Esthela Solano Suárez
París, 16 de septiembre de 2007 En agosto tuvo lugar en Brasil El Encuentro americano, Pipol en Latinoamérica. Judith Miller respondió a algunas preguntas que le hicieron para un famoso periódico de Río, O Globo. Esta entrevista inspiró a una practicante carioca un texto con pretensiones descalificatorias para la Escuela de la Causa del C. F. y para Judtih Miller. Este texto no fue publicado pero circula en Internet en Brasil. Esthela Solano respondió con otro texto que circuló también por ese medio. Este último lo leímos en la Lettre Mensuelle de noviembre (nº262) y la autora nos ha permitido publicarlo en La Brújula en español.
– « ¡Alerta! ¡Atención! ¡Cuidado! ¡Escándalo! Que los atrapen y que los delaten, que los señalen y que los juzguen. ¡Al patíbulo! ¡Al cepo, a los grillos! ¿No confiesan sus prácticas horrendas? ¡Entonces a la hoguera! »
Así gritaba y chillaba por las calles de la ciudad el Alma Bella. Tan bella, pero tan bella que se regocijaba y se convulsionaba, escupiendo espuma, diciendo su odio, lanzando piedras a diestra y siniestra, aturdiéndose en una suerte de infinita complacencia, sin darse cuenta de lo que decía. Sí, no se daba cuenta lo que estaba diciendo, o lo que dejaba escuchar en lo que decía.
¿Qué decía? Decía que había impostores, iconoclastas que estaban demoliendo los Nombres del Padre, rompiendo las columnas del Templo, atacando al Tabernáculo, desbastando la tradición.
¿Pero quiénes son? ¿Qué han hecho? ¿Qué pasa? ¿Han abandonado los ritos? ¿No adoran los mitos? ¡Que los expulsen, que los encierren, que los amordacen!
¡Qué confusión! ¡Es desolador! Pongamos un poco de orden. Consideremos las acusaciones una por una. Démosles la palabra para que digan sus razones.
Adelante, os escuchamos. Sean breves. No tenemos mucha paciencia, ni ganas de oíros.
¿Quiénes somos? Somos psicoanalistas, miembros de la ECF, discípulos de Freud y de Lacan. Durante muchos años permanecimos encerrados en nuestros consultorios, recibiendo a aquéllos que pedían un análisis. También durante muchos años sostuvimos -y seguimos sosteniendo- actividades y enseñanzas en el seno de la Escuela y fuera de ella.
Animados por la Cusa freudiana, sabemos que el psicoanálisis es una practica y qué ésta solo se sostiene por el deseo del analista. Sin el deseo del analista no hay práctica analítica. Sabemos que para ocupar el lugar de analista, hace falta haber hecho un análisis. Un análisis «propiamente dicho» como decía Lacan, el cual es una experiencia sostenida a lo largo de muchos años. Ocurre que de esa experiencia, el analizante, una vez analizado pasa a ocupar, si lo quiere, el lugar del analista. La posición del analista es, según Lacan, la de ocupar el lugar, para el analizante, del objeto causa del deseo. Esto no se aprende en los bancos de la Universidad. Ningún diploma puede garantizar la posición del analista como tal. A esta experiencia de análisis de la cual resulta la producción de un deseo inédito, Lacan la llama «psicoanálisis puro».
¿Es una experiencia sólo para ricos? Si fuera así, en mi caso, esto no hubiera sido posible. «Vous me donnerez ce que vous voulez», fue la respuesta de Lacan a mi demanda. Así hizo posible el poder comenzar.
Es una experiencia en la que se avanzan quienes quieren pagar el precio. Simplemente, es un querer. Querer ir hasta el final de un recorrido y asumir las consecuencias del mismo.
