EL juego de las pasiones en la experiencia psicoanalítica
Lucíola Freitas de Macêdo – Presidente del Consejo de la EBP
Nos interesa elucidar las declinaciones del odio, del amor y de la ignorancia en la experiencia psicoanalítica, teniendo como horizonte el pasaje del régimen patriarcal a aquel del partenaire de goce 1. En el Seminario 1, Lacan aborda la transferencia a partir de estas tres pasiones fundamentales. En este primer abordaje a la cuestión, las pasiones del ser encuentran sus raíces en la falta en ser, diseñando los caminos por medio de los cuales, en análisis, la cadena significante irá a deslizar, y por ende las palabras forjarán “un hueco, un agujero” 2. ¿Se trata de un agujero en este momento inaugural de la enseñanza de Lacan y en su retorno a los Escritos técnicos de Freud?
No es el agujero del real como troumatisme del que se trata aquí, aunque podamos localizar ya en este momento las primeras cuestiones en torno de lo que perfora la cadena significante, no dejándose aprehender enteramente por su engranaje. Después de proferir su “elogio del error”, Lacan deslinda sus diferentes encarnaciones: el engaño, la equivocación, el desconocimiento, la contradicción, el lapsus, la denegación, revelando lo que de la palabra está más allá del discurso, elevando así la ignorancia a la condición de pasión fundamental.
En la secuencia de este seminario, diseñará el “pequeño diamante de la transferencia”, un poliedro irregular compuesto de la sobreposición de dos pirámides, cuyo plano mediano representa la superficie de lo real, comparado por él con un diamante de seis caras. En la pirámide superior están representados los aspectos conscientes del lazo transferencial; en la pirámide inferior, sus aspectos inconscientes, puestos en marcha por el advenimiento de la palabra en análisis, justo donde sitúa las tres pasiones fundamentales como un hecho atinente a la estructura de la transferencia. Lacan provee esta estructura aparentemente fija de una gran propiedad sorprendente: no hay correspondencia entre los dos planos del diamante, pues las palabras introducen un hueco, un agujero, gracias al cual todos los franqueamientos serían posibles 3. Además, nombra a este agujero según la manera por la cual encaremos “el ser o la nada”, ambos ligados a los fenómenos de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis. En la dimensión del ser situará, en este momento (estamos en 1953-1954), la tripartición entre simbólico, imaginario y real, inscribiendo en sus aristas, en la unión entre los tres registros, dos a dos, las tres pasiones fundamentales: en la unión del simbólico y el imaginario, el amor; en la unión del imaginario y el real, el odio; en la unión del real y el simbólico, la ignorancia.
En “Variantes de la cura tipo”, artículo de 1955, a medida en que discurre sobre la formación del analista, Lacan enfatiza el lugar central de la ignorancia, no como ausencia de saber, y sí, tal como el amor y el odio, como pasión del ser. Siendo una de las vías en que el ser se forma, el no-saber no sería una negación del saber, sino su forma más elaborada 4.
Ya en “La dirección de la cura y los principios de su poder”, texto de 1958, articulará las pasiones del ser a la dialéctica de la demanda y del deseo: si el deseo es lo que se manifiesta en el intervalo cavado por la demanda más allá de la misma, lo que es demandado a que el Otro satisfaga es lo que no tiene: es lo que se llama amor, pero también el odio y la ignorancia. 5
La gramática lacaniana de las pasiones no se detiene, y a las pasiones del ser, agregará, en la década de los setenta, las pasiones del alma. Lo hace en un diálogo franco con Aristóteles en De anima, para quien el alma se define, en los términos de Lacan, como la suposición de la suma de sus funciones en el cuerpo 6. De las pasiones del alma se tiene un breve apartado en “Televisión”, donde la tristeza, el malhumor, el tedio, pero también la felicidad, el entusiasmo y el saber alegre, juegan su partida. Se tienen noticias también, en sus últimos seminarios, en especial en el Seminario 20, Aun, de la mística como pasión. Y más adelante, en el Seminario 23, El sinthoma, con Joyce, Lacan pone en evidencia una variante del narcisismo, que representaría el verdadero nombre de la pasión del alma para la experiencia del psicoanálisis, a saber, una “pasión del objeto a”, sintagma acuñado por Jacques-Alain Miller en la última lección del seminario “Extimidad”.
