Amor a la letra / Bibliografía Razonada (5)
Estimados colegas,
Tenemos el placer de remitirles la quinta entrega de la Bibliografía Razonada, acogida bajo el epígrafe Amor a la Letra.
Contamos en esta ocasión con la participación de Rosa López y María Navarro. Rosa López toma como punto de partida dos frases de « Aun », alfa y omega del Seminario. « El goce del Otro no es signo de amor » y « Saber lo que la pareja va a hacer no es signo de amor ». Para la autora, « Si la relación de sujeto a sujeto mueve al amor, la relación de ser a ser conduce indefectiblemente al odio, porque se dirige al goce. » En esta perspectiva, podría esperarse del proceso analítico que el odio no se convierta en un destino ineludible para el amor ante la emergencia del goce singular del partener.
Por su parte, M. Navarro nos propone las últimas elaboraciones sobre amor cortés que Lacan subraya al final de su enseñanza y establece un interesante y preciso paralelismo entre esta formulación y la trama de la atemporal Casablanca.
¡Buena lectura!,
Les recordamos que pueden consultar los números anteriores, tanto de Amor a la letra como de las Cartas de almor en la página Web de las Jornadas http://www.elp-debates.com/jornadas.html
Paloma Blanco Díaz
Responsable de la Comisión Bibliográfica
El goce del Uno no es signo de amor
Rosa López Sánchez
Jacques Lacan comienza el seminario Aun con su famosa frase: « El goce del Otro no es signo de amor », comentada en innumerables ocasiones. No quiero detenerme en esta fórmula, sino en aquella otra con la que el libro XX encuentra su punto final: « Saber lo que la pareja va a hacer no es prueba de amor ». Como puede comprobarse, ambas comparten el mismo modo de construcción lingüística, lo que produce un efecto de abrochamiento entre la apertura y el cierre del seminario.
En el contexto de este capítulo podemos deducir que ese saber sobre los actos del otro no puede pensarse como una prueba de amor sino más bien de odio.
Lacan se despide dirigiendo a su auditorio una pregunta que tiene cierto tono de reproche: « ¿Seguiré el año próximo? ¡Hagan sus apuestas! ¿Querrá decir que los que adivinen es porque me quieren? Saber lo que la pareja va a hacer no es prueba de amor ».
¿En quiénes está pensando cuando dice esto? Hay un hecho que le había afectado bastante en aquellos días y al que se refiere en páginas anteriores. Se trata de la aparición del libro Le titre de la lettre (El título de la letra) escrito por Philippe Lacoue-Labarthe y Jean-Luc Nancy, esos subalternos cuyo nombre no quiere mencionar. La paradoja de este libro es que los autores, que utilizaron para hacer su trabajo de maestría el escrito La Instancia de la letra, lo leyeron con « tanto amor » (subraya Lacan con ironía) que desembocaron finalmente en el odio más frontal. Es porque no le presuponían el saber, por lo que pudieron leerle mejor que los que le amaban. Del mismo modo, Lacan asegura que aquellos que vienen a escucharle con asiduidad para utilizar en su contra el saber que les ofrece, son los que probablemente adivinen qué va a hacer el próximo año.
Estamos de lleno en el terreno de la transferencia, donde la oscilación entre el amor admirativo al saber supuesto en el analista puede dar lugar al odio desconsiderado de ese saber, incluso a la crítica más aguda. En estos párrafos Lacan interpela a su audiencia en numerosas ocasiones, habla de sí mismo, y transmite su propia experiencia respecto a los efectos de amor u odio producidos por la exposición de su saber. También declara su deseo soñado de encontrar un día la sala del seminario vacía y, entonces, poder dedicarse a abanicárselas en lugar de quedarse hasta las cuatro de la madrugada fabricando un saber que, quizás, no sirva para nada.
En la pagina 83 del Seminario XX, Lacan muestra que tanto el amor como el odio están íntimamente relacionados con el saber: « A aquel a quien supongo el saber lo amo…. si digo que me odian es porque me de-suponen el saber ». Ahora bien, es fundamental distinguir cuál es la diferencia entre estos dos modos de saber, el que anima el amor y el que da lugar al odio.
El saber del amor
« Todo amor encuentra su soporte en cierta relación entre dos saberes inconscientes » (Aun, pág. 174). Esta relación entre saber y amor es el resorte del SSS en la transferencia y guarda también el secreto de la elección del objeto de amor que fue largamente estudiada por Freud.