Esto no es para todos, es para quienes quieren y no cejan. Nadie los obliga. Sólo los empuja una exigencia ética. Después, si así lo desean, una vez que su recorrido se cierra, una vez que están satisfechos del resultado obtenido, pueden testimoniar en la Escuela del camino por donde circularon en su análisis. Esto es el pase. El testimonio permite de cernir o no, en cada caso, si hay algo del analista como resultado de ese análisis. Se puede también cernir la lógica de la cura en la cual se demuestra la reducción de la mentira del sujeto, la reducción del sentido a su núcleo: al hueso del síntoma. Así se pone en evidencia lo más singular de cada sujeto, es decir el nudo del síntoma, que anuda el registro de lo real, el registro de lo simbólico y el registro de lo imaginario. El síntoma aparece entonces como la solución del sujeto. El síntoma es incurable. Se despoja su sentido gozado (jouis-sens), su pathos, y esto abre hacia la posibilidad de otro régimen de satisfacción que es el de un «saber hacer» con el síntoma.
El psicoanálisis no se reduce a su forma «pura». Está también el psicoanálisis que Lacan llamó «aplicado», aplicado a la terapéutica. Sabemos que el psicoanálisis es eficaz, que produce efectos terapéuticos -no que cura del síntoma- sino que permite un tratamiento del goce del síntoma propicio a transformar la economía de goce del sujeto.
Durante el siglo XX estuvimos encerrados, como decía, en nuestras Escuelas, en nuestras instituciones, en nuestros consultorios. Dábamos cuenta de nuestra practica, en el seno de nuestra comunidad de trabajo.
No habíamos tenido en cuenta suficientemente, que habíamos cambiado de época. De repente el mundo se puso a vociferar. Por todo el mundo se difundió la noticia de que Freud era un estafador, un canalla, un mentiroso. Se escribió y se difundió que los herederos de Freud eran impostores, cara a la ciencia y ¡ni qué hablar de los lacanianos! Nuestras Escuelas pasaron a ocupar en el imaginario de los detractores el lugar de las Sectas. Había que sacarnos de nuestros escondites, hacernos pasar diplomas universitarios, salvar a la población damnificada, proscribir las practica psicoanalíticas de las instituciones públicas, airear los hospitales para que solo soplara el viento de las TCC, únicas terapias de inspiración científica, redentoras de la humanidad extraviada en los laberintos del inconsciente. ¿El programa? Muy simple, muy rápido y breve: reducir a todo paciente al estatuto de una rata de laboratorio, científicamente “repertoriada” y adiestrada. En ese momento nos despertamos. Hubiéramos podido elegir de permanecer encerrados, fuera del mundanal ruido y seguir pensando que la verdad estaba del nuestro lado. Hacer lo menos posible, y mantenernos en el régimen del principio de placer esperando que vengan tiempos mejores, aferrados a nuestras convicciones y a un modo de hacer petrificado. Pero no, nos dimos cuenta de lo que quería decir la frase de Lacan: que el psicoanálisis podía rendir sus armas y dejarse borrar de la faz de la tierra ante el empuje del Malestar en la civilización. Supimos sin pensar que como los tres prisioneros del apólogo, debíamos concluir y encontrar la salida de la prisión. Hubo uno que propuso la solución: una invención. Ese uno tiene nombre y apellido, se llama Francisco Hugo Freda. Un argentino en París. Quizá por que el hombre tiene una veta artística, pudo enunciar como psicoanalista una proposición. La proposición se llamo CPCT: Centro Psicoanalítico de Consultas y Tratamiento.
¿En qué consiste ese invento? Es un Centro de atención, ubicado en un barrio de París, donde se ofrece a quien quiera que sea, de encontrar un psicoanalista para hablar de su enredo, de su angustia, de su dolor, de su malestar, de su sin salida.
