« LACAN ESTÁ ENTRE NOSOTROS »
por Carmen Cuñat
Durante la primera semana de marzo, se ha celebró en el Círculo de Bellas Artes de Madrid un Congreso sobre Alteridad e Inmigración que llevaba por subtítulo « El Otro entre Nosotros ». El jueves 8 esperábamos con expectación la participación de Jorge Alemán y de Slavoj Zizek. Y, en efecto, la sala se llenó, sobre todo de estudiantes de filosofía pero también de autoridades universitarias. Los psicoanalistas lacanianos de Madrid también estaban bien representados. Felix Duque que presidía la mesa, rindiéndose a la evidencia, introdujo a los ponentes diciendo: « hoy el nosotros ha crecido »… »Lacan está entre nosotros ». Jorge Alemán intervino con una ponencia titulada « Lacan: Zizek » planteando brevemente una serie de puntos precisos sobre las « determinaciones lacanianas » de Zizek: « Para Zizek, Lacan reordena todo el mapa filosófico contemporáneo, y eso le permite incluir a la filosofía en la serie de los imposibles: gobernar, psicoanalizar, educar ». « Zizek no se lamenta de la declinación de las figuras de autoridad sino que señala con Lacan que esa declinación no ha permitido el progreso ni la libertad sino el ascenso de la figura vociferante del superyo ». « El capitalismo se sostiene en el masoquismo » « Zizek parte de esa negatividad funcional que es el sujeto lacaniano como respuesta de lo real, pura dislocación »… J. Alemán no quiso terminar sin señalar cómo Lacan anticipó el avance del racismo y cómo dio cuenta de él de una manera precisa al plantear que « el racismo es el odio por el goce del Otro, por ese exceso que estando en mi no puedo reconocer y me vuelve cuando observo simplemente los pequeños goces festivos del Otro », « ¿puede haber a partir de esas premisas un proyecto de emancipación? ». El título propuesto por Zizek, « Teme a tu vecino como a ti mismo », anunciaba el tono subversivo de toda la conferencia. Perseguido por una traductora que galopaba a trompicones detrás de él sin conseguir atraparle pero sin permitirse decir que frenara porque era imposible, habló en un inglés familiar pero que no resultó fácil de entender. Con un torrente de ideas, propuestas, anécdotas tomadas de la política, de la literatura, del cine y de la vida cotidiana, se veía que quería despertar a todo ese público y mostrarles su deuda hacia la orientación lacaniana: « Mejor tener el vecino a distancia… mejor no conocer su historia íntima pues desde ese punto de vista todos parecen humanos… el vecino es Das ding ». « No hay que confundir el principio de Nirvana con la pulsión de muerte, la pulsión de muerte tiene más que ver con lo que permanece vivo de los muertos, con lo que no acaba de morir ». « La dimensión de lo real no está en la guillotina sino en los observadores externos », « Si el otro te incluye en sus sueños estás jodido » (Cfr. Deleuze). « ¿Qué es la tolerancia? Martin Luther King nunca habló de ella ». « Pero nuestra particularidad tiene una parte universal que desconocemos. El capitalismo no significa lo mismo en cualquier lugar pero funciona de igual manera. Hay que conservar la universalidad de nuestra cultura. Hay que volver a inventar la universalidad frente al totalitarismo. Lo multicultural que impone la globalización implica una cercanía de goces peligrosa ». « La inconsistencia del Otro significa que existen las normas pero que se transgreden, es lo que está en la base de los gestos vacíos ». « La convicción secreta de la revolución es que nada cambie (ver Orwell) ». « La 5ª Sinfonía, el himno europeo, lo que restablece es un Padre por encima de todos que viene anunciado a ritmo de trombones que ensalzan la marcha turca ». « Aunque el capitalismo es el problema, la democracia es el obstáculo ». « El problema está en los semblantes: ya no da vergüenza hablar de tortura en los salones ». « Si quieren saber algo de la no relación sexual, sólo hay que volver a ver la película Titanic, y a Leonardo Dicapprio haciendo de « mediador » cuando está a punto de ahogarse. « Se buena, portate bien » le dice a su amada mientras ella le está dejando caer. Y es que justo después de hacer el amor es cuando el barco se estampa contra el hielo ». « Para saber lo que es el sin sentido, hay que volver a leer el Libro de Job, es como Freud en su sueño « la inyección de Irma ». « La verdad siempre es parcial, ¡eso es lo que me hace ser lacaniano! » Lo cierto es que a pesar de que nos dejó a todos exhaustos, nos dejó con ganas de leer sus libros para poder pararnos en sus articulaciones.
ZIZEK EN MADRID
Impresiones sobre un expresionista
A decir verdad, la conferencia de Slavoj Zizek en el curso « El Otro entre nosotros », celebrada en marzo en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, fue un poco desconcertante. La primera sorpresa fue que, después de una presentación impecable por parte de Jorge Alemán, quien tuvo la generosidad de situarlo en el linaje ontológico de Lacan, ese Otro de la filosofía del cual Zizek y Badiou serían representantes privilegiados, Zizek agradece a Alemán esa presentación que le parece dirigida a Otro, pues tiene relación con la castración simbólica que al propio sujeto le cuesta reconocer.
