Marco Mauas
Karl Marx , who lived in 19th century, did not see this black hole of history, Auswichtz. So, it was not part, it could not be a part, of his work on the “Jewish question”, not even as a distant shadow. Sigmund Freud wrote a line when his books were burned by the Nazis—“There is some progress, in other times they would have burned me”—. He didn’t see the Shoah, but it was present, he smelt the danger. Heidegger saw it and did as it was nothing important, he continued with his metaphysics. Jacques Lacan not only saw it, he lived it. He listened. He wrote that there is no chance to understand it with dialectics. Dialectics, that means we can make the contraries meet by some sublime magic. We can for example say “the Palestinian question”, and it sounds as “the Jewish question.” It is a sound, a resonance.
We may also write, as Zizek, “the Germans tried to kill all the Jews”. But this does not stand as a definite description for “Shoah”. Jean-Claude Milner, quoted by Zizek, uses another, different word: “annihilation”. This word is a non-dialectical word. No chance for Hegel of even dreaming of something like this. Hegel saw everything when he saw Napoleon, his “aleph”. He didn’t see the scientific annihilation. Not Absolute Knowledge, but Absolute Annihilation.
By the way, Zizek uses the “obliteration” (soft reminder of the more sincere “erase of the map”) word when he points to the most radical anti-Zionist Arabs calling for the “obliteration of the state of Israel”. Israel as a state, not its citizens, stands supporting as an object the non-dialectical verb and its consequences.
Analogous problem we face with the expression “West Bank free of Palestinians”. The Nazis coined the term “Judenrein”, to specify their purpose of purify all of Europe, and so to give a solution to their problem, “the Jewish problem”. In Israel, it is not so uncommon the use of Nazi language resonances for public dialectics and discourse. There is a sign of stop, however, waiting in every corner for this rhetoric, a sign addressed to the rhetorician, more than to his audience or his readers.
Let’s take the book of Norman Finkelstein “The Holocaust Industry”. He essentially points to Israel and some Israel politicians as using the Holocaust to obtain political gains. It is a book that certainly has caused many waves, and it may have a point: from the moment the Shoah enters public discourse, it enters the field of truth and the “surplus value of truth”. There is a use value and an exchange value. The silence of the Shoah survivors, a known phenomenon—silence that may persist till their last days– is surely not without relation to the social echo, even to the remembering of its horrors. But this “surplus value of the Holocaust” has its limit in its own excess, and it is exemplified by Norman Finkelstein’s “boomerang achievement”: he himself has been also named by his detractors or disputers as another “Holocaust Industry” producer, but now his own, private industry, Norman’s Finkelstein “Holocaust Industry”. Such is the field of dialectics. You sell-say a truth, and this very truth includes your personal truth price tag.
And this is why I find very difficult for me to understand the attempt of dialectization of the Arab-Israeli conflict, its transformation in a intellectual field, a competition in the “truth market”. In this sense, I find some points of silence in Jean-Claude Milner’s argumentations more close to the “intractable” nature of the conflict. It may even be that the so-called “the Jewish name” by Milner is a sort of name of the intractable (and so, more akin to Francois Regnault’s “notre petit a”, than to Zizek’s “fetish”). The humorist Biderman put it very precisely in a caricature in “Haaretz”, the day that the so called “Judas Gospel” surfaced somewhere in the sands of Egypt. Here was the Pope, very concerned, looking at the newspaper with one of the Cardinals at his side. A little sentence read: “These Jews, they are making trouble once more”. Some years before, James Baker, the former American Secretary of State, called the Arab-Israeli conflict “the most intractable of all conflicts”. Being himself a man of the south, he probably knows something about this. Dialectics, very probably, turns intractable problems even more difficult: it obscures them.
Una respuesta a Slavoj Zizek
Marco Mauas
El todo de la dialéctica y su stop
He estado tratando algunos años de entender el esfuerzo de Slavoj Zizek de hacer entrar el problema del conflicto Árabe –Israelí en la dialéctica Hegeliana. Esto incluye por supuesto el núcleo: la Shoah de los judíos de Europa. Debo confesar que cada vez me ha resultado imposible. Este conflicto y su núcleo son de algún modo resistentes a la dialéctica Hegeliano-Marxista.