En esta lección, Miller enfatiza que Lacan jamás trató los afectos como emociones. Para hablar de los afectos, relanzó la expresión “pasiones del alma”, tomada de la tradición filosófica, y sobre la cual Santo Tomás y después Descartes escribieron sus tratados. A diferencia de los filósofos, él se distancia de toda y cualquier descripción psicológica o moral de las pasiones, para atribuirles las coordenadas de una ética. Por eso, con un justo nombre, lo que mejor designaría al breviario lacaniano de las pasiones, para articular el inconsciente y el real del goce, sería no exactamente “pasiones del alma” sino “pasiones del objeto a” 7.
Las pasiones para Lacan conciernen al saber en la medida en que el elemento libidinal se encuentra afectado por el saber y viceversa 8. En esta nueva gramática, el saber alegre (y no la alegría, como sería de esperar) se opone a la tristeza y al saber triste. La felicidad tiene algo que ver con el malhumor, con ese toque de real, que irrumpe en la escena de los afectos indicando que, estando el real separado del significante, la cosa no va. El entusiasmo ya no se encuentra en la beatitud spinoziana, o en el amor Intellectualis Dei, afecto puramente epistemológico, que consiste en la alegría que acompaña la idea de Dios como causa. La diferencia -y aun en esta misma dirección el desprecio, es vertido por Lacan al evocar, dos a dos, Marx, Lenin, Freud y a él mismo, en desprecio –es que se denuncia cierto desinterés por el Otro, apuntando al horizonte de su destitución e inconsistencia: “no es supuesto que el Otro sepa nada de ello…el ser que allí hace letra -pues es también del Otro que hace letra a costa suya, al precio de su ser” 9. Con dulce ironía, Lacan satiriza la imputación del inconsciente como un “hecho de increíble caridad”. Los sujetos no saben todo, y en el nivel de este “no-todo” no hay, sino “Otro a no saber” 10.
Es en esta dirección, aún, que se articula el sujeto supuesto saber como correlativo de la pasión de la ignorancia, en la medida en que se designa el saber como conjunto vacío y en que lo no sabido funcionará como condición del saber, lo que es muy diferente de la pasión de no querer saber nada, tan consustancial a la histeria. La pasión de la ignorancia, en esta perspectiva, implica que el saber logrado en la experiencia de un análisis no existe de antemano, solamente subsistiendo como “invención de saber”. Es esto, justamente, en los términos de Miller, lo que el pase testimonia: ¡“la pase-ión de la ignorancia” 11 de un analista!
De ahí adviene, no el analista sabido de sus pasiones, o apático (al modo estoico), sino el analista “santo de sus pasiones” 12, asediado por las pasiones que suscita y para las cuales no habrá sosiego jamás. Lacan introdujo las pasiones para pensar el final del análisis, justo en el momento en que el sujeto va al encuentro de una ausencia radical de garantías, autorizándose únicamente a partir de su propia relación con la causa analítica. Momento en que ya no se identifica con el objeto del fantasma fundamental y tampoco con el analista, y que el saber tiene de burlón, de resto caído y rendido frente a la iteración de lo mismo, de lo incurable del sinthome.
En su último seminario, El momento de concluir, Lacan 13 se interroga una vez más sobre el estatuto del saber en la experiencia analítica. Sigamos sus elaboraciones: “hay ciertamente escritura en el inconsciente”, pues como ya lo había dicho Freud, el sueño, el lapsus y el Witz se definen por lo legible; “lo legible, es en esto en lo que consiste el saber”; y “no hay sujeto…, no existe sino el supuesto -el supuesto saber, lo que consiste, ¿qué quiere decir esto? El supuesto-saber-leer-de-otro-modo”; leer “de otro modo” implica una lectura hecha a partir de S(A/ ); implica una falta, un agujero. Como bien indica J.-A. Miller 14, en su última enseñanza, Lacan no sitúa el saber del lado del progreso, y tampoco en el del despertar. El saber es lo que confiere una legibilidad al real, y leer de otro modo comporta siempre algo de arbitrario, aleatorio y contingente 15. Tal lectura implica la producción del vacío subjetivo como aquello que se agrega a la resonancia. El significante, en este registro, no vehiculiza sentidos 16. Él forja una materialidad simbólica en el campo de lo real por la vía de la letra, con su efecto de agujero; o como jaculación, al portar en sí, a partir del vacío de significación, el “valor de lo ardiente” 17. Esto produce un efecto de sentido en lo real, lo que en el Seminario 24 ganará el estatuto de un significante nuevo, que ya no proviene del Otro.
