Los procesos de fragmentación espacial y social han dejado huellas en la estructura de las ciudades de América Latina. La oleada neoliberal ha dejado como saldo: una privatización generalizada de la sociedad, la desindustrialización y el aumento de las desigualdades sociales, así como la reducción de las funciones del Estado y el vaciamiento de las instituciones públicas. Esto se hizo texto en nuestro paisaje urbano: las villas de emergencia y los asentamientos se multiplicaron; y los rasgos principales de las áreas metropolitanas se constituyeron como formas urbanísticas privadas y excluyentes: shoppings center e hipermercados y, en primer lugar, los barrios privados han transformado el espacio urbano y sobre todo las áreas suburbanas. El resultado es una nueva cualidad de fragmentación y segregación espacial.
Nada de esto hubiera sido posible sin las bases de la política promovida por la dictadura militar de los `70. Es decir, a través de la política del miedo, sostenida por los medios masivos de comunicación, se constituyeron las primeras murallas en nuestro país, el “no te metas” es un claro ejemplo de ello. S. Zizek plantea en “Sobre la violencia. Seis reflexiones marginales” que la Pospolítica es una política que afirma dejar atrás las viejas luchas ideológicas y además se centra en la administración y gestión de expertos, mientras que la biopolítica designa como su objetivo principal la regulación de la seguridad y del bienestar de las vidas humanas. Está claro que estas dos dimensiones se solapan: cuando se renuncia a las grandes ideologías, lo que queda es solo la eficiente administración de la vida… O casi solamente eso. Esto implica que con la administración especializada, despolitizada y socialmente objetiva, y con la coordinación de intereses como nivel cero de política, el único modo de introducir la pasión en este campo, de movilizar activamente a la gente, es haciendo uso del miedo, constituyente básico de la subjetividad actual.
Las urbanizaciones privadas existían desde hace muchos años pero en los `90 se convirtieron en el factor primario de la expansión espacial. Serían el equivalente urbano de los fosos y torreones de los castillos medievales, pero las antiguas murallas lo que encerraban era la ciudad completa, con sus ricos y sus pobres. Hoy, un sector de la población cada vez mayor vive en áreas residenciales no accesibles para personas ajenas a las mismas e incluso para funcionarios del Estado.
Se podría pensar que el incremento del consumo de barrios privados viene al lugar de suturar fallidamente y, a su vez, develar la inexistencia del Otro garante del orden. ¿Estas nuevas políticas de vida pueden ser consideradas como una de las manifestaciones de la inexistencia del Otro?. Ya que a mayor intento de vigilancia y control, por fuera de las reglamentaciones del Estado, más se empuja a un circuito infernal de encierro que se retroalimenta dando lugar a una paranoia generalizada. Es decir, cuanto más se consume estos paliativos de control y vigilancia, no se hace más que precipitar y consistir al miedo y a la violencia imperante en nuestra época, convirtiéndose en objetos mismos de la seguridad privada, que lejos de extirpar el “germen del mal” circunscriben un sin salida donde lo privado acecha. En relación a esto, un trabajo de campo# ubica, por un lado, una tendencia a robos y vandalismo infantil dentro de estos barrios así como un alto índice de agorafobia en los jóvenes cuando intentan salir de las murallas. Y por otro lado, los habitantes manifiestan susceptibilidad hacia los encargados de preservar la seguridad del barrio ya que no pertenecen a él. Cito: “en un country de Escobar se han registrado numerosos paros del personal de vigilancia (…) una residente comenta su desconfianza respecto de los custodios: “… estoy acá por seguridad pero tengo miedo de que estos me hagan algo…[1]” . La pregunta que irrumpe es: Quién vigila a los que vigilan?
Siguiendo a Gerard Wajcman en “El ojo absoluto” plantea que estamos ante un problema de límites, de fronteras. La videovigilancia construye una gran muralla de ojos por delante de la muralla que sea. Y ésta es la manera de extender el límite fuera de los límites. El colmo del CCTV es cada uno vigilado por su propia pantalla de vigilancia. Hay una política de la mirada, y el despliegue de la videovigilancia es una forma más visible y sensible.
