Silvia Elena Tendlarz
1. El psicoanálisis aplicado a la terapéutica no es una psicoterapia
La existencia del inconsciente forma parte de nuestra cultura contemporánea ya sea por su admisión o por su rechazo. Pero su apertura o cierre, según la pulsación que caracteriza al inconsciente, es móvil y depende de la posición que tomen los analistas frente a la dirección de la cura y al propio psicoanálisis.
El siglo veintiuno cuenta con una creencia: hablar alivia el sufrimiento y el dolor, mejora las relaciones, y hace desaparecer a los síntomas. Es decir, dirigirse a otro para depositar el padecimiento subjetivo ayuda y cura. Esta creencia es la base de la proliferación de las psicoterapias y de la multiplicación de diferentes dispositivos para paliar aquello que provoca congoja y dolor.
Ahora bien, como consecuencia de la caída del poder de los ideales, el sujeto contemporáneo cree en todo y no cree en nada. Esto hace que las distintas soluciones “terapéuticas” coexistan entre sí y nada objete que en la actualidad un sujeto consulte a su analista durante el día, siga cursos de autoayuda por la tarde, y finalmente se medique por las noches para paliar su stress.
Las llamadas “psicoterapias” contribuyen a esta homologación en donde todo vale, todo puede y debe ser dicho, y legitima las búsquedas desesperadas por “estar bien” lo más rápidamente posible, con la menor implicación subjetiva y de cualquier manera que esté al alcance.
Para salir de la nebulosa de la creencia que todo resulta benéfico para exorcizar el sufrimiento es necesario distinguir las psicoterapias del psicoanálisis aplicado a la terapéutica. Lacan indica que el dispositivo de formación de los analistas creado por la IPA produjo que los analistas en formación utilizaran la llamada “inspiración psicoanalítica” para los tratamientos que emprendían como psicoterapias en tanto que no estaban autorizados aún institucionalmente para el ejercicio del psicoanálisis. En realidad, el adjetivo “inspiración psicoanalítica” atribuido a la psicoterapia es un híbrido que no nombra verdaderamente el quehacer del psicoanalista y lo único que logra es degradar la concepción popular de la cura analítica homologándolo a las psicoterapias, y volver a encerrar en las penumbras los demonios oportunamente invocados por Freud.
Si tomamos en cuenta la perspectiva de la formación del analista, ni siquiera es necesario haber pasado por un análisis para dirigir una psicoterapia. Basta para ello tener el título de psicólogo o psiquiatra que lo habilite de acuerdo a las legislaciones existentes y usar en forma medida su sentido común. Por el contrario, el psicoanálisis toma como eje esencial de la formación del analista el propio análisis. Esta oposición tiene consecuencias directas en la dirección de la cura.
Jacques-Alain Miller se ocupa en distintas ocasiones de examinar esta problemática. Indica que el psicoterapeuta se vuelve el garante de la realidad colectiva, del buen sentido, por lo que su escucha está orientada por los significantes amos que marcan una época y determinan los criterios de normalidad, de aquello que es posible y necesario, y lo que queda como marginal.
En cambio, el psicoanálisis, en la medida en que se dirige a lo real del síntoma, apunta a las singularidades más allá de las creencias colectivas y eso dirige el tratamiento desde su comienzo hasta su fin.
En el curso “El lugar y el lazo” Miller parte de la oposición llevada a cabo por Lacan entre el psicoanálisis puro, que desemboca en el final del análisis, y el psicoanálisis aplicado que incluye los distintos contextos y casos en los que el analista es convocado. Advierte a continuación que no debe confundirse el psicoanálisis aplicado a la terapéutica con la psicoterapia. Por otra parte, siguiendo con estas distinciones, señala el error que sería suponer que el psicoanálisis puro es el verdadero y el psicoanálisis aplicado el falso o impuro, o separar demasiado el psicoanálisis puro del aplicado sin correr el riesgo de volverlo un ideal que haga caer inevitablemente lo terapéutico del lado de las psicoterapias. El psicoanálisis aplicado no traduce el ejercicio del psicoanálisis fuera del consultorio del practicante como se podría suponer, sino que en cada oportunidad en que se pone en juego la preocupación terapéutica nos encontramos en el psicoanálisis aplicado a la terapéutica. Y esto incluye el quehacer del psicoanalista en el propio consultorio. Es por ello que en rigor estas distinciones son más bien instrumentales y los dos psicoanálisis están íntimamente emparentados.
