Una carta de amor – Paula Rodríguez Acquarone (EOL)
Me pregunté a propósito del título de esta mesa, cuantas versiones del amor habría en el libro Feminismos[2], si uno se dispusiera a buscarlas. Les comento algunas que aparecen mencionadas a propósito de y en su dialéctica con los feminismos[1].
El amor fraterno, -el amor que por ahí se correspondería con la pareja a-a´; la sororidad. El amor estrago –el amor sin límites que puede conocer la mujer hacia un hombre en tanto la relación al goce femenino abre a ese sin límite-. Y en el otro extremo la distancia de la dama idealizada, del amor cortés, la cortesía de la edad media. En el libro está también la pregunta por la versión del amor que lleva a la violencia, la violencia ejercida hacia el cuerpo de la mujer, el odio que puede despertar su goce otro-. Hay una versión del amor, que es el amor que duele; el de la castración, vivida por la mujer como pérdida de amor, nos dice Freud. El amor en la psicosis. Y finalmente, un amor incestuoso, y cómo es el deseo, por la vía de la formación del inconsciente, el que pone un límite a ese amor y a ese goce, y es, por eso, la alegría del inconsciente. Las encontrarán en el libro.
Hay también versiones del amor en la época. Una época que llamamos post paterna. Esta época, la del matrimonio igualitario, la del amor líquido por mencionar algunas formas. Cada una de ellas, en su dialéctica con los feminismos, interpelan al amo de su época.
Emily Dickinson escribe a mediados del siglo XIX: “se dirigen, cada mañana, hacia un eclipse, al que llaman Padre”.[3]
La idea del padre como eclipse me gustó. La encontramos en una carta, dirigida a quien fue su editor, Thomas Higginson, con quien tiene una correspondencia muchos años.[4]
Asi que diré unas palabras sobre el amor en ella. Podemos preguntarnos sobre el partenaire en juego.[5] Ya que esta mujer que nació en 1830, en Estados Unidos, contemporánea de Paul Whitman y de Edgar Allan Poe, mujer de la época victoriana, de delicada salud y rebeldía religiosa, a los 30 años decidió recluirse en su casa para ya no salir, y su contacto con el mundo exterior fueron sus cartas, y sus poemas, de los que se publicaron unos pocos hasta después de su muerte. Sus cartas son tan valiosas como sus poemas. Algo en ellas no cesa de escribirse.
La carta es su lazo con el mundo exterior. La dimensión del Otro se hace presente: la carta funda al Otro. Lacan, en el Seminario 2[6] subraya que una carta tiene un valor significante, en tanto no es algo que se encuentre en la naturaleza. Lacan introduce la idea de que toda carta es en souffrance, que remite a la espera y también al sufrimiento; y llega a destino; si como analistas sabemos hacernos destinatarios de las cartas del paciente.
El valor significante de la carta, Lacan lo compara con la función de hacer que todo se mantenga unido. Función que en el seminario siguiente, el III, le dará al significante Nombre del Padre: El padre es el anillo[7] . Tiene función de anudamiento.
En el Seminario XX cuando retoma la carta, es ya para decir que el amor vehiculiza un goce en juego.[8] Nos enamoramos de la vestimenta, el semblante que recubre al objeto. El amor vela el goce que ese objeto detrás, contiene. El objeto es necesario, es ese y no otro, y ese goce se articula al Otro mediante la carta de amor.
Emily Dickinson, “el mito”, como llamaban a esa presencia extraña y sin duda enigmática, en su pueblo, se queja en sus cartas de su condición de mujer. Y puede leerse además un amor del que no se tienen más detalles, por una amiga de la infancia que más tarde se convertiría en su cuñada.
Le dice a Susan: “ábreme con cuidado”. Se trata de una carta de 1852.[9]
“No pienso más que en una cosa, () en esta tarde de junio, y esa cosa, eres tú …() cuando miro a mi alrededor y me encuentro sola suspiro otra vez por ti, pequeño suspiro y suspiro vano que no te traerá a casa”
Si estuvieras aquí, y ojala estuvieras, Susie mía, no necesitaríamos hablar en absoluto, los ojos lo dirían todo en susurros, y apretándonos las manos, no necesitaríamos lenguaje.”
En la posdata se queja de no poder ser delegada en un congreso político, en el que está su padre, -diputado en aquel entonces- ya que dice saber mucho sobre las medidas económicas a las que hace referencia en la carta.
¿Cómo logró una mujer apartada de todo, escribir una poesía tan emblemática, donde habla de la condición de la mujer y del ser humano? Era solitaria pero no estaba sola. “estaría más sola sin la soledad”, escribe.
Escribió desde los 11 años hasta su muerte. Hizo una “blanca elección”, siempre vistió de blanco y se encerró en su mágica cárcel desde donde mandaba cartas, que se convertían en poemas, y estos en cartas. Había una urgencia por comunicarse. (ésta es mi carta al mundo, que nunca me escribió a mí)
Era un desafío al silencio divino. “Una carta es una alegría de la tierra denegada a los Dioses”. Se unen así la palabra y la alegría. Las palabras que le conferían, dice, el don de matar, pero no de morir. La temprana conciencia de ser mortal está en su poesía muy presente. Y también su relación al lenguaje, y la posibilidad de nominar.
Escribe sobre el amor a la verdad, que puede borrar nuestro nombre propio: “Morí por la belleza, pero apenas acomodada en la tumba, otra, que yacía en el cuarto contiguo, me preguntó, porqué morí. Por la belleza, repliqué. Y yo por la verdad. Somos hermanas. y así como parientes, reunidas una noche, hablamos de un cuarto al otro, hasta que el musgo sello nuestros labios, y cubrió nuestros nombres.”
La palabra, sino mata, “hiere” con “rayos de melodía”. Se opone al silencio, que no tiene opuesto. (el silencio es lo infinito, lo que nos aterra, el mismo no tiene faz, es la voz la que es rescate) Nos deja formas de bien decir. (poema 670)
“No es necesario ser un cuarto –para estar embrujado-/ni una casa- /el cerebro tiene corredores –que superan / los lugares materiales-
vale más encontrar a la medianoche/ un fantasma visible/ que afrontar en el interior –ese huésped más helado. (…)
Al nombrar las cosas de este mundo, nos curan por un rato la “enfermedad del lenguaje”, como decía Barthes, fingimos olvidar lo imposible de escribir. Es un amor a lo simbólico, el cuerpo sustraído, el deseo no puede suplirlo, porque el deseo es pregunta. Es solo enlazándose al partenaire-escritura que crea ficciones que no alcanzan a nombrar lo real, aunque se anudan con un real, que es el suyo, y que puede cernir algo del vacío, de lo que no cesa de no escribirse del deseo de nada nombrable, como diría Lacan.
Que Amor es todo lo que hay/ Es todo lo que sabemos de Amor/Es suficiente/la carga (freight) debería serlo/ proporcional a la (hendidura) grieta (Groove).[10]
[1] Trabajo presentado en la mesa plenaria titulada “Versiones del Amor” de las VIII jornadas “Lo femenino en debate: El psicoanálisis conversa con los feminismos” convocadas por las cátedras Clínica de la Urgencia, Psicoanálisis Orientación Lacaniana: clínica y escritura y la cátedra de Musicoterapia. Responsable: Prof. Dra María Inés Sotelo. Facultad de Psicología, Uba, 2019.
[10] Los poemas elegidos están traducidos por Irene Gruss, salvo este último, del que prefiero la versión en idioma original. (argentina, 1950) Disponibles en internet.