Una de las características de la sociedad contemporánea es la tendencia a declinación del Nombre del Padre, hacia su forclusión, verificada en la familia, el Estado, la Iglesia y los entes que antes representaban un anudamiento del deseo a la ley. Pero, esta exclusión radical del Nombre del Padre en lo simbólico, hace que retorne de modo catastrófico desde lo real, en lo social, dando lugar a estas órdenes que pretenden imponer un orden férreo y cruel, bajo la forma de jerarquías implacables, códigos draconianos, leyes inflexibles, estas órdenes de hierro se han colocado todas al servicio de la muerte.
El retorno desde lo real del Nombre del Padre no sólo acontece a partir del inclemente totalitarismo de estos grupos, sino también desde la nostalgia, en la mentalidad occidental, de un padre severo que restaure el orden perdido; lo cual ha permitido la base social de aceptación, o de anuencia, de los totalitarismos de Estado. Todo esto es posible porque hay un sustrato subjetivo esencial: en el corazón del ser del sujeto habita la pulsión de muerte, la tendencia al goce mortífero.
Pero, más que su satanización, corresponde a los psicoanalistas y a los intelectuales asumir su existencia esencial de este síntoma social y contribuir a elucidación de un saber hacer con él, para encontrarle vías sociales y culturales para su sublimación, límite o tratamiento, que sean menos apocalípticas que las que estas órdenes de hierro pretenden instaurar.