No hay murallas que limite entre los vecinos de un lado y del otro del cerco. No solo porque tenemos tanto villas miserias armadas como también barrios privados fuertemente armados, sino porque el verdadero peligro no está en el afuera sino en la extimidad que las murallas no logran suturar. En este sentido, y poniendo el acento en que el control y regulación del Estado es reemplazado por la iniciativa privada, especialmente en las funciones de organización de la seguridad, surge el interrogante: ¿Qué implicancias tendrá en las políticas de vida que el Estado, en tanto ley, se encuentre en suspenso, léase segregado (fuera y dentro de las murallas)?
Todo proceso segregativo es un hecho de lenguaje, es producto de la efectuación de un discurso que se va instalando en el lazo social. El significante amo tiene la lógica de cerrar el conjunto en donde manda. Esto puede dejar un resto como lo diferente (tal como lo plantea Freud en Psicología de las masas) o cerrarse de tal manera que no quede ningún resto y esto tiene efectos mortíferos. Cuando esto último acontece, lo segregado retorna instalando una tendencia a convertir al otro, el próximo, en puro goce del otro que exige el sacrificio: prójimo. Ejemplo de ello, en nuestro país ante la debacle del 2001 y la ola de saqueos, en un barrio privado “los residentes recibieron una circular en la cual se preguntaba quienes estaban dispuestos a armarse y defender el barrio”[2]. Esto da a ver cómo la ley del “para todos” que la democracia dictamina entra en suspenso por reglamentaciones privadas que surgen del accionar de las asociaciones de propietarios o residentes de estos barrios. En este sentido, se trata de un nuevo estilo de gobernabilidad y de nuevas formas de control de la vida cotidiana, emanados no ya desde el Estado, sino desde los mismos individuos. Según Lang y Danielsen[3], una de las paradojas de los barrios cerrados es que ellos promueven no sólo la desregulación por parte del Estado sino que, por otra parte, impulsan la hiperregulación dentro de los límites del barrio. Esto último genera algunos problemas internos en cuanto las reglas no sólo se refieren al diseño de las viviendas y al entorno, sino también al comportamiento individual y social esperado dentro del barrio. Por otra parte, el control se ve reforzado en algunos casos mediante la creación de tribunales de faltas, conformados por los mismos residentes, que sancionan las infracciones cometidas. Por consiguiente, si la regla sería la excepción (la regla, que coincide ahora con aquello de lo que vive, se devora a sí misma), se precipita el siguiente interrogante: ¿podemos ubicar en la lógica de estos barrios una tendencia al discurso de Estado de Excepción de G. Agamben?
El estado de excepción: es ese momento del derecho en el que se suspende el derecho, precisamente para garantizar su continuidad e inclusive su existencia. La suspensión de la norma no implica su abolición, y la zona de anomia que ella instaura no está totalmente escindida del orden jurídico. Es una zona de anomia en la cual todas las determinaciones jurídicas – y sobre todo la distinción misma entre lo público y lo privado – son desactivadas. Su tesis de base es que el estado de excepción se ha convertido durante el siglo XX (como en nuestro siglo) en forma permanente y paradigmática de gobierno (sobre las diferencias). Cuando el estado de excepción tiende a confundirse con la regla, las instituciones y los precarios equilibrios de los sistemas políticos democráticos ven amenazado su funcionamiento hasta el punto en que los bordes entre democracia y absolutismo parecen borrarse. Al decir de Zizek:“el poder contemporáneo ya no se basa en la censura, sino en la permisividad irrestricta”.[4] Lo cual conlleva a una deslocalización del odio, es por ello que lo Otro ominoso puede estar encarnado en cualquiera. Desde esta vertiente, ¿podemos pensar un empuje en la “lógica” de estos barrios a instaurar una tendencia concentracionaria?
