por Ruth Gorenberg
A partir de la entrada, en 1970, de los movimientos feministas en las universidades norteamericanas, se produjo una mutación teórica de la noción de género que abandona su pertenencia al discurso médico patologizante para devenir la marca de la mujer. Así, de lo transexual se pasa a lo transgénero. De la pasión por la modificación en lo real de los cuerpos según un tipo ideal, se pasará a una clasificación abierta a una diversidad de nominaciones llamadas no binarias que marcan los cuerpos transformándolos en cuerpos “fantásticos” (Berger, 50). Lo trans deviene entonces un asunto de lenguaje y desde esta perspectiva un movimiento de feminización de la lengua.
En su “Conferencia en Ginebra…”, Lacan sostiene que
“el hecho de que un niño diga quizá, todavía no” –es decir, significantes que no llevan la marca masculino/femenino– “antes de que sea capaz de construir verdaderamente una frase, prueba que hay algo en él, una criba que se atraviesa, a través de la cual el agua del lenguaje llega a dejar algo tras su paso, algunos detritos con los que jugará, con los que le será muy necesario arreglárselas (…) los añicos a los cuales, más tarde… se le agregarán los problemas de lo que lo espantará. Gracias a esto hará la coalescencia, por así decirlo, de esa realidad sexual y del lenguaje” (129).
Partiré de esta cita para abordar dos experiencias feministas de forzamiento del lenguaje para luego intentar precisar lo que se transforma de la lengua, efecto de un análisis.
Transformar la lengua en lo que espanta
Monique Wittig, integrante del MLF, –aquel movimiento heredero de mayo del ´68–, se preguntó cómo hacer un uso diferente del lenguaje para incidir de un modo político en los goces de los cuerpos.
Si “las palabras están comprometidas con el género en sus formas y sus significados” (Wittig, 105), rechazará entonces, el significante mujer. Para Wittig, la mujer no existe. El lenguaje es para ella un instrumento que proyecta haces de realidad sobre el cuerpo social, lo marca y le da forma violentamente.
Entre lo universal del género y lo particular a lo que quedan reducidas las mujeres se le plantea la imposibilidad de armar un conjunto homogéneo de ellas. La dominación de las mujeres pasa por reforzar una categoría particular sobre ellas. Para resolver esta tensión, realiza en su escritura un tratamiento de los pronombres personales.
En 1964 escribe L´Opoponax –calificado por M. Duras como el primer libro moderno que se ha hecho sobre la infancia– allí, con el uso del on intentará provocar una alteración estructural del sujeto que habla. La protagonista de la novela se niega a hablar el lenguaje de los padres, no aprende a escribir en la escuela. Intentando restaurar un sujeto preedípico, else, on, apuntaría a un uso no distorsionado del lenguaje en una época donde las palabras mágicas y brillantes. (111)
En Las Guerrilleras (1969) utiliza el elles para realizar una experiencia lésbica de la escritura. Con el uso de este pronombre, no pretende feminizar al mundo, tampoco acuerda con poner un parche a los significantes existentes –cambiar la e de women por womyn, al modo del actual todxs–, sino realizar un uso diferente del lenguaje para reducir su sentido.
En El cuerpo lesbiano (1973) hace un uso rasgado del j/e que no implicaría un sujeto dividido sino a un exceso, una exaltación. Pura potencia en la que imagina otra manera de gozar del cuerpo por fuera de las zonas erógenas tradicionales. Realizando una operación sadiana del cuerpo femenino, lo demuele traspasando lo bello y rompe con la buena forma de la imagen. En 1992 formula su famosa tesis: las lesbianas no son mujeres. Con su lesbiana intenta problematizar el discurso heterocentrado que impone normas sexuales a las cuales los seres hablantes se alienarán. La lesbiana es no-mujer, no-hombre.
Ella intenta reducir la diferencia sexual al imperio de los semblantes y las normas; solo que al hacerlo “corre el riesgo” (Lacan, …o peor, 17) de velar lo real a partir de la deconstrucción de un real ficcionado en el que la alteridad no tiene lugar.
Transformar el habla. Las Preciosas
Muy pocas veces Lacan se refiere a los feminismos, aunque sí pone en valor un movimiento que ha sido objeto de difamación en la historia: las Preciosas.
Derivadas de las salonières francesas de 1600, las Preciosas se reúnen para tomar la palabra y practican la conversación emancipadora sobre la cuestión femenina. Hablan de la igualdad de la mujer y el varón en la cultura, cuestionan la salida de la mujer por el matrimonio, la autoridad del hombre, y reaccionan al sometimiento social y sexual de la mujer.
