del VI congreso de la AMP
los objetos a en la experiencia analítica
21 a 25 de abril de 2008 • Marriott Plaza Hotel, Buenos Aires •
www.amp2008.com Nº 55Conversación Virtual / Virtual Conversation / Conversation Virtuelle / ConversazioneVirtual / Conversação Virtual
« la pragmática de la cura a partir del objeto a »
Lenita Bentes
O tempo real, aquele dos reality shows, opõe-se ao real do tempo. Tempo real da monotonia que se opõe a diversidade, tempo real de um discurso, o da ciência, que esmaga o sujeito anulando o tempo de compreender, precipitando- o no momento de concluir.
Para este tempo o que a psicanálise tem de valioso é justamente o fato de não ser uma ciência. Assim o diz Lacan, em Momento de Concluir aula de 15/11/77: « a psicanálise deve ser levada a sério, mesmo não sendo uma ciência. Porque… como diz Popper, não é uma ciência porque é irrefutavel ». Temos, a partir dos suportes múltiplos da linguagem que se chamam alíngua o instrumento suficiente para operar a reinstauração do sintoma onde prevalecem as patologias do ato.
Saber operar no tempo do Outro que não existe é o que temos feito e temos a fazer diante da profusão dos gadgets ou das lautsas que girando initerruptamente num tempo que não é o do sujeito do inconsciente, denigre seu estatuto.
A realidade para o sujeito, em consequência da articulação do simbólico, do imaginário e do real, na neurose, é a de uma superfície com uma borda e duas dimensões, a moebiana, presente do primeiro ensino de Lacan e levada às últimas conseqüências no segundo ensino com a topologia borromeana, a qual indica a presença lógica de um objeto que em sua inconsistência é localizavel na função do corte que produzirá sua extração. Objeto que extraído do campo da realidade lhe dá sua moldura. Temos então a materialidade do nó contra a « plasticidade da psicologia » sempre referida a um discurso que, pelo universal, despoja o sujeito com anti depressivos de última geração que estão na base do um grande número de passagens ao ato suicidas entre adolescentes.
O discurso analítico sustenta a relação ao desejo e a sua causa onde as ciências neuro, adeptas da plasticidade estão na contra mão de um real que, como diz Miller, só tem a ver com ele.
Ernesto Sinatra
“Dado que Lacan parte del objeto a para abordar el goce y ya no del goce fálico, parece normal considerar el hecho de ser portador del falo como un obstáculo al « hacer semblante » de tenerlo. Es por lo cual, la frase siguiente, evoca una mujer a la que se supone con más condiciones de hacer semblante que un hombre. Es para mejor poner en duda esta opinión.
Es especialmente difícil, más difícil para una mujer que para un hombre, contrariamente a lo que suele decirse. Que en ocasiones la mujer sea el objeto a del hombre no significa para nada que sea de su gusto serlo.
He aquí entonces un dicho de Lacan a poner en serie con sus múltiples declaraciones sobre los lazos entre la posición femenina y la posición del psicoanalista.” Eric Laurent, el periódico N°3.
Existe una cierta afinidad entre el deseo del analista y la posición femenina considerada en la perspectiva del empleo del objeto a, que –siguiendo la indicación de Eric Laurent– me gustaría poner en tensión a partir de una anécdota de la vida de una mujer de letras, tan sensible a los tropiezos y excentricidades del inconsciente como a las diferencias entre hombres y mujeres.
En un momento de su polifacética relación, Anaïs Nin recibió un regalo muy especial de Henry Miller: él le ofreció que firmara con su nombre para un ‘coleccionista de cuentos eróticos’, haciéndose cargo de las entregas literarias a cambio de dinero. Todo lo escrito contaba con la siguiente particularidad implícita: ella aceptaría las exigencias del ‘viejo’ (tal el apodo que le daba) pero no entregaría ‘nada auténtico’, sólo se dedicaría a ‘fingir’, ofreciéndole –desde el lugar que él esperaba– trozos del goce que el ‘viejo’ solicitaba. Anaïs echó mano a cuánto recurso encontró a su alrededor: desde apelar al Kamasutra parodiando las posiciones sexuales de modo burlesco, reproduciendo casi puntualmente relatos y posturas amatorias, hasta dirigirle narraciones que ‘coleccionaba’ entre sus amigos (y que ellos habrían vivido, o anhelado vivir), llegando a pedirles que escribieran las fantasías sexuales más exóticas –lindantes en ocasiones con lo ridículo (incluso solicitándoles que invirtieran sus gustos en dichos asuntos para realzar el disparate en los relatos).
“Epidemia de diarios eróticos: todo el mundo escribe contando sus experiencias sexuales. Experiencias inventadas, oídas, sacadas de Kraft Ebbing y de libros médicos. Tenemos conversaciones cómicas. Contamos una historia y los demás tienen que adivinar si ocurrió de verdad o es falsa […].”
Luego, ella daba forma literaria a ese catálogo amalgamado de perversiones y se lo enviaba, siempre con un objetivo: llevar al viejo a la saturación…pero no lo conseguía. Por más grotescas que fueran las historias, la demanda continuaba, incrementándose. Ella respondía, encore –desde el saber que la verdad se subordina al goce– ‘atravesando el fastidio’, aceptando sus exigencias: reducir la retórica y estimular la acción sexual en descripciones cada vez más detalladas. Su respuesta, siempre complaciente a la demanda pulsional del ‘viejo’, no ocultaba la irrisión por el mal gusto que adjudicaba al destinatario de semejante literatura bizarra, fijado a un goce que consideraba ‘monótono y grotesco’…pero ella no dejaba de escribirle.
Si bien ella condescendía al ofrecerse a los caprichos sexuales del partenaire y se dejaba tomar por la crudeza de las acciones que él le solicitaba, ella sabía del carácter de artificio que toda escritura conlleva, más allá de la monotonía del fantasma que la encausara.
Anaïs parodiaba, desde la literatura, la posición femenina en los asuntos del goce sexual, al dejarse tomar por ese objeto que el ‘viejo’ –hombre al fin– le demandaba, vistiéndose con sus semblantes, para obtener Otro goce, el literario, más allá del empeño fálico de su partenaire, que gozaba de lo explícito de los fantasmas que recorría: “[…] lo que él quería que excluyera era lo que resultaba para mí verdaderamente afrodisíaco […]: la poesía.”
El punto de equivalencia del deseo del analista con la posición femenina, haciendo semblante del objeto que condensa el goce fálico del fantasma masculino, conlleva, sin embargo, una precisa diferencia: no autoriza al analista a gozar de ese objeto que consiente en encarnar; al final del recorrido analítico, sólo habrá tenido éxito si logra mostrar a ese analizado el goce real que recubrieron sus fantasmas, más allá de sus vestiduras fálicas, aunque –siempre– sin poder decirlo como, tal vez a Wittgenstein, le hubiera gustado escribirlo.
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Graciela Lucci, Susana Tillet