Beatriz Garcia Martinez
Desencadenamientos
Con la participación de Jacques-Alain Miller
Barcelona, 2 y 3 marzo 2019.
Coordinación: Rosa López y Vicente Palomera
Los seres humanos se imaginan libres, se creen libres para pensar, para desear, pero el hecho es que están encadenados y ello precisamente porque hablan. Este encadenamiento encuentra su fórmula radical en lo que Lacan llamó “cadena significante”, pero no hay que tomar esta cadena significante como una mera imagen, como algo sin consistencia. Muy al contrario, una cadena implica la idea de algo que resiste y puede servir de apoyo, pero también implica que puede romperse, que puede faltar un eslabón, haciendo aparecer un agujero allí donde se esperaba encontrar una base firme. Los agujeros en la cadena significante son de varios tipos y los seres hablantes responden a ellos de diferentes maneras, poniendo adentro de los mismos desde un síntoma hasta, en el caso más extremo, un delirio. Y es que, en efecto, un síntoma neurótico y un delirio psicótico no están fabricados de la misma manera porque el neurótico y el psicótico no tienen que vérselas con el mismo tipo de agujero.
Lacan vio muy pronto que el desencadenamiento de una psicosis estaba relacionada con un tipo específico de agujero en la cadena significante y un modo de respuesta que Freud había atisbado bajo el término de forclusión (Verwerfung) que suponía una forma de rechazo más radical que la represión (Verdrängung) neurótica o el desmentido perverso (Verleugnung). Ya en su tesis de 1932 Lacan se interesa por la cuestión del desencadenamiento psicótico al referirse al trabajo del psiquiatra alemán Westerterp quien sostiene que “el interrogatorio debería consagrarse de manera especialísima a precisar las experiencias iniciales –estos son los términos que designan lo que ulteriormente Lacan llamará desencadenamiento–que han determinado el delirio. Se verá entonces que estas experiencias presentaron siempreal principio un carácter enigmático. El enfermo percibe “que algo en los acontecimientos le concierne a él, pero no entiende qué cosa es”[1](p. 133). Este “siempre” indica lo que es exigible para ubicar la lógica del delirio psicótico y este “algo” que concierne al sujeto psicótico, sin comprender de qué se trata, es lo que puede localizarse en el momento del desencadenamiento y que la psiquiatría de esa época conocía como la “significación personal”. Veinte años después, Lacan lo formula como “el Otro quiere eso”, precisando el momento en el que el sujeto recibe como certeza una intimación del Otro que no consigue comprender.
El desencadenamiento implica dos cosas. Por un lado, que se puede hablar de una coyuntura desencadenante, es decir, algo que hace desencadenar el sujeto, pero, en segundo lugar, implica también que hay algo por lo que eso comienza. Aquí nos encontramos la significación personal enigmática, que puede ser también un fenómeno elemental, por ejemplo, oír una voz. Pero, debemos agregar una cosa más, a saber, que en el desencadenamiento se produce al mismo tiempo una degradación del plano imaginario, razón por la que el delirio surge a continuación como una respuesta a esa degradación, es decir, como un esfuerzo para explicar y remodelar la realidad.
Por tanto, la noción de “desencadenamiento” exige la exploración de un tiempo previo y, en esta perspectiva, la cuestión reside en saber qué es lo que le habría permitido al sujeto sostenerse en el mundo, en los lazos con los otros o en el trabajo, antes del desencadenamiento. En “De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis” Lacan dio una respuesta al escribir que lo que le sostenía era “la identificación cualquiera que sea por la que el sujeto ha asumido el deseo de la madre”[2], en suma, lo que hace que un sujeto evite enfrentarse en directo con la existencia es el proceso de identificarse. Sabemos que identificarse supone asumir significantes e imágenes del Otro y hablar de “identificación con la que el sujeto ha asumido el deseo de la madre” implica que existe un lazo entre la identificación y el deseo. Se asume el deseo del Otro sin saber lo que el Otro desea adoptando los significantes y las imágenes vehiculizadas en el discurso del Otro. En esto consiste el proceso de alienación de todo sujeto. Lacan señala que las identificaciones están motivadas por el deseo, lo que implica que el secreto de las identificaciones del yo es el deseo. Entre el valor narcisista del yo y el deseo hay pues un lazo estrecho y nos preguntamos qué es lo primero que se pierde cuando cae la identificación con la que se ha asumido el deseo del Otro. Sabemos de las dificultades de Freud a la hora de desentrañar lo que se pierde en el desencadenamiento de la melancolía: la pérdida del yo significa automáticamente la pérdida del deseo que sostenía al yo. Freud escribe que el melancólico se considera a sí mismo como un objeto y encuentra una definición simple y a la vez iluminadora : “la sombra del objeto cayó sobre el yo”[3], lo que implica que en el desencadenamiento el melancólico pierde el vestido de las identificaciones, esto es, las imágenes del objeto –i(a)– y ahí se reencuentra con su ser de objeto.
Ya sea que nos refiramos al desencadenamiento de una psicosis o, en otro registro muy distinto, el desencadenamiento de un trance delirante en la neurosis (véase el caso del hombre de las ratas), o un duelo donde el agujero de la pérdida real moviliza el significante, o bien las formas clínicas del acting-outo del pasaje al acto, existe siempre una base común: la ruptura del acuerdo inconsciente mediante el cual el ser hablante encontraba su modo de alienación a los significantes y a las imágenes del Otro.
En el caso de la neurosis, la significación fundamental del fantasma puede mantener a un sujeto a resguardo de lo real, siempre y cuando no tropiece con algún acontecimiento que desborde el alcance y la cobertura de dicha significación. Dado que en cada caso se debe apreciar, valorar y, fundamentalmente, lograr situar en su singularidad el momento y la modalidad del desencadenamiento, el psicoanálisis recoge una serie de coyunturas que pueden ser particularmente propicias para provocar esas rupturas que constituyen hitos en la historia subjetiva. Ya Freud destacó que existen, tanto en la infancia como en la pubertad, instantes críticos donde el marco edípico no resiste el embate de un movimiento en el plano libidinal.
Por su parte, la clínica de la psicosis nos permite reconocer que determinadas coyunturas humanas que movilizan la arquitectura simbólica y la relación con lo real del goce -encuentro con un partenaire amoroso, con una figura de autoridad, cambios en el equilibrio imaginario de las identificaciones- son propicias para los desencadenamientos.
La clínica de los desencadenamientos no solo nos invita a investigar las contingencias que pueden desbaratar el arreglo inconsciente entre el significante y el goce que cada ser hablante ha encontrado, sino que también interesa para ahondar en los modos de defensa, suplencia, estabilización, abrochamiento, que precedían la ruptura, así como las nuevas fórmulas que los sujetos pueden encontrar en la cura analítica para reorganizar y reconducir una alianza entre simbólico, imaginario y real. En otras palabras, el estudio del desencadenamiento debe ayudarnos a esclarecer las trabas que se le pueden presentar a un ser hablante para mantener anudados el cuerpo, el lenguaje y el goce, y ello muy especialmente cuando éste carece del sostén de un discurso establecido.
Rosa López y Vicente Palomera