El verdadero punto de inflexión es la separación del psicoanálisis de las psicoterapias. ¿Acaso el psicoanálisis se desentiende de la curación del paciente?
Lacan indica que la curación es la demanda que parte de la voz del sufriente. Es decir, lo equivale a una demanda que queda situada del lado del analizante que es acogida por el analista. No se puede decir entonces que el análisis de desentienda del efecto terapéutico que produce el tratamiento sino que se ocupa de esta cuestión en forma diferente a las psicoterapias. En primer lugar, porque no se hace portavoz del discurso amo ni de los criterios de normalidad tal como ocurre en las psicoterapias en las que el sentido legitimado por los ideales colectivos estipulan los criterios de lo sano y lo enfermo. Esta orientación conduce inevitablemente al reforzamiento de las identificaciones. Y en segundo lugar, porque la experiencia analítica no se restringe al levantamiento sintomático sino que hay un tratamiento particular de la dimensión fantasmática y del goce incluido en el síntoma propio del sujeto. De esta manera hace intervenir el consentimiento del sujeto en la curación que sobreviene, dice Lacan, por añadidura, como un efecto indirecto, lateral, de la cura y no como objetivo del tratamiento.
A partir de estas consideraciones puede entenderse por qué la encrucijada actual recae sobre la distinción entre el psicoanálisis aplicado a la terapéutica y las psicoterapias: se trata de poder conservar la perspectiva ética otorgada por el deseo del analista desde donde se dirige la cura, sin caer en una posición ecléctica que dirima los principios propios de la práctica analítica en un magma indiferenciado.
Ahora bien, el debilitamiento actual de la relación con los significantes-amos hizo desaparecer las curas milagrosas de los pioneros del psicoanálisis puesto que el psicoanalista contemporáneo no ejerce ya el efecto de sugestión que se desprendió de la invención del psicoanálisis. No obstante, la sugestión es un efecto solidario a la instauración misma de la transferencia y como tal debe situarse una salida a la sugestión para que el análisis no se vuelva un ejercicio de poder tal como ocurre en las psicoterapias. Examinaremos, pues, a continuación la propuesta de Lacan que permite zanjar esta paradoja.
2. Cómo salir del efecto de sugestión en la cura analítica
¿Qué hay de sugestión en un análisis? ¿Acaso la sugestión es un instrumento exclusivo de las psicoterapias y el tratamiento psicoanalítico quedaría exento de tal ignominioso pecado?
En distintas oportunidades Lacan se ocupa de examinar la “paradoja de la transferencia” puesto que cuando opera y es eficaz, sorprendentemente, produce un efecto de sugestión. Y luego, si se interpreta ese inesperado efecto, aumenta el poder de la transferencia y el prestigio del analista desde la perspectiva crédula del analizante, y por ende, aumenta el efecto de sugestión. Plantea entonces: “Vamos a analizar este efecto de poder, ¿qué es sino aplazar el problema hasta el infinito? – puesto que desde donde se analizará el hecho de que le sujeto haya aceptado la interpretación, será nuevamente desde la transferencia” (Seminario 5, p. 436). Concluye que “no hay ninguna posibilidad de salir por esta vía del círculo infernal de la sugestión” (p. 436).
Para salir de este atolladero, Lacan da tres respuestas diferentes que corresponden a la misma problemática desarrollada bajo los paradigmas predominantes en su teoría. Las encontramos en: “La dirección de la cura…” (1958), el Seminario 11, “Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis” (1964), y en el Seminario 17, “El reverso del psicoanálisis” (1969-70). Es decir, la primera respuesta se sitúa en el predominio de lo simbólico; la segunda corresponde al de lo real; y la tercera se sitúa en el contexto de los cuatro discursos.
A partir de la articulación significante del discurso surge el Otro de la transferencia a quien se dirige el sujeto. Si instaura así el dispositivo del mensaje invertido. Al hablar, un sujeto constituye su Otro, y es desde ese Otro de la transferencia, efecto de su propia palabra, que escucha las intervenciones del analista, consolidando así el lugar que se le adjudica en la transferencia, por lo que “la salida del sujeto fuera de la transferencia es pospuesta así ad infinitum” (p. 571). Así, la transferencia también es una sugestión. Lacan indica que toda respuesta a la demanda del paciente, frustrante o gratificante, reduce la transferencia a la sugestión en tanto que se ejerce a partir de la demanda de amor. La falta de respuesta del analista a la demanda posibilita, como efecto de la regresión analítica, el retorno de los significantes reprimidos. Se abre así la vía de acceso al piso superior del grafo, propio del deseo, en donde se sitúan los objetos pulsionales alojados tras el velo del fantasma.
