluzione progressiva degli psi di una volta: sia lo psi che, in nome della sua autonomia professionale, resiste alla sua gerarchia; sia lo psi geniale, che deve la sua clientela solo al passaparola; sia lo psi liberale, che deve render conto solo al suo analizzante. Buttiamo gli psi nel cassonetto! Largo ai tecno-psi!
Il tecno-psi non avrà la funzione di accogliere ognuno nella singolarità del suo desiderio: che perdita di tempo! Che cattivo rapporto costo-profitto! E, inoltre, guarire con delle parole è solo una stregoneria! No, il tecno-psi non ascolta, lui conta, tara, raffronta. Osserva dei comportamenti, valuta dei disturbi, individua dei deficit. Autonomia zero: obbedisce a dei protocolli, fa quello che gli viene detto, raccoglie dati, li consegna a delle equipe di ricerca. Gli apparati dello Stato sono presenti sin dall’inizio della sua formazione ed egli resterà sottomesso a loro nel corso del tempo tramite delle valutazioni periodiche. La verità è che il tecno-psi non è uno psi: è un agente di controllo sociale totale, anche lui sotto sorveglianza costante. Lo so, si direbbe che questa è fantascienza. Anche Stalin non ha osato tanto. È anche più forte della Stasi: essa metteva dei microfoni, lì vi collegano direttamente un tecnico sul cervello. Eppure è quello a cui tende molto precisamente il testo dell’ordinanza che un conclave di funzionari dei Ministeri della Sanità e dell’Insegnamento superiore si vanta, a Parigi, di far firmare dai loro ministri, nella calura umida del mese d’agosto.
Questo bel progetto poggia su un abile raggiro. Non basta programmare la morte del popolo psi: affinché non ne rimanga nulla, lo si deve anche privare del suo nome. Tecno-psi, io ti battezzo…. psicoterapeuta! Non appena il Consiglio di Stato avrà adottato il decreto applicativo della legge sul titolo di psicoterapeuta, le maschere cadranno: con una semplice ordinanza ministeriale, sarà l’anno I dell’era del tecno-psi.
Questo ci fa pensare a Brecht: il governo, scontento del popolo, decide di dissolverlo e di eleggerne un altro. O anche a Lewis Carroll: “Si tratta di sapere” – disse Alice – “se voi potete dare alle parole tanti diversi significati.” “Si tratta di sapere” – disse Unto Dunto – “chi ha da essere il padrone… Questo è tutto”.
Il peggio, tuttavia, non è certo. Mi stupirebbe che Roselyne Bachelot e Valérie Pécresse vogliano legare i loro nomi a tale infamia. E, inoltre, c’è anche quella giovane donna che ha testimoniato pubblicamente di quanto ella doveva alla psicoanalisi. Divenuta la “regina di cuori” di questo paese, non dirà: “La psicoanalisi? Le si tagli la testa!”
Traduzione : Adele Succetti