La consulta, atinada, tiene la función de cernir cada demanda, de recorrer las aristas de la queja, de aislar más allá de la queja un síntoma y de considerar si éste puede ser tratado en el marco de nuestra oferta. Tratado, sí, perfectamente. ¿Qué quiere decir tratar el síntoma? Quiere decir, saber antes que nada, que el síntoma es una solución, que cumple una función, o dicho de otro modo, que no hay posibles soluciones si no se tiene en cuenta para cada sujeto la función del síntoma. Quiere decir saber también que los síntomas no son todos descifrables. Esto es lo que nos enseña Lacan en su última enseñanza, especialmente a partir de su lectura de Joyce. Primero Freud demostró que los síntomas pueden ser descifrados y en ese trabajo se pone en evidencia su valor de mensaje, su sentido, pero también, como Freud lo articuló más tarde, el síntoma satisface el goce de la pulsión. Con Lacan aprendimos que hay síntomas que sólo tienen para el sujeto un valor de uso en la vertiente del goce, pero que no se prestan a la lectura, al desciframiento significante. Que son una pura letra que cifra el goce y como tal, tienen una función. Para que el síntoma pueda ser descifrado éste tiene que estar redoblado por el registro de lo simbólico. Ocurre, de más en más, que la subjetividad contemporánea nos lanza el desafío de confrontarnos a sujetos que sufren, pero que no disponen de un síntoma que se preste al trabajo de desciframiento. Esto nos pone al pié del muro del síntoma como real, disjunto del registro transferencial, es decir disjunto de toda suposición que haga existir el Sujeto supuesto Saber. Estamos entonces ante la vertiente del sinthome y no del síntoma. A partir de Joyce el sinthome Lacan nos lega una apertura extraordinaria de la práctica analítica que va más allá del inconsciente, que se centra no en el inconsciente transferencial sino en el inconsciente como real.
A partir de aquí hay dos opciones para el psicoanalista: invitar al paciente a hablar, ofreciendo la interminable práctica de las asociaciones libres, sosteniendo así en una práctica sin fin la vertiente de la transferencia, o bien, contrariar la homeostasis del bla-bla para extraer el goce en juego. El acto del analista va contra el discurso del amo, sostenido por el inconsciente. La práctica que nos propone Lacan en su última enseñanza es la del corte, la del trenzado, la de los nudos, el desenredar hilos, cambiar de giro, dar vueltas las superficies, anudar suplencias.
Este artesanado de la práctica analítica no nos transforma en personajes sublimes, herederos de los misterios de un saber oculto, reservado para unos pocos. No, por el contrario. Muy humildemente podemos servirle a alguien para que tenga una idea de su enredo, para que tire los hilos de su ovillo y para que sepa que de eso que se queja, goza, y que participa activamente en producir su desdicha gozosa. Responsabilizarse de su goce, poder encontrar otros modos de hacer con el síntoma, inventar nuevas soluciones que pueden ser satisfactorias sin comportar una dimensión sacrificial, esa es la oferta que el CPCT propone.
En cuatro meses, sí, es posible que haya acontecimiento. Hay sujetos que encuentran una solución a su embrollo antes, en tres o cuatro entrevistas con un psicoanalista. Otros, se quedan con ganas de ir más allá y entonces, si lo desean, piden una dirección de analista para continuar su trabajo. Nadie es abandonado a su suerte. Operar de esta manera requiere una sólida formación. Este tipo de práctica supone el uso adecuado, pertinente y prudente de los conceptos fundamentales del psicoanálisis. Los principios éticos del psicoanálisis no son transgredidos: el psicoanalista no se pone ni en la posición de educador, ni en la posición del que sabe cuál es la solución para cada sujeto. Él se presta, activamente, a ser el instrumento de una transformación, la cual consiste en un tratamiento del modo de gozar. Este tratamiento no siempre supone la posibilidad de pasar por una lectura de las mentiras elucubradas por el inconsciente, por que para muchos sujetos contemporáneos este recurso está forcluído.
No somos liquidadores del síntoma, por que sabemos que liquidar el síntoma es liquidar el sustrato donde toma consistencia el nudo fundamental del sujeto. Se trata, por el contrario, de un saber hacer con el síntoma para cada uno, lo que comporta una clínica flexible, hecha a medida, inventiva. Para acceder a esta perspectiva hay que decentrarse de las categorías de la clínica estructural y dejarse enseñar por la clínica de los nudos, la cual es el legado de la útima enseñanza de Lacan. Si quieren saber más sobre este respecto los invito a estudiar seriamente los Seminarios desde el XX en adelante y sacar consecuencias de ellos.