El piso inferior del grafo –que aunque no esté explícito en “La dirección de la cura…” está presente a través de su uso– se caracteriza por ser el de la sugestión: el recorrido está sostenido desde el Ideal, I(A), que orienta la producción de sentido que aloja las “realidades colectivas”.
Al piso superior, de la transferencia, se accede a través de la abrochadura del deseo del analista, situado en el lugar del deseo, motor de la orientación hacia el objeto enmascarado en el fantasma imaginario.
En esta época de la enseñanza de Lacan el objeto es imaginario, por lo que Lacan lo denomina objeto de amor y lo diferencia del significante todopoderoso de la demanda, del Ideal. “Aquí se encuentra el exit que permite salir de la sugestión –dice Lacan–. La identificación con el objeto como regresión, porque parte de la demanda de amor, abre la secuencia de la transferencia” (p. 615). La dirección de la cura no se orienta, pues, hacia el refuerzo de las identificaciones sino hacia la emergencia del objeto.
En el Seminario 11 Lacan vuelve a examinar la diferencia entre el psicoanálisis y la sugestión desde la perspectiva de la hipnosis, es decir, desde el examen del texto freudiano de “Psicología de las masas y análisis del yo” (1922). Plantea que el analista debe guardar la distancia entre el Ideal, punto desde el cual el sujeto se ve a sí mismo como amable, y el objeto a, objeto pulsional. Mientras que en la hipnosis, paradigma de la sugestión, se produce una confusión, un aplastamiento entre el Ideal y el objeto a, el psicoanálisis se ocupa de mantener esa distancia. ¿De qué manera lo lleva a cabo?
J.-A. Miller distingue en su curso Donc dos vertientes en las definiciones de la transferencia que presenta este Seminario: la alineación y la separación.
La transferencia-alienación concierne a la apertura del inconsciente, a la articulación significante en tanto se dirige al Otro y nombra al sujeto supuesto saber.
La transferencia-separación involucra dos vertientes de la experiencia: el cierre del inconsciente y la emergencia del objeto a. En el amor de transferencia se interrumpe la dirección al Otro. Pero al mismo tiempo que funciona como resistencia, como obstáculo para la cura, paradójicamente, permite visualizar la presencia del objeto a. Esta emergencia del objeto conduce a Lacan a definir a la transferencia como “la puesta en acto de la realidad sexual del inconsciente”. Esta definición nombra el fenómeno libidinal que se pone en juego a través de la aparición del objeto y de la pulsión, que empalma con lo real.
A través de estos distintos momentos de la experiencia, de apertura y de cierre, se desarrolla la dialéctica de la cura. Si en la transferencia-alienación se ama al saber que se le supone al analista, y en definitiva, al propio inconsciente, en la transferencia- separación se ama al objeto a involucrado en la transferencia.
Sobre el final del Seminario 11 Lacan indica: “La transferencia es aquello que de la pulsión aparta la demanda, el deseo del analista es aquello que la vuelve a llevar a la pulsión. Y por esta vía, aísla el objeto a, lo sitúa a la mayor distancia posible del Ideal, que el analista es llamado por el sujeto a encarnar” (p. 281). El deseo del analista es el operador fundamental que permite que el análisis no se oriente por la demanda idealizante de amor que conduce al sujeto hacia la identificación con el analista. En tanto que el analista se vuelve el soporte del objeto a separador, el sujeto accede a la vertiente pulsional y puede tomar una posición frente a su objeto.
De esta manera, el análisis no apunta ya al reforzamiento de las identificaciones y al efecto de sugestión productor de sentidos, efecto de la confusión entre el objeto y el Ideal, sino a la mutación subjetiva por el atravesamiento del fantasma que devela finalmente a la pulsión.
Al introducir los cuatro discursos en el Seminario 17, “El reverso del psicoanálisis”, Lacan propone al discurso amo como el reverso del discurso del analista. El discurso amo se caracteriza por el dominio del significante amo ubicado en el lugar del agente, que sostiene la articulación significante y la emergencia de sentido, y por ende, produce un efecto de sugestión por la acción del que toma la palabra sobre el otro (S1—S2). Este discurso se caracteriza por el desconocimiento del fantasma en tanto que el objeto y el sujeto quedan en disyunción.