Lacan toma como punto de partida la inexistencia de la relación sexual para entender el estatuto del amor. No hay relación sexual porque el goce del Otro es siempre inadecuado. Del lado del hombre, es un goce con un componente perverso que le lleva a reducir a su pareja a la dimensión de objeto a. Del lado de la mujer, es un goce loco, enigmático, errático. Ante este fatal destino, la respuesta amorosa viene a ser una apuesta valiente que se pone a prueba
El amor es del orden de la contingencia, frente a la relación sexual que pertenece a la categoría de la imposibilidad. Una contingencia que surge en ciertos encuentros cuando entre los dos miembros de la pareja se produce un modo de reconocimiento muy particular. Se reconocen en sus síntomas, en sus afectos, en sus fallas, en definitiva, en todo aquello que marca la huella de su exilio como seres hablantes de la relación sexual (« A mí me pasa, lo mismo que a usted », reza una conocida canción de amor…).
Lacan nos ofrece en este seminario una visión muy diferente de la idea freudiana del amor narcisista, que sitúa al otro en el lugar del ideal del yo. Lo que en Freud es desconocimiento de ese fatal destino en el que consiste la ausencia de relación sexual, en Lacan es ahora (no siempre fue así) valentía. Desde la perspectiva de la contingencia, el amor no se da entre un yo y el ideal, sino entre dos exiliados que por un instante encuentran un refugio común. Lo que despierta el amor por el otro es aquello de lo que cojea, su falta, porque en el amor se produce el reconocimiento del modo en que el partenaire se encuentra afectado por el saber inconsciente. Entonces, dos saberes inconscientes entran en sintonía.
El saber en el odio
El problema surge cuando pretendemos saber más sobre el otro, incluso, podríamos decir, cuando se quiere saber « demasiado« . No nos alcanza con el reconocimiento de ese sujeto del inconsciente, también queremos aprehender su ser. Si la relación de sujeto a sujeto mueve al amor, la relación de ser a ser conduce indefectiblemente al odio, porque se dirige al goce. El amor promueve un acompañamiento en la vida como paliativo de la soledad, pero cuando entra en escena el goce de cada uno se rompe toda ilusión de compañía, porque el goce es siempre goce del uno (autista, solitario) y no consuena con el otro. Si el goce es lo más singular y solitario del ser hablante, en esta dimensión no hay lazo posible.
El drama del amor se produce al querer pasar de la contingencia a la necesidad, es decir, cuando se intenta que la experiencia que hizo cesar la imposibilidad de la relación sexual perdure en el tiempo, lo que implica ya la repetición. ¿Como no caer en esa deriva hacia la necesidad que acaba por degradar el amor?. Odiamos a aquel que amamos porque se ha convertido en algo necesario, y el sentimiento de dependencia vital nos lleva inevitablemente hacia el odio.
Lacan creó el neologismo hainamouration (odioenamoramiento) para indicar ese punto crucial de reversibilidad del amor en odio que transforma al partenaire en algo insoportable. Esa cara que antes nos fascinaba, ahora ya no podemos ni verla y esa manera de ser que nos enternecía por sus fallas comienza a resultarnos insufrible. No aguantamos ni lo que dice ni lo que hace, porque sabemos demasiado sobre su modo de goce que nos excluye.
Subrayemos que en el odio lo que esta en juego es el « modo » de gozar del partenaire cuyos signos reconocemos y hasta sabríamos describir, pero no podemos experimentarlo porque se trata del goce del Uno. Aunque Lacan no llega a decirlo me parece que con este último capítulo podríamos rectificar su formula inicial ( que él mismo encuentra precaria) y afirmar : el goce del Uno no es signo de amor.
Frente al goce Uno del semejante la respuesta puede ser el rechazo (cuyo máximo exponente es el odio del racismo) o la aceptación. Desafortunadamente, el odio es un sentimiento más estable y radical que el amor, porque no depende de un discurso que lo sostenga.
Llegados a este punto propongo que pensemos si la reversión del amor en odio es absolutamente inevitable o, por el contrario, el análisis puede darle al amor otro destino.
Por una parte, algunas psicosis nos demuestran que no todo odio proviene del amor, ni es susceptible de reversibilidad alguna. Por otra, la psicopatología de la vida cotidiana da prueba de la existencia de parejas que pueden amarse sin que el odio se convierta en una pasión que los consume.
En cuanto a la experiencia analítica, es crucial diferenciar el deseo de saber del sujeto sobre la letra de su propio goce, un deseo que le permite acceder a su síntoma, del deseo de saber sobre el goce del partenaire, como propone la sexología, creyendo que de esa forma puede hacer existir la relación sexual. El psicoanálisis, por el contrario, no promueve esa orientación del saber sobre el ser del otro, que Lacan califica como « demasiado », pues conduce a lo peor.
El resultado de un análisis no excluye completamente el odio y no nos convierte en bellas almas angelicales. Por el contrario, el odio cumple una función en la vida y también en la transferencia, pues otorga la lucidez que nos permite situar algo de la letra. La cuestión estriba en que el odio no se convierta en una pasión que degrade constantemente el amor.
