Málaga, 11 y 12 de Noviembre de 2006
La angustia. El afecto que no engaña
nuevas formas, nuevas respuestas del psicoanálisis
Los manuales multiplican los términos para designar una experiencia con
frecuencia inefable: panic-attack, ansiedad, angustia, miedo, pánico, fobia,
estrés…
La creciente extensión de estos fenómenos, constatada desde los ámbitos
clínicos y sociales más diversos, parece ir a la par de la incertidumbre del
sujeto de nuestro tiempo, un sujeto que dice haber perdido los referentes
simbólicos que en otro momento lo identificaban y le permitían afrontar con
más garantías las contingencias de la vida. La ecuación parece simple y es
compartida por buena parte de las explicaciones, incluso las que no reducen
la angustia a una causalidad orgánica: a mayor incertidumbre, mayor
angustia.
¿Quién pondría en duda esta evidencia? La incertidumbre planea sobre el
sujeto que ha sufrido un acontecimiento traumático, pero también sobre el
que conoce la inminencia cada vez más plausible de ese acontecimiento. La
incertidumbre asedia al sujeto después de una pérdida indecible, pero
también al que anticipa una pérdida futura. Los tratamientos que se
proponen para mitigar la angustia y sus fenómenos se dirigen entonces, por
distintos caminos y técnicas, hacia un reforzamiento del Yo, ese Yo de las
eternas inseguridades y de la baja autoestima que está en el centro de la
psicología y sus tratamientos “psi”. Son tratamientos que intentan resolver la
indeterminación con una contra-ecuación: a mayor certidumbre del Yo,
menor angustia. En cualquier caso, la angustia y sus derivados son
entendidos como un fenómeno negativo, sin objeto alguno, y que debe
disolverse cuanto antes. El uso indiscriminado del fármaco se propone aquí
como un atajo rápido para acelerar los resultados de dicha contraecuación.
Y, sin embargo, el psicoanálisis empezó por poner en cuestión la primera
evidencia, demasiado simple para dar cuenta de la compleja experiencia
que supone la angustia. La indeterminación con la que se presenta al clínico
es sólo aparente, el primer rodeo de un camino más largo. Ya desde Freud,
que tuvo que reelaborar su teoría a partir de este punto, una nueva ecuación
permite reorientar la experiencia del sujeto: a mayor angustia, mayor certeza.
La angustia, lejos de reducirse a un puro y simple sentimiento negativo, se
convierte entonces en brújula clínica, en lugar de pasaje, en signo de un real
inevitable.
De ahí el título de nuestras Jornadas, que podrá parecer paradójico a
primera vista, y que proviene de la serie de afirmaciones de Jacques Lacan
en su Seminario X dedicado a este tema: la angustia está enmarcada, la
angustia no se produce sin un objeto muy preciso, la angustia es un afecto,
el afecto por excelencia. Y es, clínicamente, un afecto que no engaña:
cuando el sujeto se encuentra con la angustia, es porque esta cerca del
deseo del Otro y del puente que conecta ese deseo con el goce, con la
satisfacción siempre paradójica de la pulsión. De ahí la afirmación de Lacan:
“Sólo la angustia transforma el goce en objeto causa del deseo”.
Seguir la brújula de la angustia ¿implica entonces permanecer
necesariamente en ella? De ningún modo. Se trata para el psicoanálisis de
desangustiar al sujeto pero haciendo un uso de la angustia que no la
reduzca a un fenómeno sin objeto, haciendo un uso que le permita arrancar
a esa angustia una certeza para acceder al acto, el que lo vuelva a situar en
las consecuencias de su deseo. Dicho de otra manera, se trata de
sintomatizar la angustia, de transformarla en el signo de un real allí donde
el sujeto es más opaco a su estructura.
Pero entonces, si bien la angustia es hoy el afecto más común, – hasta el
punto que el afecto de la llamada depresión, la tristeza, le está cediendo
lugar en las manifestaciones clínicas -, si bien es el afecto más accesible
para el sujeto postmoderno, el real del que es signo no lo es en absoluto.
Tal como lo ha señalado Jacques-Alain Miller en su introducción a la lectura
del Seminario de Lacan, (cf. la revista La Cause freudienne 59, p. 68) el
momento de la angustia, la temporalidad que supone en relación al goce y
al deseo puede quedar del todo inaccesible para el sujeto. La observación de
Lacan es preciosa en este punto: « El tiempo de la angustia no está ausente
de la constitución del deseo, incluso cuando este tiempo es elidido, no
situable en lo concreto”. Es esta temporalidad la que el psicoanálisis
restituye al sujeto en su experiencia.
Queremos estudiar en estas Jornadas de la ELP, las quintas desde su
fundación, las nuevas formas en las que ese real de la angustia se hace
presente para el sujeto de la clínica actual, así como los modos de tratarla,
tanto en la consulta privada del psicoanalista como en la red pública donde
sostiene su intervención, tanto en las diversas formas de aplicación del
psicoanálisis, en especial las que practicamos en los Centros creados por
nuestra Escuela, los CPCT (Centros Psicoanalíticos de Consultas y
Tratamiento), como en lo que denominamos “psicoanálisis puro”.