En cambio, el discurso del analista renuncia a la idea de dominio puesto que en tanto que el analista ocupa el lugar del objeto a permite que el sujeto encuentre los significantes amos con los que se ha identificado y se sitúe en relación con su objeto a, vale decir, con su fantasma (a—$).
En Los signos del goce, J.-A. Miller produce una articulación entre el grafo y estos dos discursos que pone al descubierto dos estatutos del Otro, como así también del S1: se presenta solo y también articulado a otros significantes. El discurso del amo concierne al I(A) que sostiene la articulación significante. En cambio, el discurso del analista, como su reverso, queda en relación al S(A) barrado que expresa la falta estructural significante y la presencia del S1 solo, es decir, la disyunción entre el S1 y S2.
El circuito del piso inferior del grafo pertenece así al discurso amo y da cuenta del poder de sugestión que produce la conducción de la cura desde el lugar del Ideal. En cambio, el discurso del analista queda enlazado al piso superior en tanto que no actúa a partir del dominio del significante amo, sino desde su lugar de objeto a, y desde allí apunta a la separación de los S1.
Para concluir
Al examinar la diferencia entre el psicoanálisis y la psicoterapia, Miller señala las dos respuestas que Lacan no dio para tratar esta cuestión pero que hubiera podido dar puesto que se encuentran en filigrana en sus textos: la utilización del grafo del deseo para equiparar el piso inferior con la psicoterapia y el superior con el psicoanálisis; e identificar la psicoterapia con el discurso amo en tanto que promueve la identificación en desmedro del fantasma. La respuesta que efectivamente dio en los años 70 es que la psicoterapia especula sobre el sentido, en cambio, el psicoanálisis no. En “Televisión” Lacan indica que el buen sentido, aquél desde donde opera la psicoterapia, representa la sugestión. Se explicita así el quiasma entre psicoterapia y sugestión.
Aunque Lacan no se haya ocupado explícitamente de la cuestión de las psicoterapias, desde el comienzo de su enseñanza presentó una salida frente a la paradoja de la relación entre la transferencia y la sugestión centrada en la distancia en la dirección de la cura entre el poder identificatorio del Ideal y la orientación hacia el objeto y el goce del sujeto.
En los años 50 lo presentó en términos de la dicotomía entre los dos pisos del grafo y la oposición concomitante entre transferencia y sugestión: la salida se encuentra a partir de la interpretación del analista en la medida en que permite salir al paciente del circuito infernal de la demanda de sentido, y apunta con su virtud alusiva al más allá de la intención de significación, al objeto de la demanda de amor.
En los años 60 la interpretación que apunta al sin sentido, a partir del analista en el lugar de objeto de la transferencia, soporte del sujeto supuesto saber, permite que el deseo del analista sostenga la distancia entre el Ideal y el objeto a, posibilitando la emergencia de la vertiente pulsional de goce. De esta manera, el análisis se opone al poder sugestivo de la hipnosis.
En los 70, la articulación de los discursos separa la regulación y el dominio propuesto por el discurso amo del discurso analítico que opera en el sentido contrario a la producción de sentido, y en el que la sugestión se vuelve inoperante.
Podemos concluir entonces que si existe una salida del círculo infernal de la sugestión que invoca el poder discrecional del oyente y su automatismo de producción de sentido, tal como se presenta en las psicoterapias, esta se encuentra en el corazón de la experiencia analítica y en el encaminamiento de la cura que invoca el deseo del analista.
Bibliografía
J. Lacan, “La dirección de la cura y los principios de su poder” (1958), Escritos, Siglo Veintiuno, México, 1976.
– El Seminario, Libro 5: Las formaciones del inconsciente (1957-58), Paidós, Buenos Aires, 2000.
– El Seminario, Libro 11: Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis (1964), Piados, Buenos Aires, 1993.
– El Seminario, Libro 17: El reverso del psicoanálisis (1969-70), Piados, Buenos Aires, 1992.
– Télévisión, Seuil, Paris, 1973.
J.-A. Miller, Los signos del goce /1986-87), Paidós, Buenos Aires, 1998, cap. 20.
– Donc (1993-94), curso inédito.
– “Le clivage psychanalyse et psychothérapie”, Mental 9 (2001).
– “Psychanalyse pure, psychanalyse appliquée et psychothérapie”, La cause freudienne 48 (2001