A partir de aquí la disertación del pensador esloveno se convirtió en una larga colección de pasajes ingeniosos que hacen las delicias del público, afirmaciones impactantes, toma de distancias con otros pensadores y ataques al reinado de la tolerancia en este presente multiculturalista de la globalización. Como crítico cultural, Zizek no tiene precio. Otra cosa es lo que podamos pensar de él, a raíz del síntoma de esta conferencia, de su entidad como filósofo, como pensador que pretende llevar a cabo una ontología del presente. Al fin y al cabo, habló de tantas cosas que la primera pregunta es saber qué defendía, desde dónde pensaba. Y entonces es legítimo que vuelva esta duda cartesiana: ¿qué es el pensamiento cuando abandona un solo principio, esa sola idea que le da vida?
Una y otra vez, Zizek practicó una constante distancia irónica con respecto a todas las actuales autoridades del pensamiento, incluidos Judith Butler, Ernesto Laclau o el mismo Badiou. También, dicho sea de paso, tomó sus distancias con los pocos procesos políticos de la escena mundial -sea Cuba, Argentina, Venezuela o, por supuesto, el mundo islámico- que amenazan con restarle poder a la hegemonía estadounidense. En este punto, tenemos que decirlo, Zizek nos recordó demasiado al habitual ejercicio narcisista de una filosofía cuya « diferencia ontológica » es algo tan depurado que no acaba de conectar con ninguno de los procesos en curso y, en definitiva, se queda en un movimiento de deconstrucción que empieza y termina en los departamentos universitarios.
Resulta evidente que podemos estar juzgando injustamente, a través de dos horas de una conferencia divulgativa que coincide con la publicación de otro de sus libros en España: En defensa de la intolerancia. El problema es que estas impresiones, recogidas al hilo de su puesta en escena oral, no dejan de recordar un temor sentido también al leer sus últimos libros. Me refiero a una desconfianza que puede brotar de esa proliferación genial, de esa falta sistemática de sobriedad, de esas prisas en los textos, de esa voluntad de impactar, de esa forma tan chirriante de estar al día. Por ejemplo, si para defender la idea del odio que solapadamente mantenemos hacia el otro, por culpa de esta promiscuidad a que nos obliga la globalización, hace falta reinterpretar el final de Titanic, en fin, tenemos aquí un problema. Descontado el hecho de que mayoría de los habitantes de Occidente, filósofos o no, no hemos visto la película ni nos interesa, esa diferencia hermenéutica -ella no le despide con desgarro, sino que le expulsa- acaba sabiendo a poco en un pensamiento que pretenda penetrar en los entresijos del presente. Y este gesto, un poco banal, se repite en sus libros con demasiada frecuencia.
La facilidad de Zizek para descender a la cultura de masas, especialmente al cine popular, no deja de ser un favor que le hace a la cultura-basura, que tal vez se merecería mejor la aristocrática distancia que un Lacan o un Deleuze toman con ella. Una cosa es hacer ontología haciendo entrar en crisis lo óntico; otra, muy distinta, es abrigar esperanzas subversivas en un simple hacerle cosquillas a la reificación reinante. Francamente, no estoy muy seguro de que estemos tan desesperados como para que haya que hablar de Titanic.
Hace desconfiar precisamente, por parte de Zizek, el hecho de tener respuestas ingeniosas para casi todo, desde el relativismo cultural y lo políticamente correcto, hasta la cultura islámica, la ablación del clítoris y la biogenética. Como si faltase la sobriedad del pensamiento, esa limitación, esa castración asumida desde la cual el pensamiento, como algo distinto a la opinión, abre tajos y libera el concepto. Es cierto, decíamos, que una conferencia no sirve para juzgar, pero lo grave es que conecta con una impresión que se siente con cierta frecuencia al leer sus libros. Y digo todo esto reconociendo que a veces sus hallazgos, las relaciones que establece Zizek, no tienen desperdicio. Sin embargo, cae un poco en el error que contaba a través de aquel chiste iraquí sobre la tetera prestada, que consistiría -como en realidad no te crees ninguna de tus argumentaciones- en hacerlas todas para ver cuál de ellas funciona.
Podíamos decir que lo más auténtico de esas largas dos horas de conferencia lo constituyó la gestualidad apasionada de Zizek, quien siempre pareció encontrarse a gusto en un discurso donde el rigor conceptual -no confundir con rigor mortis- cedía en aras del impacto de la comunicación. Y aquí reaparece la duda: ¿es imprescindible que la filosofía compita con los medios, que entre en el terreno de la comunicación para intentar una suerte de « toma del poder »? Hay que recordar que el camino de Lacan era en este punto el inverso, dificultando sistemáticamente las lecturas fáciles, y que a la larga no le fue tan mal.
