Para introducir mi tema en este Fórum europeo Zadig en Bélgica “Los discursos que matan”, quisiera subrayar que me parece importante el no volvernos cómplices de los discursos que banalizan le peor, pero también de no ceder a otra forma de banalización, aquella que reduciría las particularidades de las generalizaciones ideológicas. Mi presencia en este Fórum se sostiene en que podamos señalar las diferencias y evitar así una pendiente hacia la generalización exacerbada. En efecto, a pesar del ascenso fulminante del discurso de extrema derecha en el Brasil, hay diferencias entre el discurso del presidente elegido recientemente en Brasil y otros discursos de extrema derecha. El borramiento de las fronteras geográficas y culturales, estamos de acuerdo, se paga siempre con un plus de segregación. Los enunciados masificantes -para retomar esa fórmula empleada por Jacques-Alain Miller- anulan las diferencias. Es exactamente lo que no queremos hacer, ya que lo que nos interesa es considerar “en detalle” el fenómeno brasileño.
He ahí cómo sitúo la cuestión brasileña actual: ¿hasta dónde y en qué un gobierno reaccionario es compatible con la democracia? Un dilema agita al Brasil: la sociedad brasileña altamente tradicionalista y totalizante debe afrontar las tendencias individualistas del capitalismo moderno -Según Roberto da Matta (1).
Primeramente, recordemos que el prejuicio brasileño en relación con aquellas y aquellos que se llama “las minorías” no tiene nada de nuevo. El pasado esclavista deja huellas inexorables. La pregunta es la siguiente: ¿por qué esa pendiente predomina en el presente más que una estructura menos patriarcal y menos reaccionaria? J.-A. Miller indicaba que la práctica reaccionaria del psicoanálisis va a la par con la exaltación de los símbolos de la tradición (2). Evocaba así alianzas inverosímiles, por ejemplo, entre lecturas de la Biblia y de La interpretación de los sueños.
Otra referencia de J.-A. Miller es preciosa para ayudarnos a caracterizar la posición reaccionaria. La legitimidad se funda más-allá de la legalidad, la legitimidad escapa de cualquier manera al imperio de las leyes. Pero en el caso de una política reaccionaria, la legitimidad se encuentra revocada, desnaturalizada hacia lo soberano, la autoafirmación nacional y los rituales de legitimación simbólica. J.-A. Miller subraya que, aunque Carl Schmitt sea mal visto, es el teórico político de la excepción en relación con el todos del universal en las fórmulas de la sexuación de Lacan, es decir: “existe al menos uno que no es como todos” (3). Dicho de otra manera, al normativismo, él opone el decisionismo, o sea “una teoría política enteramente construida como una teoría de la decisión” (4).
Las posiciones reaccionarias, como en el caso del actual presidente brasileño, se sostienen en las bases teológicas de las cuales se alimentan y que reivindican explícitamente. Dicho de otra manera, es la transposición directa (incluso la imposición) de lo religioso a lo político. El tratado de C. Schmitt se llama precisamente Teología política (5). Tal es el caso de Bolsonaro que termina su discurso de presidente recién elegido afirmando: “Brasil por encima de todo. Dios por encima de nosotros.”
El discurso del amo hace un pasaje reaccionario del derecho y de la ley, un uso arbitrario del poder que se apoya sobre una ideología moral supuestamente fundada en la ley.
Más de treinta y cuatro mil leyes regulan la vida de los brasileños, entre las cuales las leyes ordinarias, las leyes complementarias, las medidas preventivas, trece leyes delegadas, los decretos-ley, los decretos del gobierno provisorio y los decretos del poder legislativo. La mayoría de esas reglas son textos oscuros, inconsistentes, repetitivos o contradictorios -y es un consensus entre los juristas. En efecto, concluyen regularmente con la fórmula “todas las disposiciones contrarias son revocadas”- fórmula del cual los juristas abusan. En virtud de lo cual, la justicia es extremadamente lenta; las causas se llevan a cabo en los tribunales durante decenios enteros. Además, las múltiples brechas que existen en ese ordenamiento desordenado trazan la vía a la impunidad y constituyen uno de los mayores problemas brasileños.
La separación de los poderes entre legislativo, ejecutivo y judicial es uno de los pilares de la democracia. Las distorsiones de ese principio democrático pueden tener como consecuencias fenómenos de judicialización. El principio de la separación de los tres poderes debe ser mantenido bajo la cuestión de una judicialización de la política (6). Queda un posible uso arbitrario de la ley.
Según el politólogo Wanderley Guilherme Dos Santos, una de las mayores referencias de la izquierda en el Brasil, se trata más bien hoy en el Brasil de un ataque de la democracia contra la democracia misma. La democracia integra elementos que la impugnan. Un gobierno reaccionario, digámoslo francamente, puede ser por supuesto una coyuntura de la democracia. Este politólogo recusa las teorizaciones que invocan el fascismo en el caso de Brasil -había previsto el golpe de estado de 1964. Para evitar otro golpe de Estado, preconiza la organización de un frente democrático republicano, más allá de los partidos políticos, frente que reuniría la izquierda y el centro, en vista de defender las instituciones democráticas contra lo que denomina “un gobierno de ocupación”. Rechaza la tesis según la cual se trataría actualmente de un fascismo en el Brasil, ya que implicaría una organización paramilitar, una jerarquización conservadora y rígida de la sociedad en su conjunto, así como una estrategia de acciones violentas, que no existen actualmente en el Brasil. Según él, un gobierno de ocupación no es necesariamente fascista. Ciertamente, se puede encontrar el discurso de Bolsonaro con tendencia al fascismo, pero otros se preguntan entonces: durante el período del gobierno de izquierda en el Brasil, ¿no existía también -ya- un caldo de cultivo de cultura de tendencia fascista?
El presidente elegido utilizará las leyes existentes. Ciertas leyes del Código penal y de la Constitución pueden aplicarse de manera violenta contra derechos que pensábamos como adquiridos definitivamente. La legislación brasileña es fuertemente conservadora. El nuevo presidente, entonces, sin duda va a “ocupar el país” y expulsar a las personas que gozan hasta hoy de libertades, debido al flujo permitido por la interpretación de las leyes en un régimen democrático. Sus adversarios, convertidos en los nuevos oponentes del régimen, estarán ahora en su mira.
La tesis de este politólogo es que la democracia brasileña ha sido obstaculizada, detenida en su puesta en práctica. No es sin evocar “el saber hacer ahí brasileño (O jeitinho brasileiro)” (7): la identidad brasileña no pasa por una oposición reivindicada en la óptica de las instituciones y de las normas. La impugnación no es asumida como tal, todo pasa entonces por las relaciones y los acuerdos personales.
Vía el movimiento Zadig Brasil, trabajamos desde agosto del 2017 sobre el modo del fórum -trabajo iniciado aún antes de tener la menor sospecha de lo que conciernen los resultados de la elección presidencial 2018. Se trata de sostener una toma de la palabra, siempre reflexionando sobre las relaciones de la ley y de la violencia, título de un probable Fórum Zadig en el 2019. La organización de un frente democrático republicano es una proposición para hacer frente al comingout del hombre reaccionario brasileño. Sin olvidar su esposa quien se adapta tan bien al hogar que hace de ello su bien moral más elevado. Sin olvidar tampoco el macho “por encima de todo”.
Texto de la intervención pronunciada en el marco del Fórum Europeo Zadig en Bélgica “Los discursos que matan”, Brujas, 1ero de diciembre del 2018. Consultar el blog Zadig en Bélgica aquí.
Tradução Patrício Moreno Parra
Revisão Ruth Gorenberg