Traducción: Ana Cecilia González
Tengo la impresión de haber escuchado el nombre de Freud desde siempre, pero no fue hasta 1978, mientras preparaba mi tesis de medicina –una tesis sobre el dormir y el sueño– que tuve mi primer contacto con el texto freudiano, en la Standard Edition. No imaginaba entonces que no saldría nunca de esa tesis, ni de esos textos.
En la universidad no había nadie que pudiera dirigir el desarrollo de la tesis. Sin que yo lo supiera, era el inicio de un largo camino. Todo lo que Freud dice acerca de la “resistencia” y todo lo que Jacques Lacan llama “no quiero saber nada de eso”, lo encontré en mi recorrido. Al cabo de treinta años, arribé al no quiero saber nada más de eso de Jacques-Alain Miller. Al menos puede decirse que realicé un largo trayecto. Pero cuando nunca se ha querido saber, ¿cómo pretender decir alguna cosa a los otros, delante de los otros?
Debo confesar que nunca me despegué del primer texto: La interpretación de los sueños. ¿Cómo podría? ¿Fascinación o resistencia? Sobre todo, la inercia del goce.
Allí estoy, allí me quedo, ha dicho J.-A. Miller. Entonces, no tengo que decir hasta qué punto un congreso me resulta inútil, en lo que respecta a mi goce; en cuanto al saber, nada que decir.
No obstante, he tenido que moverme, a pesar de mi misma, durante estos treinta años; era la lógica de las cosas. Freud mismo nos había prevenido: “Le tienden la mano al psicoanálisis, y éste los toma del brazo”. Entonces ahí estoy, porque Freud exigió que hubiera congresos –lo cual quiere decir que no son tan inútiles, ni para el goce ni para el saber, aparentemente. En todo caso, son indispensables a nivel político. Puesto que conformamos un grupo social, debemos reunirnos y hacer algo juntos. Algo que sea lo más lejano posible de un desfile militar o de la plegaria colectiva. Hablamos uno tras otro. ¿Eso es todo? Por supuesto que no.
Sin embargo, siempre me he preguntado cómo la gente osaba hablar de psicoanálisis delante de Freud, en un congreso. ¿Por qué Freud exigía congresos y cómo se atrevían sus discípulos? Fueron un enfado y un sueño los que me indicaron la respuesta. Una respuesta plausible. Me hace falta hacer un rodeo para decirlo, porque el sueño mismo vino por ese rodeo.
La poesía, reina
Un escritor dijo que los escritores del siglo XX son muy desafortunados, porque todo ya ha sido dicho antes de ellos. Esto es incluso más válido a propósito de la poesía persa. Todo, absolutamente todo, ya ha sido dicho. Sin embargo, cada día asistimos maravillados al nacimiento de un nuevo poeta en lengua persa.
¿Cómo es posible? ¿Y por qué recomienzan el camino ya recorrido por una centena de gigantes? Mi respuesta a la segunda pregunta, es que no pueden hacer otra cosa. La poesía, en tanto que reina de las artes, no es sólo un asunto de significantes, y mucho menos un asunto de significación. El poeta se compromete en el asunto con sus pulsiones. Es un acto, la poesía. El acto de decir. El poeta no puede emplear sus pulsiones de otro modo que en el acto de decir la poesía.
El principiante da sus primeros pasos con un coraje inaudito. Cada verso que saca de sus entrañas es inmediatamente comparado con los dichos de los gigantes. Cada poema terminado tiende a ser borrado lo más rápido posible de la página en blanco, por modestia.
Y el principiante continúa. Luego publica. Para este ejercicio, hace falta el público; para todo acto, hace falta el Otro. Este Otro habituado a cosas exquisitas y nada fácil de satisfacer. El poeta naciente no tiene siquiera la ambición de ver un día su nombre al lado de los gigantes; eso es caso cerrado. Lejos de ello. Él ya es recompensado por su acto de decir. Está agradecido de que se lo escuche, que se tome el lugar del Otro para que el pueda continuar diciendo y siendo escuchado, a costa suya.
Se plantea entonces una tercera pregunta: ¿por qué el público acepta jugar ese rol, también a costa suya? Mi respuesta es que tampoco puede hacer otra cosa. Porque cada generación debe tener su propia poesía. Cada generación debe reinventar la poesía, porque no puede nutrirse eternamente de la herencia de los gigantes, sin la cual perecería –y también los gigantes, y la poesía. Y si ellos perecieran, sería el final de este pueblo, a quien esta poesía le estaba destinada; sería el final de esta cultura única.
