En el parlêtre no se confunden conciencia y cuerpo. Esto se debe a ese « brusco intercambio de roles que tiene lugar en la experiencia del espejo cuando se trata del otro ».[1] « […] nos reconocemos como cuerpo en la medida en que esos otros, indispensables para reconocer nuestro deseo, también tienen un cuerpo, o más exactamente, que nosotros al igual que ellos lo tenemos ».[2]
Solo un ser hablante está en condiciones de captar primero que todo el deseo en el otro, así sea de forma confusa, ya que se trata de un enigma. A pesar del estado de impotencia en que nace el niño, « muy precozmente las palabras, el lenguaje, le han servido de llamado, y de los más miserables, cuando de sus gritos dependía su alimento ».[3]
El grito es el modo más primario del niño expresar su deseo, que originariamente se encuentra en estado puro. La respuesta a ese grito hace que se produzca un viraje decisivo: queda en condiciones subjetivas de nombrar su relación con el otro desde época muy precoz, cuestión que lo capacita para entrar en una relación simbólica, que es eterna.
La eternidad se debe a que el mundo del símbolo es el de otros que hablan, así que allí donde se introduce el deseo de la desaparición del otro a causa del primado de la rivalidad por el objeto hacía el cual se tiende, existe la posibilidad de que el deseo de cada quien pase por la mediación del reconocimiento. Esta expresión hegeliana es evocada por Lacan en 1953 porque le sirve para definir qué se entendía por cuerpo hablante y apoya su idea de un simbólico capaz de pacificar el lazo social. Sin la mediación del reconocimiento, toda función humana se agotaría « en el anhelo indefinido de la destrucción del otro como tal ».[4]
Conclusión: lo propio del lazo entre hablantes es un movimiento de báscula: ni solo guerra ni solo paz, sino entre la guerra y la paz, entre el reconocimiento y el desconocimiento, entre el deseo y el no deseo, entre los objetos comunes y los que no entran en el intercambio.
Notas:
[1] J., Lacan. Los escritos técnicos de Freud, Buenos Aires, Paidós, 2004, p. 223
[2] Ibíd, pp. 223- 224
[3] Ibíd, p. 235.
[4] Ibíd, p. 254.