Lacan dijo una vez: «Hagan como yo, no me imiten». Hagamos como él, inventemos, no nos dejemos estrangular por los conceptos, saquémoslos de la naftalina, hagamos uso de ellos, apliquémoslos de una forma nueva cada día, en cada sesión, con cada sujeto, que los conceptos no son Mandamientos grabados en el mármol, son instrumentos de trabajo, que nos sirven como brújula para poder hacer con lo imposible. Es seguro que siempre haremos mal con lo imposible, ya que ante lo real siempre fracasamos, pero podemos servir como psicoanalistas para que alguien que nos encontró haga con lo real de un modo más feliz, más chistoso, más liviano, más divertido y menos doloroso.
El psicoanalista del CPCT es un analista que ha salido a la calle, que va a la cité, por sus veredas, con una propuesta. No se queda encerrado, solo encerrado en su jaula confortable, al abrigo. Es un psicoanalista que se hace responsable de los efectos de discurso que promueve y que sabe que el destino del psicoanálisis no está asegurado de una vez y para siempre. El destino del psicoanálisis depende de la acción de cada analista.
Antes de concluir les propongo leer y sacar algunas conclusiones sobre este texto:
« Para terminar, quisiera examinar con vosotros una situación que pertenece al futuro y que acaso os parezca fantástica. Pero a mi juicio, merece que vayamos acostumbrando a ella nuestro pensamiento. Sabéis muy bien que nuestra acción terapéutica es harto restringida. Somos pocos, y cada uno de nosotros no puede tratar más que un número muy limitado de enfermos al año, por grande que sea su capacidad de trabajo. Frente a la magnitud de la miseria neurótica, que padece el mundo y que quizá pudiera no padecer, nuestro rendimiento terapéutico es cuantitativamente insignificante. Además nuestras condiciones de existencia limitan nuestra acción a las clases pudientes de la sociedad … De este modo, nada nos es posible hacer aun por las clases populares, que tan duramente sufren bajo la neurosis. Supongamos ahora que una organización cualquiera nos permita aumentar de tal modo nuestro número, que seamos ya bastantes para tratar grandes masas de enfermos. Por otro lado, es también de prever que alguna vez habrá de despertar la consciencia de la sociedad y advertir a ésta que los pobres tienen tanto derecho al auxilio del psicoterapeuta como al del cirujano y que las neurosis amenazan tan gravemente la salud del pueblo como la tuberculosis, no pudiendo tampoco ser abandonada su terapia a la iniciativa individual. Se crearán entonces instituciones médicas donde habrá analistas…. El tratamiento sería, naturalmente, gratis. Pasará quiza mucho tiempo hasta que el estado se dé cuenta de la urgencia de esta obligación suya…. Pero indudablemente (estas instituciones) han de ser un hecho algun dia. Se nos planteará entonces la labor de adaptar nuestra técnica a las nuevas condiciones…
Sigmund Freud, «Los caminos de la terapia psicoanalítica».
Conferencia pronunciada en el V Congreso psicoanalitico. Budapest, 1918.
¿Qué podemos responderle a Freud? ¿Que preferimos quedarnos en la zona lujosa de Río de Janeiro, analizando a los Cariocas que hablan bien, que se comportan de manera educada, que se someten dócilmente durante muchos años al dispositivo de la asociación libre, que no pueden vivir sin consultar cada decisión que deben tomar con el psicoanalista, que alimentan una transferencia tan sólida que gracias a ellos podemos estar seguros de que el futuro inmediato no es una amenaza para nuestro confort, o bien que aceptamos el desafío y que vamos al Morro, que vamos a la “favela”, que recibimos a los chicos, a los jóvenes y que les servimos para inventarse otra solución que la de estar condenados a una vida de miseria y de precariedad simbólica, de delincuencia, de exclusión? Un encuentro, solo uno, puede cambiar el destino de una vida.
¡Ah! Alma Bella, ¡te decíamos al comenzar que no sabías lo que estabas diciendo! Ahora te digo: tus gritos no eran un ataque. Testimonian de tu defensa, de tu defensa frente a lo real. No se puede sostener mucho tiempo el desmentido. Llega un momento en que la mentira termina diciendo la verdad.
La Brújula 99, ELP Debates, Noviembre 17 de 2007. http://www.elp-sedemadrid.org