Dado que además las pocas preguntas las contestaba con otra catarata de afirmaciones ingeniosas, uno saca la impresión de que ese hegelianismo nervioso, incluso perverso, que no se ahorra ninguna procacidad sexual para divertir al público, se encuentra en realidad bastante cómodo en el actual estado de cosas, donde sólo se trataría de que otro estilo tome el poder para que nuestro mundo cambie los milímetros que pueda cambiar. Pero la idea de asaltar el poder en la escena pública tal vez se corresponde con una ilusión de la que la filosofía debería huir. Cada vez que el pensamiento lo ha intentado -pensemos en el Deleuze de los ’70, en el Derrida o en el Baudrillard de los ’90- se ha acabado quemando las pestañas. Al fin y al cabo, mientras los otros no nos paren, nuestro poder económico y militar se basa en una oferta metafísica -la separación de la finitud- que una y otra vez se reproduce, independientemente de la alternativa que lleve el mando.
En el plano político, por ejemplo, uno se quedó con las ganas de preguntarle acerca de una cuestión crucial. Me refiero al hecho de si Zizek cree o no que haya alguna universalidad posible al margen de la fuerza de las distintas particularidades, culturales y nacionales, que pugnan en el tablero mundial. De la respuesta a esa pregunta, que nadie pudo formular, se desprenderían también impresiones distintas acerca del compromiso que el autor de “¿Quién dijo totalitarismo?” mantiene con nuestro orden cultural y con los « bárbaros » exteriores, sean musulmanes o chinos, que nos disputan la hegemonía.
Con estas dudas, uno va entonces rápidamente a su último libro, intentando a duras penas esquivar la tentación de lectura rápida de nuestro pensador. En principio, a la espera de una lectura más profunda del texto, se encuentra con que algunas inquietantes perplejidades subsisten. En defensa de la intolerancia es un libro, sin duda, sugerente, pero que produce sensaciones contradictorias. Hay en él mucha seguridad, mientras faltan las preguntas, así como una gran voluntad taxonómica. Muchas ideas, mucha prisa, muchos nombres: Rancière, Jameson, Balibar, Dan Rather, Tony Blair… En definitiva, poca sobriedad en esta cuestión clave que es el eje de Lacan, Deleuze y Agamben: ¿reside o no en la singularidad sin concepto, en la irrupción local sin metalenguaje la posibilidad de repensar la metafísica occidental y su cristalización política en el ideal universalizador? La toma de distancias de Zizek con todo lo que sean raíces o cultura antropológica, incluidas las sociedades « tribales » del exterior a nuestro universo político, indican que la respuesta finalmente es no. La « paradoja verdaderamente política del singuleir uiversel » (p. 27) no es la existencia cualsea (Agamben) que bebe solamente en una relación afirmativa con la muerte, con potencialmente tiene cualquiera, sino « la parte sin parte » que sólo puede aparecer en el espacio político occidental. Como ven, otra vez Hegel y la imposibilidad de superar la Superación (Aufhebung), ese « bonito sueño de la filosofía » según Lacan.
Tal vez, entonces, estar en contra de la tolerancia multiculturalista -por supuesto, de Bush-, denunciar ahí la ideología del actual capitalismo global, no es suficiente para aspirar a representar más que otra de nuestras muy occidentales alternativas de « izquierda ». Pues Zizek no entra en de dónde proviene esa violencia de la tolerancia multicultural. Igual que no entra -cosa que sí hizo Baudrillard, entre otros- en de dónde proviene la violencia del fundamentalismo islámico. En realidad, ese « hegelianismo » declarado por Zizek sigue alimentando las sospechas de una incapacidad para pararse en la dignidad ontológica y universal de la singularidad, puesto que « Hegel », nuestro hegelianismo generalizado, es el gran obstáculo para pensar la exterioridad que, entregándonos a lo irreparable, podría salvarnos de nuestra incansable voluntad de superación.
La relación con lo que Agamben llama lo impolítico es una cuestión clave que decide, en este siglo del choque cultural, de qué lado se está. La misma obsesión política de Zizek es parte de este hegelianismo que nos impide pensar con otros parámetros. En suma, con él con frecuencia sentimos la incapacidad -perdonen la expresión- de la cultura angloamericana para todo lo que sea ontología, esto es, para pensar el presente desde el halo de lo ahistórico, desde la ausencia de toda cobertura social. En este plano, a veces Lacan parece en Zizek el adorno de un pensamiento, a la postre, bastante convencional.
¿Zizek representa, entonces, nada más que una muy occidental Tercera Vía radical? No hay prisa. Quedamos a la espera de otras entregas y lecturas más detenidas para situar al autor de estos jugosos textos.
Ignacio Castro Rey. 22 de marzo de 2007
(www.ignaciocastrorey.com)