Karl Marx, que vivió en el siglo XIX, no vio este agujero negro. De modo que no fue parte, ni siquiera como una sombra, de su trabajo sobre “La cuestión judía”. Sigmund Freud escribió una línea cuando sus libros fueron quemados por los nazis—“Hay algún progreso, en otra época me habrían quemado a mí.” Él no vio la Shoah, pero eso estaba presente, él olió el peligro. Heidegger vio la Shoah e hizo como si no fuera nada importante, continuó con su metafísica. Jacques Lacan no solo la vio, la vivió. Él escuchó. Él escribió que no hay chance de entenderla con la dialéctica. La dialéctica, eso implica que podemos hacer que los contrarios se encuentren por obra de una magia sublime. Podemos por ejemplo decir “la cuestión Palestina”, y suena como “la cuestión Judía”. Es un sonido, una resonancia.
Podemos también escribir, como Zizek, “los alemanes trataron de matar a todos los judíos”. Pero esto no se sostiene como descripción definida para “Shoah”. Jean-Claude Milner, citado por Zizek, usa otra palabra, diferente: “aniquilación”. Esta es una palabra no-dialéctica. Ninguna chance de que Hegel haya soñado con algo como esto. Hegel lo vio todo cuando lo vio a Napoleón, su “alef”. Él no vio la aniquilación científica. No el Saber Absoluto, sino la Aniquilación Absoluta.
Zizek usa el término “obliteración” cuando se refiere al pedido de los más radicales de los árabes anti sionistas, “la obliteración del estado de Israel”. Israel como Estado, no sus ciudadanos, es lo que soporta en esta frase el verbo no-dialéctico y sus consecuencias.
Encontramos un problema análogo con la expresión “Cisjordania libre de Palestinos”. Los nazis acuñaron el término “Judenrein” para especificar su propósito de purificar Europa entera, y así solucionar su problema, “el problema judío”. En Israel no es algo fuera de lo común hacer resonar el lenguaje nazi en la dialéctica y el discurso público. Hay sin embargo un signo de stop, que espera en la primera esquina a esta retórica, un signo dirigido al retórico, más que a su audiencia o a sus lectores.
Tomemos el libro de Norman Finkelstein “La Industria del Holocausto”. Esencialmente, apunta a Israel y a algunos políticos israelíes, a quienes los caracteriza como usando el Holocausto para obtener ganancias políticas. Este libro seguramente causó muchas olas, y puede tener un punto: desde el momento en que la Shoah entra en el discurso público, entra en el campo de la verdad y la “plus valía” de la verdad. Hay un valor de uso y un valor de cambio. El silencio de los sobrevivientes de la Shoah, fenómeno conocido—un silencio que puede durar hasta sus últimos días—no carece seguramente de relación con el eco social, hasta el recuerdo social de sus horrores. Pero esta “plusvalía del Holocausto” tiene su límite en su propio exceso, y se ejemplifica por el “logro boomerang” de Norman Finkelstein: él mismo ha sido señalado por sus detractores y discutidores como otro productor de “Industria del Holocausto”, pero esta vez propia, privada. La “Industria del Holocausto” de Norman Finkelstein. Tal es el terreno de la dialéctica. Ud vende-dice una verdad, y esta misma verdad tiene la etiqueta con el precio de su verdad personal.
Y esta es la razón por la cual encuentro muy difícil comprender el intento de dialectización del conflicto Árabe-Israelí, su transformación en un campo intelectual de competencia en el “mercado de la verdad”. En este sentido, encuentro algunos puntos de silencio en la argumentación de Jean-Claude Milner más cercanos a la naturaleza “intratable” del conflicto. Podría ser incluso que lo que Milner escribe como “el nombre Judío” es una especie de nombre de lo intratable (y así, más homólogo a “Nuestro objeto a” de Francois Regnault, que al “fetiche” de Zizek. El humorista Biderman lo ubicó muy precisamente en una caricatura en el “Haaretz”, el mismo día que el así llamado “Evangelio según Judas” apareció en algún lugar de las arenas de Egipto. Allí estaba el Papa muy preocupado, mirando una página del diario con un Cardenal al lado suyo. Una pequeña frase decía: “Otra vez estos judíos causando problemas”. Algunos años antes todavía, James Baker, que se desempeñaba entonces como Secretario de Estado para USA, llamó al conflicto Árabe-Israelí “el más intratable de todos los conflictos.” Siendo él mismo un hombre del sur, probablemente sepa algo de esto. La dialéctica muy probablemente vuelve aún más difíciles a los problemas intratables: los oscurece.