En esta perspectiva, lo que se espera de un análisis no será la posición prevenida de mantenerse a distancia, o aun, aquella del psicoanalista mortificado por el significante y vaciado de pasiones; pero sí, una apertura deseante, que colocará al sujeto lo más próximo posible de aquello que de la experiencia de las pasiones, lo divide. O también, como “pasión por lo nuevo” 18, y que significa, en los términos de Miller en Un esfuerzo de poesía, que el psicoanálisis no está condenado al ideal monocéntrico al cual Freud se mantuvo cautivo, una vez que los analistas ya no son los “hijos del Padre” 19. Si el deseo de Freud se retuvo en la lógica edípica, el deseo de Lacan se desarraigó de la fantasía paterna, proyectándose más allá del Edipo, en deseo del analista.
En este giro en la gramática de las pasiones, lo que se presenta de manera contundente, es la presencia ineludible del cuerpo y de su goce, en dimensión de la inscripción del deseo como contingencia corporal 20, del acontecimiento de cuerpo 21, y del falo como “función de fonación” 22, inclusive en cuanto a las dificultades del sujeto para hacerse un cuerpo, tal como es posible notar en el comentario de Lacan en el Seminario 23, el sinthoma, a propósito de Joyce, o también, por otra vía, en la experiencia de larrebato, tal como Lacan lo propone en “El arrebato de Lol V. Stein”, de Marguerite Duras.
Este giro se articula también, en inversión de perspectiva señalada por Jacques-Alain Miller en “Una fantasía”, a propósito de la transferencia en la última enseñanza de Lacan, momento en que el sujeto supuesto ya no será el pivote de la transferencia, sino que la transferencia será el pivote del sujeto supuesto saber 23, y que a partir del Seminario 20¸ Aun, ganará un relevo especial por medio de la renovación que trae para el dominio de Eros, a nuestra experiencia 24: para el dominio del amor, no separado del odio. Si por un lado, lo que hace existir el inconsciente como saber es el amor, por otro, sin la desuposición de saber, sería imposible leer. Si el inconsciente se escribe como un saber que se lee, la articulación entre amor, odio y saber leer, así como sus condiciones de lectura, adquieren aquí, toda su relevancia.
Las aporías del amor y del odio están invariablemente ligadas al saber, pero también, y fundamentalmente, al goce: “de suerte que cuanto más el hombre pueda prestarse, para la mujer, a la confusión con Dios, quiere decir, aquello de lo que ella goza, y no menos de lo que odia, y menos de lo que él es -y una vez que, después de todo, no hay amor sin odio, menos él ama” 25.
Es digno de notar, también, el pasaje del Seminario 20 26 en que, partiendo de las vicisitudes del amor y del goce femenino, Lacan interroga al saber: siendo el amor del orden de lo imposible, y una vez que la relación sexual cae en un non-sense, ¿qué sabe ella de eso? ¿Qué saber es este que, ignorando los “por qués”, se articula al amor de modo que una mujer solo pueda amar en el hombre la manera como ella enfrenta el saber con el que alma? 27 ¿O qué decir de este saber que no es el opuesto de la ignorancia, y que no va sin el odio? Veamos lo que dice Lacan en este bellísimo pasaje de su seminario:
“…Dios era, para Empédocles, el más ignorante de todos los seres, por no conocer de ningún modo el odio. Es lo que los cristianos más tarde transformarán en diluvios de amor. Infelizmente, esto no pega, porque no conocer de ningún modo el odio es no conocer de modo alguno el amor también. Si Dios no conoce el odio, es claro que él sabe menos que los mortales” 28.
A lo largo del Seminario 20, Lacan forjará una serie de neologismos acuñados de la conjunción entre odio, amor, saber y goce: almar, almor, almoralidad 29; odionamoración, o amodio 30; o gocelos 31, goce de los celos, en el cual se arraiga el “odio-celoso”, un odio sólido, que se dirige al ser.
Para pensar las declinaciones de las pasiones del ser en pasiones del parlêtre, es preciso considerarlas en el marco de las declinaciones del significante, del goce y del cuerpo, en su última enseñanza. Sigamos con Lacan, al postular, que “el significante se sitúa en el nivel de la sustancia gozante” y, además, que “el significante es causa de goce” 32. Nótese que esta perspectiva ya se constituye como una declinación en relación a aquella que marca su punto de partida, en el Seminario 1, en la cual el significante se forja como “un agujero gracias al cual todas las especies de franqueamiento son posibles” 33. En el lugar de este “agujero” que se forja “entre el ser y la nada”, hay un goce en lo real, lo que impide que el ser se realice plenamente en la palabra, objetando, justamente, que todos los franqueamientos sean posibles. En el Seminario 20, el goce es un límite, y el ser es supuesto al objeto a 34.Sigamos paso a paso las escansiones hechas a lo largo de este seminario: a) “el pensamiento es goce” 35; b) “hay el goce del ser” 36, cuya razón se reconoce más allá del falo, en el goce del cuerpo; c) “que haya algo que funda el ser, ciertamente que es el cuerpo” 37; d) “el goce solo se interpela, solo se evoca, solo se elabora, a partir de un semblante” 38. Es éste el terreno donde se juega el juego de las pasiones en la experiencia psicoanalítica.
