Lacan lamentaba en algunas oportunidades, el lazo semántico demasiado estrecho entre la palabra inconsciente y la conciencia. Consideraba que era posible apoderarse de esta proximidad para borrar aquello que pudo calificar como el “filo cortante de la verdad” (1) del descubrimiento freudiano.
Fue necesario el gesto de la invención del psicoanálisis de Freud, para arrebatar a la neurología el campo de los síntomas cuya causalidad él recogía, dando la palabra a los sujetos que los padecían.
Fue necesario que Lacan renovase este gesto para arrebatar la dimensión del inconsciente, una vez más, a su degradación psicológica a la cual los postfreudianos la habían vuelto a reducir.
Con su tema, El inconsciente y el cerebro: nada en común, el congreso PIPOL 9 convoca y marca el retorno del tiempo de la necesaria reinvención perpetua del gesto del psicoanálisis. Para evitar lo que Lacan atribuía, como una de sus propiedades, al inconsciente: su tendencia al cierre.
Hay un escándalo del inconsciente que cada época, a semejanza de la fortaleza del Yo en la cual se aliena el individuo, intenta reducir mediante un no querer saber nada de ello
Este escándalo es justamente el agujero en la cognición, en el conocimiento, en la relación con uno mismo, en la relación de causalidad, que horadan las excentricidades del deseo y las irrupciones del goce en el campo del ser hablante.
Hay una falla fundamental, un hiato en la relación con la sexualidad del animal que habla. Es lo que funda su ek-sistencia absoluta, así como la del psicoanálisis, ante el reinado de una unica biología del organismo.
Por el hecho de que habla, el ser humano padece de una relación perturbada con su cuerpo y su pensamiento. Bajo la forma de un goce disfuncional que los atraviesa. Padece de ello, efectivamente, pero es también lo que causa que hable, ame, desee y goce bajo auspicios que no son comunes a ningún animal. A saber, sin ninguna relación con un instinto programado cualquiera, ni programable ni calculable, sino respondiendo a una contingencia absoluta y debiéndose siempre a una invención propia, sin parecerse a ninguna otra. El campo de lo no comparable y de la singularidad es allí, total.
Este disfuncionamiento es lo que, en él, no cesa de rebelarse contra los intentos de reducción. Esta insurrección es la que se manifiesta por el síntoma. Es el real propio del inconsciente. Es de lo cual testimonia lo que se dice y “no cesa de no escribirse”, por medio de las formaciones –por lo menos si se hace la elección ética de dejarles la palabra–.
La alianza que se plantea actualmente como triunfante entre las neurociencias y el cognitivismo eleva el no querer saber nada de lo que concierne al inconsciente del psicoanálisis a un grado digno de los progresos de la ciencia. Por fin están a punto de conseguirlo. La biología molecular, la genética y el nuevo desarrollo de la técnica de la imagen cerebral elevan a la cúspide el objeto que centraliza todas las esperanzas en este sentido: el cerebro. Órgano central que, con los poderes de las técnicas de imagen y de cálculo, dibuja otro real que se indexa con el prefijo neuro.
Estamos ante la elección ética de la metáfora para dar cuenta de lo real y ante dos modalidades de causalidad excluyentes.
El paradigma neuro concentra la esperanza de acabar con el inconsciente freudiano, ya que, más allá de las dolencias neurológicas propiamente dichas, todo se halla referido a él como sede de lo psíquico y lo mental. En última instancia, pues sí, … el inconsciente mismo.
Las promesas propias de este paradigma –siempre ya hechas y sin embargo siempre por venir– incluyen ahora las localizaciones y el cálculo del inconsciente mismo. De allí la hipnotización que puede apoderarse de algunos psicoanalistas, que va desde el pánico hasta las sirenas hechiceras del borrado de las fronteras entre las bien llamadas “disciplinas”. Lo cual, como ya lo hemos recordado, no es para nada una novedad.
La radioscopia de las neurociencias, a la cual PIPOL 9 otorgará un lugar, demostrará que la operación viene acompañada de una nueva degradación de dicho inconsciente. A la vez, tan inédito en sus oropeles de potencia, como frágil ante la fuerza del síntoma.
El abordaje del inconsciente por el paradigma neuro es un puro retorno a la neurología de antes de la invención necesaria, en vista del objeto tratado, del psicoanálisis, y su rebajamiento a un psicologismo reeducativo y de readaptación a una supuesta norma de aspecto lamentable. Capturado en la premisa de que el cerebro es una máquina –en efecto, excepcional– de tratar la información, su abordaje del inconsciente se reduce fundamentalmente a los procesos no conscientes y a la memoria. De allí ha surgido la pasión renovada por los procesos de la memoria.
En definitiva, de una manera o de otra, el conjunto se encuentra esencialmente referido al conocimiento –con su lote de falsas percepciones, sesgos cognitivos, huellas de la memoria, etc. Lacan demostró que esto es precisamente aquello con lo que el real del psicoanálisis, como real sin ley, rompía. Al hacer eso, la dimensión neuro pasa por alto, como Lacan ya lo indicó respecto a Piaget, lo que queda fuera del campo de los aprendizajes.
Nadie cuestiona que el cerebro sea la herramienta que permite el pensamiento –a pesar de los juegos, serios, de Lacan que indicaba que él … con los pies; o, más aún, cuando justamente los llamados “retrasados calculistas” demuestran que el cerebro es algo mucho más rico, que no funciona como una máquina.
Pero no es el cerebro el que piensa al que llamamos sujeto. El sujeto es justamente aquella parte que escapa a su representación.
El final de la enseñanza de Lacan ha referido esta parte al cuerpo, del mismo modo que Freud la refería a la pulsión. Pero a un cuerpo que no corresponde a la reducción a su organismo. Más bien al cuerpo como objeto de pensamiento y de representación de sí.
El sujeto no es su cuerpo. Un goce disfuncional objeta a su representación. El sujeto se agota para alcanzarla. Siempre se le escapa, por ser la conmemoración iterativa, en el síntoma, de un encuentro fallido con un goce que sería conveniente y que no existe.
El psicoanálisis invita a afrontar este real. Sobre él se funda lo que llamamos nuestra clínica. Será necesario, de nuevo, demostrarla.
El que quiere negar este más allá del principio de placer, apoyándose en una voluntad y una esperanza de homeostasis en la relación con el cuerpo-organismo-máquina, corre el riesgo tanto de una irrupción sintomática desencadenada, como de su propio sometimiento.
Esta loca esperanza de días maravillosos por venir, las neurociencias, en la versión que toca con el cientismo, la alimentan.
Por tanto lo que está en juego es del orden de la civilización. Concierne bastante más que únicamente la clínica. Lo trataremos en Pipol 9, el VI Congreso de la EuroFederación de Psicoanálisis.
3 J. Lacan Acta de Fundacion 21 de junio, 1964 , Otros Escritos.