Para que la poesía exista en tanto que es una poderosa fuente de goce, es necesario que cada uno de los gozadores, de un lado y del otro, entre en el juego y se arriesgue.
Un sueño–verso
He aquí mi apuesta: un sueño en lugar de un verso, un sueño-verso.
“¡Rindo un examen de psicoanálisis! Hay un cuestionario de preguntas con cuatro respuestas. En la primera pregunta, se trata de interpretar un sueño. Las tres primeras respuestas son interpretaciones eruditas de iniciados. La cuarta hace referencia a dos focos cancerosos en los dos pulmones de la paciente. Elijo la cuarta, dudando si ella habría visto su radiografía de tórax, como yo lo había hecho. Escogí una interpretación médica antes que una psicoanalítica, es decir, una interpretación que tenía su fuente en el cuerpo antes que en el significante. No pude continuar con el cuestionario. El tiempo se agota y desapruebo.”
Al despertar, dos cosas me vienen simultáneamente a la cabeza, que me llevan a contar mis asociaciones y reflexiones incluso antes que el texto del sueño.
En primer lugar, pienso en la frase de Freud según la cual las pulsiones tienen su fuente en el cuerpo (2).
En segundo término, durante el cierre de unas jornadas de la ECF en noviembre pasado, escucho a J.-A. Miller decir que hace cien años que vivimos de la herencia de Freud y que es el momento … ¡Y se enfada! Dice cosas a propósito de su cólera, pero yo no lo escucho. Es la cólera misma lo que me interesa. Pienso en la frase de Lacan: “las clavijitas no entran en los agujeritos”(3).
Sí, aquello me permite declarar, a la manera de Freud ¡que es por este sueño que el misterio de los congresos me fue revelado! He aquí la revelación, paso a paso.
- En un congreso, se debe apostar primero para poder gozar después, exactamente como en la poesía.
- Se apuesta intentando hacer entrar las clavijitas en los agujeritos, y se fracasa.
- Al fracasar, se triunfa. Haciendo semblante de hacer entrar las clavijitas y fracasando en el intento, se puede desencadenar un proceso de repetición sin fin. Fracasos a repetición, semblante de un lado y sinthome del otro.
- El colmo es que la causa avanza –aunque sea un poquito– por el fracaso mismo. En cualquier caso, este fracaso en plural se convierte en un juego sublime, el ajedrez (4). Yo misma he fracasado en mi sueño.
Este sueño es en verdad el sustituto de un poema. Desde que tomé el bolígrafo para escribir mi texto, un poema persa me vino a la cabeza. Y pensé, una vez más, y con gran pesar: “¡Ah, si tan solo pudiera decir en persa!” Era mi deseo imperecedero como analizante.
Este poema, que reprimí y que retornó bajo la forma de un sueño, pertenecía a la obra de uno de los más grandes poetas persas, Saadi –cuyo nombre llevaba el presidente de la República francesa, Sadi Carnot, en su honor. Saadi es también el poeta cuyo poema más célebre es la máxima, la fórmula lapidara, gravada en mármol, en escritura persa, sobre el frontispicio de la sede de la ONU, en Nueva York (5) – la sede de los congresos más grandes de la humanidad.
Eso es que lo yo decía, ¡los congresos son indispensables a nivel político!
Para concluir: ¿se han dado cuenta que yo deseé, con la mediación de Saadi, que la AMP sea tan mundial como la ONU, y que pueda reunir todas las naciones del mundo –al tiempo que recuperaba mi lugar de analizante, esta vez, en el sitio en el que aquella se encuentra?
Referencias
(1) Mitra Kadivar – Psicoanalista, miembro de la ECF y la AMP.
(2) Freud, S. [1915] (1992): “Pulsiones y destinos de pulsión”, en Obras completas, vol. XIV. Buenos Aires: Amorrortu, p.118.
(3) Lacan, J. [2006] (2007b): El Seminario. Libro 10. La angustia (1962-1963). Buenos Aires: Paidós, p. 23.
(4) En francés, échec es fracaso, y échecs, ajedrez.
(5) “Los hijos de Adán son miembros de un conjunto,
en la creación de una esencia y un alma.
Si a un miembro le aflige el dolor,
los otros miembros también se inquietan.
Si no sientes compasión por el dolor humano,
No podrás ser considerado ser humano.”
Este poema de Saadi, poeta del siglo XIII, figura en persa y en inglés sobre el frontispicio de la sede las Naciones Unidas en Nueva York.