Giorgio Agamben ubica que las lógicas que hicieron posible los campos de concentración no son un fenómeno del pasado. Ya en 1967[5], Jacques Lacan señalaba una diferencia fundamental en la manera en que la ciencia y el psicoanálisis destituyen al sujeto. Del lado de la ciencia, planteaba que la universalización en las agrupaciones sociales tenía como correlato necesario la segregación, a la que le da el nombre de “campo de concentración”. Lacan señalaba que en verdad los campos de concentración del nazismo no hacían más que anticiparnos el futuro, eran verdaderos precursores de lo que se avecinaba en referencia al tratamiento de las diferencias. En “Alocución…” en relación al amo actual se preguntaba: “¿cómo hacer para que masas humanas condenadas al mismo espacio, no solamente geográfico, sino en esta ocasión familiar, permanezcan separadas?[6]”. El campo de concentración es la voluntad de exclusión del poscapitalismo que diagrama el espacio para el desecho humano y el depósito de restos. Por ello, el término de campo de concentración no solo remite a la lógica de los barrios privados sino también las villas miserias.
Janoschka, quien realizo un trabajo de investigación sobre Nordelta[7], plantea que estas nuevas políticas de vida provocan una fragmentación que va mucho más allá de la función residencial: también las compras, el tiempo libre y la educación de los niños se desarrollan en áreas cerradas y vedadas a la población en general. Esta tendencia implica un nuevo aspecto cualitativo que conduce a un creciente aislamiento de los espacios urbanos y que son una respuesta de las fuerzas del mercado y la ausencia del Estado. Un ejemplo de ello es la existencia hace 10 años de Nordelta donde debido a la infraestructura de esta llamada “ciudad pueblo o ciudad futura” se estima que los niños no saldrán de allí nunca… Los prisioneros posmodernos son aquellos que toman como respuesta al encierro como garantía que forcluye la inexistencia del Otro. Es por ello que estos espacios devienen en formas concentracionarias, donde en el intento de ubicar en el más allá de las murallas lo excepcional, extranjero, inmigrante, como efecto, en el más acá, se presentifica una desubjetivación generalizada.
Para concluir, citare un relato sobre la vida en “los Altos”, un barrio privado del libro “Las viudas de los Jueves” de C. Piñeiro: « El ingreso a La Cascada produce cierto mágico olvido del pasado. El pasado que queda es la semana pasada, el mes pasado, el año pasado… se van borrando los amigos de toda la vida, los lugares que antes parecían imprescindibles, algunos parientes, los recuerdos, los errores. Como si fuera posible, a cierta edad, arrancar las hojas de un diario y empezar a escribir uno nuevo ».
¿Qué política para estas vidas cuando la cultura de la sociedad de consumo es el olvido? Siguiendo las palabras que toma Zizek de A. Badiou, “todo arte y todo pensamiento esta perdido si aceptamos este permiso para consumir, para comunicar y para disfrutar (para vivir, agregaría). Deberíamos convertirnos en despiadados censores de nosotros mismos”[8].
Notas:
[1] Girola, F., Procesos sociales, anclajes urbanos, Revista Runa, Archivo para las Ciencias del Hombre, Nº 25, (con referato) Instituto de Ciencias Antropológicas, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires, 2005, p. 143-159.
[2] Svampa, M., “La vida en los countries y barrios privados después del 2001”, La brecha urbana. Countries y Barrios privados, Captital Intelectual, 2004, p. 80.
[3] Lang, R. E. and Danielsen, K. A. Gated Communities in America: Walling Out the World? Housing Policy Debate, vol. 8, no 4, 1997, p. 867-877.
[4] Zizek, S., “Un alegato por la violencia ética”, Violencia en Acto. Conferencias en Buenos Aires., Paidós, 2004, p. 63.
[5] Lacan, J., Proposición del 9 de Octubre de 1967. Sobre el psicoanalista de la Escuela. Otros escritos, Paidos, Bs. As., 2012.
[6] Lacan, J., “Alocución sobre las psicosis del niño”, Otros escritos, Paidos, Bs. As., 2012, p. 383.
[7] Janoschka, M., « Urbanizaciones privadas en Buenos Aires: ¿hacia un nuevo modelo de ciudad latinoamericana? », Latinoamérica: Países abiertos, ciudades cerradas, Cabrales, Guadalajara: Universidad de Guadalajara/UNESCO, 2002.
[8] Zizek, S., “Un alegato por la violencia ética”, Violencia en Acto. Conferencias en Buenos Aires., Paidós, 2004, p. 64