Podemos esperar que durante el proceso analítico (y no solo en el final del mismo) se abra la posibilidad de soportar el modo de goce solitario del partenaire sin que eso provoque nuestro rechazo, ni se constituya en una afrenta narcisista, o de lugar a un sentimiento de abandono.
Del amor imposible o a casi todos nos sigue enamorando Casablanca
María Navarro
A pesar del discurso generalizado, que insiste en tapar la falta a toda costa, del debilitamiento en los lazos de amor, del llamado amor líquido, los analistas seguimos escuchando cómo el síntoma nombra a cada uno de nuestros pacientes en sus dilemas con el Otro. Y todo dilema conlleva en la disimetría que lo constituye una pregunta por el amor. Sea cual sea la modalidad. Todo el recorrido de un análisis atraviesa el embrollo donde se van despejando, sobre un fondo de ausencia, los nombres que pusimos al velo del amor, aquello que del inconsciente habla y hace síntoma, sus vacilaciones, sus límites, su voracidad, su odio, su dolor, su estrago, su infinitud o su apatía, hasta la depuración. Nombres del amor para inventar uno nuevo.
Ausencia, que nos remite a la falta como condición y velo porque es la ilusión de su existencia lo que permite significarlo y trasmitirlo. Lacan definió al amor de varias maneras a lo largo de su enseñanza y todas ellas encierran -independientemente del momento teórico que abordan- una resonancia poética. Ya sea la que se refiere al Banquete de Platón o al Ars amandi de Ovidio, explicitando su vinculación al arte y a la sublimación en el seminario de la Ética cuando lo comparó al arte de amar y poético propia del amor cortés.
La creación poética cortés implica un paradigma de sublimación pues se articula en referencia a la Cosa que Freud aisló como el primer exterior alrededor del cual se organiza toda la andadura del sujeto frente al mundo de sus deseos. Un objeto que, por naturaleza, está perdido y que le permite situar el lugar de la Cosa y plantear, a partir de la sublimación inherente al arte, un objeto enloquecedor, un partenaire que Lacan llamó inhumano. Pues encontramos en este amor una exaltación donde el ideal lleva a una función de límite, mostrando lo que no se puede franquear a través de hacer al objeto inaccesible. El objeto está separado, como lo está la mujer del hombre, confirmando así la imposibilidad de la relación sexual en tanto complementariedad de los sexos, pues la dama ocupa el lugar de la ausencia de la Cosa, o de aquello que da cuenta de esa ausencia y que Lacan llamó el objeto a.
Esta manera de amar, aunque se aleja de las actuales en su forma de abordar al otro sexo, será la que realce Lacan al final de su enseñanza, en su seminario L’insú, para presentarla como la forma que nos muestra que su lógica sigue definiendo los parámetros dentro de los cuales los dos sexos se relacionan entre sí. Para suplir la ausencia de la relación sexual se finge que uno es el que lo obstaculiza. Un velo con formas exquisitas, que permite abordar la dificultad de enfrentarse a lo que no existe. Se trata de una manera de hacer presente y ausentar a la vez aquello que la Dama representa, que no es otra cosa que un vacío, al igual que el amor que a ella se destina. Hay una película que quisiera reseñar para estas Jornadas pues su guión se acerca a la manera cortés, en la que se dan varias de las condiciones que esta modalidad de amor requiere: la dama estará comprometida con otro, la relación se mantendrá oculta así como será necesaria una prueba de amor del caballero. Se trata del clásico dirigido por Michel Curtiz Casablanca (1942) en la que mas allá del marco sociopolítico de la Segunda Guerra mundial que aborda, nos encontramos con una historia de amor imposible, a un hombre, Rick, (Humphrey Bogart) que ha de elegir entre el amor y lo que considera correcto, para dar las pruebas que la bella Ilsa (Ingrid Bergman) pide, para salvarla y cuya prueba, una carta, cumple la condición de mostrarle su amor y mantenerla a la vez inaccesible. El salvoconducto que la llevará lejos con su marido, Victor Lazlo. Rick tomará una decisión que dice ser la correcta pero su precio es perderla a pesar de la posibilidad de huir juntos. Siendo la ciudad de París el espacio que quedará en sus palabras para ubicar ese amor: Siempre nos quedará París dirá Rick velando así lo real de la imposibilidad de la relación a pesar del cuestionamiento de Ilsa al verdadero amor que debería existir entre los dos. Escritura de amor que, oculto aunque a la vista de todos como lo fuera en la carta robada de Poe, contiene nada mas que la ausencia, para sobrevivir, mas allá de todos los desastres y convertirse en uno.