Sin embargo lo que quiero destacar en esta nota es la reflexión hecha por Miller a propósito de la posición y la acción de los analistas en el tiempo presente. Ellos están :
– Dudosos en asumir el discurso inédito al que sirven.
– Atados, pese a los esfuerzos de Lacan, al viejo envoltorio ideológico en el que Freud dejó su mensaje subversivo.
– En su casi totalidad sumados a posiciones tradicionalistas, humanistas y clericales; posturas reaccionarias y conservadoras que van contra su propio acto
Me animo a parafrasear el texto diciendo que los analistas son libres de inscribirse en los aparatos educativos – defensores de la tradición del padre que limita y orienta – o de hacerlo en el sistema de la salud pública – el reino de la soberbia ciencia biológica, de la industria médica y farmacológica, de los programas de disciplinamiento y control de cuerpos y poblaciones sin sujeto- , pero su deber está en, como dijo Lacan en 1980, aprovechar su indigencia ( una palabra, « indigencia », que Miller también nos recuerda en su comunicación ) , su pobreza y su miseria- en comparación con la tradición y con la tecnociencia corporativa- para hacer proliferar la práctica analítica en multitud de lugares. Es la multitud de Hardt y Negri, o quizás las mónadas simultaneamente sincronizadas de F. Jameson. Es, en todo caso, lo que se reproduce en las fallas, los espacios libres, sin requerir el auspicio del poder o la riqueza.
La comunicación de J.A. Miller vuelve a poner el acento en algo esencial : el psicoanálisis está estructuralmente prescripto, y por ello es inexpugnable. Los analistas tienen que ser lo suficientemente osados y diestros en lanzar los dardos de su interpretación sobre las ilusiones desvastadoras que lo cercan. Una vez más el ajedrez nos presta un principio en este escenario de hostilidad antipsicoanalítica : la amenaza es más fuerte que el ataque.
Hay que resaltar algo que se menciona en la comunicación, en tanto ventaja epocal : la cultura de hoy enfatiza la condición particular, la diversidad, lo múltiple, el derecho de cada cual a un modo civilizado de llevar una vida propia y diferente. Esto sintoniza muy bien, pese al inevitable malentendido, con el efecto de singularización esperable de un análisis.
Por tanto no es inteligente apostarlo todo a las habilidades del mimetismo, pretendiendo hacer semblante de ensayos educativos, salubristas y reformadores. Esto es válido como un campo de posiciones secundarias ganadas. Si el psicoanálisis quedó, después de Freud, montado en el chasis de la psiquiatría y la medicina , no sería justo complacernos porque ahora esté sobre el no menos ideologizado de la psicología clínica .
El mayor vector de acción estaría en una auténtica « tercera vía », que se asuma así en su enunciación y en su enunciado. La práctica de la publicidad y de la propaganda hoy ya sufren el desprestigio en lo más esclarecido de la sociedad, en esa opinión ilustrada a la que apelamos. Sería fatal – eso sí – llenar nuestro campo de tontos convencidos, como los llamaba Lacan en el seminario Aún.
En su texto Miller recuerda, oportunamente,que el tono sardónico de Lacan no es simplemente un rasgo de carácter que le era particular. Es que la burla y la malevolencia es el cortejo que acompaña al analista , cuando conduce a la lucidez.
Lacan, ciudadano – que nunca desacreditó la modesta e indigente práctica del gabinete psicoanalítico – ,hablándole al público , mostró que no cedía ante el temor o la compasión. Ese ejemplo no ha caducado, no puede ser superado. Simplemente, demasiados analistas prefieren olvidarlo.
Antonio Aguirre Fuentes, miembro de la NEL Guayaquil