Pues bien, el XIII Congreso de miembros será una ocasión para relanzarnos las cuestiones cruciales atinentes a las pasiones del parlêtre, teniendo como horizonte la transferencia en la experiencia analítica y la Escuela-sujeto, interrogadas a partir de la ultimísima enseñanza de Lacan, pero no sin la primera. Será también, un momento oportuno para discutir y extraer las consecuencias de las preguntas agudas lanzadas por Éric Laurent en ocasión del XI Congreso de la AMP, cuando toma la transferencia en las psicosis como paradigma para pensar la transferencia en general. El horizonte abierto por tales cuestiones nos invita a revisitar los márgenes y los confines de la suposición de saber, en dirección a su complemento libidinal 39. Como enfatiza Miller 40, si la transferencia como suposición de saber adviene del registro del Otro bien establecido, su declinación producirá un impase sobre la transferencia, que figura como la “gran ausente” en la última enseñanza de Lacan, cuando ya no se puede contar con la estabilidad ni con la universalidad del Nombre-del-Padre. En los términos de Éric Laurent, este engranaje ya muestra signos de desgaste, y también, de inoperancia, en el ámbito de una clínica de la “transferencia sin el Otro” 41. El lugar del analista como sujeto supuesto saber sufrirá así una inflexión: desde un supuesto “saber leer” un síntoma, apuntando a reducirlo a su fórmula inicial, el acontecimiento de cuerpo 42, y, ciñendo la fijeza del goce, por un forzamiento que haga sonar otra cosa que no sea el sentido, apuntará a la asonante opacidad del real. En esta perspectiva, cabrá elucidar las vicisitudes de las pasiones en la experiencia de un análisis llevado al final, a partir de la lectura del síntoma como acontecimiento del cuerpo.
Si el sujeto no es ya abordado a partir del Otro, ¿la transferencia como sujeto supuesto saber mantendría su vigencia como uno de los pilares de la experiencia analítica? ¿Dejar de lado la transferencia como suposición de saber nos dejaría verdaderamente “más libres”43? ¿Cómo el odio, el amor y la ignorancia juegan su partida en el marco de la clínica “de la transferencia sin el Otro”? ¿Hay algo nuevo en cuanto a las manifestaciones de la transferencia negativa? ¿Y en cuanto a la transferencia de trabajo?
¿Cuál será el lugar -en esta “reformulación de la transferencia” por añadidura de significación -del sentimiento 44, éste que incluye, sin crear una oposición, el odio y el amor? ¿Cómo se presenta, en la clínica del parlêtre, esta transformación que permitirá un nuevo uso del partenaire de goce? 45. Tal transformación irá a culminar con la pregunta de Lacan sobre el estatuto del analista, para el cual concederá “el lugar de “faire-vrai”, de semblante 46, contraponiéndolo al “hacer ser” 47, tributario de la ontología.
¿Las transformaciones advenidas de la declinación de la suposición de saber como resorte clave de la transferencia, tiene incidencias sobre las manifestaciones de la transferencia en el nivel de la experiencia de la Escuela? Tomando como referencia la tesis de Jacques-Alain Miller en “Teoría de Turín”, de que la Escuela podrá ocupar, para cada uno de sus miembros, el lugar de sujeto supuesto saber 48, ¿cómo leer la afirmación, en “Propuesta sobre la Garantía”, de que el efecto del psicoanálisis implica que “su soporte de semblante, el sujeto supuesto saber, se autodestruye” 49? En la perspectiva de la enseñanza de los AEs y a partir de su propia experiencia, ¿qué pasará a funcionar como soporte de semblante, cuando, separado del significante amo, el sujeto es remitido a la más radical soledad, en su relación con la causa analítica?
Estas son algunas preguntas que deseamos traer a la luz, y que iremos a poner en prueba en ocasión de la conversación del XIII Congreso de Miembros de la EBP. ¡En breve anunciaremos la apertura del debate en torno de las pasiones en la experiencia psicoanalítica, y esperaremos con interés el envío de su contribución para el Boletín Uno por Uno!