Dicen, entre otras cosas, que una mujer se casa para odiar, por eso es preciso que un verdadero amante no hable de matrimonio ya que ser amante es querer ser amado y ser marido es querer ser odiado. En cuanto a la maternidad, esa “hidropesía amorosa”, las Preciosas propusieron, para evitarla, que el matrimonio quedara roto después del primer hijo, del cual se haría cargo el padre, quien le daría a ella una prima en especie. No hay lugar para el hombre, solo interesa el amor galante, el saber y la conversación.
Expresiones como “figurar en sociedad”, “me falta la palabra”, “sacar de quicio”, “no querer entrar en detalles” o “la mente no tiene sexo” son invenciones de las Preciosas.
Lacan no las toma por ridículas, no las maldice ni las difama como sí lo hace Molière, sino que las presenta como un elemento importante en la historia de la lengua, el pensamiento y las costumbres, y las equivale a lo que él llama “su querido surrealismo” (Lacan, Las psicosis, 166), por el hecho de que ellas manipulan los símbolos y signos, los semblantes.
Rescata en ellas la incidencia del deseo femenino en el lenguaje. Ellas, que se dedicaron a combatir las palabras picarescas y obscenas –las palabras masculinas– se dirigen a lo femenino, como interés supremo y se arriesgan a encallar en el ecce homo del amor, exceso homo pero también exceso que concierne a una pretendida relación a la palabra sin equívocos, palabras brillantes, según la escritura de Wittig.
Si el lenguaje con sus categorías no puede terminar de cernir el enigma de lo femenino que siempre escapa a la medida, y a su intento de universalización, los intentos de eliminar con el significante los poderes deletéreos del discurso no son sino el rechazo de un goce que embrolla y espanta: “signi -(phi)- ca, pues!” (Lacan, … o peor, 17).
El bien-decir como transformación de la lengua
Un análisis pasa por la palabra y por el uso de la lengua. Una lengua que contornea, con ondulaciones, despliegues y zigzagueos. Que remansa, violenta, nos enrosca o nos estremece… En fin, un lenguaje encarnado hecho para gozar.
Podemos decir, con Lacan, que se trata de una lengua viva en cada uno, viva en lo oído, por la percusión de las palabras sobre el cuerpo, y en lo que se fija o se traza bajo la forma de afectos en sus ecos y resonancias.
Un análisis produce también una transformación o, más precisamente, una transfixación (Laurent, “La imposible…”, 52) en la que se experimenta una subversión de la lengua en nominaciones fallidas de encuentros contingentes con el goce. Una lengua que incluye equívocos siempre singulares, una lengua de cada uno pero que se transmite.
Así, Guy Briole se refiere a un sueño:
“Es un camino de mi infancia, bordeado por árboles sobre los cuales hay cuatro cuervos. Debo atravesarlo. A la entrada, hay dos cuervos, un macho y una hembra cada uno sobre su árbol. No hay relación entre ellos. Avanzo, decidido y, antes de la salida, encuentro los otros dos, también sobre árboles separados, sin más precisión. Todo está tranquilo. En el momento de pasar frente al último, me decido a hablarle, pero no en mi idioma sino en otro que él comprende. Una “lengua” que se transmite. Paso. (…) No es más la mirada lo que está en juego, sino una nueva lengua. Así termina mi análisis. Es en este análisis que recobré mi voz. Una voz que ahora pasa y que me hace querer dirigirme, de otro modo, a la Escuela” (Laurent, “El pase…”).
Si constatamos, cada vez, que el sentido –que siempre es sexual– vacila, tropieza, se derrama o encalla, es porque cada uno habla su propia lengua hecha con una criba que se atraviesa, a través de la cual el agua del lenguaje deja tras su paso unos detritos con los que jugará, con los que le será necesario arreglárselas.
Bibliografía
Berger, Anne. El gran teatro del género. Identidades, sexualidades y feminismos. Argentina: Mardulce, 2016.
Dulong, Claude. “De la conversación a la creación”. Historia de las mujeres. Del renacimiento a la Edad Moderna. Barcelona: Taurus, 1993.
Lacan, Jacques. “Conferencia en Ginebra sobre el síntoma”. Intervenciones y textos. Buenos Aires: Manantial, 1988.
Lacan, Jacques. El Seminario. Libro 3, Las psicosis. Buenos Aires: Paidós, 1993.
Lacan, Jacques. El Seminario. Libro 19, …o peor. Buenos Aires: Paidós, 2012.
Laurent, Eric. “La imposible nominación, sus semblantes, su sinthoma”. Revista Mediodicho 37 Lo que h@blar quiere decir. Córdoba: Publicación EOL Sección Córdoba, 2011.
Laurent, Eric. “El pase entre las lenguas o Decir Babel”. Freudiana 61. Barcelona: ELP, 2011. Web. 9 sep. 2020 < https://www.freudiana.com/>
Wittig, Monique. El pensamiento heterosexual y otros ensayos. Madrid: Egales, 2006.