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Nº 27/07
Psicoanalistas en contacto directo con lo social
Margarita Álvarez
En el pasado Encuentro europeo del Campo freudiano, PIPOL 3, participé en una mesa* cuyo título y eje de discusión fue la precariedad simbólica. Natalie Jaudel y yo presentamos, respectivamente, un caso del CPCT de París y otro del CPCT de Barcelona. Presidió la mesa Andrés Borderías y los discutidores fueron Monique Kusnierek y Jean-Pierre Deffieux.
Si bien se trataba de dos casos de psicosis, el de N. Jaudel era un hombre que se sostenía en el mundo de la palabra con dificultad, y el trabajo giró en torno a ello. El mío, por el contrario, se sostenía bien en la palabra y esta cuestión fue asimismo relevante en el tratamiento, que trataré, a continuación, de resumir.
Se trataba de un hombre joven que había marchado de su país, al igual que otros compatriotas, huyendo de la amenaza de guerra. Se había establecido en España ilegalmente, sin recursos, sin contactos, alternando durante meses la vida en la calle, y la mendicidad para poder comer, con estancias temporales en casas ocupadas, compartidas con otros emigrantes “sin papeles”, y luego, más tarde, en casas digamos “okupadas”, con “k”; soluciones, ambas, que no pudo sostener por mucho tiempo debido a sus dificultades con el vínculo social. Cuando vino a verme al centro, había conseguido recientemente, gracias al sostén económico familiar, regular su situación en el país en calidad de estudiante y vivía en una casa propia, bastante aislado, consagrado al estudio. Pero presentaba aún un aspecto muy melancolizado y dejado.
En la primera entrevista, se pudo situar claramente que la coyuntura de partida de su país coincidió con el segundo momento de desencadenamiento de su psicosis –el primero se había producido en la infancia. Como en otros muchos casos, la entrada en la psicosis se produjo cuando el sujeto fue convocado a un lugar simbólico que le confrontó con el agujero forclusivo y para el que la única respuesta que encontró fue el delirio.
A veces, en coyunturas semejantes, el psicótico puede desaparecer repentinamente: echa a andar sin rumbo, coge un tren para algún sitio y comienza una vida errante fuera de todo lazo social, de cualquier vínculo con el Otro. Ésta es la historia de muchos vagabundos, indigentes, “sin techo” o como queramos llamar a esta población, muy inestable, que vive en nuestras ciudades, con frecuencia altamente alcoholizados, en muchos casos, también, claramente delirantes. La desocialización no es solo el resultado de la mala suerte, la falta de oportunidades, etc. No podemos pensar estos casos solo como víctimas de la sociedad, por mucho que, con frecuencia, provengan de sus márgenes menos habitables. Cuando se puede reconstruir su historia se puede ver cómo el vínculo con el otro de estos individuos había naufragado mucho tiempo antes. Por otro lado, la perspectiva del psicoanálisis no es pensar lo universal sino lo particular del sujeto, entender la lógica que le es propia.
Volviendo al caso, diremos que si este joven había dejado su país antes de que estallara la guerra, lo hizo asimismo, fundamentalmente, en el preciso momento en que familia y país adquirieron, para él, el mismo rostro de un Otro perseguidor. Su venida a España entraba en la lógica de la construcción de un delirio de tinte schreberiano, un delirio místico de base persecutoria, de larga construcción. Este delirio constituía en sí mismo un proyecto delirante pero vital para el sujeto de construir lo que él llamaba una vida mejor, y que podemos calificar más radicalmente como la construcción de un universo vivible. Un sujeto puede luchar encarnizadamente por encontrar un lugar para alojarse, o una identidad, en el “fuera de” que representa el delirio y la desocialización.
Pero lo particular de este joven era su receptividad a la palabra. Una intervención a partir de algo que dijo en la primera entrevista, trajo a su recuerdo una escena de su infancia que aportó en la siguiente cita: con ocasión del encuentro, a los seis años, con una escena de goce masivo, el sujeto hizo un llamado, vano, al Otro que en ese momento encarnaba al Otro de lo simbólico. Ante el silencio del Otro, el sujeto se confrontó con el agujero forclusivo de su estructura y quedó librado a partir de entonces a un goce invasivo en relación al cual irá construyendo una interpretación.
La aparición de este recuerdo en la sesión abrió, inesperadamente, cierta discordancia en su construcción delirante sobre el origen de sus problemas que “tocó” un poco la estabilidad de su certeza; poco pero lo suficiente para que muy pronto, en la tercera entrevista, a partir de una maniobra de la analista, llegase a una nueva conclusión que logra poner una mejor barrera al retorno del goce sobre el cuerpo. Podemos decir que el delirio permaneció intacto, pero el hecho de encontrar una manera de limitar mejor el goce parece haber frenado asimismo, por el momento, su proliferación.
No podemos conocer el futuro de esta nueva construcción, su solidez. Pero este joven ha podido, hace ya dos años, volver a entrar en contacto con su familia y su país y mejorado su relación con los otros, por lo que podemos decir que esta construcción tiene, sin duda, para él, menor coste subjetivo. Por otro, lado, la superación de la crisis que le trajo al centro, que recordaba la coyuntura de su último desencadenamiento, le ha permitido centrarse de nuevo en sus estudios que, a través del trabajo que implican con la letra, podrían ayudar a reforzar su estabilización.
· Comentario de la intervención realizada por la autora en la última mesa simultánea del sábado 30 de junio, “Précarieté symbolique”, que tuvo lugar en el Amphithêatre bleu con traducción sincronizada.
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