Una primicia por cortesía de sus amables causantes.
Hay una versión de los entretelones de la historia de Carlomagno a orillas del lago, donde estaba el anillo que había sido encontrado en el cuerpo de la amada. El Arzobispo Turpin era un hábil diplomático en cuestiones delicadas de estado, y tomó cuidadosa nota de estos hechos en un pergamino, que fue encontrado después de la muerte de Carlomagno. El pergamino estaba escrito por amanuenses en latín eclesiástico, de modo de hacer algo más difícil su inmediata lectura. La amada de Carlomagno era una mujer judía, hermana menor de una viuda de un artesano, bella y singularmente aguda e inteligente, que desde la muerte de su esposo se había dedicado a la pintura, un arte, hay que decirlo, no especialmente favorecido por la tradición judía. Ella no dejó de ansiar su lugar en lugar de su hermana. A la muerte de la menor, la tierna conversación y la lectura de los textos sagrados sirvieron ambos como bálsamo y como exquisita manera de rendir su justo lugar a la terrible pérdida. Un día llegaron juntos a la lectura de un pasaje de la biblia al que que sólo sus miradas, al encontrarse, dieron un corte. Se trataba del pasaje del libro de Ruth donde el pariente de Boaz responde a Boaz: “Redime tú usando de mi derecho, porque yo no podré redimir.” Esta línea del texto sagrado fue el desencadenante final de su amor. Carlomagno, tan firme y fiel en su vida, cayó en una nueva, viviente preocupación, de la cual su amada lo arrancó con esta idea, ciertamente oriental. “Yo pintaré tu retrato, de tu duelo infinito por el anillo a orilllas del lago, y así inmortalizaré tu carácter. Tu retrato es aquello por lo cual tú tambien harás tu duelo, junto con el anillo perdido. Así podremos amarnos.” Y esa fue la interpretación del texto que les permitió vivir. El retrato de Carlomagno junto al lago fue la fuente y origen de la leyenda que lleva su nombre.
Marco Mauas